Si la hipocresía, Hombres, mis hermanos, no se insinuara tan sutilmente en nuestro pecho, hubiéramos cantado menos a la Madre, y hubiéramos roto de veras las cadenas de nuestras madres. No habríamos puesto en altares —¡qué sarcasmo!— a la virgen-madre, a la madre fuera de la naturaleza, contra la naturaleza; sino habríamos reconocido su dignidad a la mujer, en su función insigne de perpetuadora y renovadora de nuestra especie. Declararíamos, por medio de nuestras leyes, que la maternidad constituye la función social por excelencia. Y nos inclinaríamos ante estas perennes vigías que, como los antiguos “cursores”, llevan en la mano y se trasmiten la antorcha de la vida. Así empiezan a reconocerlo los escandinavos, y también, ¡oh mis civilizados hermanos de Occidente!, los bárbaros moscovitas.
Habana, 10 de mayo de 1929
Comentarios
José Carlos Guevara
2 añosBuscando entre los documentos a mi alcance algunas notas de Enrique José Varona sobre su madre o el lado materno de su familia, encontré algunas informaciones dignas de mención. Primero, María Dolores de la Pera Bertrán era catalana, e hija de Salvador de la Pera, quien a su vez era residente de la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe y tenía su dirección en la calle de la Contaduría. Tal vez incluso sea propiedad de la familia materna la casa en que hoy existe la tarja en homenaje al filósofo. Segundo, el acta de bautizo que se realizó el 29 de abril de 1849 en la parroquia de Santa Ana revela que la familia quiso honrar en el neonato al abuelo materno pues el tercer nombre del niño es Salvador, según lo escrito por el párroco Manuel Norniella. Tercero, entre los recuerdos de su infancia el filósofo deja notas admirables acerca de su madre y Camagüey en un artículo que se titula “Mi primer contacto con la injusticia”. Por lo interesante del texto dejaré a Enrique explicarse sobre el paso de los años y decir que: (…) los primeros de mi vida fueron, no dirigidos, sino suavemente empujados por mi buena madre, quien, ya por ser yo el más pequeño de mis hermanos, ya por mi semi-orfandad, me crió como a un verdadero Benjamín. Todo su empeño era quitarme las espinas de un camino tan enzarzado como el de la vida y evitarme los esquinazos, donde todas las calles son esquina. El resultado tuvo que ser un muchachuelo tímido y receloso, en un pueblo de arrapiezos fornidos, capaces de darle un susto al miedo. Algo fantaseador también era, pero en ello no tuvo parte ni culpa mi madre, mujer muy casera y muy de su tiempo y de su pueblo. ¡Tenía sus arranques poéticos este señor, como se ve! Su ruptura fundamental con la figura materna parece provenir de algunos desacuerdos en materia de religión. Ha dicho el señor Manuel de la Cruz que Varona en sus primeros años fue “devoto de Kempis”, y Con el eslabón demuestra un ensañamiento con esta figura que más que negar, parece dar pie a lo dicho. Tal vez fueron los malos ejemplos de algunos profesores como los escolapios Juan Romero (Juanín) o Joaquín Parera los responsables de su distanciamiento. Quizás se trate, antes bien, de una crisis de fe mal cuidada por otras lecturas. Lo cierto es que Enrique se separó del catolicismo materno. Nos recuerda con los documentos en la mano José María Chacón y Calvo que: Había enviado don Marcelino Moya unos versos a Varona “mostrándole le fe como luz radiosa, que debía alumbrar las tinieblas de su inteligencia y cual bálsamo que debía confortar las penas de su corazón”. Varona le envía otros versos y los comenta con esta carta. Dice a su amigo: “La fe, cristianamente hablando es donde gracia… “Es decir, que la fe de buena ley, ha de ser infusa”. Le habla luego de su nueva fe: la perfectibilidad humana, “la fe en las evoluciones necesarias de las sociedades, en su triple fase especulativa, activa y efectiva, que han de