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Receta para ser feliz en el matrimonio

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Receta para ser feliz en el matrimonio

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Oigo quejarse a diario infinidad de hombres acerca de la estupidez femenina. Por otra parte, las mujeres nos quejamos también de la estupidez masculina. Por no quejarse mejor de la estupidez de nuestras costumbres y de nuestra civilización. Dice Henri Barbusse, el número uno de nuestros dioses que es para nosotros algo así como Robert Taylor para una pepillita inofensiva—, que esta época es, por muchos aspectos, la más imbécil y por todos, la más confusa de las épocas... Es cierto. No nos encontramos a nosotros mismos. Nos quedan demasiados ajustados los convencionalismos de nuestros antepasados. Pensamos y sentimos diferentes pero utilizando aún las antiguas fórmulas. Dice Bertrand Russell, que es para nosotros algo así como Gary Cooper para una pepillita inofensiva —que aunque es deseable que el viejo trate con respeto las aspiraciones de la juventud no es de desear que el joven respete de igual modo las aspiraciones de los viejos. Estamos asfixiados de emanaciones de cementerio. Vivimos entre plefilas y corinetos(sic), esos bichos que aparecen en los cadáveres. Es necesario que sacudamos enérgicamente todo el lastre que nos impida marchar adelante. Mujer, hay algo más que seda imprimé a tu alrededor. El mundo no es solamente el escaparate de casa de modas. Existen cosas más útiles v más hermosas que un modelo de Lelong o de Patou. La humanidad, mucha gente interesante, fuera de la mesa de bridge y los hombres lo saben. No basta pues que sepas atender a sus invitados irreprochablemente para retenerlo a tu lado...


El hombre exige cada vez más. Y cuando se conforma es porque ha hallado en otra parte lo que en su casa no encuentra. No queremos decir con esto que todas las mujeres están en el deber de saber cálculo integral si su marido es matemático. Pero sí que la mujer ha de esforzarse en ponerse a tono con su marido. La pedantería de una marisabidilla es repugnante. Pero ese vacío terrible que existe casi siempre en el matrimonio es ante todo porque la pareja no tiene gustos similares. Se aburren. Pero se aburren porque no se entienden. La mujer quiere hablar de modas y el marido quiere hablar del precio del azúcar. La mujer se busca una amiga y el hombre un amigo. Y esto es el mejor de los casos. Porque otras veces se buscan otras compensaciones.


Se me dirá que muchos genios y muchos hombres de talento se han casado con sus cocineras. Es un buen recurso para un artista esto de eliminar por un matrimonio de ese tipo la posibilidad de introducir en su vida un elemento perturbador. Es un recurso egoísta y necesario para el artista, pero hablamos aquí del individuo medio, del buen hombre y la buena mujer que piden recetas para ser felices en el matrimonio... No es posible que un hombre o una mujer soporten sin rebeldías la convivencia con un individuo que no los entiende. Una esposa que se duerme cuando el marido le habla de filosofía está preparando el camino para una Doctora en Ciencias y Letras. Lo mejor que puede hacer, si no lo ama (sic), es interesarse por lo que a él le interesa. Después de todo la filosofía es un pasatiempo casi tan divertido como el bridge. El peor defecto que hay que señalar a las mujeres es la limitación de su horizonte. No miran más allá de sus narices. Y algunas son desnarigadas. Y el hombre bosteza a su lado. Luego vienen las lamentaciones, la “tinta rápida” y los poemas malos. Lo mejor es buscar remedio al mal. Y el remedio está al alcance de todo el mundo: Nivelarse a su marido. Entienda lo que él entienda. Sálgale un poco de su cerco de chifones y plisados. Lea los autores que él lee. Empínese, enderécese, vaya a su lado, hombro con hombro, no deje un hueco para su rival. La pasión que se desvanece y modifica deriva en camaradería cuando la mujer es hábil, pero acaba por convertirse en indiferencia o en odio si a la mujer sólo le preocupa amarrar al hombre a sus faldas, privarle todo, criticando todo, querer que la amen, a través de los años, por los encantos físicas que lo entusiasmaron en la luna de miel. Los celos, ese terrible complejo de inferioridad, síntoma de neurosis cuando es excesivo, simple manifestación del sentido de propiedad y de nuestro egoísmo profundo en casi todos los casos, se encarga de enterrar la ilusión prematuramente. Y sobre todo la estupidez.


Una mujer que sólo habla delante de su marido de modas y de chismes si éste no es tan mezquino como ella, acabará por huir de su lado... para caer en manos de otra que también le hablará de lo mismo... Es triste este peregrinaje del hombre que va en busca de novedad a casa de su amante y se encuentra los mismos problemas que dejó en el hogar. Hasta un día... Existen muchas mujeres que estudian, piensan, viven. Es la mujer nueva. Llamémosla así porque de algún modo hay que llamarla… Lee, trabaja, se interesa por la política internacional, por el arte y por el destino de nuestra civilización. Cuando llega el amor, lo toma conscientemente, sin remilgos de diosa que recibe homenajes ni lloriqueos de víctima. Nada exige. Nada espera. Vive: Y ese día la esposa honesta y la amante de lujo, dos lugares comunes de la literatura pasada de moda, desaparecen en la existencia de aquel hombre... Y un hombre que ha conocido una vez el amor de una mujer de éstas, jamás podrá resignarse a compartir su vida con un oligoceto (sic) de agua dulce. ¿Receta para ser feliz en el matrimonio? No hay ninguna determinada y hay infinidad de ellas... Todas son buenas. Pero la principal es ésta: Sé la compañera de tu marido... Su colaboradora. su auxiliar, su discípula, su espectador, su oyente y su crítica sin bilis.

Publicado en el periódico El Mundo, el 8 de agosto de 1938. Tomado de la colección facticia de Emilio Roig de Leuschering. Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
En el original los separadores aparecían tal como lucen aquí. También aparecen capitulares en cada párrafo, que por cuestiones estilísticas no se mantuvieron.

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