Cuba, lengua caliente, estremecida dentro de ti misma. Solicitada a un tiempo —ardor de sol y bravura de oleaje— por el cielo y el mar. Verde, magnífica entre azul y azul, elevando a lo alto tus brazos de palmeras que agitan las manos en el cielo como en un rito de danza primitiva.
Me amamantó tu tierra con la misma savia que nutre a los plátanos y a los cañaverales ondulantes, suaves, perezosos. El jugo de esta caña que corre en hilo dulce hasta mis labios es el mismo que corre por mis venas en el viaje asombroso de la sangre.
Dentro de mí responden espíritus atávicos a la voz de tus cantos y al ritmo de tu rumba... Se hacen para mis manas y para mi deleite las huecas güiras en donde bailan las semillas secas. Se hacen para mis manos y para mi deleite.
Para mí se hace el talle de la guitarra esbelta como una mulata que canta en la noche endulzada de estrellas mientras le acariciamos con indolencia el vientre.
He sentido palpitar junto a mí la carne mestiza; han resbalado suavemente mis manos sobre una piel del color del níspero y el sol subió a una boca sensual sólo para besarme.
Me sacude esta música palpitante y onduladora como el majá, estremecida y voluptuosa como el oleaje de tus costas. Esta fragancia del tabaco fresco va a cerrarme los ojos. Y la sangre se agita dentro de mí como el pañuelo rojo de la rumba.
Estos negros, sus labios gruesos beben siempre un guarapo invisible. A las bocas africanas asoma por los dientes la blancura, la espuma ingenua de las almas. Esta mulatería, garganta para que hablen y canten los lejanos, los ancestrales mensajes de nuestra alma recóndita.
Cuba, lengua caliente, en el océano de tu sol nos bañamos. Y soy tan plácido bajo tu sol como un ligero pez dentro del agua...
Fui domando desde la niñez el ardor de tu clima como a un potro bravío. Ahora el potro bravío me lame las manos y quiere amansarme en el vaivén cariñoso de la hamaca mientras gozo el sabor del café perfumado, mientras se pintan en el batey claro del cielo los vuelos sosegados de las aves.
Cuba, lengua caliente, estremecida dentro de ti misma: ondulante de arroyos, lujuriosa de árboles, ceñida de sol vivo.
Tu ron viril me baña. Y tu música me acerca una llama para mirarme arder en poesía.
Cuaderno de poesía negra (1934). Tomado de Obra poética. Compilación y prólogo de Enrique Saínz. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2007, pp.61-63.
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