Con este texto estoy abordando una de las áreas más polémicas dentro de nuestro diverso y peculiar patrimonio inmueble. La motivación para estas líneas proviene precisamente de los errores conceptuales que he observado respecto al asunto, tanto en ámbitos académicos como en su uso popular. Los estilos arquitectónicos resultan una temática muy atractiva, y por esta razón propios y ajenos se aventuran en estos terrenos. Antes de hablar del caso de la Iglesia de la Soledad y de la arquitectura camagüeyana creo oportuno establecer criterios históricos y teóricos que ayudarán en este debate.
Si bien la utilización del vocablo estilo se remonta a las disquisiciones artísticas de la civilización greco-romana, es a finales del siglo XIX y principios del XX cuando el concepto se establece dentro de la historia y la crítica de arte. Esto sucedió en los ámbitos austríacos y alemanes donde Aloïs Riegl y Heinrich Wölfflin tuvieron un papel protagónico, desde aquí se instauraron términos como románico, gótico, renacimiento y barroco. Dichas categorías estilísticas tuvieron una fuerte asimilación en la enseñanza de la historia del arte y su efecto alcanza nuestros días. Puede generalizarse que para la mayoría de estos teóricos el estilo consiste en un conjunto numerable de características más o menos estables o en determinadas constantes expresivas de la forma, porque sin dudas la teoría de los estilos se basa fundamentalmente en el análisis de las estructuras formales.
Aunque las apreciaciones a partir de tales categorías siguen teniendo vigencia en la actualidad esta visión fue atacada tempranamente en la segunda mitad del siglo XX. Para ejemplificar que no estamos frente a un tema irrefutable citaré algunos autores que dejan clara su disconformidad frente a la clasificación estilística. Por ejemplo, Svetlana Alpers afirma que “la invocación usual del estilo en la historia del arte es un asunto deprimente. Uno podría preferir, como he intentado en mis propios escritos y enseñanzas, evitar su terminología por completo”[1]. Por su parte George Kubler sentencia: “Estilo es una palabra cuyo uso diario se ha deteriorado en nuestro tiempo hasta el nivel de banalidad. Ahora es una palabra para evitar, junto con palabras desclasadas, palabras sin matices, palabras grises con fatiga”[2]. Debo manifestar que simpatizo plenamente con los puntos de vista de estos autores, y que me resultan insuficientes los enfoques estilísticos para una correcta catadura de nuestra arquitectura.
De este modo, tenemos algunos elementos que pueden cuestionar la categorización estilística. La teoría de los estilos, que en un momento funcionó para generalizar sobre los rasgos que caracterizaron el devenir artístico en algunos períodos históricos, resulta ineficaz al realizar un análisis pormenorizado de las obras en particular. Por otra parte, en el contexto cubano, utilizar las denominaciones europeas para intentar definir las obras de nuestro patrimonio arquitectónico es una tarea bastante arriesgada.
Iglesia de la Soledad a finales del siglo XIX vista desde la calle Ignacio Agramonte.
Hechas estas salvedades, podemos hablar del estilo de la Iglesia de la Soledad. Siendo coherente con lo antes expresado desapruebo cualquier intento de encasillar el talante arquitectónico de este templo en algunos de los estilos al uso. En todo caso, para hacer un análisis de La Soledad debemos enfocar el tema desde las disímiles influencias de estilos europeos que se observan en el inmueble. La solución espacial responde a uno de los modelos más difundidos por el Cristianismo desde el imperio romano, la estructura basilical, con una nave central más grande y naves laterales de menor envergadura. Este es un tipo bastante común entre las iglesias camagüeyanas y cubanas en general. La cubierta tiene una filiación claramente mudéjar, impronta del arte hispano-musulmán muy frecuente en nuestra arquitectura del período colonial.
Por último, echemos un vistazo a las fachadas. Las elevaciones secundarias están prácticamente desprovistas, sólo se concentra algún ornamento enmarcando las puertas. Resultan llamativos en estas fachadas laterales los contrafuertes, elementos que tiene una función meramente estructural ya que han sido dispuestos para contener los empujes de la cúpula y que se expresan como volúmenes puros sin la más mínima intención estética. A la fachada principal (calle República) le dedicaron más esfuerzos: se advierte en el acceso principal un pórtico de columnas pareadas en las que no se reconoce ningún orden arquitectónico; dos volúmenes en forma de diamantes rematan la composición. Los otros vanos están enmarcados por pilastras interceptadas horizontalmente con simples molduras que se superponen sin regla alguna.
