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Cuartel militar español convertido en Hotel Camagüey – Joaquín de Agüero y su muerte (De Pensando en Agramonte)

Cuartel militar español convertido en Hotel Camagüey – Joaquín de Agüero y su muerte (De Pensando en Agramonte)

Como que uno de los orgullos de la Compañía del Ferrocarril de Cuba es su Hotel Camagüey, el ingeniero Meló quiso entrar en funciones de guía técnico, ilustrándome sobre este original lugar que vino a contribuir a cerrar el paso a la hospitalaria costumbre camagüeyana de alojar las familias pudientes a los forasteros amigos, ya que las posadas, mesones, paraderos o fondas estaban destinados a viajeros que carecían de relaciones, pues hasta el comercio albergaba a sus clientes en tránsito. A poca distancia, dando frente a la Avenida de los Mártires, ocupando más de cuatro hectáreas, está el colonial Cuartel de Caballería. Es chato, con portal corrido sostenido por delgadas columnas. No ofrece expresión artística ni característica de fortaleza. Se mantiene lisamente como en sus tiempos de funciones. En la entrada y las esquinas hay garitas, lo único exterior que le da apariencia militar. Sin conservar nada de hostilidad, tampoco ofrece atracción hospitalaria, sino que desde que se pone el pie en el dintel del portón, se respira ambiente triste. A pesar de que hay muebles modernos y brillo y limpieza, es lenta la reacción para comprender que estamos en un hotel. Corredores largos y silenciosos. Yanquis turistas platican y fuman distraídamente. Estamos en el primer patio, transformado en jardín, cubiertas las paredes de enredaderas que ofrecen ramilletes de flores que perfuman. Rejas, cancelas, corredores. Silencio y tristeza románticos, monacal. No hay militares y son escasos los paisanos. Bancos entre el follaje, las flores y las palmas, invitando a idilios o a meditar. Cañones que a pesar de ser de hierro y querer amenazar con sus bocas abiertas, exhalan vaho de derrota y resignación: lo antiguo medroso convertido en juguete.

Anuncio en el periódico Gráfico,  dirigido por Conrado Massaguer y Emilio Roig, 1914.

El historial es sencillo y moderno. El gobierno vivía preocupado de las defensas y alojamiento de tropas, debido a las posibles invasiones extranjeras y contra las rebeliones que venían ocurriendo con frecuencia. Con nutrida guarnición de fuerzas regulares; pero como se pensaba reforzarla y hasta elevar la categoría de la tenencia de gobierno, que tenía a su cargo, además, la dirección de los asuntos de Nuevitas; por necesidad de aumentar la capacidad de alojamiento de fuerzas del arma de caballería, necesaria en una zona tan extensa, se acordó la construcción de un cuartel que acomodara un regimiento. Entonces fue escogido este lugar de La Vigía. Aprobados por el subinspector Mariano Carrillo de Albornoz Campuzano, se procedió a ejecutar la obra que, con un costo de sesenta mil pesos, quedó terminada en el año 1848, según una inscripción que aparece en el interior del lugar. Mas luego se le agregaron dos baluartes y un tambor, carácter fortificado que no solían tener los cuarteles que, como este, se defendían con sus propias fuerzas. Como retirada, en caso de peligro, contaba con un túnel que comunicaba con el Hospital Militar, situado a unos quinientos metros. Era una magnífica posición estratégica que defendía la entrada a la ciudad por el Norte, teniendo (entonces) por los extremos los fuertes de Rodas y la Torre de la Beneficencia. Los gastos de construcción se pagaron con las recaudaciones de la Hacienda de la jurisdicción, por lo cual es una propiedad oficial.

