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Notas sobre Ángela Mariana Zaldívar Peyrellade y Rosa Anders

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Notas sobre Ángela Mariana Zaldívar Peyrellade y Rosa Anders

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Ángela Mariana Zaldívar Peyrellade provenía de dos conocidas familias camagüeyanas. Era hermana de Oscar Zaldívar Peyrellade, padre de Oliva y Gilda Zaldívar, y contrajo matrimonio con el abogado Armando Parés.

En 1925 formó parte del Comité de Damas Camagüeyanas que intercedieron ante familiares del dictador Machado por la liberación de Julio A. Mella cuando estaba en huelga de hambre. A fines de ese año, cuando el joven fue liberado, ella abrió las puertas de su casa en La Vigía para hospedarlo junto a la esposa, su sobrina Oliva Zaldívar.

De soltera no cursó una carrera universitaria, pero años después decidió ayudar a su hijo Armando Parés Zaldívar con sus estudios de Derecho; el resultado fue que ella se interesó en la materia y se graduó por la libre.

Lo sensacional fue que obtuvo una plaza de fiscal en la Audiencia camagüeyana el 17 de febrero de 1926. Resultó ser la primera mujer fiscal en Cuba. Se destacó por su energía y carácter fuerte. Se atrevió a dictar una sentencia de muerte —al garrote vil— contra un delincuente de la época.

Feminista convencida, formó parte del Club Femenino de Camagüey y de la delegación al I Congreso Nacional de Mujeres, donde no sólo pronunció un discurso en nombre de la delegación de su provincia, sino que llevó una importante ponencia llamada Tribunales de mujeres para juzgar delitos cometidos por las de su sexo.

Escandalizó a la sociedad de su tiempo, pues estableció relaciones amorosas con la abogada Rosa Anders Causse, nacida en Santiago de Cuba, pero que estudió Derecho en la universidad habanera y era una mujer culta, a la que en 1905 el escritor Pedro Henríquez Ureña dedicó un poema y a quien después, en una visita a la Universidad en 1911, volvió a encontrar, entonces como estudiante. Se trasladó a Camagüey una vez graduada y fue la primera mujer del país nombrada abogada de oficio. En 1936, en las primeras elecciones en que las mujeres pudieron elegir y ser elegidas, obtuvo un escaño en la Cámara de Representantes, que sostuvo hasta 1938. Había publicado en 1927 en la Imprenta La Universal de La Habana el libro El gran problema de la mujer delincuente.

Ángela y Rosa no se ocultaban demasiado de la sociedad y hasta tenían un Ex Libris para su biblioteca en común, en el que aparecían sus nombres y la divisa Nunc et semper —Hoy y siempre—. En mi adolescencia vi algunos de esos ejemplares en los fondos de la Biblioteca Provincial de Camagüey.

Ángela fue muy respetada a pesar de los prejuicios de entonces. Era amiga de mi abuelo, quien era también abogado, pero no llegué a conocerla. Era una figura prestigiosa en su medio profesional. Es llamativo que, aunque predominaban los hombres en la Audiencia Camagüeyana, en ella coincidieran nada menos que tres mujeres pioneras: Ángela, como fiscal, Rosa como abogada de oficio, y otra camagüeyana, Francisca Sala Céspedes, que fue la primera mujer nombrada juez en Cuba.

Ignoro la fecha de su muerte. Creo que al final de su vida vivía en La Habana, igual que Rosa.

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