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Homenaje a Federico García Lorca

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Homenaje a Federico García Lorca

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Señor Presidente de la República,
Señora Directora de Cultura,
Señoras y señores:

De los tres grandes poetas con que el pueblo de España pagó su amor a la República frente al fascismo, el único que muere violentamente es García Lorca; él es también el único que pudo estar en Cuba. Por una gracia especial, me fue dado el honor de conocerlos a los tres.

Antonio Machado muere en el exilio, en un pequeño pueblo de la frontera franco-española, cuando el derrumbe de la República que él cantó con sus versos lo hizo salir de España. Miguel Hernández murió en la cárcel de Alicante, rotos los pulmones por la tubercolosis. García Lorca cae bajo el plomo de un puñado de asesinos en las afueras de Granada, adonde había ido a buscar amparo y donde se creyó protegido como una “gloria local”, según dijo él mismo con gracia lorquiana.

A Antonio Machado lo conocí y traté en Valencia, junto con Juan Marinello, en los días del Congreso Mundial por la Defensa de la Cultura. Descuidado y poético, recordaba en esencia y presencia los versos en que lo apreció Rubén Darío:

       Misterioso y silencioso
       iba una y otra vez.
       Su mirada era tan profunda
       que apenas se podía ver.
       Cuando hablaba tenía un dejo
       de timidez y de altivez…

A Miguel Hernández lo vi por primera vez, y anudé con él una amistad que iba a crecer fraternalmente, en las sesiones de aquel Congreso. Era un mocetón fuerte, directo, de mejillas coloradas y ojos verdes, cabeza pelada al rape, camisa de lana oscura y pantalones de lana gris, que hablaba con una voz ronca y elemental.

Lorca en La Habana.

A García Lorca lo conocí en La Habana, hace treinta y un años. Me lo presentó José Antonio Fernández de Castro, aquel animador de la cultura cubana que supo descubrir en muchos jóvenes de su tiempo grávidas zonas de talento creador, que otros no pudieron o no quisieron ver. Aquel día —renuncio a la fecha exacta—, anduvimos juntos desde la mañana y juntos almorzamos en una casa de la calle de Ánimas. Ya saben ustedes cómo algunos detalles nimios permanecen agarrados al recuerdo, mientras otros más importantes desaparecen de nuestra mente, borrados por los años. Así nunca he olvidado que antes de sentarnos a la mesa, la dueña de la casa nos sirvió ron; ron de llamado “carta de oro”. Lorca tomó el pequeño vaso y durante mucho tiempo se mantuvo sin apurarlo. Su goce consistía en poner el cristal a la altura de los ojos y mirar a través de la dorada bebida. “Ésto se llama —decía— ver la vida color de ron…” Y se burló con mucha y gracia y talento del viejo Campoamor…

Lorca había venido a Cuba invitado por don Fernando Ortiz, presidente de la benemérita Hispano Cubana de Cultura (sic), con sus domingos matinales en La Comedia. En esas mañanas habló García Lorca, y sus conferencias alcanzaron una resonancia única, tan otra cosa de como eran las conferencias-conferencias, almidonadas y vaso de agua, que dan las personas importantes cuando tienen que dar conferencias.

Pero Lorca no se marchó de La Habana al terminar sus compromisos con don Fernando. Se quedó en Cuba; le gustaba irse en las noches a las “fritas”, a los cafetines de Marianao, donde ya estaba el Chori, y allá se hizo amigo de treseros y bongoseros.

Habían aparecido por aquel entonces Motivos de son. Él retuvo el ritmo de esos poemas y luego escribió un “son” suyo, un “son” lorquiano, que dedicó a Fernando Ortiz. Ustedes lo recuerdan: “Iré a Santiago”. Cuba imprimió en aquel espíritu una profunda marca, que él devolvió en auténtica comprensión.

¿Y cómo no iba a ocurrir de ese modo si Lorca era andaluz, y es la huella de Andalucía —huella de árabe fino— la que hay en Cuba desde el primer sueño de la colonia, marca sevillana antes que ninguna otra marca española?

