La rica historia de la arquitectura colonial camagüeyana ha sido abordada desde diferentes ángulos, sin embargo, su repertorio militar no ha sido justamente reconocido. Esta desatención quizás se debe a que no se construyeron fortificaciones comparables con los excelentes exponentes de este género que ostentan las antiguas villas coloniales cubanas. En compensación a esta ausencia de estructuras abaluartadas se encuentran en Camagüey ejemplos excepcionales de cuarteles, edificaciones de índole castrense que en los últimos años la historiografía hispanoamericana ha reivindicado por su importancia en el desarrollo de los núcleos urbanos. En este texto, además de presentar una revisión integral de las construcciones militares del período colonial en Camagüey, analizaré con especial énfasis la arquitectura cuartelaría, un legado patrimonial de incuestionable valor.
Varios factores influyeron en el insustancial desarrollo arquitectónico de carácter defensivo en territorio camagüeyano. La azarosa trayectoria de los primeros años de la villa condujo a una estabilización final en un sitio tierra adentro, sin amenazas de ataques navales directos, cuestión que determinó la poca preocupación por un sistema de protección. En este mismo sentido debe considerarse que en gran medida la evolución económica de la ciudad estuvo ligada a la actividad de contrabando, donde el contacto con la piratería era más un beneficio que una amenaza. Se tienen referencias de dos ataques de piratas a la ciudad, incursiones irregulares que consistieron en apariciones sorpresivas para tomar rehenes y luego pedir rescate a cambio; añádase que los fondos del Ayuntamiento siempre estuvieron deprimidos y con necesidades más apremiantes que la de construir fortalezas. Ya en el siglo XIX, con la modernización de las armas de fuego y la aparición de nuevas tácticas de guerra, comenzó a quedar en desuso la muralla y el baluarte[1] como elementos defensivos por excelencia.
Que en la legendaria Santa María del Puerto Príncipe no hubiera grandes fortificaciones en lo absoluto quiere decir que no se construyeran obras de protección militar. La ciudad experimentó un ambiente de real tensión bélica en 1868 con el inicio de la guerra de independencia y, en efecto, la primera noticia precisa sobre la decisión de erigir edificios de protección periférica está ligada al estallido del conflicto:
De este modo, la comarca llegó a poseer un sistema de torreones distribuidos regularmente alrededor de la villa, en todos los casos fueron obras muy precarias y perecederas, que desaparecieron sin dejar huella. En muchas ocasiones se utilizaron para este objetivo construcciones ya existentes, especie de puntos vigías en los principales accesos a la ciudad. Varios planos ejecutados por el ejército español en la segunda mitad del siglo XIX dan cuenta de la ubicación de estas piezas (ver imagen 1).
Camagüey, sitio de especial interés para el gobierno español, fue sede de una de las seis comandancias oficialmente[3] establecidas a lo largo de la isla. Crear edificios para el albergue de las huestes estuvo entre las prioridades de las autoridades. La arquitectura militar de Camagüey estuvo orientada radicalmente al alojamiento de las tropas y fueron los cuarteles las obras más destacadas dentro de este tema.
Conventos convertidos en cuarteles
En las primeras décadas del siglo XIX comienzan a llegar a Camagüey los primeros batallones organizados y albergar este número de soldados representó un problema ineludible. Las primeras soluciones del Cabildo para el alojamiento de los efectivos fueron el arrendamiento y compra de casas particulares. Pronto las viviendas fueron escasas y no satisfacían las necesidades de la actividad castrense.
La conversión de conventos en cuarteles fue una práctica muy común en los dominios españoles a partir de la desamortización; en cuya causa se incautaron a favor de la Hacienda Pública cuantiosas propiedades religiosas entre las cuales los conventos resultaron las más afectadas. Las primeras medidas desamortizadoras comenzaron a finales del siglo XVIII expropiando progresivamente las posesiones monacales y la repercusión de estas leyes obviamente tuvo lugar en Cuba. Si bien en el caso de Camagüey los clérigos no fueron expulsados totalmente de los monasterios, por las importantes funciones sociales que desempeñaban en la comunidad, es un hecho constatado que los cuatro conventos de la ciudad fueron utilizados en función de albergar los regimientos enviados.
