Luis Martínez —doctor en Filosofía y Letras, doctor en Derecho Civil, periodista — clavado a nuestro medio, se ha hecho de una verdadera y amplísima cultura y de un carácter firme, de toda honradez moral e intelectual; ascendiendo por el propio esfuerzo y la ardiente devoción, desde el pupitre del estudiante hasta lo mesa del profesor, que decora con serena juventud. De él podría afirmarse lo mismo que hace cuatrocientos años decía el Contador Agramante al Emperador de las Indias en relación con el indocubano Miguel de Velázquez, canónigo de la Catedral de Santiago: “Que es mozo de edad y anciano de doctrina”.
Conocimos a Luis Martínez hace mucho tiempo, en nuestro Instituto Provincial, cuando los años le hacían a él, discípulo y a mí, maestro. Era un muchacho pulcro y respetuoso, que iba obteniendo calladamente en sus estudios, sobresaliente tras sobresaliente. Un día nos enseñó un cuento, que dio a la luz en una revista estudiantil y aquel cuento de adolescencia —más que de adolescencia, de niñez— presagiaba ya un escritor digno de respeto. Más tarde, en “Agua Negra”, el cuentista ha quedado revelado definitivamente. Pero le ha falta a Luis el tiempo o la voluntad, para consagrarse al difícil arte de presentar trozos de vida en marcos de ilusión y hoy no es su principal labor literaria aquélla con que inició su vocación.
A lo largo de sus estudios ininterrumpidos y de su vida laboriosa, han surgido Supermujeres —novela de finas calidades— y diversas obras de teatro como “Tolvanera”, “Siempre te esperaré”, “El amor huele a rosas”, “Ráfagas de la ciudad”, además de diversas composiciones dramáticas para niños como “Cenicienta”, “Sueño revelador”, “El hijo del mambí” por no citar más.
“Tolvanera” es una comedia dramática que puede estimarse sencillamente como un éxito. Fue consagrada en 1936 en el Concurso Nacional de la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación. Luis Martínez domina, a la perfección, la difícil técnica teatral; el interés dramático palpita en cada una de sus escenas; la acción la desarrolla en forma lógica y humana, con un enfoque original y suyo.
También cultiva el verso de belleza formal y de íntima subjetividad. Y en el periodismo, su labor entre nosotros merece todos los elogios. En parte ha resucitado aquella crónica periodístico-literaria que en un tiempo cultivaron, entre otros, Fray Candil y Bonafoux, con sus estilos hirientes y en un campo de inimitable belleza, Gómez Carrillo y Rubén Darío.
Pero su labor como conferenciante ha sido más continuada y sólida, demostrativa de su rica cultura y de su dominio de las letras. Dejando aparte su conferencia sobre “De la vida infantil delincuente”, que la crítica nacional y extranjera ha recibido con merecidos elogios, podemos citar “La labor asocial de las prisiones”, “Madre América”, “El sentido de la muerte en la poesía martiana”, etc., etc., como verdaderos modelos de conferencias, por reunir las condiciones que éstas requieren, de traer un mensaje y exponerlo con claridad y belleza, sobre una base de sólido estudio…
Tomado de la solapa de El Lugareño y otros próceres. Camagüey, Ayuntamiento de Camagüey, 1954.