Cuando Alberti llega a La Habana, es su Cádiz natal lo que le trae a la memoria nuestro azul puerto antillano. Una Cádiz grande, él lo dice, pero Cádiz por su gracia y su sol, dice él también. Así Lorca amó en Cuba su tierra propia, su Granada andaluza, y reconoció en ella valores que, habiéndonos llegado del otro lado del Mar Océano, son perceptibles todavía, a cuatro siglos de distancia, en la gran mezcla popular.

Cuando al fin parte el poeta, nos queda su recuerdo como un tenaz perfume, y su garra desgarradora y su gracia romancera. Nadie como él ejerció (salvo Rubén Darío) influencia tan pronunciada en los jóvenes poetas americanos. Beatos los que pudieron vencerla, transformándola en voz propia, a lo largo y dramático esfuerzo de asimilación, semejante al que se impuso el propio Lorca con Góngora y Lope, con Machado y con Juan Ramón.

Pero la figura de García Lorca desborda su alta condición lírica para convertirse en un símbolo de lo que es la barbarie, la estupidez fascista. Se nos dirá que no era su poesía una poesía política, ni él mismo un político de militancia partidaria, como Alberti, pongamos por ejemplo. Pero ¿acaso no es hacer política ir hacia el pueblo como Lorca fue, y meterse en su entraña y divulgar sus tradiciones y exaltar su espíritu? ¿No es político el “Romance de la guardia civil” cuyos miembros sabe el poeta ya, y no lo calla, que tienen de plomo las calaveras? ¿No es hacer política tomar posición junto a la República, en un país de tan lejana tradición real? ¿No es política, alta política, hacer del verso agua que refleja a gitanos y toreros, o llevar a la escena a Mariana Pineda, condenada a morir en Granada, en su Granada, porque bordó una bandera liberal?

A García Lorca lo matan no porque ignoraran que era él, sino precisamente por ser él, lo mata la reacción granadina, que no pudo ponerlo de su parte; lo mata el clero, lo mata la guardia civil, lo matan los señoritos y los señorones: lo mata el fascismo, en fin, que es todo eso empapado en sangre.

Han pasado veinticinco años. De entonces acá el mundo ha dado muchas vueltas; tantas que ya hasta podemos ver las vueltas que da el mundo. La fuerza que acabó con esa vida cede y se resquebraja en todas partes, en España también. Nosotros, los escritores y artistas cubanos, hemos llorado largas noches al poeta, lo hemos llamado sin consuelo, pero no lo lloramos más. Renueva nuestro amor cada día una rosa de Cuba en su recuerdo y mantiene viva una lámpara fiel que ninguna tempestad puede apagar. Fino andaluz de sueño, gitano principal, junto a nosotros esta noche, García Lorca sonríe, seguro de su esperanza.


Discurso pronunciado en el Primer Congreso de Escritores y Artistas de Cuba, en agosto de 1961. Tomado de Nicolás Guillén: España. Poemas y crónicas de una guerra antifascista. Selección: Denia García Ronda. Prólogo: Guillermo Rodríguez Rivera. La Habana. Ediciones Sensemayá, 2017, pp.103-105.

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Comentarios
María Antonia Borroto
3 años

Transcribo "Son de negros en Cuba", mencionado por Guillén en su homenaje a Lorca: Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago, en un coche de agua negra. Iré a Santiago. Cantarán los techos de palmera. Iré a Santiago. Cuando la palma quiere ser cigüefla, iré a Santiago. Y cuando quiere ser medusa el plátano, iré a Santiago. Iré a Santiago con la rubia cabeza de Fonseca. Iré a Santiago. Y con la rosa de Romeo y Julieta iré a Santiago. ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas! Iré a Santiago. ¡Oh cintura caliente y gota de madera! Iré a Santiago. ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco! Iré a Santiago. Siempre he dicho que yo iría a Santiago en un coche de agua negra. Iré a Santiago. Brisa y alcohol en las ruedas, iré a Santiago. Mi coral en la tiniebla, iré a Santiago. El mar ahogado en la arena, iré a Santiago, calor blanco, fruta muerta, iré a Santiago. ¡Oh bovino frescor de calaveras! ¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro! Iré a Santiago.

