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Prólogo a El Camagüey legendario

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Prólogo a El Camagüey legendario

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Cumpliendo con un alto deber que me impuse es que sale a la luz esta obra. Yo siempre he amado a mi provincia con inusitado fervor, por eso me daba en lamentar, desde hacía tiempo, que no tuviéramos un libro que recogiese —aunque fuera en apretada síntesis— todo el tesoro espiritual de nuestro, pasado; nuestras tradiciones y leyendas, casi desconocidas para el Camagüey de hoy; nuestros valores patrios, tan olvidados a veces, que parecen ignorados.

Con este empeño a cuestas, un día, sin pensarlo más, se lo dije a mis alumnos. Les hablé de mi anhelo de recoger las cuentas dispersas de nuestro folklore; de hacer semblanzas rápidas de nuestros mayores del Camagüey de ayer, de vidas poco divulgadas; de darle forma a nuestras leyendas..., todo lo dije en tropel, como el que vacía el alma de una carga pesada. Tal fue la pasión que me movió, que mis alumnos se encantaron con la idea y todos se ofrecieron para colaborar en el empeño.

Al principio, debo confesarlo, me asusté un poco de la magnitud de la tarea. Cuando empezamos a investigar, se abrieron ante los ojos ávidos del alumnado, inusitados horizontes, pero no por amplios, fáciles y accesibles. Buscar y rebuscar; hablar con el pasado a través de los viejos troncos que aún recuerdan el ayer fruiciosamente: tal fue la labor inicial por ellos emprendida. Los tópicos heroicos apasionaron a los muchachos y yo —al principio— me incliné a darle a este trabajo un señalado carácter histórico porque siempre he pensado que el estudio de la Historia de Cuba debe ser más intensivo en el Bachillerato, dado el carácter formativo que éste debe tener, pues, a más de las razones pedagógicas que abundan para insistir en el conocimiento de nuestras gestas, es deuda sagrada contraída con nuestros progenitores dedicarles estudioso y meditado tributo de veneración que exprese cuán grande es nuestro reconocimiento por los inmensos sacrificios realizados en el afán de legarnos una patria libre. Sin embargo, las naturales dificultades con que tropecé me llevaron inmediatamente a ampliar el plan inicial, dedicándole mayor atención al folklore camagüeyano.

Esta obra, emprendida cuatro años ha, con levantado espíritu de superación y con ferviente anhelo de forjar conciencia, ha perseguido un propósito docente: despertar en los alumnos inclinación por los trabajos de investigación, procurando siempre ponerlos en contacto directo con las fuentes de información necesarias, propendiendo además a desarrollar su personalidad y a darles un sentido de alta responsabilidad, ya que cada trabajo es la expresión del criterio de su autor.

Como toda obra docente, persigue también un fin cultural, porque es labor de estudio, de meditación, y sobre todo, labor de difusión de nuestra historia, de nuestra literatura, de nuestras tradiciones y de nuestras costumbres. Convencida de que al divulgar nuestra cultura nacional se enaltecen los grandes valores morales y espirituales de nuestra patria presentamos primero a la consideración del alumno y más tarde, a la del lector, los grandes ejemplos, las grandes virtudes y los hechos gloriosos de los forjadores de nuestra nacionalidad.

A más del propósito estrictamente docente he perseguido otro sentimental: a través de estas páginas he querido recorrer en la gama del sentimiento humano aquellos más nobles y elevados, capaces de despertar la admiración del alumno y hasta del conmoverle, teniendo en cuenta en cada caso el temperamento, las inclinaciones y a veces hasta del grado de parentesco con el personaje a él encomendado para su estudio, pensando que tanta vida gloriosa, tanto ejemplo de abnegación y patriotismo, tanta elevación moral, dejarán honda huella en sus corazones y quizás en el mañana, cuando la vida los coloque frente a un dilema en el cumplimiento del deber, recuerden con patriótica unción, la figura prócer de Agramonte, siempre celoso de su dignidad y de su honor; la actitud cívica del gran ciudadano Salvador Cisneros y la personalidad vigorosa de Gaspar Betancourt, nuestro admirado Lugareño, que con fe inquebrantable transformó su pueblo, haciendo que adelantara un siglo en el camino del progreso y de la civilización.

