Esta poesía fue recitada con arte y sentimiento
por la bella Srta. Teresita Chao,
en el Teatro Nacional de La Habana,
en la noche del 6 de Enero de 1909.
En tono de una mesa, silenciosas,
una madre y su hija están cosiendo;
con rapidez la niña,
triste la anciana, con marcado tedio.
La habitación es pobre,
y la luz del quinqué, ya roto y viejo,
proyecta en la pared
sombras que oscilan y que causan miedo.
De cuando en cuando, fatigosamente,
un suspiro no más turba el silencio.
Al fin, la pobre niña,
con idea quizá de huir del sueño,
dio, entre grave y risueña,
al siguiente diálogo, comienzo:
—Mamá, ¿a que tú no aciertas
qué es lo que estoy cosiendo?
—Si tú no me lo dices,
¿cómo voy a saberlo?
—Pues yo te lo diré:
Como es Noche de Reyes, voy haciendo
una enagua, una falda y una blusa
igual a la que tengo,
para una muñequita que he pedido
y que esta noche espero.
Me llamarás muy pronto
que ya quisiera ver lo que me han puesto.
—¡Pobre hija mía! —murmuró la madre,
lanzó un suspiro y continuó cosiendo.
—A más de la muñeca
quiero un libro de cuentos.
—Este año no vendrán, querida mía,
esperan otro invierno.
—¿Cómo no han de venir?
—Ya verás tú, mi cielo:
he oído decir que esta mañana
se ha caído Gaspar, que es el más viejo,
cuando se iba a montar,
entre juguetes mil, sobre el camello;
se hizo una herida y, como son los Reyes
amigos hace tiempo y compañeros,
los otros no vienen
hasta que esté ya bueno.
A llorar comenzó la pobre niña
con su llanto más tierno.
—¿Por qué ese llanto, di,
sabiendo que te quiero?
—Mamá, porque me engañas.
—No te quiero oír eso.
—Sí, sí, mamá, me engañas,
lo que yo digo es cierto,
que he oído a mi maestra
que los Reyes son santos y están buenos,
porque están allá arriba,
porque los manda Dios desde los cielos
y que, si alguna vez no traen juguetes
es que los niños no los merecieron.
¿Tan mala he sido yo? Di, mamá mía,
¿por qué no los merezco?
Estréchala su madre entre los brazos,
comienza a darla besos,
vuelve a abrazarla y a besarla vuelve,
la aprieta contra el pecho
y, al fin, emocionada se deshace,
al igual que la hija, en llanto tierno,
y para convencerla
no halló mejor remedio
que rasgar su inocencia tan hermosa,
y con dolor acerbo,
declarar a la niña que no hay Reyes
en donde no hay dinero.
Tomado de Ofrendas líricas. Camagüey, Imprenta Ramentol, 1940, pp.73-75.