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El general Dulce. Tentativas de paz (del libro Carlos Manuel de Céspedes)

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El general Dulce. Tentativas de paz (del libro Carlos Manuel de Céspedes)

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A la fecha del decreto de abolición, ya habían tenido lugar más de treinta combates.

El 5 de enero de 1869 salió la columna de Valmaseda de las Tunas, donde había entrado el día de año nuevo procedente de Camagüey. Marchando hacia Bayamo, atravesó el río Salado el 8, derrotó la improvisada hueste de Donato Mármol, y el 9 forzaba el paso del río Cauto. Los patriotas, reconociendo la imposibilidad de resistir a las fuerzas enemigas, quemaron su propia ciudad el 11, y cuando el 15 llegaron los españoles, sólo encontraron ceniza y ruinas donde antes se levantaba la antigua y hermosa Bayamo.

Comprendiendo el gobierno español la importancia y gravedad del movimiento cubano, y con ánimo de detenerlo, solicitando una solución pacífica a un problema que a cada instante parecía más complicado, envió el general Dulce —sucesor de Lersundi— con cartas credenciales y proposiciones de paz, a José de Armas y Céspedes, Ramón Rodríguez Correa y Hortensio Tamayo al territorio de Cuba Libre. No lograron, sin embargo, entenderse estos señores verbalmente con Céspedes. Se valieron de intermediarios, y presentaron sus proposiciones al Comité del Camagüey para que se las transmitiese a Céspedes; pues ese cuerpo les había manifestado que no estaba investido de poderes suficientemente amplios para resolver un asunto de tamaña significación. Las cartas que mediaron entre Céspedes, el Comité del Camagüey y los comisionados del gobierno español, fueron las siguientes:

Campamento de Imías, 19 de enero de 1869.
Sr. D. Carlos Manuel de Céspedes.
Muy Sr. nuestro y distinguido compatriota:
Encargados nosotros por el general Dulce de poner en sus manos una carta, y autorizados además para celebrar una conferencia con V., deseamos con ansia cumplir nuestra misión. Para ello nos hemos adelantado a este campamento, y habiéndonos participado los Sres. del Comité Central que hasta dentro de cinco o seis días no podremos tener el gusto de conferenciar con V., le escribimos con el objeto de hacerle saber nuestro encargo, y suplicarle que en el término más breve posible, dadas sus muchas atenciones, nos señale el día y el sitio en que podamos verle, regresando en el acto a Nuevitas nosotros a esperar su resolución.

Como nuestro compañero y paisano D. José de Armas y Céspedes ha quedado enfermo en Nuevitas, firmamos por autorización completa suya, y hasta que tengamos el honor de saludarle personalmente, le rogamos nos cuente entre el número de sus admiradores y fieles compatriotas y amigos S. S. Q. B. S. M.
—C.A.— José de Armas y Céspedes. — Ramón Rodríguez Correa. — Hortensia Tamayo.
P. D. Anoche al llegar celebramos una conferencia con los individuos que forman el Comité del Camagüey, los cuales, después de escucharnos, nos respondieron que no podían celebrar acuerdo alguno sin hallarse V. presente y sin discutirlo con usted. Dichos Sres. supongo que darán a V. detalles de nuestra conferencia, basada en el principio de todas las libertades para Cuba, nuestra común y tiranizada patria. — Ramón Rodríguez Correa.


Cuartel General en la Punta, sobre las riberas del Cauto.
— Sres. D. Hortensio Tamayo, D. José de Armas y Céspedes y D. Ramón Rodríguez Correa.
Muy Sres. míos: Es en mi poder la carta que V.V. han tenido a bien dirigirme fecha 19 del que cursa, en la cual me manifiestan haber llegado hasta el campamento de Imías en el Camagüey, comisionados por el general Dulce para celebrar una conferencia conmigo, y entregarme además una carta de dicho Sr. Estoy ya en camino para la finca nombrada Ojo de Agua de los Melones, donde me propongo efectuar una entrevista con el general Manuel Quesada; de modo que pueden V.V. venir hasta ese punto para tener el gusto de verlos y que cumplan la misión que se les ha encargado. Me congratulo de que tan dignos patriotas sean los escogidos por el Gobierno de España para hacer la paz con los libertadores de Cuba; sin embargo de que yo creo que serán infructuosos todos los ofrecimientos que nos hagan en el concepto de que la Isla quede bajo el dominio de España, porque no hay uno solo de los soldados del E. L. que no esté decidido a morir antes que deponer las armas y sujetarse de nuevo a sufrir el yugo de los españoles. El incendio de Bayamo y del pueblo del Dátil, por los mismos bayameses, Ia guerra que estamos sosteniendo con las tropas de Valmaseda, que no nos tratan sino como trataban los conquistadores de España a los primitivos hijos de este país, la muerte de muchos patricios distinguidos, todos los sacrificios que hemos hecho para dar al mundo una prueba de que no somos tan sufridos y tan cobardes como hasta aquí se ha venido diciendo, son suficientes pruebas para que España se convenza de que no hay poder alguno que ahogue nuestras aspiraciones ni contenga el impulso de un pueblo que sólo desea ser libre, para entrar de lleno y con ansia en el pleno goce de sus derechos. Yo tendré el gusto de dar a conocer a V.V. la ventajosa situación en que nos encontramos, y mientras tanto se realice nuestra entrevista, reciban V.V. las seguridades del aprecio y la más distinguida consideración de su afmo.
S. S. Q. B. S. M.
CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES.

