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Sobre el Congreso y algo más...

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Sobre el Congreso y algo más...

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Los imperios modernos no siempre invaden a otros países con recursos mortíferos y ofensivos. Suelen tener a su alcance medios más sutiles, puestos en manos de agentes al parecer alejados del ministerio de la guerra, los cuales se mueven en un campo que no es precisamente el de batalla. Ese campo es el de la cultura. Los “estrategas” y “tácticos” que actúan en él tienen por principal objetivo el de combinar la penetración por las armas con la penetración por las ideas. Es un oficio cómodo, nutritivo y sonriente.

Durante el sombrío lapso que abarca nuestra República desde su espurio origen hasta el derrumbe de la tiranía, la política norteamericana consistió en una brutal absorción económica tanto como una complementaria absorción cultural. El idioma se nos fue llenando de barbarismos: palabras que reproducían modos de vivir, de pensar, de ser de un país, que nada tenía en común con el nuestro, reemplazaban voces castizas, o las expresiones criollas que sirven al castellano tiara rehacerse y endurecerse por estas tierras. Detrás de las palabras extranjeras estaban los hechos a que ellas correspondían, y detrás de esos hechos, el vasto imperio tentacular imponiendo su opresora presencia, suerte de estaca de Damocles suspendida sobre varios millones de cabezas.

Aún no se ha borrado de nuestra memoria aquel extraño personaje, mitad G-man, mitad literato aficionado o profesor en Kansas, de cuyos diversos representantes poblóse la Isla a partir de nuestra dependiente independencia. Eran hombres que se esforzaban por ser pulidos, corteses. sonrientes, y que desde su llegada establecían contacto con la “alta sociedad” criolla. Cocteles de entrambas partes, almuerzos en el Rotary o en los Leones, jiras, paseos, encuentros, recepciones... El recién venido halagaba a sus huéspedes y sus huéspedes lo halagaban a él. sin que faltaran artículos, fotos y caricaturas en la prensa burguesa, tan pendiente del santo y seña del otro ludo. Insensiblemente iba el visitante transformándose en una especie de árbitro de la Highlife habanera, siempre tan snob. Sólo que el diplomático no perdía el tiempo. Además de tener el whisky pronto, se informaba, con la ayuda de ese mismo whisky, de cuanto pudiera haber de adverso o favorable en el terreno de la cultura (y en otros terrenos también) a los intereses del imperialismo.

Ahora bien, la penetración cultural yanqui no se detuvo en las grandes aguas en que nadaban los tiburones de la burguesía nacional, servidora de la norteamericana. Infectó asimismo a la clase media y al pueblo, a lo largo de un proceso de contagio casi físico que se agravaba y generalizaba con el correr de los años. Una situación de tal naturaleza tenía que entrar en conflicto, y así ocurrió, con los cambios revolucionarios producidos en la estructura económica, política y social del país. Fue éste, a nuestro juicio, uno de los aspectos de mayor significación y largo alcance del Congreso de Educación y Cultura que acaba de presenciar el pueblo cubano, y no sólo “presenciar”, pues participó en él, haciéndose “presente” en sus más esforzados y legítimos mandaderos. Inicióse así la aplicación de los principios (y los fines...) de la Revolución Cubana en terreno tan movedizo a veces, difícil de dominar siempre, pero donde desde ahora quedó trazado un camino y establecida una meta que no será definitiva, por supuesto.


¿Y lo que se dijo y aclaró acerca del artista, del escritor, del creador, en una palabra, desvinculado del medio en que nació y del cual debiera nutrirse? Cervantes, en Suecia, ¿habría escrito el Quijote? ¿De dónde sacó sangre para su libro sino de la vida que bullía a su lado y trasladó luego al papel, vida española, con todos los personajes que la animaron en el siglo, vistos y estudiados en su natural cotidiano? Balzac tuvo que residir en Francia, y concretamente en París, para componer el ancho cuadro de la burguesía de su época, observada al microscopio en su repulsiva crudeza.

Añádase que la “ausencia” (llamémosla de algún modo suave) resulta más sensible cuando quien siendo un creador desaparece, se deshace, hurta su espíritu, lo niega, sin que en última instancia pueda darlo en todo su ser auténtico a nadie más. ¿Qué nos importa Joyce tan seguido e imitado? Él es un producto de la cultura británica, irlandesa, dublinesa, y por supuesto europea. Lo mismo hay que decir de otros modelos y figurines que sirven de pauta o falsilla a tanto creador joven de nuestro continente para sostenerles y guiarles la escritura.