realizar por el amor al ideal de la fraternidad verdadera, haciendo de los hombres todos desde el patagón al sameyendo una sola raza, un solo pueblo, una sola familia…” Antes de llegar a esta “conquista”, se vio arrastrado por un escepticismo frío – nos cuenta – que le recordaba el que pintó San Agustín algo epigramáticamente: “Que así como el que cayó en manos de algún mal médico no osa fiar ni aún del bueno, así su alma, que tantos malos médicos y maestros había experimentado, no se osaba entregar al bueno, que mediante la fe lo había de salvar.” Este estado espiritual lo recordó Varona en unos versos “Todo o nada”, que envía ahora a su amigo. Están fechados en 1871. Aparecen en el volumen manuscrito al que hice referencia al principio. Dicen así: En la edad en que libre de cuidados/aún duerme la razón/ignorante y feliz dulce memoria/ ¡Cuánto sabía yo! / En el tibio regazo de mi madre/ al trasponerse el sol,/ me reclinaba, y de su labio oía/ la grandeza de Dios. /Contando las estrellas y midiendo/ la sublime extensión/ del firmamento, en el celeste libro/leíamos los dos. /Luego en tono solemne y engrosado/ su dulcísima voz, / me narraba ella misma la grandiosa/ obra de la creación. / Sonriendo la escuchaba, y blandamente/ me embargaba el sopor/ y dormía feliz, como quien sabe/lo que sabía yo. /Luego los libros, que enseñar pretenden/ he leído también/y la voz de los labios he escuchado con fruición y avidez / la verdadera ciencia en mi vehemente/ inextinguible sed, / ¿Qué hombre, qué edad, qué sueño, qué quimera/ a quién no interrogué? / A mis preguntas ávidas ninguno/ me supo responder, / y de la duda horrible me aniquilo/ en el insomnio cruel. / Tus sencillas lecciones ¡cuán sereno/ me dejaban ayer! / ¡Ay! ¿Por qué me atreví a menospreciarlas/ madre mía, por qué? /De esta mentida ciencia, que he buscado, / el ciego contender no vale un átomo siquiera/ de tu tranquila fe. A continuación, el mismo Chacón y Calvo, católico como yo, dice y repito con él: No puedo transcribir estos olvidados versos sin una muy honda emoción. Y pienso que quien supo ser tan bueno y generoso, que tan altos servicios prestó a la patria, y a la gran causa de la concordia humana, había de ver iluminada su conciencia en los momentos postreros por esa sencilla fe de su infancia, que sentía en el regazo materno y que le hacía feliz. Lamento esta digresión, pero me parece necesaria al menos para dejar ver una faceta más del hombre que fue. De su apego a María Dolores dejaría constancia no solo su hijo sino también el bueno de Esteban Borrero, su mejor amigo, cuando en un poema fechado en 1876 que se titula “A Enrique J. Varona al partir para Puerto Príncipe” le dice que: (…) Allí matrona hermosa/Tu madre cariñosa/ Trémula de esperanzas/Te aguarda en el umbral; / Y en sus amantes brazos/Con amorosos lazos/ Oprimirá tu seno/Rompiendo á sollozar. No tengo idea de cuando murió la catalana, pero la última fecha en la que tengo noticias de la buena madre es el 8 de enero de 1882. Llegaba a la ciudad de sus abuelos el hijo amado junto al titán de la oratoria, Rafael Montoro y Aurelia Castillo en un poema titulado “A Enrique José Varona” no se aguanta el júbilo y prorrumpe a exclamar: ¡Joya del Camagüey! ¡Gloria de Cuba! /Acoge la afectuosa despedida que en nombre de tu pueblo entusiasmado/ mi débil voz hasta tu oído envía. / Ya de tu madre las caricias puras,/ compensando tu afán y tus desvelos, / gustar te hicieron de inefables goces/ que solo disfrutar pueden los buenos/ ¡Con qué orgullo tu frente pensadora/ contemplará la anciana ¡oh gran patricio! / Con que orgullo dirá: ¡Vedle! ¡Es mi Enrique!/ Ese a quien todos aman ¡Es mi hijo!
Y. J. Hall
2 años"...la maternidad constituye la función social por excelencia" ¡Qué horror!, gritarían las casi nunca atractivas feministas de nuestros días.