Pero además de estas figuras que bastarían por sí solas para llenar la historia de esta región durante el siglo pasado, ellos han podido aquilatar la conducta integérrima de Máximo Gómez y han sentido crecer su admiración ante las gallardas figuras de Antonio Luaces y de Ignacio Mora y se han conmovido profundamente ante la desgracia de la familia Mola-Mora o ante las vidas valerosas de Concha Agramonte y de Anita Betancourt y ¿por qué no? ante el ejemplo vivo de sacrificio que fue Amalia Simoni, la dulce compañera del Mayor.

En este estudio realizado por ellos, hurgando ya en las páginas de viejos folletos o bien recurriendo al recuerdo de personas venerables, buscando siempre el dato preciso o la anécdota amena que da a veces la medida de un carácter, han podido saturarse de esa pureza de ideales que hallamos en las cosas grandes y nobles y así saturados por el recuerdo imperecedero de nuestra epopeya emancipadora, esperamos se hagan merecedores del legado de dignidad, honor y honradez que nos dejaron nuestros antepasados, porque tal ha sido el propósito que nos ha guiado al hacer esta obra.


Los pueblos viven de sus tradiciones y sus leyendas. La tradición es el mensaje de las generaciones pretéritas a las generaciones venideras. La leyenda es el alma de los pueblos, se inspira a veces en la tradición y es fuerte que enriquece la historia de la humanidad.

Hablar de tradición es hablar de algo hondamente sentido por el pueblo, es remontarse a los orígenes, a veces imprecisos, de acontecimientos que se pierden en la noche del tiempo para dar expresión a un anhelo de contenido espiritual. La leyenda se origina de la propensión del espíritu humano a lo fantástico, a lo maravilloso, por eso en las sociedades primitivas, surge antes que la historia, dando en ocasiones un origen divino a los fundadores de la raza. Ejemplos notables los tenemos en las leyendas de los griegos, romanos, persas, hindúes, egipcios y en las del pueblo chino. América también es tierra pródiga en leyendas, bástenos citar las de los incas, las de los aztecas y las de los indios araucanos.

La leyenda es manantial perenne de inspiración de poetas y prosistas y son ellos, los que embelleciendo la narración popular, le dan forma definitiva convirtiendo la creación espontánea del pueblo en una obra literaria.

El gran pensador español don Miguel Unamuno dijo que “la base de la personalidad colectiva de un pueblo es la tradición”. Por eso, fieles a este principio, hemos recogido amorosamente el rico caudal de nuestras tradiciones y de nuestras leyendas (disperso hasta ahora aquí y allá) presentándolo revestido con las ardientes galas de la imaginación infantil de sus autores, si bien cuidando siempre de que conserve toda la fragancia y la espiritualidad de las cosas de ayer, respetando en unos casos la narración literaria ya consagrada, velando en otros por la presentación de las menos conocidas, huérfanas aun de todo ropaje literario, pero procurando en todo momento dar plenitud al romántico anhelo de hacer revivir en estas, páginas a nuestro viejo Puerto Príncipe.

Al estudiar estas creaciones poéticas populares, hemos querido destacar la profunda vena folklórica de nuestro suelo, dando un cuadro (si bien imperfecto) de nuestro glorioso pasado, tan lleno de añoranzas, a fin de saturar la mente con las reminiscencias del ayer lejano, venero perenne de belleza y de espiritualidad.


La ciudad de Santa María de Puerto Príncipe, histórica y legendaria, se halla enclavada en el centro de la campiña camagüeyana. Rodeada de un amplio anillo de verdor y refrescada por las aguas de los ríos que la bañan, parece haber sido plantada para ser remanso apacible en medio de las soledades de sus inmensas sabanas.