Con ojo certero Van Horne obtuvo una concesión de arriendo para establecer un hotel que entrara en la esfera de especulaciones de su compañía, y derivara beneficios, a la ciudad por los turistas que atrajese la propaganda en los Estados Unidos. El plan fue plausible, ofreciendo el curioso interés de transformar en residencia de placer, un antro que inspiró y levantó la fiereza militar; de nido de holgazanes asalariados, en hogar de turistas. Pero lo original consistió en que el arrendatario se acomodó a las líneas generales del cuartel, ajustándolo a las exigencias de un hotel moderno. Los deterioros, rusticidades, líneas feas, contornos hirientes, pisos oscuros, fueron moderados, quedando lo que no le quitara el sabor colonial y militar, sello de atracción indispensable para el frívolo turista yanqui. Fue un general remozamiento artístico. Todo en su mismo sitio, pero maquillado. Color oscuro de cedro y caoba. Maderas de todas clases por todas partes. Escaleras torneadas; puertas y ventanas con rejas complicadas de orfebrería. En su mismo sitio las pesadas losas de granito. Tirantes de madera de los techos reforzados por bellas ménsulas. Hicieron habitaciones especiales para huéspedes, cayendo a los patios floridos, y de tal capacidad que cada uno puede albergar a larga familia. Son alcobas de cuartel con lujo y confort y, sobre todo, silencio y sabor conventual que aviva la cerebración. Se anda por los pasillos kilométricos y complicados sintiéndose los propios pasos. Es manifiesta la mixtificación, el disfraz de cuartel en morada civil. Lo que falta es una serie de armaduras y objetos de guerra coloniales, de aquel cuerpo de caballería, para que ofrezcan sensación más pronunciada. Si bien todo es atrayente, artístico y evocador, como si se tratara de un sitio arqueológico, seducen más que las salas, habitaciones, comedores y pasillos, los floridos patios, en los que de trecho en trecho, emboscados asoman cañones de diversos tamaños, algunos gigantes. Las palmas reales están rodeadas de trepadoras floridas. Por el césped crecen las brujas, violetas, pensamientos, madamas. Surca rico perfume de jazmín, madre-selva, rosa, albahaca, incienso, ruda. Y como ornato hay rica colección de tinajones centenarios. Por techo, el cielo.

Nos aproximamos a un cañón de hierro montado en cureña fija. Es muy largo (nueve pies) y de boca ancha. Su vejez le da respeto. Vive solitario, como pieza de museo, con una inscripción que dice que “lo halló Bernabé Sánchez Adán en el sitio donde Diego Velázquez fundó la villa de Puerto Príncipe, en el año 1514”, y lo ofreció a Sir William Van Horne. Debió ser en el Guincho, pero es raro que en aquella época y para aquel sitio llevaran, y existieran, cañones de peso y calibre tan exagerado. De todos modos, allí está y es colonial.

Al salir, detuve la mirada en una habitación y unas lápidas de mármol, y entristecido busqué en el pasado a Joaquín de Agüero y Agüero...


Figura valiente y pura de la época de los precursores. Hizo de su vida un sacrificio completo a la causa de la libertad de su patria. Honra de Camagüey, donde nació en noviembre 15 de 1816. De educación exquisita. En La Habana graduóse de bachiller en leyes. Muy joven asumió la dirección de los negocios de su padre. Fundó una escuela pública en Guáimaro (1842), convencido de que el problema de la enseñanza era básico para llegar a la emancipación consciente. Mereció felicitación del gobierno, y de la Real Sociedad Económica que le confirió el título de socio de mérito. De acuerdo con sus principios morales, ejecutó un acto inusitado para aquellos tiempos, cual fue dar libertad (1843) a ocho esclavos que heredó de su padre, dedicándose a adoctrinar por sí mismo y por medio de curas a negros libertos, para que aprendieran sus derechos de hombres. Se atribuye a esta misión cultural la influencia del célebre abolicionista inglés David Turnbull. Su actuación recibió inmediata censura oficial. Viajó por los Estados Unidos, y por Canarias para atraer emigración blanca. En el Norte reafirmó sus ideas liberales y republicanas y se puso en contacto con cubanos que conspiraban contra España. Se encadena con los movimientos de Narciso López. Entra en mayor ardor revolucionario a partir de esta época, “inundando la Isla de folletos y proclamas que se fingían impresos en Nueva York”. Miembro de la Junta Revolucionaria de Puerto Príncipe.

