Hoy en día, en Cuba, se conoce como salpicón a un tipo de embutido o fiambre que, al menos yo, no lo recuerdo como algo especialmente bueno. Sin embargo, históricamente en nuestra tierra camagüeyana se comía un alimento que, a juzgar por la descripción que de él hace Héctor Juárez Figueredo en el artículo “Como piña al salpicón”, debió ser un manjar de los dioses.
Decía Juárez que el salpicón es parte de una rica herencia culinaria del Camagüey: una ensalada fría a base de lascas de carne asada (o un buen picadillo) con una rica salsa (vinagre, aceite, mostaza, sal, pimienta y azúcar). Al servirlo se adicionaban gajos de naranja, pepino, hierba buena, etc. Pero el toque final, lo que no podía faltar, eran los trozos de piña.
Éste es un plato tan sabroso que sedujo al poeta Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, y lo obligó a dedicarle algunos versos:
Más me agrada y aun más me satisface
sea de tarde, de noche o de mañana,
el salpicón que en mi país se hace
y es sabrosa invención camagüeyana,
grata y suave comida que me place
por lo variada, dúlcida y liviana;
con ella el hambre sin sentir aplaco
y por ella reniego del ajiaco.
Juárez termina reflexionando: “Parece que el salpicón que preparaba la Rufina, la principeña esposa del vate de El Cornito, era mejor que el ajiaco tunero.”
Puede utilizar los restos del puerco asado de la comelata del día anterior, también de pollo o los del guanajo relleno asados. En fin, tiene variantes para seleccionar.
Este es, en verdad, un plato tan rico, saludable y con un toque tan distintivo, que motivó un refrán popular que utilizamos cuando algo nos viene como anillo al dedo: ¡como piña al salpicón!