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Carta abierta a Máximo Gómez – diciembre de 1901 (II)

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Carta abierta a Máximo Gómez – diciembre de 1901 (II)

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El asunto más culminante que se presenta a nuestra imaginación es el siguiente:

A pesar de las diferencias que se vislumbraba entre la Asamblea de Representantes y el General en Jefe desde la entrevista Gómez-Poter y Quesada y su venida a La Habana, puede considerarse lo que resultó a los pocos días de su llegada y ocupar la Quinta de los Molinos.

La Asamblea seguía guardando toda clase de consideraciones, no quería romper con él, poniendo de su parte todo lo posible por guardar armonía.

Por entonces se había presentado una persona haciendo proposiciones para un empréstito al Gobierno Cubano, que tenía propósito de pagar el ejército, este señor pidió se tratase en secreto el asunto, por así convenir a sus intereses.

En mi concepto el negocio no era usurario ni tenía nada porque no se pudiese aprobar y aunque yo abundaba en la idea de que se le pagase al ejército, no estaba conforme, porque debía tratarse en secreto y además tenía que sancionarlo el presidente de la República Americana, por cuyos dos motivos me puse en frente del proyecto. Otros no lo aceptaban por distintas razones.

Yo siempre he sido, soy y seré opuesto a las sesiones secretas.

La Comisión en Washington, uno de los puntos que trató fue el del pago del ejército y el Presidente Mc Kinley le preguntó a la Comisión cuánto era necesario para el dicho pago. El Gral. García, que sin duda era competente para contestar intempestivamente y sin calcular, respondió tres millones de pesos. La Asamblea no lo consideraba suficiente y de consiguiente pero estaba dispuesta a llevar a efecto el empréstito bien con esa persona o con otra y como consideraba (menos yo) que debía ocurrir al Presidente, para que le permitiese el empréstito, necesitaba tener en que fundarse para desvanecer tan valiosa opinión, como era del Gral. García.

Ninguna le parecía más a propósito que la del Gral. Gómez y como además había que consultarle otros asuntos, la Asamblea trataba de nombrar una Comisión para que se acercase a él, y los aclarase. Yo me opuse al nombramiento de la Comisión, porque consideré que más digno y natural era que lo llamásemos, para que personalmente resolviera reunido con la Asamblea lo que juzgara conveniente; pero renunció él que se nombrase la Comisión y procediese al nombramiento de ella, tratando de que la compusiesen las personas de más amistad y más prudentes, para que tuviese el mejor resultado.

Se eligieron cuatro personas, los Coroneles Lastra y Hevia, Gonzalo de Quesada y yo como Presidente de la Comisión.

Tres eran los puntos que debían de tratarse: primero, si consideraba suficiente para pagar al Ejército Libertador Cubano tres millones de pesos; segundo, si estaba dispuesto a obedecer y cumplir como Gral. en Jefe todas las disposiciones y acuerdos de la Asamblea y tercero [espacio en blanco en el original]

Llegó la Comisión a la Quinta de los Molinos y se nos dijo que se acababa de acostar, tuvimos por conveniente irnos a esperar a un cafecito que había frente a la puerta de la Quinta. Ya esto nos pareció de mal augurio.

Cuando despertó, nos avisaron y pasamos donde él se encontraba y nos pareció estaba algo contrariado, no sabemos si sería porque se acababa de levantar.

Yo como Presidente le dirigí la palabra manifestándole que la Asamblea deseaba que tanto ella como él, estuviesen en la mayor armonía por cuyo motivo necesitando de sus consejos y en prueba de deferencia habían nombrado esta Comisión compuesta de sus mejores amigos, para no molestarlo llamándole a la Asamblea, para que resolviese los tres puntos a que se contraía la Comisión.

Al primero como Gral. en Jefe él nos dijese, en consecuencia, si él consideraba que tres millones eran suficientes para pagar al ejercito libertador.

Frunció el ceño y después de una pausa dijo precipitadamente, no señor, ni con mucha, no hay ni para empezar.

Le dije pues eso es lo que justamente veníamos a saber y le vamos a agradecer que nos lo diga bajo su firma. Como el relámpago nos contestó: ¡Ah, no señor, eso es diferente, no lo puedo hacer, es contrario a mi compromiso!

No comprendo a qué compromiso se refería.

Después le dije: el otro punto es que la Asamblea desea saber si Ud. está dispuesto a obedecer y cumplir las disposiciones y acuerdos que ella tenga.

Y con violencia contestó: según y cómo, porque si no vienen conforme a como yo pienso, entonces de modo [sic] los cumpliré.

Yo estaba a pesar de mi calma violento e hice ademán de levantarme, pero mis compañeros Lastre y Hevia, que son de carácter pacíficos, se dirigieron a él para tratar de convencerlo y que no debía darnos esa contestación.

No habían concluido de decir la última frase [cuando Gómez] se irguió en la silla y con modo adusto les dice: adviertan Uds. que yo no tomo consejos de nadie, no se los he pedido y hago lo que me da la gana; ya yo fuera de mí y levantándome dije estamos de más, vámonos y con la misma nos retiramos.

