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Siluetas patrias: Salvador Cisneros Betancourt

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Siluetas patrias: Salvador Cisneros Betancourt

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Y aquellas grandes figuras de nuestra primera guerra, de la Guerra Grande, aquellos hombres, patriotas sinceros, puros; varones de noble estirpe que, poseedores de inmensa fortuna, lo dejaron todo, familia, haciendas, riquezas, comodidades, por ir a defender en los campos de batalla o en las emigraciones la libertad de su patria, sufriendo gustosos penalidades sin cuento, hambre, miseria y hasta la pérdida de sus vidas; aquellos insignes patricios que supieron predicar con el ejemplo las ideas y las doctrinas que propagaban, que decretaron la libertad de los negros y fueron ellos los primeros en darles libertad a sus esclavos; que marcharon a la guerra, no a ver qué beneficio o utilidad podían sacar de ella, sino pensando solamente en su único ideal: la independencia absoluta, civil y política; aquella legión de bravos, de heroicos, de abnegados, de nobles patriotas... ha desaparecido ya. Céspedes, Agramonte, Aldama, Aguilera, Morales Lemus, Quesada, Goicuría, Agüero, Cisneros... todos, han ido cayendo poco a poco, unos, en los campos de batalla, heridos mortalmente por el plomo enemigo o en las prisiones o en pueblos extraños, tristes emigrados; otros, muy pocos, tuvieron la dicha de entregar su último suspiro en la patria libre, después de haber gozado, felices israelitas, de la República, tierra soñada de promisión.

Salvador Cisneros Betancourt fue uno de éstos. De aquellos grandes, excelsos patriotas, era el único que nos quedaba. Y ayer, como un patriarca, acaba de morir.

Nacido en el Camagüey, la tierra heroica y legendaria de Ignacio Agramonte y de la Avellaneda, el 10 de febrero de 1828, consagró su vida entera al servicio de Cuba.

En 1840 partió a los Estados Unidos para terminar sus estudios, regresando a su pueblo en 1848, donde contrajo matrimonio, dos años más tarde, con su prima Micaela Betancourt y Recio.

Hombre rico, de familia distinguidísima que gozaba de grandes simpatías, ocupó Salvador Cisneros puestos de importancia y tomó parte activa en numerosas empresas patrióticas y sociales que se llevaron a cabo en el Camagüey. Fue Alcalde Municipal, fundador y Presidente del Casino Campestre, Sociedad Filarmónica, la Logia Tínima y otras sociedades.

Ya desde los años de 1850 lo vemos conspirar, con ardor y entusiasmo extraordinarios, por la libertad de Cuba.

Cuando el 10 de octubre de 1868, lanzó Carlos Manuel de Céspedes el grito de independencia, fue Salvador Cisneros el alma del levantamiento en el Camagüey, formando parte, primero, del Comité de Gobierno que eligieron los patriotas camagüeyanos para dirigir todos los trabajos revolucionarios, y, más tarde, de la Asamblea de Representantes del Centro, organismo que vino a sustituir al antiguo Comité.

Al constituirse, en abril de 1869, la Cámara de Representantes en Guáimaro, ocupó la presidencia de la misma, hasta que, destituido Céspedes en octubre de 1873 y por enfermedad y muerte de su sucesor Francisco Vicente Aguilera, fue proclamado Salvador Cisneros Presidente de la República, cargo que renunció en junio de 1895, sucediéndole entonces Juan B. Spotorno.

Debemos mencionar aquí dos hechos importantísimos de su vida: la libertad de los esclavos que votó en unión de los demás miembros de la Asamblea de Representantes, muchos de los cuales, y entre éstos Cisneros, eran dueños de numerosas dotaciones; se opuso asimismo a toda negociación de paz con España, que no fuera a base de la independencia absoluta, y consecuente con sus ideas, al firmarse el Pacto del Zanjón, se dirigió a los Estados Unidos, desde donde continuó laborando por nuestra independencia. En New York fundó el primer Club de Emigrados Cubanos.

