París y Marzo 19 de 1848
Mi querido Narizotas:
No tengo que andar contigo con preámbulos. Conoces a fondo mi corazón y mis ideas, y por lo mismo, es inútil que te haga mi profesión de fe política. “Si los amigos de la Isla”, me preguntas, “te pusiesen aquí diez mil pesos, para que redactases un periódico, ¿aceptarías la honrosa responsabilidad?” Con la mano puesta sobre mi conciencia y con los ojos clavados en la patria, francamente respondo que no. Oye mis motivos pues tú y mis demás amigos tienen derecho a saberlos.
A los ojos del gobierno español y de casi todos los españoles soy insurgente, abolicionista y anexionista. Por consiguiente, un papel político redactado por mí, alarmaría desde el primer momento de su aparición a los opresores de Cuba. Por más templado que fuese el lenguaje, por más circunspectas que fuesen las formas, el fondo del papel irritaría a muchos, pues es imposible defender los intereses materiales, políticos y morales de Cuba, sin concitar el odio y la venganza de los gobernantes y del gran partido unido a ellos. Estas consideraciones se agravan con el hecho de redactarse el periódico en un país extranjero, en un país vecino, en un país republicano, en un país que, según dicen muchos, y según empiezan ya a creer España y los españoles, aspira a la posesión de Cuba. ¿Crees, pues, que las autoridades de esta Isla dejarían circular allí semejante periódico? Para eso sería menester o que ellas faltasen a su deber, es decir, a su misión española, o que el papel no fuese lo que debe ser; pero estemos ciertos de que ni las autoridades dejarían de ser fieles a su sistema opresor, ni yo tampoco me olvidaría de lo que he sido ni de lo que debo ser. Prohibida la entrada del periódico en Cuba, ¿no se perderían los $10 000? Y aun cuando no se perdiesen ¿no queda frustrado el gran objeto de la empresa? A mí personalmente me sería útil aceptar la proposición que me haces; pero ahora no se trata de mi persona, y yo sería infiel a mis amigos, y criminal con mi patria, si abrigase otras ideas. Mas, el papel podrá decirse, se introducirá furtivamente. Esto ocasionaría graves males. La persecución se alzaría, abriríase una nueva era de infames delaciones, y al son de que recibían o leían el papel, muchos inocentes serían sacrificados.
A menos inconvenientes está expuesta la redacción de un periódico en Madrid; porque al fin lleva el sello nacional, y aun en cierta manera podría contener algunas demasías de los mandarines de Cuba; porque denunciados los abusos en la misma capital del Reino, la oposición que allí hace un partido al gobierno, alguna que otra vez podría dejarse oír en las Cortes, no por amor a Cuba, sino como arma ofensiva y provechosa a sus intereses. A pesar de esto, yo no estoy tampoco por la redacción de un periódico cubano en Madrid, a lo menos por ahora; porque si es verdaderamente cubano, además del riesgo que hay en que prohíban su entrada en Cuba, el redactor estaría entre las garras del león, y podría ser despedazado.
En tu última carta me tocas una especie de grandísima importancia, y aprovecho esta ocasión para que tú y mis demás amigos sepan cómo pienso sobre este particular. ¿Conviene a Cuba reunirse a los Estados Unidos? Atendiendo a lo que hoy somos bajo España, no hay cubano que desee esa reunión. Pero esta cuestión, que parece tan sencilla en teoría, presenta dificultades y peligros cuando se viene a resolver prácticamente. La incorporación sólo puede conseguirse de dos modos: o pacíficamente o por la fuerza. Pacíficamente, es una ilusión, y menos en las actuales circunstancias, pues no es creíble que España se deshaga de la importantísima Cuba. Si esta ilusión fuera realizable, el cambio se haría tranquilo y sin riesgo de ninguna especie. En cuanto a mí, a pesar de que conozco las inmensas ventajas, que obtendría Cuba con esa incorporación pacífica, debo confesar con todo el candor de mi alma, que me quedaría un reparo, un sentimiento secreto por la pérdida de nuestra nacionalidad, de la nacionalidad cubana. Somos en Cuba algo más de 400 000 blancos. Nuestra Isla puede alimentar algunos millones de ellos. Reunidos a Norteamérica, la emigración de éste a Cuba sería muy abundante, y dentro de pocos años, los yankees serían más numerosos que nosotros, y en último resultado no habría reunión o anexión sino absorción de Cuba por los Estados Unidos. Verdad es que la isla siempre existiría; pero yo quiero que Cuba sea para los cubanos y no para una raza extranjera.
Nunca olvidemos que la raza anglo-sajona difiere mucho de la nuestra por su origen, lengua, religión, usos y costumbres, y que desde que se sienta con fuerza a balancear el número de cubanos, aspirará a la dirección política y general de todos los asuntos de Cuba; y la conseguirá no sólo por su fuerza numérica, sino porque se considerará como nuestra tutora o protectora, estando mucho más adelantada que nosotros en materia de gobierno, ciencias y artes. La conseguirá, repito; pero sin hacernos ninguna violencia, antes bien, usando de los mismos derechos que nosotros.