Con vista fija en las actividades de los cubanos que amenazaban desde el Norte, el gobierno estableció vigilancia por todas partes, más directamente en Las Villas y Camagüey. El mariscal de campo José Lemery tenía instrucciones precisas y severas del capitán general Gutiérrez de la Concha para impedir alteración de orden en Camagüey. Cuando los espías delataron el alzamiento, fueron detenidas ochenta y nueve personas “de reconocida solvencia moral y económica en su mayoría, y conducidas a la cárcel, en los bajos del Ayuntamiento”, entre ellas Salvador Cisneros Betancourt, Serapio Recio, José Ramón Betancourt. Los primeros fueron deportados a la Península (mayo de 18 51). El pánico cundió, refugiándose algunos en la manigua.

Advertido a tiempo el jefe del movimiento, Joaquín de Agüero, pudo escapar y ocultarse en el Farallón Sur de las Piedras de Juan Sánchez, cuyo campamento nombró El buen refugio. Desde de allí estableció contacto con los conjurados, que eran centenares. Por más de un mes se mantuvo en esta desesperada empresa, cambiando de escondites, confiado en su estrella y en la palabra de sus compañeros. Con medio centenar de adictos emprende campaña militar, desde el Jucaral (barrio de Cascorro) el día 3 de julio. En el batey de la finca juran la bandera; los arenga Joaquín de Agüero y por la tarde salen en marcha hacia San Francisco de Jucaral, fundo de Gracias a Dios, en la zona de Cascorro. La hueste se había elevado a unos cien hombres.

Fue el 4 de julio de 1851 “cuando dictó Agüero al joven poeta Adolfo Pierra el acta de independencia de Cuba, que todos oyeron y firmaron conformes”. La centuria de alucinados libertadores se puso en campaña.

Refiere el historiador Juárez Cano, que el mariscal Lemery tuvo sospechas del movimiento porque algunas damas, por indicación de la esposa del jefe (Ana Josefa de Agüero y Perdomo) hicieron decir misas de rogativa por el triunfo de las armas cubanas. Dicha señora confesó, comulgó y pagó generosamente al cura para que permitiera que la bandera cubana recibiera en el altar el espíritu de su bendición. Terminado el acto su dueña se proponía mandársela a su marido. El infiel sacerdote puso el hecho en conocimiento de las autoridades y éstas procedieron al arresto inmediato del joven Joaquín dé Agüero y Sánchez, que tenía cartas para el caudillo y un soneto que a la enseña de la patria había improvisado la Srta. Martina Pierra.

A las puertas de Tunas los insurrectos por confusión se atacaron mutuamente (julio 8). En este sitio empezaron a ser perseguidos y obligados a marchas forzadas hasta la finca San Carlos, mermados a veintisiete. Por la tarde de julio 13 fueron atacados por ciento cincuenta soldados mandados por el comandante Joaquín Gil. Lucharon con bravura, quedando la mayoría de ellos heridos o muertos en el lugar. Joaquín de Agüero milagrosamente pudo escapar rumbo al Norte, perseguido por tropa de infantería, caballería, lanceros y voluntarios movilizados, que sumaban más de mil unidades.

Mientras esto ocurría, Narciso López estaba dando los últimos toques a la expedición invasora que debía secundar los alzamientos simultáneos por varias provincias. Había tropezado con graves inconvenientes. Nada sabía del peligroso anticipo y andanzas de Joaquín de Agüero y los suyos. López confiaba en dar un golpe fulminante, si a la par otro lograba atraer la atención del gobierno.

