Está encantada y encantada queda
en el recuerdo que a su luz se irisa.
Nadie espere que hipócrita o sumisa
a cortejar el deshonor acceda.
En carrera ideal su fama rueda;
y es de su corazón alta divisa
el nombre de su inmensa poetisa,
de su augusta y viril Avellaneda.
Cuando el lobo español llegó a su monte,
Caperucita le cedió a Agramonte
su gorro frigio... Y en las ya lejanas
noches de su patriótico ardimiento
habló de libertades con el viento
la lengua secular de sus campanas.
Incluido en El Apóstol y su isla (Estados Unidos, 1975); tomado Agustín Acosta: Poeta de siempre. Compilación, prólogo y notas de Yolanda C. Brito Álvarez. La Habana, Editorial de Letras Cubanas, 2010, p.203.