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A propósito de...

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Rostropovich, grande entre los grandes violoncelistas de este mundo, ha declarado que hay que dar buena música a nuestros obreros y a nuestros campesinos.

He ahí una afirmación del más puro leninismo.

Y no sólo buena música (añadiremos por nuestra cuenta) sino buena pintura y buen teatro y buena poesía: buen arte, en fin. Lo cual no significa —ni el famoso artista ha querido sugerirlo— que sea siempre lo recién compuesto, lo último que salió del horno revolucionario, como pan caliente. Algunas veces, ello es posible. Otras no.


Precisamente recordábamos a Lenin, porque él tuvo que enfrentarse en los primeros momentos de la revolución de Octubre a los extremistas de la cultura, que pedían acabar con el pasado, quemar a Pushkin y destruir a Rafael; hacer tabla rasa del tesoro acumulado en bibliotecas y museos, y reemplazar mecánicamente “lo viejo” con “lo nuevo”. Lenin respondió: “Si no nos damos cuenta que para crear una cultura proletaria tenemos que conocer y utilizar, retocándonos (sic), todos los elementos de la cultura resultante de la evolución anterior, de la humanidad, no llegaremos nunca a nada”.

En 1924 (año en que murió Lenin) el problema adquirió tales características, que el Partido Bolchevique creyó necesario hacer pública su posición, que era la misma del gran dirigente revolucionario. “Si bien es cierto que para crear una literatura artística destinada a las grandes musas —se decía en la resolución oficial— es preciso romper con las tradiciones que hacen del arte una voluptuosidad reservada a muy pocos elegidos, no lo es menos que hay que luchar también contra «la actitud ligera y despectiva frente a la vieja herencia cultural»”.

Había que presentar batalla en dos frentes, como dijo Aníbal Ponce: “No sólo con los energúmenos más o menos pintorescos de la pequeña burguesía, que rechazaban en bloque la tradición artística sino contra otros sectores surgidos en gran parte del mismo proletariado y para quienes el arte destinado a las grandes masas nada tenía que ver con las rudas disciplinas del estilo...”

Por eso nos parece que un artista revolucionario puede ser útil a la Revolución si comprende que, en definitiva, su creación ha de nutrirse de una herencia de siglos, que él debe asimilar, depurar y ennoblecer. Ello lo pondrá a cubierto de que lo popular sea reemplazado por lo chabacano, y la difícil sencillez de que nos habla el clásico por el facilismo vulgar, vástago del oportunismo político.

Del propio Lenin se cuenta que cierta noche, en Moscú, visitó una exposición de pintura presentada por un grupo de jóvenes. El grande hombre recorrió en silencio el salón y en silencio lo abandonó.

—Camarada Lenin —le preguntó uno de los muchachos a la salida—. ¿Cómo encuentra usted la exposición?

—Muy mala, fue la respuesta del interpelado.

—¿Mala? ¡Pero si todos nosotros somos revolucionarios!

—No lo dudo —concluyó Lenin—, pero no hay uno solo que sea pintor.


De acuerdo con Rostropovich. Pero a condición de que nunca consideremos suficiente nuestra vigilancia para distinguir dónde lo revolucionario es artístico y dónde no lo es, y para rechazar sin remilgos cuanto traicione el buen gusto, so capa de que es “popular”. Esto es indispensable, precisamente porque se trata de manifestaciones dirigidas a las masas.

No, no es cierto (aunque lo dijera Lope de Vega) que el pueblo es necio y hay que hablarle en necio porque eso le gusta y para eso paga. El pueblo es inteligente, es fino y sabe cuándo se le da gato por liebre, aunque suela echarse el gato al serón si no puede por el momento reclamar la liebre. Pero liebre hay que buscarle siempre, y faisán todo lo que haya de delicado en el menú del arle.

En ese camino anda el gobierno cubano. Cuanto hace va enderezado a poner la cultura al alcance mayoritario. Música buena, libros buenos, pintura buena, sin olvidar que ello es consecuencia de un largo proceso universal, del que tomamos aquellos valores permanentes elaborados por el espíritu en el apogeo de una clase social determinada, y de cuantas nos precedieron. Lo que se logre no será ya bien de unos pocos, sino conquista revolucionaria de todos.

Alfabetizadoras en la Plaza de la Revolución. Aunque el texto no la menciona, tanto por el momento de su escritura (1961) como por su espíritu, es fácil conectarlo con la Campaña de Alfabetización que se dio por concluida en diciembre de ese año.


Publicado originalmente en
Hoy, 4-IV-1961. Tomado de Prosa de prisa (1929-1985). La Habana, Ediciones Unión, 2007, t.IV., pp.225-226.

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