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Pepe:

Ante todo deseo desde el mes que viene no recibir mesada ninguna. Cuando le pedí los treinta pesos no sabía que V. no trabajaba en casa de Appleton y si quiere ver las fechas de mis cartas verá que son anteriores a su aviso.

Si V. y yo vivimos alejados no es sin dudas por faltas mías pues en haber sido intachable tengo todo mi orgullo. En nada y de nada tengo que culparme pues cuando me casé con V. hasta de mis más pequeños gustos prescindí, y anulé de tal manera mi personalidad que cualquiera hubiera sospechado no era yo capaz de un pensamiento propio: lo que hice al principio con placer llena del amor inmenso que le tenía, mi abnegación de madre me dio fuerzas para llevarlo a cabo después; y como al casarme con V. sólo busqué en el matrimonio la felicidad en un hogar modesto que según mi pensamiento debía haber bastado siempre a V., como sin duda me bastó a mí, no es natural que cuando V. cambió tan presto y me abandonó a mis lágrimas y me dio una muerte civil espantosa dejándome sin posición fija en [la] sociedad, quisiera yo para consuelo en una desventura tan grande poder gastar unos cuantos pesos que recibirlos en esta extraña situación cuesta violencia suma. O V. nunca ha sabido quién soy yo, u obra con mala fe manifiesta suponiéndome mezquindades que cuesta rubor hablar de ellas. No sé si es por mi padre o por mí que dice V. debía avergonzarnos admitir lo que V. envía con esfuerzo, a mí ni a V. nos han exigido nada aunque yo desde que llegué comencé a hacer los gastos del niño. Si heredaré poco o mucho no lo sé, pero confieso que deseo sufrir muchas agonías y poder dar a mi hijo ese dinero. Ninguna ilusión me he hecho de lo que V. gane pues aunque fueran miles de pesos, yo no recibiría nunca dinero de un hombre que no es mi esposo sino por el lazo de mi hijo; sería mengua que yo aceptase su trabajo ofrecido a un lazo indisoluble por punto de honor y no por cariño: si he aceptado ha sido en nombre de mi hijo. Para nada necesito ese su horrendo sacrificio de vida que me ofrece ni [que] se juzgue esclavo mío desde que supe que su alma no entendía la mía no me creo en derecho de pedir nada y muy ofuscado debe andar su espíritu cuando me ha escrito ésto. Si recibí y pedí cuando me faltó la mesada es porque yo tengo mi mo[do] de apreciar los deberes distinto del suyo, pero eso no hace pues de ello no hablaré más. No tema que piense volver; repito que sí quise venir, pues eran muchos los tormentos que en un país extraño sin amigos sin conocer el idioma y enferma sufría, a más de los que con V. de diario me preparaba. Cualquiera que supiese que este anhelo mío por venir a mi tierra al lado de mi padre para vivir en el encierro en que corre mi vida era mirado como una [deteriorado el original, posiblemente decía “grave”] falta que me echa V. en cara [deteriorado el original, posiblemente decía “es sin”] duda en mí donde está la culpa. Mi vida siempre será aquí así, enteramente dedicada a mi hijo; no amo ni [deteriorado el original, posiblemente decía “ambiciono el”] lujo ni la sociedad de que tan apasionada fui antes de casarme con V. y en cuanto a amores, no soy yo de las mujeres que son engañadas dos veces. Seré orgullo de mi hijo así, puede V. siempre tenerme no respeto, pues de V. más que de nadie merezco admiración.

De mi hijo esté tranquilo, en mi alma no caben miserias: lo enseñaré a que lo ame siempre. A Dios le pido que le dé una mujer muy semejante a su madre y que nunca permita que sea tan loco y tan ciego como su padre.

Será desde hoy el niño quien siempre le escriba, sólo en caso contrario lo haré yo, le ruego conteste a él con más frecuencia.

Carmen

Puerto Príncipe, Mayo 13 de 1886

En Puerto Príncipe permaneció Carmen junto a su pequeño hijo tras separarse de su esposo.

Copiado de una fotocopia del manuscrito original que se atesora en la biblioteca especializada del Centro de Estudios Martianos. Tomado de Luis García Pascual, compilador: Destinatario José Martí. 2da. Edición. Ediciones Abril, La Habana, 2005, pp.177-178.

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