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De un libro viejo

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De un libro viejo

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En estos días he estado botando trastos de casa; tales limpiezas suelo empezarlas por los libreros, donde se acumulan más cosas inservibles que en ninguna parte. Revistas, novelitas de detectives, libracos de esos que a una le regalan o que una compra para pasar el rato, y que luego para nada sirven, si no es para ocupar espacio y alimentar a las cucarachas. Hice un montón con los que tenía y me fui a una librería de viejo, pensando venderlos (que eran unos cuantos) y en efecto, vendílos; pero —dicen que al perro huevero no vale quemarle el hocico—, concluida la brillante operación comercial, me puse a registrar las mesas, a ver qué había en ellas. Y entre una infinidad de derelictos semejantes a los que yo acababa de arrojar de mis dominios, encontré un pobre libro tan maltratado que sólo gracias a varias vueltas del cordel mantenía la integridad de su persona. Viejo de veintinueve años, roto y desguarnido, tristísima sombra de su ser, primerísimo premio en un certamen de invalidez, así y todo me lo traje conmigo, porque era su título uno que desde ha tiempo buscaba: Memoria del Primer Congreso Nacional de Mujeres, Organizado por la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas.

Jamás lo hiciera: desde que llegó a casa, no he tenido tiempo para otras lecturas. Y no porque me parezca trascendental y de la clase de esos de que no puede prescindirse; por el contrario, a cada rato leyendo he de reírme para mis adentros de la seriedad con que plantea cuestiones que a estas alturas resultan triviales, si no pueriles. (En cambio, a ratos asombra la visión certera, el enfoque, valiente, la amplitud de criterio de alguna mujer cuyo nombre hoy no nos dice nada.) Y da pena comprobar cómo ha veintinueve años se peleaba por tanta cosa necesaria como todavía nos tiene en pie de guerra: los tribunales de menores, por ejemplo.

Luego, están los retratos de Mariblanca: una damisela encantadora, rostro candoroso de ojos enormes. Piedad Maza, con no sé qué dejos de ángel de biscuit. Charito Guillaume, avispadita, sonriendo. Hortensia Lamar, de perfil —un perfil muy puro, claro está—, escote redondo, cuello níveo, cabellera negrísima que se adivina partida al medio y recogida en uno esos moños que entonces no olían a postizo. Adriana Bellini, casi joven, Marta Pérez Govín, oteando el horizonte desde uno de esos muebles híbridos de lira y sofá cuyo nombre no conozco y que al parecer formaban parte del equipo de todos los fotógrafos profesionales de la época. Loló de la Torriente, de melena, un rizo caído sobre el ojo izquierdo, un collar interminable colgándole de la nuca. Isabel Esperanza Betancourt, esa gran criatura que la posteridad ha desconocido, con dos claveles blancos sobre los trabajosos bordados del traje oscuro. Rosa Anders severa y afable, togada.

Una pasa las páginas de este libro sonriendo al principio, porque es tan ingenuo, y está tan pasado de moda; después da tristeza. ¿Qué se ha hecho de todo eso? Algo se ha conseguido, pero muy poco; en lo fundamental, estamos aún donde estábamos, como lo demuestran las gestiones del Club de Mujeres Profesionales por conseguir la aprobación del (necesarísimo) Código Integral de Menores, cuyos postulados están en esencia sostenidos en los tres temas presentados por Hortensia Lamar, esa Concepción Arenal que tuvo la desgracia de nacer en Cuba. El lenguaje es romántico, desesperadamente romántico, pero no por serlo deja de decir verdades, a muchas de las cuales todavía hoy conviene prestar atención.

Se dirá: ¿y qué tiene que ver todo eso con la alimentación del niño? ¿Un libro viejo, un congreso femenino celebrado en abril de 1923, esto es, hace veintinueve años, unas fotos inocentes, unas ponencias expresivas de las ansias de otra generación? Pues tiene que ver mucho; tanto que con ellos mismos voy a componer este trabajo, que es, precisamente, sobre alimentación infantil. Y no he de hacerlo así por dármela de estudiosa de nuestra historia, ni por rendir tributo —que muy merecido sería—, a la mujer excepcional cuyas palabras de entonces he de repetir ahora, sino porque a pesar de haberlas buscado mucho en más recientes textos no he podido encontrar otras que mejor se ajusten a mis fines.