Comité Revolucionario del Camagüey.
C. Carlos Manuel de Céspedes.
Capitán General del Ejército Libertador, etc., etc...

El G. Augusto Arango (...) después de esa entrevista, y de solicitar de nosotros una asamblea para determinar en el asunto, a lo que nos negamos por creerlo inútil y aun perjudicial, determinó sin anunciárnoslo pasar a Puerto Príncipe, sin duda con el objeto de seguir las negociaciones allí, confiando en un salvoconducto que parece le facilitó el Coronel o Gobernador de Nuevitas. Apenas llegado a la ciudad, en la que se presentó con un solo compañero y sin armas, fue desoído en sus manifestaciones parlamentarias y asesinado vilmente, como su compañero.
Ante ese hecho vandálico, por más que el C. Augusto Arango estuviera en disidencia con nosotros, y aun haya sido víctima en circunstancias de estar contrariando nuestros esfuerzos, no podemos olvidar que fue nuestro hermano de armas, y hemos creído un deber dirigir a los Comisionados de Dulce la adjunta comunicación, y que si desean hablar con V. lo hagan dirigiéndose por mar, pues no sería digno que diésemos paso a esos emisarios, cuando un cubano ha sido asesinado por los españoles.
Como V. ve, estamos más resueltos que nunca a no transigir con un Gobierno que no respeta sus mismos salvoconductos. En cuanto a nosotros, esta circunstancia nos ha sobrecargado de trabajo, por lo cual tal vez sólo mañana podremos salir a vernos con V. — P. y L. — Campamento Camagüeyano y enero 27 de 1869. —El C. R. del Camagüey. —Salvador Cisneros. — Eduardo Agramonte. — Ignacio Agramonte.
Acabamos de dirigir a los emisarios del general Dulce una comunicación que dice así:
El C. Augusto Arango, confiando demasiado en una soñada libertad de los gobernantes españoles en Cuba, trató de entrar en Puerto Príncipe con el ánimo de conferenciar con aquéllos, que le dirigían falaces promesas de libertad y de paz; se presentó desarmado y con un solo compañero: ambos han sido cobardemente asesinados por los que solemnemente le ofrecieron respetar su persona. Ustedes comprenderán cuál es la medida de represalias que correspondía tomásemos...
Señores: vuelvan inmediatamente a Nuevitas, que ni aun en justa represalia olvidan los cubanos su fe empeñada. No cabe transacción entre los cubanos y los tiranos, y nuestra guerra la llevaremos hasta el punto de extinguir su oprobiosa y funesta dominación en Cuba. Después de leer esta, los emisarios del Gobierno español saldrán sin demora y sin que se lo estorbe pretexto alguno, del terreno en que ondea el pabellón de la Independencia. — P. y L.
— Imías y enero 27 de 1869. — El Comité Revolucionario del Camagüey.



Pero el general Dulce había formado otra comisión de paz para entenderse igualmente con Céspedes. He aquí las cartas que con ese motivo se cruzaron:

Gobierno Superior Político. — Secretaría. 
Sr. D. Carlos Manuel de Céspedes. 
Habana, 14 de enero de 1869.
Muy Sr. mío: Deseoso yo de que cese una guerra que destruye todos los elementos de riqueza en esta privilegiada Antilla, he autorizado a D. Francisco Tamayo Fleites, que lleva mis instrucciones y toda mi confianza, para que celebre una conferencia con V. Pena da la sangre que se derrama en esta lucha fratricida; ojalá se encuentre una solución honrosa para todos, que devuelva a esta provincia española el sosiego que tanto necesita. Saluda a V. con la mayor consideración, su afectísimo S. S. Q. B. S. M. — Domingo Dulce.

Capitanía General del E. L. de Cuba.
Excmo. Sr. D. Domingo Dulce. 
Cuartel General en el Ojo de Agua de los Melones. 
28 de Enero de 1869.
Excmo. Sr.:
Es en mi poder la carta que V. E. ha tenido a bien remitirme por conducto del Ldo. D. Fran-cisco Tamayo Fleites, que en unión del otro Ldo. D. Joaquín Oro y D. José Ramírez Vila, han llegado aquí encargados por V. E. para celebrar una conferencia conmigo.