Seis patriotas habían llegado (día 21) hasta El Júcaro, refugiándose en un rancho de la finca Punta de Ganados. Sobre su rastro iba el enemigo. No quiso atacarlos, sino valerse de ardides para que los pescadores traidoramente les ofrecieran sacarlos en una embarcación. El primer traidor fue Norberto Primelles. Dormían cuando fueron sorprendidos, sin tiempo para moverse. Hizo la captura el capitán de cazadores Carlos Conus (julio 23). Eran: Joaquín de Agüero y Agüero, José Tomás Betancourt Zayas, Fernando de Zayas y Cisneros, Miguel Benavides Pardo, Miguel Castellanos y Adolfo Pierra Agüero. Al ser sorprendidos, Joaquín de Agüero corrió y se tiró al mar, lo mismo que José Tomás Betancourt.

Del antiguo cuartel de caballería partieron rumbo a la Sabana de Méndez Joaquín de Agüero y sus compañeros.

Fueron encerrados en un calabozo del Cuartel de Caballería, en el sitio que ahora ocupa la oficina del Hotel Camagüey, que estoy visitando. En el despacho destinado a información hay una lápida de mármol que dice:

      Éste lugar sirvió de capilla
      a los Próceres
      Joaquín de Agüero
      Fernando de Zayas
      Miguel Benavides
      y Tomás Betancourt
      Fusilados el 12 de Agosto de 1851.
      Recuerdo de los Veteranos de
      Camagüey, 1922.

Ya prisioneros, indefensos, fueron sometidos a la tortura y humillación del cepo, hasta la mañana del 24 en que los condujeron esposados y a pie hasta el Bagá.

El 9 de agosto, cuando la expedición de López iba navegando hacia Cuba; después de haber celebrado misa el capellán del Regimiento de Lanceros, se reunió el consejo de guerra en una sala del Cuartel de Caballería. Presidía el coronel José de la Gándara. Es verídico que los acusados dignamente, con entereza, no negaron los cargos de rebelión.

Y convictos y confesos los sublimes patriotas, fueron condenados a muerte en garrote vil los cuatro primeros, y Adolfo Pierra y Miguel Castellanos a diez años de presidio, en atención a ser menores de edad.

Hubo mucha agitación en la ciudad. Personas distinguidas de la sociedad se interesaron por la vida de los sentenciados.

Y como se susurrara sobre un plan de rescate y evasión, el gobernador mandó a reforzar la prisión con dos compañías del Regimiento de Cantabria. Era tal la efervescencia y arraigo rebeldes, que en espera de algún incidente inesperado, los cubanos en la noche del día 10 envenenaron al verdugo Callejas para impedir o demorar la ejecución. Pero el implacable militar Lemery mandó a ponerlos en capilla, y a las seis de la mañana, maniatados y a pie, iban los cuatro patriotas por esta Avenida de los Mártires, metidos entre chusma impía y gran golpe de tropa de infantería y caballería. La banda iba tocando aires marciales.

A menos de un kilómetro se detuvieron; en la explanada conocida por Sabana de Méndez, que era un descampado. Hicieron el pregón del bando y de la sentencia (sustituido el garrote por fusilamiento), en medio del cuadro que formaban las unidades de guarnición, donde se hallaban serenos los patriotas condenados. Fusilados, delante del cadáver desfilaron las fuerzas y la charanga musical.

La Sabana todavía es un campo abandonado, yermo. Algunas casas alrededor. Yerba. Unos cuantos mustios laureles. En el medio un modestísimo obelisco de mampostería de unos quince pies de alto, con cuatro lápidas de patrióticas instituciones (profesores, estudiantes, masones) que piadosamente han sabido agradecer la abnegación de aquellos paladines. De los sacrificios más lúgubres en la historia de Camagüey, el de Joaquín de Agüero y Agüero y sus tres compañeros es el de más dignificación patriótica. Sin embargo, donde dejaron escapar el último suspiro no hay un agradecido gran monumento a su memoria

Inauguración del obelisco que recuerda el sitio donde fueron fusilados Joaquín de Agüero y sus compañeros.

Tomado de Gerardo Castellanos: Pensando en Agramonte. Habana-Camagüey. La Habana, Ucar, García y Cía. 1939, pp.227-235.
El Camagüey agradece a Pável García y a Jaime López las imágenes que ilustran este texto.

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