Loading...

Brindis en honor de Don José Ramón Betancourt (23 de diciembre de 1887)

22

Brindis en honor de Don José Ramón Betancourt (23 de diciembre de 1887)

22

Señoras y señores:

Si hubiera de obedecer a los impulsos de mi corazón, renunciaría al uso de la palabra, porque todo lo que debe decirse en honor del señor Betancourt está dicho, y todo lo que debe sentirse en honor de nuestro ilustre amigo está perfectamente sentido. Pero una obligación política pesa sobre mí; una obligación de tal naturaleza, que no puedo ni debo desatenderla. Después de todo, entiendo que este acto político será siempre en nuestra memoria uno de los más interesantes de cuantos ha celebrado el partido liberal. En otros hemos podido celebrar nuestras esperanzas, en éste empezamos a festejar nuestra historia. (Grandes aplausos.) Si la historia es a los pueblos lo que la experiencia es a los individuos, honrémosla, señores, en la persona de nuestro ilustre senador, que al cabo esa experiencia colectiva tanto vale para las sociedades como la experiencia individual para nosotros, sobre todo los que vivimos en medio de las agitaciones y los obstáculos de la sociedad moderna. Por virtud de esa experiencia las distancias se miden mejor, las fuerzas propias se aprecian con la precisión necesaria, estímase con seguro criterio el fin que queremos alcanzar, y de esta suerte, si no muy de prisa y muy gallardamente, vamos, en cambio, con toda seguridad al fin que deseamos.

El viajero inexperto es natural y lógico que al emprender su camino pierda de vista la distancia que ha de recorrer y crea que con andar muy de prisa y dejarse arrebatar por el entusiasmo alcanzará más pronto la meta a que aspira. Sin embargo, ¿a qué ocultarlo? Este animoso viajero más tarde o más temprano caerá rendido al borde del camino; mientras que aquel que ha intentado andarlo una vez siquiera, va despacio, va lentamente; pero va también con mayor seguridad y... (grandes aplausos interrumpen al orador) cuando, a la mitad de la jornada, vuelve la vista atrás no se siente desfallecido, y cuando la vuelve hacia adelante se siente más alentado. (Aplausos.)

Tócame, señores, como el más antiguo de los diputados de nuestro partido residentes hoy en esta Isla, saludar al señor Betancourt, en nombre de la minoría autonomista del Congreso; pero yo amplío esta representación, y quiero saludarlo, también, en nombre de la juventud a que todavía pertenezco, y en nombre de esa tierra camagüeyana que me ha elegido para representarla. De esta suerte le saludo, primero como autonomista y en nombre de toda mi generación, por ser el glorioso sobreviviente de ese grupo inmortal de patriotas que bajo la tiranía del antiguo régimen mantuvo a todo trance los derechos de la patria. (Aplausos prolongados.) Le saludo después como representante del Camagüey, porque en él miramos todos al hombre representativo de esa raza de patriotas vigorosos y firmes, que saben ser serenos y disciplinados en la paz como supieron ser valientes y perseverantes en la guerra. Le saludo, por último, como diputado, porque en sus campañas parlamentarias no veo solamente al intérprete fiel de las aspiraciones de nuestro partido, sino al ilustre hombre público que ha sabido mantener a toda costa el carácter local y autónomo del partido liberal cubano. Porque, señores, ¿a qué va Cuba, a qué van las colonias al Parlamento nacional? ¿Van como las demás provincias? No. Ellas no viven la vida de las demás provincias. Van como colonias oprimidas a reclamar la plenitud de sus derechos y la Constitución a que aspiran, de éste o del otro partido, sino del Estado, sea cual fuere su representación accidental, sean cuales fueren los hombres que gobiernen a la madre Patria. De esta suerte, señores, hacemos política propia; de esta suerte hacemos la única política que cumple a la legítima representación de los intereses antillanos.

