Key West
Marzo 20 1896.
Sr. Carlos Pio Uhrbach.
Habana.
Mi hijo muy amado: Cada día es más profundo y tenebroso el vacío de mi vida: a cada instante toma en mi conciencia un matiz nuevo y más punzante el dolor que sin tregua me acosa: me siento morir de angustia, y es lo cierto que no abarco nunca en su desoladora plenitud la horrible desgracia que todos lloramos. ¡Oh no! Nuestra propia alma, como espantada ante la magnitud de su infortunio, cierra ante él, apenas entrevisto, los ojos y huye con la visión incompleta del dolor a devorar aquella porción de él que le es dado abarcar sin desfallecer. Me siento morir: no concibo por qué proceso espiritual ha de llegar a mí el consuelo: mi dolor me fascina, y entrego a él todo mi pecho sin reserva, ávido de sacrificio; ora enternecido, ora sombrío. No tengo reposo ni en sueños: quisiera aletargarme y morir en mi pena. En vano, en vano me solicitan los ordinarios cuidados de la vida; en vano me atrae el amor de mis otros hijos; que como tiende al Norte la aguja mi espíritu se orienta sólo hacia la tumba recién abierta: el espíritu de mi hija flota en torno mío; no como el alma de la muerta, sino vivo, pugnando por asirse a mí en esta vida, en la vida; pugnando yo por asirlo, por reencarnarlo, por obrar el milagro de la resurrección de mi Juana. ¡Oh, con qué doloridas voces la llamo: cómo me empeño en arrebatársela a la nada; con qué intensidad la recuerdo, con qué pesar tan profundo lamento su ausencia; y, cómo, en algunos instantes de olvido de la realidad me la finjo viva y creo verla y oirla! Y lucho y lucho como por asirse el náufrago a la tabla, por asirme a ella que se me esconde, que se me desvanece entre la sombra, yo desfallezco de pena o me indigno ante la tremenda injusticia del hado, asumiendo su yerro; y rehago toda mi vida para figurármela sana y salva! ¡Qué delirios! Verdad que usted también delira así, Carlos Pío? Verdad que estamos instante por instante unidos en esta santa comunión del mismo dolor? Yo vuelvo a U. los ojos buscando en U. la chispa de su vida, y sabe quisiera poderme echar en sus brazos abriéndole los míos para confundir nuestra pena en un mismo sollozo y en unas mismas lágrimas. Así, pensando en usted su recuerdo me sostiene y me alucina. Y por qué no hemos de vernos? Por qué no hemos de revivirla entre los dos para los dos? Yo estoy cansado ya y tengo pocas fuerzas para sufrir: usted es joven; y de la propia exuberante savia de su pecho nutre su pena: a mí la pena me va matando. Quisiera tener todos mis amigos a mi lado: necesito auxilio: mi dolor no tiene consuelo y estoy a veces enloquecido por él. ¡Oh, vivamos unidos en su recuerdo amándonos en ella y por ella: deme usted un poco del calor de su alma Carlos Pío: la mía se hiela y me siento morir sin ella: hoy no he llorado. Voy ahora, a las 5 media con Federico a poner flores sobre su tumba, sobre nuestra tumba: yo le he cogido un cariño tan grande a su hermano, que lo siento hijo mío ¿qué no sentiré por usted? Abráceme, el momento es bueno, ya vuelven las lágrimas a mis ojos.
¡Ay, que aquella bendición que de lo más íntimo y puro del alma dolorida salió, salió de mí para ella, caiga sobre usted y le suavice los ásperos roces de la vida. Oh Juana, mi Juana! Carlos Pío, mis hijos! Adiós.
Esteban
(De Consuelo Pierra a Carlos Pío Uhrbach)
Carlos Pío, hijo querido: al desaparecer para siempre nuestra hija adorada se han estrechado más los lazos que a U. me unían. En Ud. está el espíritu de nuestra Juana, en usted la seguiremos amando y juntos todos adoraremos su memoria. Cuánto hubiera dado por tenerlo a U. aquí para que la llorara con nosotros!
No piense U. en morir aún tan joven; piense en su pobre madre que está necesitada de su cariño: yo que soy madre y necesito tanto de mis hijos se lo pido en su nombre, por ella a quien dedico viva simpatía, y ruego al Cielo nos permita reunimos a todos algún día en el suelo de la patria. Viva U. para ella y para nosotros, sus segundos padres.
Lo abraza estrechamente
Consuelo
Tomada de Juana Borrero. Epistolario II. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, Instituto de Literatura y Lingüística, 1967, pp.369-370.
Nota de El Camagüey: Se ha respetado la puntuación del original.