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Sobre apodos camagüeyanos (De Pensando en Agramonte)

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Sobre apodos camagüeyanos (De Pensando en Agramonte)

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En los pueblos fundadores abundan árboles genealógicos, no todos escritos, manteniéndose al través de siglos larga serie de apellidos de colonizadores y conquistadores que, en la mayoría de los casos, por el filtro de la vejez, han cobrado pátina y brillo. En Camagüey aparece un nutrido rosario que se remonta muy lejos y que se ha ido extendiendo por toda la Isla, por ejemplo: Agramonte, Varona, Agüero, Quesada, Betancourt, Cisneros, Recio, Juárez, Loret de Mola, Boza, Lope Recio, Zayas, Duque Estrada, Socarrás, Borrero, Miranda. Éstos y algunos más forman la gran telaraña, el bosque de patronímicos originarios de fundadores y vecinos de Camagüey, a tal extremo que así como de la fecunda dama holguinera María de Aldana de la Torre se dice que dejó una descendencia que forma un pueblo, y poco o más o menos se atribuye al colonizador Vasco Porcayo de Figueroa; en la región camagüeyana nos encontramos que raro es el oriundo del lugar que no aparezca entroncado con uno de los apellidos que he citado. Sé de algunos que llevan uno mismo de padres, abuelos y bisabuelos. Constituye un orgullo ostentar un trío de apellidos deslumbrantes por sus orígenes de riqueza, saber y amor a la libertad. Porque, así como antes la preocupación y vanidad era estar vinculado a un título nobiliario, hace lustros que el timbre consiste en contar en la familia con algún patriota, héroe o mártir de preferencia. Y esto en verdad es fácil en Camagüey. En cualquier hoja o retoño asoma un Agüero, Betancourt, Varona o Agramonte. El de Agramonte ha cobrado un valor popular, fonético de clara onomatopeya marcial. Es curioso que por antonomasia allí simboliza paladín guerrero.

Tal entronque ilustre, tal prosapia, en la mayoría de los casos con limpieza de sangre y raza, esto es, de pureza blanca, y las posteriores conquistas que realizaron en su aislamiento campestre y por el esforzado trabajo, que culminó en reconocida riqueza; fue lo que imprimió marcado sentimiento de orgullo en los camagüeyanos, provocando localismo de tipo feudal, despreocupados de lo que giraba en torno, y aspirando a veces a convertirse en centro y capital de la Isla, para lo cual, en 1812 solicita el Cabildo que al acordarse la división geográfica y política en tres departamentos, en Camagüey se estableciera la Capitanía General, y en 1824 se le creara una Universidad. El hálito del orgullo por su origen, se derrama en el empaque exterior de todo camagüeyano de limpia estirpe. Aparte de que —y esto no lo digo a impulso de mis simpatías personales— el tipo medio anatómico del neto camagüeyano es elevado, bien formado, apuesto, bizarro, blanco de tez. Es el que menos se ajusta a la conocida vaga nomenclatura del criollo bajito, trigueño, de pelo lacio y negro.

Costumbre tradicional, que se cultiva y mantiene con agrado en todas las clases sociales, y me parece que apeteciéndola, es la de fijar apodos a hombres y mujeres, a veces desde la niñez. Suele responder a defectos físicos o cualidades de adorno, pero también a otras circunstancias. El apodo más brillante, justo, apropiado y merecido —que parece un penacho de gloria— es el otorgado a Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño. Tipo esencial del lugar, sangre y nervio de Camagüey. Y lo interesante es que suelen eclipsar al nombre propio y apellidos, hasta el extremo que sólo se les conoce por aquellos. Ejemplo es de un abogado, rico, de distinguida familia, popular, de facciones buenas y de nariz corriente, a quien sólo pude localizar cuando dije que se trataba de Loro. El hijo único de Ignacio Agramonte, era conocido por Buche, debido a su papada. De igual modo, médicos, abogados, hacendados, damas distinguidas, alcaldes. Podría hacerse un gracioso diccionario de apodos camagüeyanos, y en el veríamos a Los Gatos: Arteaga; Pisa Bonito: Rafael Ruiz; Mayunga: Mario Adán, mi muy querido amigo; Platanito Verde: Arquímides Recio; El Mocho, Arrieta; La Rata: Alberto Tomeo; Guayabita: Alfredo Don; Tirito: Arístides Don; Jiquibú: Vilató; Manguera: Rafael G. Freire; Buey de Oro: Jiménez; El Viejo: Casares; Caballón: Ramón Agramonte; El Mulo; Garabato; El Gacho, El Caos, El Búfalo; El Mono; Bocaza es un popular político; Juaniquí: Juan Pérez; y creo que al robusto Dr. Helio Rodríguez le llamarán El Silencioso; a Rogelio Varona Ortiz, Rascacielos; El Flaco a Everardo Mendoza; a Cirilo Romero, Tuntún; a Emilio Sorís, El Zapaterito; a Ángel Olivera, El Peliblanco; El Neno a Eduardo Tomeu; Picúa a Alfredo Pichardo. Y a la esposa de El Lugareño le decían La Bola, y a Dolores Betancourt, Medio Millón. Además, ciertos apellidos, a modo de motes de inconfundible sello, han sido diferenciados con calificativos peculiares, que ya son populares en el folklore camagüeyano. Sobresalen los Agüero “que no son pocos y se dice que todos son locos”.

Calle típica del antiguo Puerto Príncipe
Standard guide to Cuba: a new and complete guide to the island of Cuba, with maps, illustrations, routes of travel, history, and an English Spanish phrase book (1909)


Tomado de Gerardo Castellanos: 
Pensando en Agramonte. Habana-Camagüey. La Habana, Ucar, García y Cía. 1939, pp.181-182. 

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