En virtud de causas cuyo conocimiento se desprende del curso de esta narración, una rivalidad sorda y más tarde un antagonismo manifiesto existían entre los miembros de la Cámara y el general Quesada. El conflicto debía tener lugar, y lo tuvo efectivamente. El jefe del Ejército fue depuesto, y Céspedes supo con profunda pena el acontecimiento, no sólo por el efecto moral que este hecho podría ocasionar, sino porque tenía grandes esperanzas en las aptitudes militares, y el talento organizador de un soldado que ya había ofrecido pruebas de su capacidad.
Cuando vino Quesada a la residencia del Ejecutivo en San Diego del Chorrillo, al anunciarle al Presidente su deposición, le manifestó que creía de su deber, antes de abandonar la isla, aprovecharse del suceso ocurrido para hacerle sentir que las necesidades de la guerra imponen la autoridad suprema del mando sin discusión ni tardanza; que la rapidez, la energía y la oportunidad en las resoluciones son incompatibles con las intrigas y combinaciones del Poder Legislativo; que la patria no necesitaba discursos ni sabias leyes, sino soldados, fusiles y disciplina; que, además, la Cámara errante se veía a cada momento expuesta a ser sorprendida y prisionera por una columna española; que no era legalmente la expresión de la voluntad nacional, siendo el enemigo dueño de casi todo el país y no habiendo sido tampoco los habitantes del territorio en armas, regularmente llamados a depositar sus votos en las urnas electorales; que la guerra de Cuba era una guerra especial, sangrienta, sin tregua, y que los patriotas no poseían ni una plaza fuerte, ni un cuartel general fortificado y permanente; que carecían de los recursos más indispensables; que la lucha entre los poderes militar y legislativo disminuía el prestigio de la Revolución en el extranjero, y creaba constantes obstáculos a la marcha franca y resuelta de la campaña; que el estado de guerra era una situación violenta y excepcional, y no podía ni debía regirse por las leyes e instituciones del estado normal; que aun en las mismas naciones constituidas y organizadas, y hasta en las más libres del universo, se declara la dictadura en las grandes crisis que amenazan su existencia. Terminó, por último, aconsejándole en nombre de la Independencia de Cuba y del peligro inminente que amenazaba sus destinos, a asumir la inmensa responsabilidad de hacerse dictador, y conservar el poder absoluto hasta que el triunfo definitivo de las armas diera a los cubanos patria y libertad.