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A Rufina. Invitación segunda

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A Rufina. Invitación segunda

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    Con sus aguas fecundantes
    Tenemos aquí el octubre
    Y ya la tierra se cubre
    De bellas flores fragantes.
    Los jobos se ven boyantes[1]
    En las corrientes del río;
    El guajiro en su bohío
    Canta con dulcido afán,
    Y pronto se acabarán,
    Los calores del estío.

    Tengo, Rufina, en mi estancia,
    Paridas matas de anones,
    Cuyos frutos ya pintones
    Esparcen dulce fragancia:
    Hay piñas en abundancia
    Dulces así como tú;
    Hay guayabas del Perú
    Y mameyes colorados,
    Que comeremos sentados
    Bajo el alto sabicú.

    Tú en mi caballo alazán
    Y yo en la yegua tordilla
    De la estancia por la orilla
    Correremos con afán.
    Verás qué verdes están
    Los palmares inmediatos,
    Contemplarás los boniatos[2],
    Y las cañas bulliciosas
    Y en éstas y en otras cosas
    Pasaremos bellos ratos.

    Pronto verás las orillas
    Del arroyo y las barrancas,
    Cómo se cubren de blancas
    Y fragantes campanillas[3].
    Las ciruelas amarillas[4]
    Están madurando ya,
    Muy pronto sazonará
    La fresca y sabrosa caña,
    Y el mijo[5] allá en la montaña
    También madurando está.

    De tarde recogerás
    Los huevos del gallinero
    Y mi ordinario sombrero
    Lleno a la casa traerás:
    Un gallo giro verás
    Que pienso poner en traba[6],
    Porque los pollos me acaba[7]
    Con su maldita fiereza;
    Ven, chinita, que ya empieza
    A madurar la guayaba[8].

    Te llevaré a un colmenar
    Con cuyos productos medro,
    Y que está bajo de un cedro
    Al fondo del platanal;
    La miel te daré a probar
    Si miedosa no te alejas,
    Y sobre unas palmas viejas
    Alterosas por demás,
    A los pitirres verás
    Asechando a las abejas.

    Si a caminar te sonsaco
    Por las riberas del río,
    Contemplarás, ángel mío,
    Lindas vegas de tabaco.
    Allí oyendo el chinchiguaco[9]
    Por entre una y otra calle
    Tu pulidísimo talle
    Sin rival te lucirá,
    Y esbelto se mecerá
    Como la palma en el valle.

    De un ingenio que hay vecino
    Te enseñaré los primores,
    Los negros trabajadores
    Y las pailas y el molino.
    De blanco azúcar refino
    Verás al sol los tendales,
    Y allá en los cañaverales
    Has de oír aunque te inquietes,
    Fuertes golpes de machete,
    Voces de los mayorales[10].

    De un cafetal inmediato
    Entre mil bellos objetos,
    Los florecidos cafetos
    También de enseñarte trato:
    Allí descansando un rato
    A la fresca sombra de ellos,
    Cantaré tus ojos bellos,
    Tus encantos soberanos,
    Y te estrecharé las manos
    Y besaré tus cabellos.

    Y en fin, cuando nos cansemos
    De tanto correr ufanos,
    Cantando versos cubanos
    A mi estancia volveremos.
    Allí mil cosas haremos
    Que quedarán inter—nos
    Y descansando los dos
    Sobre rústicos asientos,
    Bendeciremos contentos
    A nuestra Patria y a Dios[11].


Tomado de
Rumores del Hórmigo. Corregido, explicado  y ampliado por José Muñiz Vergara (El Capitán Nemo). La Habana, 1938, pp.160-164.

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