El resultado final es un conjunto de elementos inconexos que responden a códigos europeos, pero tanto por la desatendida composición como por la discordancia de sus detalles decorativos resulta imposible hablar de cuestiones estilísticas. ¿Cómo explicar estos exponentes arquitectónicos que no presentan un lenguaje formal de clara filiación? Estas obras son sencillamente la consecuencia de las circunstancias que condicionaron su materialización. Si revisamos la cronología constructiva de la Iglesia de la Soledad podemos encontrar algunos datos que revelan la esencia de esta pieza de nuestro repertorio religioso. Haremos el análisis para el caso de dicha iglesia, pero su devenir arquitectónico es típico en la historia de los templos más antiguos de la ciudad.
Iglesia de la Soledad a finales del siglo XIX vista desde la calle Maceo.
Para comenzar debemos decir que no existen planos o proyectos arquitectónicos relacionados con los empeños constructivos que se desarrollaron durante los siglos XVII y XVIII. Fue en el siglo XIX cuando se ejecutaron los primeros planos de los templos camagüeyanos por parte de los ingenieros militares, dibujos que responden a levantamientos de lo que encontraron para esa fecha. La no existencia de documentación planimétrica es un indicio de que el proceso de diseño era informal y basado en la espontaneidad, tema que atentaba contra un resultado coherente. Por ejemplo, para el caso de La Soledad la noticia más lejana que refiere Torres Lasqueti es que “no consta la fecha en que se dió principio á la construcción de una Ermita que en 1697 edificaba su primer Capellán don Antonio Pablo de Velasco”[3]. Aquí tenemos un rasgo característico en la historia de las construcciones religiosas camagüeyanas: la autoridad eclesiástica siempre aparece asociada a la dirección arquitectónica de las obras. Aunque el párroco podía ser de las personas más letradas en el Camagüey del siglo XVII, estaba lejos de ser un entendido en materias arquitectónicas.
También las personas que financiaban estos sagrados edificios debieron ejercer influencia sobre sus cualidades. Y ese es otro factor común en la tradición constructiva de nuestras iglesias, todas, absolutamente todas, pudieron erigirse gracias a las donaciones de algún acaudalado, bondadoso y devoto vecino que de sus arcas brindó dinero. Jacobo de la Pezuela nos precisa con respecto a la Iglesia de la Soledad que la ermita iniciada por el ya mencionado Antonio Pablo de Velasco, en 1758 dio paso a la iglesia que hoy contemplamos, la cual fue fabricada a expensas de los vecinos, y principalmente de don Adrian de Varona y de los bienes de su hermana doña Rosa[4]. No obstante, hasta 1776 no estuvieron finalizadas las obras y comenzados los servicios.
Por supuesto, no podemos dejar fuera a los alarifes, maestros de obra o simples albañiles, quienes tuvieron una incidencia importante en estos anhelos arquitectónicos. Además de la autoridad eclesiástica y de quienes sufragaban financieramente los trabajos, los albañiles serían el tercer elemento de influencia en estas edificaciones. La mano de obra resulta decisiva tanto en la buena distribución de las líneas generales como en la calidad de los detalles ornamentales. Es asunto confirmado que los constructores que ejercían en Camagüey para estos años no eran de gran experticia, de otra manera no fueran recurrentes las noticias de los desplomes de varias de las torres de las iglesias incluso durante el proceso de constructivo. El exagerado espesor de los muros de nuestros templos demuestra el desconocimiento de algunos recursos estructurales básicos. Durante los procesos de restauración más recientes las mediciones han confirmado los errores de escuadra y plomada en estas edificaciones. Lo cierto es que las fuentes documentales primarias rara vez hacen mención del nombre de los maestros de obra encargados de estos proyectos, como si no hubieran querido reconocer gran mérito a esta parte del proceso.