María Antonia Borroto
2 años@Y. J. Hall Pues me parece todo lo contrario, y agradezco tu comentario, pues me hizo reparar en que no había añadido este texto al acápite, o etiqueta (en la terminología al uso) "feminismo". Y allí debe estar. Varona no dice que la maternidad constituye la función social por excelencia de la mujer. No es eso lo que dice. Esa idea sí hubiera alarmado a algunas feministas. Varona dice, me parece, algo muy diferente... Este texto podría dialogar con la primera parte del ensayo "La mujer" de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que ensalza la figura de María, la madre por antonomasia, y con la propia evolución del culto mariano, e incluso de la devoción a Santa Ana, la madre de María. Ahí, creo yo, habría otro interesantísimo filón para el análisis, como mismo lo hay en su mención de los rusos y escandinavos. ¿Qué transformaciones serían ésas que tanto entusiasmaban a Varona? Habría que ver estas líneas en el contexto del pensamiento del autor, sobre todo de su idea de la organización social (sólo así, creo, se nos revelaría el sentido de la maternidad como función social por excelencia), y en el contexto de sus ideas sobre el tema. Reparemos en la fecha: 1929. Quien escribe ya es un hombre casi en las postrimerías de su vida (recomiendo leer la entrevista que le realizara Mañach) y que, al mismo tiempo, era visto como un oráculo por los jóvenes de entonces. En El Camagüey ya hemos publicado tanto la entrevista de Mañach (publicada originalmente en la Revista de Avance) y varios textos suyos asociados al feminismo, de diversas etapas de su vida, que permiten establecer las continuidades y hasta las posibles rupturas de él consigo mismo. Es que, incluso, su ensayo sobre el amor, ya publicado aquí (y escrito en su juventud) se centra en aspectos relacionados con la posición social de la mujer. Me viene la mente Gustavo Pittaluga y su excelente libro "Grandeza y servidumbre de la mujer" (Buenos Aires, 1946), casi desconocido hoy en día. No los voy a abrumar con citas (aunque ganas no me faltan, sobre todo del acápite dedicado a la Virgen María), pues sólo voy a incluir un párrafo de la introducción, que revela mis propias perspectivas sobre el feminismo, y por qué, al menos a mí, Varona no me escandaliza, más bien me complace. Cada día lo admiro más. He aquí a Pittaluga: "La posición de la mujer en la Historia ha sido falseada siempre por el equívoco del "punto de vista". El resultado es la proyección ideal de una figura deformada. Ensalzamiento y adoración, postergación y menosprecio, indiferencia y olvido, se alternan y cooperan con aviesas maniobras para esa deformación de la imagen histórica de la mujer. No me refiero a las normas jurídicas, sino a la íntima convicción de los hombres en general, que —a pesar de los ejemplos milenarios de las magnánimas empresas llevadas a cabo por mujeres, a pesar de la evidencia de la supremacía que éstas ejercen en la vida doméstica, contribución fundamental a la historia de la civilización— siguen considerando a la "historia del género humano" como una construcción exclusiva del alma varonil. La mujer ha cometido, por su parte, el error capital de rebelarse contra esa interpretación arbitraria, no ya en nombre de los "valores" que le son propios, que han sido su fuerza y su gracia, sino en nombre de una igualdad ideológica que cabalmente reniega el significado y la jerarquía de aquellos mismos "valores". El hombre ha dejado pasar esa ola de feminismo antihumano con un cierto humorismo. Por desgracia, tenía razón. Digo por desgracia, porque la mujer ha perdido así, en las postrimerías del siglo XIX, una ocasión única —la única desde la revolución espiritual del Cristianismo— para afirmarse como auténtica colaboradora del varón en la tarea secular de tejer la tela de la Historia." Y a veces pienso si en el presente no está sucediendo algo parecido a lo expuesto por Pittaluga, si ciertas modas (dígase el llamado lenguaje inclusivo, entre otras) no están provocando un efecto contrario al esperado por quienes las propugnan: si no se está, en fin, desvirtuando y hasta caricaturizando todo lo concerniente al debate sobre "la posición de la mujer en la Historia" (para decirlo con las palabras de Pittaluga). Es, como casi siempre digo en mis comentarios en El Camagüey, una idea al vuelo. Y sé que aun cuando he sido muy cuidadosa al exponerla se me lanzarán al cuello tanto los unos como los otros, pues las posiciones airadas y extremistas son las que, lamentablemente, prevalecen hoy en día. Gracias, una vez más, Yensy, por la provocación.
Y. J. Hall
1 año@María Antonia: A ver, sigamos un poco de lógica: La maternidad es función exclusiva de las mujeres. Si esta función constituye la función social por excelencia, tiene que ser la función social por excelencia de las mujeres. No hay otra opción.
María Antonia Borroto
1 año@Y. J. Hall: No, es la función social por excelencia. Y punto.
Y. J. Hall
1 año¿Cuál es la función social por excelencia de las mujeres?
María Antonia Borroto
1 año@Y. J. Hall: 1. Nunca me he planteado el asunto en esos términos. 2. En el supuesto de que sí, de que ésa sea la función social por excelencia de las mujeres, reconocerlo no sería, para mí, ningún problema. 3. Insisto en lo que Varona dijo, y si bien tu razonamiento es válido, creo que Varona va un paso más allá al decir que es la función social por excelencia: es la que garantiza la perpetuación de la especie y de la cultura; se cruzan, por tanto, lo biológico y lo social (que, por cierto, en principio y por principio están unidos).
