Y con esto, lectorcito amigo, doy por terminado este ensayo de libro, que de un tirón he escrito para ti: ¡así me pasaría la vida entera conversando contigo! ¡Dichoso el hombre que puede comunicarse frecuentemente con los niños! ¡Dichoso yo, si pudiera pasar lo poco que me resta de vida, en la amable compañía tuya y de tus iguales! ¡Tú, en verdad, no sabes cuán bella es tu vida! Por ti, para darte un techo, para cubrir de manjares tu mesa, para criarte sano de cuerpo y de espíritu, y para hacerte bueno (que es como decir: para hacerte dichoso), trabajan desvelados tus padres; y para educarte y para hacer que te instruyas y te eduques, trabaja también y se desvela el gobierno de tu patria. Las personas mayores todas te aman y te miran con afectuosa solicitud. Muy poco tienes que hacer, en cambio. Basta que seas dócil, que te hagas amable; y todo tu trabajo consiste en estudiar un poco.
Importa saber, desde luego; pero importa más ser bueno. Todo el saber del mundo no vale lo que vale un sentimiento generoso: la virtud es más sana y mejor que la ciencia; pero ambas cosas pueden andar juntas, y la una completa las más veces a la otra.