Por todas estas razones ninguno de los templos camagüeyanos tiene adjudicado un autor intelectual indiscutible e igualmente es difícil hablar de un estilo arquitectónico de manera rigurosa. Hay que sumar a cualquier debate sobre clasificaciones estilísticas las transformaciones que han sufrido estas edificaciones a lo largo del tiempo, porque considerar lo que observamos en la actualidad como herencia inmutable del siglo XVIII supone una actitud bastante ingenua y poco científica.
Varias modificaciones pueden constatarse en la expresión arquitectónica de la Iglesia de la Soledad. En 1822 tuvo en su torre un reloj público que en 1824 fue trasladado al campanario de la Iglesia de la Merced por ser éste más alto y más céntrico. El 27 de junio de 1848 cayó un rayo en la cruz de la torre[5] haciendo grandes estragos en los cuerpos elevados de la misma. Según la doctora Amarilis Echemendía[6] a finales del siglo XIX son retiradas de las ventanas los balaustres torneados y en su lugar se colocaron barrotes de hierro, elaborados por el herrero Luciano González. El alero de tornapunta que tuvo en sus fachadas hasta 1913 siempre ha sido uno de los rasgos más atractivos para los investigadores, pues es un elemento muy raro dentro de los exponentes del repertorio religioso y es más propio del repertorio habitacional. En dicha fecha el alero fue eliminado para colocar una balaustrada que funcionaría como pretil en todo su perímetro, balaustrada de la que sólo ha sobrevivido la que se encuentra hacia la calle Avellaneda. Otra pérdida lamentable ocurrió en el presente siglo cuando se pintó de azul el interior de la cúpula para tapar el trampantojo del siglo XIX que delineaba un casetonado neoclasicista.
Iglesia de la Soledad a inicios del siglo XX. Puede observarse claramente la balaustrada en la parte superior.
¿Con todos estos elementos no es comprensible mi alerta de andar con cautela a la hora de etiquetar estilos? La arquitectura de los tres primeros siglos de colonización se caracteriza por ser improvisada, caprichosa, donde no puede definirse una autoría ni siquiera en las obras más importantes. Algo distinto sucedería en el siglo XIX con la llegada de profesionales académicos como fueron los ingenieros militares y algunos arquitectos de bellas artes, a quienes se sumarían los maestros de obras formados en las escuelas habaneras. Todos ellos terminaron influyendo en los constructores que radicaban en la ciudad. Es éste el momento donde el neoclasicismo hace acto de presencia en Camagüey, que no es igual a decir que toda la arquitectura decimonónica es neoclásica. Durante el siglo XIX seguirían ejecutándose las prácticas de construcción más tradicionales de siglos anteriores, sólo que a medida que avanzó la centuria el neoclasicismo fue cobrando protagonismo.
Teatro Principal. Fachada original donde se observa una concepción neoclásica en todas sus líneas.
En efecto, algunas obras arquitectónicas camagüeyanas pueden ser definidas tranquilamente como neoclásicas. Me refiero al Teatro Principal (1850)[7], la Cárcel (1857), el Cuartel de Caballería (1848) y el Cuartel de Infantería (1856). Son obras diseñadas por profesionales formados en academias europeas y presentan una coherencia formal de rigor. En el repertorio habitacional el neoclasicismo resultó un evento más epidérmico, evidenciado fundamentalmente en las transformaciones de fachada, aunque también pueden encontrarse algunos exponentes de nueva planta muy logrados. Sabiamente el doctor Oscar Prieto cuando caracterizó la vivienda colonial camagüeyana no utilizó una nomenclatura asociada a términos estilísticos, y para referirse a las obras del siglo XIX empleó “viviendas con influencia neoclásica”.
Cuartel de Infantería, actual hogar de ancianos.
El período decimonónico no sólo nos dejó al neoclasicismo, a partir de la década de 1860 en el cementerio de la ciudad se erigieron magníficos panteones familiares de indiscutible filiación neogótica y otros de un evidente eclecticismo que ya anticipaba su apoteosis en el siglo XX. No quiero dejar atrás el período colonial sin comentar la desafortunada frase “arquitectura de estilo colonial”. Esta terminología, muy del uso popular, pero tristemente también empleada en ámbitos académicos, no tiene ningún sentido en términos arquitectónicos. ¿Qué es el estilo colonial? ¿Quién se atreve a definirlo? Como he demostrado, en la etapa colonial la arquitectura tuvo manifestaciones muy diversas y no es posible unificar ese comportamiento desde el punto de vista estilístico. Para el caso cubano, la colonia como período histórico abarca los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. Cuando se dice que un edificio es colonial, se está aportando un solo dato (no precisamente arquitectónico), y es que este edificio fue construido durante la dominación española.