Desde la década de 1820 los conventos de la Merced y San Francisco[4] fueron intervenidos para instalar los regimientos del ejército español que comenzaban a llegar a la ciudad. Los antiguos conventos poseían amplios patios y capacidad de albergue para un gran número de personas, cualidades arquitectónicas que hacían favorable la utilización de estos edificios como cuarteles con sólo pequeñas transformaciones. En efecto, mucho tienen en común un monasterio y un cuartel: la disciplina, las rutinas, la autonomía, la estructura introvertida y confidencial que intenta protegerse del exterior. No fue casual que, como veremos más adelante, el modelo claustral fuera empleado en las primeras propuestas de cuarteles modernos[5].
Los edificios religiosos confiscados en Camagüey no fueron transformados de manera notoria. Por lo general se segregaba a los religiosos a un sector del inmueble mediante el levantamiento de un muro o el tapiado de algunos vanos para lograr la privacidad de cada grupo, aunque, por supuesto, siempre los militares ocupaban la mayor área. Las propuestas de modificación generalmente estaban orientadas a la ampliación de núcleos de letrinas o lograr nuevas habitaciones con mejores condiciones para los oficiales de mayor rango. De la utilización de dichos claustros por el ejército español la principal consecuencia fueron los datos que dejaron de estos inmuebles. Por una cuestión meramente logística los militares dibujaron, con la precisión que acostumbraban, los edificios que usaron en su provecho. Los resultados de esta labor fueron planos excelentes que nos brindan una información arquitectónica detallada. Por ejemplo, los planos del convento de San Francisco, trazados por el ingeniero José Muñoz del Canto en 1822, son la única referencia que ha llegado hasta nuestros días sobre la planta de este conjunto religioso demolido a inicios del siglo XX (ver imagen 2).
Otro proyecto del que existe información exquisita fue ejecutado por el Ingeniero Juan Jerez[6] cuando los militares ocuparon el convento de las Madres Ursulinas en 1851. Los planos y los documentos de inventario que se elaboraron son tan exhaustivos que también permiten un acercamiento preciso al estilo de vida y funcionamiento de la orden religiosa que tutelaba el inmueble. Hacia mediados del siglo XIX el acantonamiento de numerosas tropas en territorio camagüeyano hizo necesario la construcción de edificios propiamente concebidos para alojar las huestes. Dos amplios cuarteles militares se construyeron en la periferia norte de la ciudad. Estos exponentes son las obras de arquitectura militar más importantes erigidas en Camagüey durante el período colonial.
Cuartel de caballería
En 1848 se inauguró el cuartel de caballería, ubicado en el nacimiento de una avenida recientemente abierta en la zona de La Vigía: “Habiéndose empleado en su extenso aljibe más de 60 000 pesos fuertes. Indudablemente es uno de los mejores y más amplios de la isla”[7]. Dicho edificio, donde radica actualmente el Museo Provincial Ignacio Agramonte, es el resultado de varios proyectos que se concibieron durante la segunda mitad del siglo XIX. Los planos localizados en la cartoteca del Archivo General Militar de Madrid facilitan la comprensión de esta estructura arquitectónica y el estudio de los criterios de diseño empleados.
El primer proyecto relacionado con el cuartel de caballería data de 1840 (ver imagen 3): una solución muy básica que responde a los primeros modelos de cuarteles franceses empleados por el ejército español, lógica influencia de la presencia borbónica en España desde el siglo XVIII. En su parte frontal está ubicado el volumen más importante concebido en mampostería, allí se encontrarían el vestíbulo, los cuartos de oficiales, el calabozo y dos grandes salones para el albergue de la tropa. Mediante estructuras de madera situadas en forma perpendicular al volumen frontal están ubicadas las caballerizas. Al fondo se distribuyen el resto de las funciones: la cocina y la fragua a la derecha; la caballeriza de oficiales al centro; el granero, talabartería y las letrinas a la izquierda. En pleno proceso de ejecución, un nuevo y más ambicioso proyecto lo rebasaría. En 1845 el ingeniero Juan Campuzano elaboró la ampliación con el diseño de un cuartel de caballería para una fuerza de ciento ochenta hombres y ciento cincuenta caballos, el cual fue revisado y aprobado en nombre de la comandancia de la Isla por el destacado ingeniero militar mexicano radicado en Cuba, Mariano Carrillo de Albornoz. El nuevo plano se inscribe dentro del área del proyecto anterior, si bien esta vez se concibe una solución claustral (ver imagen 4). El perímetro, en su totalidad, estaba definido por construcciones de mampostería y en la parte frontal se concibió un segundo nivel.