Reanudadas de nuevo las hostilidades, la Asamblea de Jimaguayú lo elige el 18 de septiembre de 1895, Presidente de la República en Armas; y, por último, al organizarse Cuba definitivamente como pueblo soberano, consagra entonces en la paz, Salvador Cisneros, con el mismo entusiasmo y con el mismo fervor con que lo había hecho en la guerra, todas sus actividades, al servicio de la patria. Desde entonces hasta el día de su muerte, representó al Camagüey en nuestro Senado.

Tal es, a grandes rasgos, la vida del Marqués de Santa Lucía.

Las notas distintivas de su carácter fueron la caballerosidad, el valor estoico, su entereza moral y, por encima de todas y resumiéndolas todas, su patriotismo.

Noble, por su cuna y por sus virtudes, sencillo y modesto, despreció primero sus pergaminos y sus riquezas para dedicarse a la obra redentora de la emancipación de su pueblo; y después, una vez logrado su ideal, conquistada la independencia, despreció también sus títulos y méritos revolucionarios, para consagrarse, como simple ciudadano, a la consolidación de la República. Jamás exigió nada a la patria que tanto le había costado. Dos veces Presidente, ni siquiera permitió se le liquidaran como tal sus haberes en el Ejército Libertador. Quiso cobrar tan solo como simple soldado. Y todavía hizo más: de las tierras que le quedaban en el Camagüey donó, a fines del año 1912, cien caballerías para que se repartieran entre los emigrados revolucionarios que se encontraban en la miseria

Murió casi pobre, él que era millonario; porque libre de mezquinas pasiones; su virtud y su patriotismo le vedaban medrar con lo que constituía su más grande ejecutoria: el haber luchado por nuestra libertad.

Estuvo en las dos guerras y nunca derramó sangre enemiga. En los combates, en las emboscadas, en los asaltos, era el primero. Sin armas, estoicamente, afrontaba los peligros; y las balas lo respetaron siempre.

Y sin embargo, supo revolverse airado cada vez que su conciencia y sus convicciones se lo demandaban. En cierta ocasión; en que el general Martínez Campos le dijo, pocos días después de la Revolución de Baire: —Marqués, ya estamos viejos para estas aventuras. Santa Lucía le contestó: —General, cumpla usted con su deber, que yo sabré cumplir con el mío. Igualmente enérgico fue en su protesta contra la paz del Zanjón. Y durante la República, en el Senado y en la vida política tuvimos ocasión mil veces, de admirar la entereza de su carácter, su alteza de miras, la nobleza de su corazón.

Sin poseer una cultura extraordinaria, pero de inteligencia clara, supo en medio del fragor de los combates organizar y dirigir la vida civil de la Revolución.

Con los grandes y con los humildes fue siempre el mismo, a todos trataba por igual; que era tal vez el más perfecto y sincero demócrata que ha tenido la América.

Fue un héroe, un apóstol y un patriarca.

Más que con lápidas y estatuas, debemos sus compatriotas honrar y enaltecer la memoria del Marqués de Santa Lucía trabajando todos, cada uno en la medida de nuestras fuerzas, porque sea perdurable la obra a la que él consagró los años todos de su vida, sus anhelos y sus empeños, su inteligencia y sus actividades, su riqueza y su bienestar: ¡esta República que él siempre quiso libre, grande, próspera y feliz! 

Este texto tal como apareció en la revista Gráfico.


La revista Gráfico, surgida en marzo de 1913 y con la dirección de Emilio Roig de Leuchsenring y Conrado Massaguer, dedicó abundante espacio a la muerte de Salvador Cisneros Betancourt.


Impresionantes fotos de las honras fúnebres del Marqués de Santa Lucía incluidas en la revista Gráfico, en marzo de 1914.


Tomado de la revista
Gráfico, 7 de marzo de 1914, Vol.III, Num.53, p.3, 6-7.
El Camagüey agradece a Jaime López García la posibilidad de publicar este texto.

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