El hecho no es nuevo y atañe a más de un país. Martí (tan celoso de lo esencial americano) reprocha a Casal su apego a las formas francesas decadentes. Eso no le impidió emocionarse ante la figura de Hugo. Después de haber elogiado a Darío como lo elogió en los días de Azul..., Valera le pide a Salvador Rueda que se busque en sí mismo, en su pueblo, y no en la imitación de un modelo tan peligroso como el nicaragüense. Unamuno, que no tragó el modernismo y rechazaba con áspero vigor cuanto había en éste de cosmopolitismo, de vaciedad y brillo exterior, estuvo siempre lleno de reserva para su máximo jerarca, y se enfrenta a los adeptos españoles de aquel movimiento, y cierra en toda ocasión propicia contra los cerebrales, como él decía. Leamos a Don Miguel:

Hay en efecto una literatura que llamaré gimnástica, profesional, de titiriteros y de funámbulos y trapecistas de circo de las letras. Entre ellos están el hombre cañón, el hombre mono, el hombre murciélago, el hombre serpiente de la literatura, y la legión inacabable de los malabaristas. La literatura es literatismo para ellos; arte de hacer volatines intelectuales o imaginativos y que no sería lucha por el ideal. Lo que más les preocupa es lo que preocupaba al gladiador mercenario: el gesto bello y la manera de caer, de que el libre soldado jamás se cuida… [Añade:] Tecniquería y virtuosismo de circo de feria son los de no pocos ebanistas de verso y de prosa, que repitiendo a diario que la literatura es el arte de buen decir, y que sólo por una página bien escrita se salva un escritor, tienen del bien decir y de la página bien escrita la más peregrina idea… [Escribe aún:] Y luego se quejan. Se quejan del pueblo los que no hacen literatura más que para los literatos, los incapaces de sumergirse en el alma popular o de ascender a las nubes que coronan las crestas de la montaña del ideal, cresta que se alza sobre la firme y formidable roca de la ciencia. De esos círculos literarios [exclama todavía Don Miguel] salen los genios de similor, ante quienes se prosterna su cotarro presentándolos al profanum vulgus, en son de desafío, como impenetrables esfinges…

Unamuno escribió esto hace ochenta y dos, pero es válido hoy y parece clavarse vibrando como una flecha en ciertos cerebros “cerebrales” de nuestra época, tan rebuscados como aquellos.


En fin, por lo que nos toca, la suerte está echada (y no creemos que sea necesario decirlo en latín). América espera ser estudiada, defendida, divulgada en su propio lenguaje espiritual, y no en uno de préstamo o de alquiler. Nos seguimos sintiendo muy bien sin los attachés yanquis, que nada útil nos enseñaron jamás. Desconfiamos de ciertas palabras altisonantes, como fraternidad, igualdad, justicia, democracia, libertad, cuando no responden a hechos reales y están llenas de viento. Creemos que nadie en Cuba tiene el derecho —o para decirlo en forma positiva—, todos en Cuba tenemos el deber de nuestra propia obra, de manera que ella no se convierta en un arma en manos del enemigo, cuyo frente se halla estabilizado a menos de un centenar de millas del nuestro. Cuba no es sólo un país en revolución, sino también en guerra, ya lo hemos dicho en otra ocasión, y al triunfo de ambas todo ha de estar subordinado, desde la conducta de cada uno de nosotros en lo personal e íntimo hasta nuestra pública manera de ser. ¿Por qué sacrificar en el ara de un romanticismo político vacío toda una realidad socialista conquistada a sangre y fuego frente al enemigo disfrazado de Caperucita, y abrir brecha al asaltante en nuestra muralla y franquearle el acceso a nuestro campo? No es lo mismo hablar desde una trinchera que hacerlo en alguna reunión apacible y digestiva. ¿Y quién que no oiga silbar el plomo ni huela el humo de los fusiles estará en situación de castigar o perdonar, es decir, de juzgar? Confieso que me molesta ver el sacrificio de un cordero, pero me dejaría impasible el fusilamiento de un traidor.

Heberto Padilla y Roque Dalton en La Habana. El llamado caso Padilla fue apenas un mes antes del Congreso Nacional de Educación y Cultura al que se refiere Nicolás Guillén. Véase en los comentarios información al respecto.


Publicado originalmente en Verde Olivo, 30-V-1971. Tomado de Prosa de prisa 1929-1972. La Habana, Ed. Arte y Literatura, 1976, t.III, pp.365-368.

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