Proyecto de 1864 para construcción de vivienda en la Avenida de La Caridad # 5. La austeridad y sencillez del neoclasicismo también estuvo presente en el repertorio doméstico.
Cuando en el habla popular se utiliza “estilo colonial” se está haciendo referencia a la arquitectura más antigua, en la que predominan las estructuras de madera y los aleros de tejas. Es comprensible que en el argot común se establezcan estas asociaciones y que los rasgos más pintorescos de la arquitectura de los siglos XVII y XVIII sean tomados como modelos. Aunque es sabido que cambiar estas perspectivas populares resulta bien difícil, considero importante aclarar las desviaciones conceptuales que conlleva, pues como dije antes, peligrosamente en los ámbitos académicos también se escuchan estas ambigüedades.
Con la llegada del siglo XX y del período republicano la madeja de los estilos se hace más complicada. En las tres primeras décadas predomina el eclecticismo: el estilo que mezcla los estilos. El eclecticismo dio rienda suelta a la decoración que había sido contenida por el neoclasicismo. Nuestra arquitectura se texturizó con disímiles motivos ornamentales, muchos de ellos inéditos. Dentro de estos años es meritorio mencionar la importante huella de los maestros catalanes en el patrimonio arquitectónico camagüeyano. Ellos son los responsables de la vertiente art nouveau que se percibe en varios de nuestros edificios, así como los artífices de los hermosos templos neogóticos que exhibe la ciudad.
Sede del Ayuntamiento: la huella de los maestros catalanes en las primeras décadas del siglo XX.
Henry Mazorra
Como si toda esta avalancha de formas no fuera suficiente, también el pasado colonial fue resucitado en la primera mitad del siglo XX, dando lugar al neocolonial, propuesta en el diseño arquitectónico que recreó una visión modélica de la colonia: los balaustres torneados en madera para la protección de ventanas y las barandas de los balcones, las molduras de siluetas mixtilíneas y el uso de la teja criolla, aunque la mayoría de las veces como mero recurso decorativo. Algunos de estos edificios neocoloniales imitan con tal fidelidad sus referentes del pasado que sólo una mirada entrenada puede reconocer que se trata de un diseño historicista, porque hasta los aleros de tornapunta llegaron a reproducirse a imagen y semejanza de los originales.
Colegio Champagnat: magnífico exponente del art déco.
Henry Mazorra
La década de 1940 nos regaló dignos exponentes del art decó y luego, en los años 50, el movimiento moderno también ganó ardiente popularidad entre los arquitectos que ejercían en Camagüey. Todo esto en pacífica coexistencia, pues suele pensarse que la aparición de un nuevo estilo significa la desaparición del anterior y nada más lejos de la realidad. Al revisar en el Archivo Histórico Provincial las solicitudes de licencia de construcción de la década del 50 se pueden encontrar proyectos del más rancio eclecticismo, art decó, neocolonial y por supuesto las novedosas soluciones racionalistas. Además, debo agregar que en la producción de un mismo arquitecto aparecen varios de los estilos antes mencionados en obras muy cercanas en el tiempo.
Así de complejo es el panorama estilístico de nuestra comarca; he querido mencionarlos a todos para no herir susceptibilidades, a sabiendas del riesgo que estoy corriendo con algún olvido. Para la despedida sólo me queda insistir en este consejo: en el pantanoso terreno de los estilos, si usted no posee todas las herramientas de protección y seguridad, es mejor andar por los bordes.
El movimiento moderno alcanzó popularidad en los 50; en la foto una vivienda ubicada en la Avenida de los Mártires.
Henry Mazorra
Una primera versión de este texto fue publicada en la revista Senderos. Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, Edición especial, 2024, pp. 36-42.