Quesada no abrió la boca. Seguimos a la Asamblea, a dar cuenta del resultado de nuestra Comisión, lo que hicimos del modo siguiente.

Nunca he tenido más prudencia en mi vida, porque desde que entramos hemos debido retirarnos en el acto. Gómez ha estado grosero, malcriado e indecente con nosotros, no consideraba que cada uno [de] nosotros valía tanto como él y juntos, en comisión debía considerarnos y respetarnos como superiores. Después narré los hechos tal cual habían pasado y concluí diciendo: No lo siento por mí, sino por el modo con que ha insultado a los dos caballerosos compañeros, y dirigiéndome a la Asamblea les dije: Espero que se le dé el correctivo correspondiente.

La Asamblea cumpliendo con su deber no se conformó sólo con lo que yo expuse, sino que se les pidió a los demás comisionados, y todos, incluso Gonzalo de Quesada, convinieron en que la narración era exacta.

Manuel Sanguily, después de una larga peroración, pide que el Gral. en Jefe sea depuesto por la manera incorrecta con que se había portado con una comisión de la Asamblea. En el primer momento todos estaban de acuerdo, hasta Quesada, pero se levantó uno de los delegados, creo que Núñez, y manifestó que debíamos tener prudencia y más cuando había un modo que suplir y daba el mismo resultado y así él proponía, que el puesto de Gral. en Jefe fuera suprimido, supuesto que ya no se necesitaba; el Delegado Arístides Agüero contestó que esto no era suficiente, por que no se le imponía castigo alguno, que un soldado se insubordinaba y se le castigaba, que porqué no se hacía lo mismo con el Gral. en Jefe; pues en él la falta era más grande.

Juan Gualberto Gómez y Sanguily defendieron esta proposición con fuerza, se puso a votación y obtuvo mayoría.

Muy pocos fueron los que votaron la proposición de la supresión del Generalato en Jefe, solo recuerdo al Gral Núñez, Melchor Mola, Gonzalo de Quesada, Tamayo que se fue antes de la votación y Manuel Mª Coronado que creo que se abstuvo de votar.

La Asamblea pues acordó, la deposición del Gral. Máximo Gómez como Gral. en Jefe.

El Gral. Emilio Núñez, de palabra hizo renuncia de su cargo de Delegado, pero como en la siguiente sesión se presentó quedó en su puesto.

Foto tomada a Máximo Gómez en 1899, en New York.

Aquí está expuesto, con toda minuciosidad, todo lo concerniente a la deposición del Gral. en Jefe Máximo Gómez de su cargo y con toda la veracidad posible y se vería las inexactitudes que se propalaron y que fueron causa de tantas reuniones en la capital y que tantos prejuicios causaron y daños que pudieron causar, pues hasta el mismo Gómez no fue verídico en la versión que propaló y continúa propalando de que su deposición fue debido a que no se prestaba a que se hiciese el empréstito, ¿por ventura Gómez pertenecía al Gobierno? ¿O es que con sus ínfulas de Dictador piensa que todo se le ha de consultar o que sea de voluntad cualquier determinación que se tome?

La comisión nada dijo, porque ni la palabra empréstito se pronunció en la conferencia ni por nosotros, ni por él, sólo se habló de cuánto se necesitaba para el abono del ejército, pues él, como Gral. en Jefe, podía resolverlo mejor, pero de eso a que le consultáramos lo del empréstito había notable diferencia. A la Asamblea era únicamente a la que competía resolverlo.

Admiración debe causar y causa que un hombre del carácter de Gómez no se atreva a decir en público lo que confiesa en privado, nos dice no ser suficiente los tres millones de pesos para el pago del ejército en privado y por su interés particular no se atreve, no tiene el valor de darlo firmado por él. ¿Es éste el hombre que nosotros teníamos por un semidiós? No y mil veces no. Cualquier hombre mediocre no tiene inconveniente en firmar con su mano lo que su boca dice y todo un Máximo Gómez se negó a hacerlo.

No fue, no, su deposición debido a ésta, sino por su poco respeto y su insubordinación con sus superiores y sobre todo están de manifiesto el que no estaba dispuesto a obedecer y cumplir las disposiciones de la Asamblea. ¿Qué diría él si al dar una orden a uno de sus soldados, éste le dijese que no la cumplía porque no estaba conforme con su modo de pensar?

Vamos, que este D. Máximo tiene cosas que hacen reír a las piedras.

Por hoy basta y en la próxima, continuaremos las consecuencias de ésta.

Los que condenan a la Asamblea por la deposición de su ídolo Máximo Gómez, después que lean esta narración creo nos darán la razón.


Archivo Nacional de Cuba. Fondo Donativos y remisiones, leg. 310, Nº 9. Tomado de Elda Cento y Ricardo Muñoz: Salvador Cisneros Betancourt: Entre la controversia y la fe. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2009, p.426-430.
Nota de El Camagüey: Se ha modernizado y corregido la ortografía. También, en aras de facilitar la lectura, se han realizado ligeras modificaciones en la puntuación, que en lo absoluto afectan el sentido del texto.

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