De planta cuadrada, con aproximadamente cien metros de largo en sus fachadas, el inmueble se construyó alrededor de un enorme patio. Es importante enfatizar el valor del patio como espacio destinado a la realización de los principales ejercicios militares y, a la vez, como lugar donde convergen todas las visuales y movimientos. Esta disposición también permite una mejor ventilación e iluminación de los diferentes locales.
Las funciones siguen situadas en las mismas zonas del proyecto anterior. Esta fácil superposición de proyectos se debió a su concepción sobre la base de tipologías modélicas. En el volumen frontal los espacios agregados en el segundo nivel son utilizados para cuartos y oficinas de los oficiales de mayor rango. Los salones para el albergue de la tropa permanecen en idéntica posición. Las caballerizas, ahora de mampostería, conforman las crujías laterales y en el fondo quedaron distribuidas el resto de las funciones complementarias.
En cuanto a la expresión formal puede observarse una organización volumétrica sencilla, con una composición de equilibrio axial. El cuerpo de dos niveles enfatiza la zona central y se ubican, a uno y otro lado, dos idénticos cuerpos de solo un nivel. Igualmente las aberturas de las ventanas responden a este criterio de paridad con respecto al centro. La ornamentación se resume a las platabandas que bordean los vanos y a la imitación de sillares en las esquinas de los volúmenes principales. Las cuestiones estructurales y la racionalidad tienen un valor prioritario en el diseño, así como los criterios funcionales, confirmando a los ingenieros militares como los promulgadores de las concepciones arquitectónicas de la Ilustración en ultramar. En mi criterio el cuartel de caballería es la primera obra estrictamente neoclásica que se erige en Camagüey. Al cotejar la foto de finales del siglo XIX (ver imagen 5) con la fachada del proyecto de Campuzano se denota la decisiva trascendencia de ese diseño en la expresión que adquirió el edificio en su inauguración de 1848.
Algunas técnicas constructivas empleadas en el edificio también fueron elementos innovadores en la arquitectura camagüeyana de la época. Las estructuras de cubiertas proponen soluciones que distan totalmente de las variantes tradicionales de los techos de influencia mudéjar que predominaban hasta ese momento en la ciudad. Pórticos triangulares propios de una creación ingenieril sostienen la viguetería, tablazón y cubierta de tejas criollas. Estas estructuras en la actualidad continúan con su función portante sin muestras de fallo alguno. También el gran aljibe que he referido anteriormente resulta aún hoy muy atractivo para los visitantes. Este contenedor, indispensable en las construcciones militares para garantizar abundante agua potable, en su parte superior tiene forma abovedada y en ocasiones se ha confundido con comunicaciones subterráneas por su semejanza con un túnel, pero tales argumentos sólo tienen lugar en el imaginario popular.
En 1890 un nuevo proyecto[8] fue propuesto para una ambiciosa ampliación del cuartel de caballería. La idea consistía en duplicar el tamaño del edificio hacia el fondo, llegando hasta la actual calle Joaquín de Agüero. Esta intención expansiva sólo pudo consumarse en un porcentaje ínfimo. De todo el diseño únicamente se ejecutaron los niveles superiores al final de las alas laterales.
Hasta aquí las intervenciones de los ingenieros militares en el cuartel de caballería. Abandonado por las tropas españolas en 1898, el inmueble tuvo diversos usos hasta que en 1903 “fue arrendado por el gobierno cubano a The Cuba Railroad Company por un plazo de 25 años”[9] para ser adaptado a hotel. En ese momento el patio desierto de los militares fue convertido en un atractivo jardín cuyo diseño ha llegado hasta nuestros días. Cuarenta años más tarde el inmueble pasó a ser el Museo Ignacio Agramonte y Loynaz, momento en que se incorporó a su fachada principal un portal de expresión severa, a tono con los postulados del movimiento moderno que comenzaban a irrumpir en la ciudad. En sentido contrario, soluciones de carácter historicista se implementaron en el interior, como las columnas toscanas del vestíbulo (ver imagen 6), el pórtico paladiano que se proyecta hacia el patio y las arcadas en las galerías del patio que envolvieron las columnas de madera originales.