Contemplada a lo lejos, la ciudad presenta un aspecto medieval. Sus altas torres que desafían al cielo y las cúpulas empinadas y altivas de sus templos, hablan al viajero de la religiosidad de este pueblo que bien pudiera tildarse de ser fiel heredero de las virtudes de la raza: fe religiosa, espíritu caballeresco y gran amor a la libertad.

Al penetrar en la población, la silueta de sus calles estrechas y torcidas, sombreadas en parte por los amplios guardapolvos de sus casas conventuales, dan la impresión de que se penetra en una milenaria ciudad. En efecto, Puerto Príncipe se blasona de ser una de las primeras ciudades fundadas por los españoles al colonizar la Isla.

Lento fue el desarrollo de la villa porque las constantes incursiones de corsarios y piratas retardaron su progreso, pero las extraordinarias condiciones de su suelo fueron la causa de que se diera atención preferente a la crianza del ganado, lo que enriqueció la comarca en tal forma que hacia el siglo XVIII ya Puerto Príncipe era una de las provincias más ricas de Cuba.

Acorde con el ambiente señorial de la población era la vida de sus habitantes: patriarcal y sencilla en lo familiar, franca y sincera en las relaciones sociales.

Con el Año Nuevo se iniciaban las fiestas tradicionales durante las cuales la ciudad vivía días de intensa actividad y regocijo. El día 6, festividad de los Reyes Magos, toda la población se daba cita para acudir a la Romería de San Lázaro, fiesta de caridad y de amor dedicada a llevar el consuelo material y moral a los pobres viejecitos recluidos en el asilo levantado por la caridad del Padre Valencia.

A ésta seguían las tradicionales fiestas religiosas de Semana Santa con sus bellas procesiones, tan llenas de místico fervor, y que, como sagrado legado, se conservan hoy en día en nuestra ciudad.

El Camagüey devoto, transido de fervor, se echaba a la calle vestido de negro para acompañar la procesión de los Dolores. La Virgen pura —el corazón llagado por el dolor, los ojos anegados en lágrimas— recorría las principales calles seguida de una multitud que, rosario en mano, recordaba con el alma de hinojos el calvario de aquella Madre.

El Viernes Santo, el desfile del sacro Sepulcro. Las damas enlutadas, tocado el pecho por manojos vivos de violetas y la cabeza cubierta con la clásica mantilla española, conducían al hijo de Dios a la última morada, después del sacrificio. Las velas encendidas ponían una nota de tristeza en la noche, aumentada por la marcha fúnebre que la música, colocada detrás del imponente sepulcro de plata, dejaba oír. El pueblo, fervoroso, inclinaba la cabeza al paso de la imagen bendita. Después la Virgen con su figura dulce atormentada por su dolor sin límites, siguiendo al Hijo Redentor. Los “pasos”, reviviendo a la Magdalena arrepentida, a la buena Samaritana, a la Verónica piadosa, al diligente Cirineo... Toda la vida de Jesucristo volcada en un puñado de escenas sencillas, delicadas, bellas.

Luego, a las diez, la procesión del “Retiro” que partía del templo de la Soledad y de la que sólo nos queda hoy el recuerdo.

Por último, el Domingo de Resurrección, las campanas se echaban al vuelo y la ciudad parecía renacer. Una profunda y sana alegría se escapaba de los pechos cristianos. Nuevamente la procesión solemne recorría la Ciudad. El Cristo resucitado, con el rostro irradiando una luz divina, seguido de la Virgen sonriente, se paseaba por las calles, dejando al paso repleto el aire de infinitas bendiciones. Así terminaba la Semana Santa: feliz, alegre... hasta los campos parecían vestirse con nuevos esplendores.

A mediados de año y como una consecuencia de la terminación de la “revisa” en las fincas ganaderas, el pueblo alborozado colmaba su alegría en las típicas fiestas del San Juan.