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María Antonia Borroto
3 años

Romance de la guardia civil española (A Juan Guerrero, Cónsul general de la Poesía) Los caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera. Jorobados y nocturnos, por donde animan ordenan silencios de goma oscura y miedos de fina arena. Pasan, si quieren pasar, y ocultan en la cabeza una vaga astronomía de pistolas inconcretas. * ¡Oh ciudad de los gitanos! En las esquinas banderas. La luna y la calabaza con las guindas en conserva. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vió y no te recuerda? Ciudad de dolor y almizcle, con las torres de canela. * Cuando llegaba la noche, noche que noche nochera, los gitanos en sus fraguas forjaban soles y flechas. Un caballo malherido, llamaba a todas las puertas. Gallos de vidrio cantaban por Jerez de la Frontera. El viento, vuelve desnudo la esquina de la sorpresa, en la noche platinoche noche, que noche nochera. * La Virgen y San José perdieron sus castañuelas, y buscan a los gitanos para ver si las encuentran. La Virgen viene vestida con un traje de alcaldesa, de papel de chocolate con los collares de almendras. San José mueve los brazos bajo una capa de seda. Detrás va Pedro Domecq con tres sultanes de Persia. La media luna, soñaba un éxtasis de cigüeña. Estandartes y faroles invaden las azoteas. Por los espejos sollozan bailarinas sin caderas. Agua y sombra, sombra y agua por Jerez de la Frontera. * ¡Oh ciudad de los gitanos! En las esquinas banderas. Apaga tus verdes luces que viene la benemérita. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Dejadla lejos del mar, sin peines para sus crenchas. * Avanzan de dos en fondo a la ciudad de la fiesta. Un rumor de siemprevivas invade las cartucheras. Avanzan de dos en fondo. Doble nocturno de tela. El cielo, se les antoja, una vitrina de espuelas. * La ciudad libre de miedo, multiplicaba sus puertas. Cuarenta guardias civiles entran a saco por ellas. Los relojes se pararon, y el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas. Un vuelo de gritos largos se levantó en las veletas. Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan. Por las calles de penumbra huyen las gitanas viejas con los caballos dormidos y las orzas de monedas. Por las calles empinadas suben las capas siniestras, dejando detrás fugaces remolinos de tijeras. En el portal de Belén los gitanos se congregan. San José, lleno de heridas, amortaja a una doncella. Tercos fusiles agudos por toda la noche suenan. La Virgen cura a los niños con salivilla de estrella. Pero la Guardia Civil avanza sembrando hogueras, donde joven y desnuda la imaginación se quema. Rosa la de los Camborios, gime sentada en su puerta con sus dos pechos cortados puestos en una bandeja. Y otras muchachas corrían perseguidas por sus trenzas, en un aire donde estallan rosas de pólvora negra. Cuando todos los tejados eran surcos en la tierra, el alba meció sus hombros en largo perfil de piedra. * ¡Oh, ciudad de los gitanos! La Guardia Civil se aleja por un túnel de silencio mientras las llamas te cercan. ¡Oh, ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Que te busquen en mi frente. juego de luna y arena.

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María Antonia Borroto
3 años

Y esta es la impresionante "Oración por Antonio Machado", escrita en 1905 por Rubén Darío: Misterioso y silencioso iba una y otra vez. Su mirada era tan profunda que apenas se podía ver. Cuando hablaba tenía un dejo de timidez y de altivez. Y la luz de sus pensamientos casi siempre se veía arder. Era luminoso y profundo como era hombre de buena fe. Fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez. Conduciría tempestades o traería un panal de miel. Las maravillas de la vida y del amor y del placer, cantaba en versos profundos cuyo secreto era de él. Montado en un raro Pegaso, un día al imposible se fue. Ruego por Antonio a mis dioses, ellos le salven siempre. Amén.

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