María Antonia Borroto
1 año@Y. J. Hall: Por otro lado Varona lo que dice exactamente es "Declararíamos, por medio de nuestras leyes, que la maternidad constituye la función social por excelencia". LEYES: un marco regulatorio y protector. No es la declamación enfática de las virtudes asociadas a la maternidad o a lo femenino lo que Varona pide, ni la postración religiosa. No es la exaltación de la Madre, sino el cuidado de las madres. Es imposible que no resuenen en mí, mientras leo este pequeño e intenso texto de Varona, lo que ya aquí hemos publicado del Congreso Nacional de Mujeres, o un texto, curiosamente de 1929 (el mismo año de este de Varona) de la abogada Ofelia Domínguez sobre la situación legal de la mujer en ese entonces, o los muchísimos artículos de Mariblanca Sabas Alomá en Carteles, reunidos algunos en su libro "Feminismo"... El problema, pues era un verdadero problema, de los llamados "hijos naturales", por ejemplo, forma parte de esas luchas, el estado de desprotección en el que quedaba la mujer que había dado "un mal paso" (eufemismo que se las trae y que, de plano, nos condena) y como resultado, había salido embarazada y tenido un hijo... Fíjate que si suponemos que sí, que la maternidad es función social por excelencia de la mujer y que su dignidad proviene de ahí, de su condición o de la posibilidad de ser madre, esta las igualaba a TODAS, independientemente de la "legalidad" de los hijos. Y nunca me había detenido a pensar en el término "hijo natural", el nacido de una relación donde ha primado digamos que lo biológico, el apareamiento de un macho y una hembra, no regulado por la ley ni bendecido por la Iglesia. El hijo legal (o reconocido, o hijo a secas) nacía en un entorno legal diferente.
María Antonia Borroto
1 año@Y. J. Hall: Ah, y se usaba mucho una palabra que me parece tan fea: "expósito", el niño que, tras ser abandonado por sus padres, era criado en un hospicio... Siento que decirle así a una criaturita es casi como volverla a abandonar... Y ellos, casi todos los que se preocupan por estas cuestiones (y habría que ver si Varona escribió algo más sobre la maternidad o llegó a tratar el tema de los expósitos) se preguntan qué terribles circunstancias han sido esas que obligan a una mujer a renunciar a su hijo y entregarlo a desconocidos (o que lo entregara otra persona, pues casos hubo de secuestros.) Otro detalle: la primera radionovela, un éxito continental, la que marcó las pautas del género, fue "El derecho nacer", de Félix B. Caignet. Ah, es que el tema no era un mero entretenimiento, era uno de los grandes temas del momento.
Y. J. Hall
1 añoGracias por intentar seguir el argumento lógico y por dar un giro de 180 grados después de haber empezado con "Pues me parece todo lo contrario", implicando que la maternidad es la función social por excelencia de "los hombres".
María Antonia Borroto
1 año@Y. J. Hall: Ya veo que interpretaste mal o que yo no me supe explicar. Cuando dije que me parecía "todo lo contrario" me refería a la supuesta reacción airada de las feministas.
María Antonia Borroto
1 año@Y. J. Hall: E insisto en que Varona habla de función social por excelencia. Hay un matiz ahí interesante.
El Camagüey
2 añosEstos son los textos de Varona a propósito del feminismo ya incluidos en El Camagüey: "El amor. (Fragmentos de dos teorías del amor)": https://bit.ly/3BMVA82 "El feminismo de antaño": https://bit.ly/41RakgI "El movimiento feminista en Cuba": https://bit.ly/3BNPynM
José Carlos Guevara
2 añosLos guiños a la Unión Soviética son un reconocimiento indirecto (o directo porque del lector Varona puede esperarse de todo) a la obra en pro de la mujer que desarrolló la extraordinaria Alexandra Kollontai, fémina que impulsó la supresión del matrimonio religioso y simplificó los trámites para el matrimonio civil ya en 1917, pero que además en 1918 logró en un nuevo código que el esposo no impusiera ni su apellido, ni su casa, ni su nacionalidad a la esposa. Estableció la igual responsabilidad de los cónyuges sobre los hijos, licencias de maternidad y protección a la mujer en el trabajo. Como si fuera poco y en esto yo como católico tengo mis reservas, en 1920 autorizó el aborto como derecho.
María Antonia Borroto
2 años@José Carlos Guevara Alayón Muchísimas gracias por estos datos.
José Carlos Guevara
2 años@María Antonia Borroto Un dato más encontré la fecha de la muerte de la madre de Varona (noviembre de 1886)
María Antonia Borroto
1 año@José Carlos Guevara Alayón: Gracias.