La sociedad principeña, sociedad rural por excelencia, era natural que tuviera una fiesta nacida precisamente de su desenvolvimiento económico. Y así surgió el San Juan, la más típica de nuestras fiestas, con sus numerosas cabalgatas al principio y sus renombrados paseos más tarde a los que se unieron en todo momento los bailes y las reuniones familiares que transformaban la vida de la población durante la segunda quincena del mes de junio.

Al San Juan sucedía la famosa Feria de la Caridad que ponía una nota de distinción y de color local en el ambiente de la época.

La barriada de la Caridad se convertía entonces en animadísimo lugar donde todos convergían, llevados unos de su fervor religioso, buscando otros tal vez solaz y expansión para el espíritu que, bien lo encontraban en el vistoso paseo que al atardecer recorría la barriada y en el que era de admirar el largo desfile de carruajes ocupados por lindas jóvenes lujosamente ataviadas que hacían de aquél un cuadro de suprema belleza. No es de extrañar, por tanto, que la celebración de estas fiestas atrajera a la ciudad infinidad de forasteros deseosos de presenciar aquel hermoso espectáculo que tanta nombradía dio a Puerto Príncipe.

Los juegos de lotería, celebrados durante las noches de la Novena en los portales de las casas, dieron una nota peculiar a la Feria de la Caridad. Alrededor de las mesas se congregaba la numerosa concurrencia entregándose a los azares del juego, mientras los más jóvenes se deleitaban en las amplias salas, alumbradas con luz mortecina de algún humeante quinqué, danzando al compás melodioso de las Virginias, los lanceros y el cocuyé, bailes de la época que hacían las delicias de aquella juventud sana y dichosa. La voz monótona del sereno cantando la hora, indicaba a todos que el momento de regresar había llegado y a “las diez en punto y sereno” se iniciaba el retorno a los hogares para comenzar al día siguiente con los primeros albores de la mañana las tareas propias del día. ¡Qué grata y feliz debió ser la vida de aquella sociedad principeña tan ajena a los graves problemas que hoy agitan a la sociedad moderna!

A más de estas fiestas debemos señalar otras de carácter artístico celebradas en “La Filarmónica” y en la “Sociedad Popular de Santa Cecilia”, fiestas que congregaban lo más selecto de la sociedad camagüeyana en los amplios y espaciosos salones de ambas instituciones. En muchas ocasiones se presentaban artistas profesionales, pero las más de las veces hacía las delicias del público el cuadro de aficionados, llevándose a escena las más bellas y connotadas obras del teatro romántico. Aquellas noches, según rezan las crónicas de antaño, eran inolvidables. Al calor del más puro fervor artístico se reunían las damas y caballeros del viejo Puerto Príncipe a gustar las más preciadas manifestaciones del arte escénico español, dejando grata impresión en la mente de todos aquel espectáculo fino y depurado. Mención especial merecen las funciones celebradas en honor de Santa Cecilia, por los caracteres extraordinarios que revestían y buena prueba de ello es el recuerdo imborrable que de ellas se guardan.

También, en ocasiones señaladas, asistían a las regias funciones de la ópera que tenían por escenario el Teatro Principal, constituyendo todas estas manifestaciones artísticas un valioso aporte cultural que dice mucho favor de nuestros antepasados, poniendo de relieve el refinamiento de aquella aristocracia del siglo pasado de tan marcado tono señoril como celosa de los timbres del abolengo, pero tan sacrificada y democrática cuando la voz del deber llamó a sus puertas. Ella propició que Camagüey pasara a la posteridad con el título de ciudad legendaria; legendaria no sólo por su antigüedad. sino por la hidalguía, la nobleza y las virtudes excelsas de sus hijos.

Calle de la Reina (luego República) en 1898.


Palabras del Lyceum

Al cumplirse el séptimo aniversario de su fundación, el Lyceum de Camagüey ha querido incluir entre sus actividades conmemorativas algo que, además de ser perdurable, tenga el más profundo sabor camagüeyano y vaya encaminado a mantener vivo el recuerdo de nuestra historia y de nuestras tradiciones. Y nada nos ha parecido más oportuno que reeditar este libro, precioso por tantas razones, entre otras por la rica información sobre cosas nuestras que contiene y por representar un esfuerzo de una valiosísima profesora, la Dra. Ángela Pérez de la Lama, y de un grupo de muchachos que fueron sus, alumnos y que hoy son respetables y dignos ciudadanos que, en una forma o en otra, han seguido una senda de trabajo y dé virtudes cívicas y personales muy estimables.