Deploro tanto como V. E., que la guerra que los libertadores de Cuba estamos sosteniendo, dé. lugar a que se destruyan todos los elementos de riqueza de que dispone esta privilegiada Antillas pero no es culpa mía, Excmo. Sr., que en los tiempos presentes se nos haya declarado una guerra de exterminio, por el solo hecho de que hayamos enarbolado en nuestra patria la bandera de la libertad. Todos los medios los he apurado ya para no usar de represalias; pero los jefes españoles que han operado y están operando en este Departamento y en el Central, haciendo uso de un vano e incalificable orgullo, no han atendido absolutamente mis comunicaciones, y han persistido en incendiarlo todo a su paso, destruyendo fincas, matando animales domésticos para dejarlos en el camino, y apoderándose hasta de nuestras mujeres y de nuestros hijos. A esto hemos respondido poniendo fuego a nuestros hogares con nuestras propias manos, para hacerles comprender a los que en nada tienen las prácticas más reconocidas de la guerra entre hombres civilizados, que no hay sacrificio alguno que nos amedrente para llevar a debido término la campaña que hemos emprendido.
Repito, pues, que no tengo yo la culpa, ni el ejército que mando, de que la Revolución Cubana concluya con los elementos de riqueza de este país.
He conferenciado ya con los señores arriba citados; me he hecho cargo de las instrucciones que V. E. les dio; pero en los momentos mismos de estarlos oyendo, se me comunicó desde Guáimaro, haber sido asesinado por unos voluntarios movilizados, en el Casino Campestre del Camagüey, el distinguido y valiente camagüeyano G. General Augusto Arango, que fue allí con un parlamento. Este hecho escandaloso produjo, como era natural, gran excitación entre nosotros, y ha dado lugar a que ningún patriota se preste a entrar en tratados con el Gobierno que V. E. representa.
Sin embargo, reuniré los principales jefes, así militares como civiles de esta República, a fin de dar a V. E. una respuesta decisiva, después de oír la opinión de todos sobre el particular.
Soy de V. E. con la más distinguida consideración, su afectísimo. — CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES[1].

La respuesta decisiva de los patriotas demostró al mundo una vez más, que la resolución de ser independientes o de morir en la demanda era inquebrantable en los corazones de aquellos hombres: el 6 de febrero se unían las Villas a la Revolución.

Entre tanto, la única contestación que recibió Céspedes a su protesta de 20 de diciembre 1868, fue la noticia de que los crímenes del enemigo aumentaban. Vióse, pues, compelido a dirigirse de nuevo al general Dulce por conducto del brigadier García Muñoz, Comandante General de Santiago de Cuba, protestando enérgicamente contra el sistema de guerra salvaje observado por Valmaseda, y señalando un plazo de quince días para tomar la represalia. El brigadier contestó por escrito, que los cubanos eran unos rebeldes con quienes no podía el gobierno es-pañol entrar en tratos ni negociaciones. En vista de lo anterior, lanzó Céspedes el 18 de febrero de 1869 un decreto diciendo:

Todo prisionero de los que voluntariamente hayan tomado las armas para pelear contra los cubanos después de declarada la Independencia, será pasado por las armas; los soldados del ejército regular podrán esperar benevolencia.

En guisa de contestación vino el decreto del general Dulce, declarando “piratas, y sujetos a ser tratados como tales, a todos los pasajeros y tripulantes de todo buque con cargamento de guerra que fuese cogido en aguas de Cuba o en mares libres, cualquiera que fuese su destinación o procedencia”, y Valmaseda, no queriendo sin duda dejarse sobrepujar por su compañero de armas, horroriza al mundo con su proclama de 4 de Abril de 1869:

Todo hombre, desde la edad de quince años en adelante, que se encuentre fuera de su finca, como no acredite un motivo justificado para haberlo hecho, será pasado por las armas...
Todo caserío donde no campee un lienzo blanco en forma de bandera para acreditar que sus dueños desean la paz, será reducido a cenizas. Las mujeres que no estén en sus respectivas fincas o viviendas o en casa de sus parientes, se reconcentrarán en los pueblos de Jiguaní o Bayamo, donde se proveerá a su manutención; las que así no lo hicieren, serán conducidas por la fuerza.

Como para contrarrestar el efecto desmoralizador que tales acontecimientos pudieran ejercer en el ánimo de los débiles, indefensos o cobardes, verificóse un hecho propicio, si no bajo el punto de vista de la utilidad inmediata, bastante considerable por las esperanzas que parecía brindar en el destino de la política futura. El día 5 de abril la Cámara Legislativa de México autorizaba al Ejecutivo, por más de cien votos contra doce, a reconocer a los cubanos como beligerantes.

Es lógico pensar que si todas las repúblicas sudamericanas, movidas por la afinidad de la raza y por los recuerdos de haber gemido bajo la misma tiranía, hubiesen seguido inmediatamente el ejemplo de México, la cuestión cubana hubiera sin disputa adquirido una grave importancia ante la Europa, ejercido una influencia profunda y eficaz en los Estados Unidos y competido la España a continuar la guerra obedeciendo a los principios del derecho de gentes. Esa imponente manifestación moral hubiera asegurado el triunfo rápido y completo de nuestras armas. Pero los hombres políticos pensaron de otra mañera, y la pobre Cuba, siempre heroica, aunque abandonada, siguió su suerte hasta llegar al desenlace.



Tomado de Carlos Manuel de Céspedes. París. Tipografía de Paul Dupont, 1895, pp.18-24.
Nota de El Camagüey: Se han conservado las abreviaturas de la fuente consultada.

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