Ellos se presentarán ante las urnas electorales, nosotros también nos presentaremos: los norteamericanos votarán por los suyos, y nosotros por los nuestros; pero como ellos estarán ya en mayoría, los cubanos se verán excluidos, según la misma ley, de todos o casi todos los empleos y públicos destinos: y dolorosa situación es por cierto que los hijos, los verdaderos amos del país, se vean postergados en su propia tierra por una raza advenediza. Yo he visto esto en otras partes, y sé que en mi patria también lo vería. Muchos tacharán estas ideas de exageradas y aun las tendrán por delirio. Bien, podrán ser cuanto se quiera; pero yo desearía que Cuba no sólo fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuese también Cuba cubana y no anglo-sajona. La idea de la inmortalidad es sublime, porque prolonga la existencia de los individuos más allá del sepulcro, y la nacionalidad es la inmortalidad de los pueblos y el origen más puro del patriotismo. ¡Ah! Si Cuba tuviese hoy dos o más millones de blancos, ¡con cuánto gusto no la vería yo pasar a los brazos de nuestros vecinos! Entonces, por grande que fuese la inmigración de los norteamericanos, nosotros nos los absorberíamos a ellos, y creciendo y prosperando con asombro de los pueblos, Cuba sería siempre cubana.
A pesar de todo, si por uno de los más extraordinarios acontecimientos, la reunión pacífica de que he hablado, pudiese realizarse hoy, yo ahogaría mis sentimientos dentro del pecho y votaría por la anexión.
El otro modo de incorporación podrá ser por la fuerza. ¿Pero es asequible? Tenemos en Cuba 700 000 negros. Los blancos somos criollos y españoles; y aunque aquéllos son más numerosos, éstos son más fuertes; porque casi todos son hombres en estado de tomar las armas, tienen el poder, el ejército, la marina, la posesión de todos los puntos fortificados de la Isla, y las ventajas que da un gobierno organizado. Quiero conceder lo que no es, quiero conceder que todos los criollos desean y estén pronto a pelear por la anexión, ¿sucederá lo mismo respecto de los españoles? Habrá quizás un cortísimo número entre los ricos, que creyendo en el gran aumento que tendrán sus bienes con la anexión, pensarán como los criollos; pero de seguro que la inmensa mayoría no la quiere, porque de amos del país que son hoy, no pasarán gustosos a la dominación de un pueblo extranjero. En este estado, ¿cómo se llegará a la incorporación forzada? ¿Quién inicia el movimiento? ¿Los norte-americanos, o nosotros? Si los norte-americanos, con sólo el hecho de invadir a Cuba, ya declaran la guerra a España. Si nosotros, y no contamos más que con nuestros propios recursos, es el mayor desatino que se puede cometer, pues no lograríamos nuestro intento, y aun cuando lo lográsemos, esto probaría que habiéndonos bastado a nosotros mismos para sacudir el yugo español, que es entre nosotros la empresa más difícil, deberíamos constituirnos en pueblo independiente, sin agregarnos a nadie después de la victoria. ¿Contamos con los auxilios del Norte-América? Estos auxilios, para que sean eficaces, deben ser francos, públicos; en una palabra, tirar el guante por nosotros y pelear con todo el mundo. Resulta, pues, que ora el movimiento sea iniciado por los Estados Unidos, ora por nosotros con su auxilio franco y declarado, la guerra con España es inevitable, y esta guerra va a tener a Cuba por teatro. ¿Pero hay hombre que conociendo nuestra situación, no prevea que esa guerra, aun cuando sólo durase poco tiempo, puede ser la ruina de Cuba para los cubanos? ¿Está tan destituido de recursos el gobierno de Cuba, que no pueda hacer frente por algún tiempo a un ejército invasor? ¿No llamaría, si se sintiese débil, no llamaría a su apoyo a los negros, armándolos y dándoles la libertad? Y llegado este caso tremendo, dónde está la ventura de los cubanos que piensan encontrar su dicha uniéndose al pabellón americano? ¿No habría alguna nación poderosa que solapada o abiertamente sostuviese a España en la lucha? ¿No le daría Inglaterra recursos y soldados, pero soldados negros que simpatizarían de todo corazón con los nuestros? Inglaterra tendría en Cuba un partido poderoso a su favor. Contaría con los españoles, porque defendería los intereses de su metrópoli; y con los negros, porque éstos saben que ella les da libertad, mientras los Estados Unidos tienen a los suyos en dura esclavitud. ¡No, Gaspar, no, por Dios! Apartemos del pensamiento ideas tan destructoras. No seamos el juguete desgraciado de hombres que con sacrificio nuestro quisieran apoderarse de nuestra tierra, no para nuestra felicidad, sino para su provecho. Ni guerra, ni conspiraciones de ningún género en cuba. En nuestra crítica situación, lo uno o lo otro es la desolación de la patria. Suframos con heroica resignación el azote de España; pero sufrámoslo, procurando legar a nuestros hijos, si no un país de libertad, al menos tranquilo y de porvenir. Tratemos con todas nuestras fuerzas de extirpar el infame contrabando de negros; disminuyamos sin violencia ni injusticia el número de éstos; hagamos lo posible por fomentar la población blanca; derramemos las luces; construyamos muchas vías de comunicación; hagamos en fin, todo lo que tú has hecho, dando tan glorioso ejemplo a nuestros compatriotas, y Cuba nuestra Cuba adorada, será Cuba algún día. Éstos son mis ardientes votos y estos deben ser los tuyos y los de todos nuestros amigos.
Tuyo
Saco
Tomado de José Antonio Saco: Obras. Ensayo introductorio, compilación y notas de Eduardo Torres-Cuevas. Biblioteca de Clásicos Cubanos. La Habana, Imagen Contemporánea, 2001, Vol.V, pp.252-256.