Camagüey no duerme en el sueño de sus glorias pasadas y se afana por avanzar en el orden espiritual tanto como en el material. Por eso, al interés por la cultura general, a la afición por las más finas artes y a la preocupación por el mejoramiento, cívico que ocupan una buena parte del tiempo de un número cada día mayor de camagüeyanos. se une el cambio de fisonomía de la ciudad, impuesto en muchos casos por las necesidades de la moderna civilización. Y así Camagüey se remoza de continuo y la pica demoledora ha liberado sin piedad espacios que ahora cubren allí, un cine refrigerado, acá, un alegre y foráneo “Ten Cent”, por aquí una moderna avenida, y en esa plaza pavimentada un pequeño parque con el monumento de algún patriota. Ensánchase además el perímetro urbano y aparecen pulcras zonas residenciales donde se van refugiando las familias deseosas de huir del bullicio creciente del centro de la ciudad. Pero nos quedan todavía algunos rincones casi intocados de típico sabor colonial: vetustas plazoletas con su vieja iglesia de muros macizos y arcos vigorosos; callejuelas retorcidas y casonas de anchos aleros y patios umbrosos, hacia los cuales los camagüeyanos solemos volver los ojos con mal disimulada nostalgia. Nostalgia de aquellos rincones blandos y sosegados en apariencia, pero donde ardían los pechos inflamados de fervor patrio y de anhelos libertarios y encendió de pura inspiración.

El Camagüey legendario recoge en las rápidas pinceladas de sus autores adolescentes, sabiamente guiados por una gran maestra, los rasgos más sobresalientes de la vida y carácter de nuestros próceres, de nuestros poetas y de nuestro hermoso y ya desvaído folklore. De ahí que constituya una fuente insuperable para el estudio de nuestra historia local, tan cargada de hidalguía y de nobleza, y de sus más importantes aspectos sociológicos. Por todo ello, el Lyceum de Camagüey, considerando que el mejor modo de fortalecer las virtudes ciudadanas está en el conocimiento el respeto y la justa apreciación de los valores que adornaron a nuestros mayores y con los cuales supieron legarnos el fermento indispensable para lograr la patria erguida a que todos aspiramos, ha hecho un esfuerzo extraordinario para dar a la luz esta nueva edición, modestísima y limitada, de tan valiosa obra.

Es nuestro propósito que el libro vaya, fundamentalmente, a las bibliotecas escolares, que es donde, a través de nuestros abnegados maestros, podrá prestar un mejor y más amplio servicio, y a las manos de aquellas personas verdaderamente interesadas en contribuir de alguna manera a la divulgación de nuestra historia, como ejemplo y estímulo para las generaciones presentes y futuras. Sólo lamentamos que lo exiguo de nuestros recursos económicos no nos haya permitido hacer una edición mucho más amplia. Pero vaya lo vasto y lo sincero de nuestra intención a compensar la penuria con que nos hemos visto precisadas a ponerla en. práctica. Que ojalá sepan comprenderlo así cuantos hojeen este libro y que ojalá también la utilidad que de él se derive excuse lo humilde de su presentación.

Y para terminar, queremos agradecer de todo corazón a la Dra. Ángela Pérez de la Lama, de quien con tanto gusto y gratitud recordamos haber sido alumnas, la autorización para llevar a cabo esta empresa y expresarle nuestra admiración por la labor meritísima que como ciudadana y profesora realizó al publicar El Camagüey legendario.


Onelia Roldán de Fonseca
Presidenta
Camagüey, mayo de 1960



Tomado de El Camagüey legendario. Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey Esteban Borrero Echeverría y Lyceum de Camagüey, Camagüey, 1960.

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