Cuartel de infantería
El cuartel de infantería fue la segunda obra militar de importancia para mediados del siglo XIX. Se ubicó a unos doscientos metros aproximadamente del cuartel de caballería. La elección de este sitio para implantar estas piezas arquitectónicas no es casual en ningún sentido pues la cuestión del emplazamiento de las construcciones militares también fue un tema que desde el siglo XVIII formó parte de las normativas castrenses y en el siglo XIX las ordenanzas del ejército español se hicieron más específicas al respecto. Además de las obvias cualidades higiénicas que garantizaban las zonas periféricas en los enclaves urbanos también tenían otras ventajas como el menor costo de los terrenos[10]. Se suman a estos criterios otras razones estratégicas no menos importantes como son la facilidad de movimiento y protección en un terreno despejado, así como la cercanía de la nueva línea del ferrocarril que había sido dispuesta en este sector.
El primer proyecto para el cuartel de infantería apareció en 1858 de la mano del ingeniero Juan José Marín. Este nuevo recinto respondía a la misma tipología de ordenamiento claustral, por lo que es muy semejante al anterior de caballería en su organización planimétrica y proporciones cuadradas; sin embargo, supera en dimensiones a su homólogo (ver imagen 7). Esta propuesta se desarrollaba en un solo nivel. En la parte frontal estaban ubicados la enfermería, las oficinas y los cuartos de los oficiales más importantes. Las alas laterales constituían los albergues de la tropa y en el fondo se situaron la cocina, almacenes y letrinas. Igualmente se dispuso una galería sostenida sobre columnas de madera en todo el perímetro del patio.
El propio Juan José Marín, a sólo un año del primer diseño, presentó un proyecto de ampliación. La nueva propuesta consistía en la adición de un segundo nivel en la zona central de la parte frontal y un pórtico que abarcaba estos dos niveles enfatizando la entrada principal. El nuevo esquema sería definitivo en la expresión final del edificio (ver imagen 8).
En este segundo proyecto puede apreciarse claramente la evolución del edificio, ya que los dibujos reflejan la fachada prístina y la nueva propuesta. La nueva solución planteada exhibe rasgos de diseño y detalles más exquisitos con respecto al cuartel de caballería, a pesar de responder a los mismos esquemas compositivos. La fachada principal quedó jerarquizada mientras las secundarias eran completamente regulares al ser reducidas a un ritmo claro de vanos enmarcados por platabandas. El pórtico de dos niveles en su acceso principal es paradigmático dentro del lenguaje neoclásico. Este acceso techado, sostenido por columnas toscanas, fue concebido con gran precisión y mantiene la continuidad de las cornisas y el pretil de remate, cuestión que hace integrarse perfectamente el prominente pórtico a la compacta volumetría.
Resulta significativo destacar algunas diferencias entre el proyecto ideado y la obra terminada; por ejemplo, el frontón y las esculturas que coronan el pórtico en los planos, no fueron ejecutados. Igualmente, para el balcón del nivel superior el plano sólo proponía una baranda metálica; sin embargo, en la foto de finales del siglo XIX puede constatarse que fue cerrado por balaustradas y carpintería con vitrales (ver imagen 9). Los propios vitrales constituyen un elemento singular en la expresión exterior de la arquitectura de este período. A principios del siglo XX el edificio pasó a ser el Hospital General de Camagüey y posterior a 1959 se convirtió en asilo de ancianos. (ver imagen 10).
Las dos obras analizadas son los principales ejemplos de inmuebles de orden militar que, hoy con otras funciones, aún perviven en la ciudad. Tanto el cuartel de caballería como el de infantería constituyeron en su época edificaciones significativas dentro de la fisonomía y la cultura urbana de Camagüey, componentes imprescindibles para construir la historia de la ciudad.
Nota: Una versión ampliada de este texto puede encontrarse Publicaciones Enredars. Volumen 19, Año 2021. Universidad Pablo de Olavide. Sevilla, España.