Hoy se cumplen noventa años del fallecimiento en Puerto Príncipe, su ciudad natal, del médico José Ramón Simoni Ricardo, quien prestó valiosos servicios a la causa revolucionaria durante la Guerra Grande.
Hijo del italiano Luciano Simoni Franceschi y de la camagüeyana Merced Ricardo Guerra Montejo, nació el 25 de abril de 1817, y a los 17 años, el 23 de julio de 1834, recibió el título de Bachiller en Artes en la Real y Pontificia Universidad de La Habana, donde, al 29 de marzo de 1837, obtuvo el grado de Bachiller en Medicina y Cirugía. Pasó a Francia en 1838 para continuar estudios en París, y al año siguiente se examinó para Licenciado en Medicina y Cirugía en la Real Junta Superior Gubernativa da Medicina y Cirugía de la Isla de Cuba.
Regresó a su ciudad natal, donde, además de ejercer su profesión, administró una tenería y una hacienda ganadera de su propiedad.
El 31 de agosto de 1841 contrajo matrimonio con Manuela Argilagos Guinferrer, y de dicho enlace nacieron tres hijos nombrados Ramón, Amalia y Matilde.
Desde 1856 ocupó la dirección del hospital de San Lázaro, cargo honorífico que desempeñó con reconocido celo.
Hombre progresista, introdujo en Puerto Príncipe el gusano de seda, e intentó su propagación, la cual no llegó e materializarse por diversas dificultades. También escribió la obra Apuntes para la apicultura cubana.
Suegro de Ignacio y Eduardo Agramonte, se incorporó a la insurrección después de la reunión del paradero de Las Minas —el 28 de noviembre do 1868—, y en enero del año siguiente, en el poblado libre de Sibanicú, otorgó la libertad a todos sus esclavos —71 en total-—, “sin reserva, coacción, ni condición a títulos gratuitos”.
En junio de 1870, después de la captura de su esposa e hijas por fuerzas españolas, salió de la Isla, autorizado por el Gobierno en Armas, a bordo de una de las embarcaciones que utilizaban los mambises para comunicarse con el exterior.
Después de reunirse con su familia en Nueva York, pasó a Mérida, Yucatán —México—, donde radicó hasta el final de la contienda. “Aquí puedo —escribió— vivir indefinidamente con holgura, socorrer a no pocos más que yo pobres, y auxiliar a Cuba con el duplo de lo que podía en Nueva York”.
No sólo apoyó moral y materialmente a la causa de Cuba Libre, sino también combatió a los que intentaban sembrar la división entre los emigrados.
Falleció el 17 de enero de 1890, y fue sepultado, según su voluntad, “sin pompa, del modo más humilde posible […] sin ceremonia alguna religiosa romana”.
Tomado de un recorte sin fecha del periódico Adelante, presumiblemente del 17 de enero de 1980.
El Camagüey agradece a Juan Carlos Gil Palomino la posibilidad de publicar este texto.