El señor Betancourt ha tenido muchas veces que sostener con admirable firmeza este sentido: muchas veces, sí. ¿Por qué no he de traeros un recuerdo que asalta mi memoria? La primera vez que lo afirmó solemnemente fue en el seno de la histórica Asamblea constituyente de la República. Entonces representaba el señor Betancourt a un distrito de Puerto Rico. Habían llegado días penosos para aquel gobierno y para aquella situación. También en el seno de esa memorable Asamblea tenía enconados adversarios la causa de nuestras libertades antillanas. Volvióse airado cierto día uno de ellos a la minoría de que formaba parte el señor Betancourt, y la culpó en términos algo duros, acusándola de perfidia, cómoda acusación con que siempre han desahogado su despecho contra nosotros los que nos han visto rebeldes a los triunfos de su poder o a las estratagemas de su astucia. El señor Betancourt hubo de defenderse allí como patriota, como caballero, como diputado, y entonces proclamó nuestro ilustre amigo lo mismo que ha proclamado sin cesar hasta el último día de su permanencia en el Senado, a saber: que él no representaba todavía ningún partido peninsular, que a ningún compromiso sacrificaba los dictados de su conciencia, que no era llegada para él la hora de tomar puesto en las luchas que se libraban por el poder, y que estaba atento a defender solamente las aspiraciones y derechos de este pueblo esclavizado; que había ido a las Cortes alentado por la consoladora esperanza de que al fin se convertirían en realidad las magníficas promesas vertidas en el seno de la oposición por los republicanos. (Aplausos).

En 1879 todo había cambiado. La República había sucumbido. La Monarquía estaba restaurada; y el señor Betancourt vuelve al combate, fiel a su actitud independiente de 1873, con gran sorpresa para muchos hombres públicos de la metrópoli, que no colocándose en sus especiales circunstancias, no comprendían cómo es posible renunciar a los más eficaces medios de acción personal parlamentaria, por estricta devoción de una idea. (Aplausos prolongados.)

De nuevo el señor Betancourt dice: yo no represento aquí más que los derechos, las aspiraciones y las necesidades de la sociedad cubana (Aplausos.)

Preguntaban cierto día a Lamartine a qué partido pertenecía, y el gran orador y poeta contestaba “al partido de mi conciencia”. Esa misma respuesta ha podido darla siempre el señor Betancourt a las reclamaciones de los partidos metropolitanos. ¿Se dirá por eso que su conducta ha sido egoísta, que las aspiraciones a que ha obedecido no son nacionales, y que implican una culpable indiferencia para con los intereses de la madre patria? No ha habido, sin embargo, un solo progreso realizado para la madre patria en estos últimos tiempos a que él no haya contribuido con su voto. De igual modo hemos obrado todos sus compañeros en ambas Cámaras, sin contar lo que han hecho aquellos que tienen una gran representación propia en la política general. Pero la situación del representante en Cortes de nuestro partido, tan difícil a veces por la falta de esos apoyos que suministra la solidaridad de un fuerte partido próximo al poder, tiene en cambio una seguridad perfecta, una respetabilidad indudable tan luego como se consigue fijar la opinión pública de la madre patria en que lo representado por este partido es ahora y siempre la personalidad de los colonos que acuden al Parlamento en busca de una solución constitucional, dada libremente por la madre patria.

Esta campaña ¿habrá sido acaso ineficaz? No, no lo creo. Pensad que en los nueve años transcurridos podemos jactarnos de haber andado más de prisa en el camino de la libertad que ningún otro pueblo de nuestros antecedentes en tan corto período. Aun por todas partes vemos, es verdad, escenas de dolor; por dondequiera que dirigimos la mirada encontramos todavía nubes negras, que parecen cerrar el horizonte.

Pero yo me pregunto muchas veces: ¿es que esto sucede ahora, o es que existía antes? ¿Será una ilusión óptica la que nos hace ver en estos males la obra del presente o es una realidad? ¿No será, por ventura, nuestra situación la de aquel que viviendo largo tiempo en una húmeda caverna fingiese en su desvarío que las negras paredes que le rodean presentan la limpidez del mármol y se alimentara con esta sana ilusión, hasta que al volver en sí y examinar esos mismos muros, advirtiese pesaroso que vivía en el fondo de una horrible mazmorra, sepultado en lóbrego calabozo? (Grandes aplausos.)

Si es así, señores, no nos importen los escombros que nos rodean. Soy optimista en el sentido de que a través de esos escombros y de esas dificultades que podemos siquiera examinar y conocer, llevamos cada día más allá la bandera liberal. Y no me arredran las dificultades del presente, porque tengo profunda fe en el espíritu público y en la constancia de nuestro partido.

Brindemos, pues, por la continuación de esa fecunda campaña en cuya historia quedará para siempre gloriosamente inscripto el nombre de José Ramón Betancourt. (Grandes aplausos).

Tomado de Obras. Edición del Homenaje. La Habana, Cultural S.A., 1930, t.I, pp.229-233.
El Camagüey agradece a José Carlos Guevara Alayón la posibilidad de publicar este texto.

5
También en El Camagüey:

El boletín de El Camagüey

Recibe nuestros artículos directamente en tu correo.
Subscribirse
¿No tienes cuenta? Créate una o inicia sesión.