Pues tenía yo pensado decir algo sobre el agua, a propósito de la influencia que en la alimentación tiene el clima social —la mayor o menor atención del Estado a sus obligaciones y el recto entendimiento de las mismas—, ya que de nada valen el conocimiento y la buena intención de la madre si vive en un medio que frustra la segunda y hace del primero causa de íntimo tormento y nada más. No basta, por ejemplo, saber que el niño debe consumir tanta y más cuanta leche; es necesario que se le pueda comprar, fácilmente, esa cantidad de leche pura, limpia y desprovista de gérmenes peligrosos, en otras palabras, de verdadero grado A. No es suficiente saber que debe el niño comer frutas, hortalizas y verduras preparadas de tal o cual manera, y en tales cantidades; es preciso que esas frutas, hortalizas y verduras se vendan en todos los barrios, en condiciones aceptables de frescura y a precios accesibles a todos los presupuestos. Y ni la leche pura, no la hortaliza, fresca y barata dependen de la gestión personal de una madre interesada en obtenerlas; dependen de la acción del Estado, y dependen de la correlación de fuerzas en el seno de la sociedad en que nos ha tocado nacer. Y a eso precisamente se refiere Hortensia Lamar en el tema —que fue oficial de la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas—, que presentara a la consideración de sus distinguidas compañeras congresistas en la tarde del 2 de abril de 1923, bajo el título de “Protección y Defensa del Hogar Cubano”. No creo haber leído nunca, en texto ninguno, palabras que tan certeramente definan la recíproca penetración de esos opuestos aparentes, el hogar y el medio ambiente económico-social:

Urge —dijo Hortensia Lamar—, si queremos conservar y engrandecer el hogar cubano, preparar a la mujer para su defensa, instruyéndola de los peligros exteriores, de los males colectivos, que se reflejan e influyen en el hogar, debilitándolo; que nada hay hermético, ni aislado. Hoy, en esta vida inquieta, afanosa y expansiva, el hogar se dilata, se extiende y está en todas partes: en la escuela, en el taller, en la oficina, en los campamentos, en el laboratorio: su límite es el mundo; está dondequiera que esté el amante corazón de las madres. Y en todas partes puede hallarse el germen de enfermedad y muerte, física o moral, que lo hunda en la amarga alma del dolor. El bacilo de la terrible tuberculosis puede, taimadamente, hacer su presa pasando de la linda servilleta o del finísimo pañuelo primorosamente bordado, y mal pagado a la infeliz obrera del arte excelso de la aguja, a los labios más amados. Aquella pobre víctima de los egoísmos combinados de toda una sociedad elegante que negligente deja oír el tintineo metálico de la limosna degradante, y regatea el precio de la energía y la salud gastadas en la destructora labor, se cobra inconscientemente, como la fatalidad inexorable y ciega, vida por vida, la que a ella le robaron. La muerte flotando en la linfa cristalina que fluye presurosa de la pila, y que nada muestra a la visión limitada del ojo humano, puede segar feroz con la guadaña impía del tifus, lo más caro del corazón, todo lo que con solicitud se defendió y cuidó dentro de la casa; pero que sucumbió víctima de la incompetencia de funcionarios inconscientes o malvados, que permiten que aguas contaminadas abastezcan una población.

Yo no sabría decir mejor esa gran verdad, que no basta cuidar a nuestros hijos dentro de nuestra casa, sino que hay que preocuparse por todos los nidos —sean nuestros o no—, y velar por la salud en todas las casas, so pena de una amenaza perenne a la salud de los nuestros. Yo he visto el fango que sale por las pilas en las casas de Bayamo, y sé que en Cienfuegos la tifoidea es endémica, y que en Holguín el agua hay que comprarla porque lo que da el acueducto y la de los pozos y cisternas de las casas están contaminadas de filtraciones de las fosas nuevas, y que en la mayoría de las poblaciones de Cuba —incluyendo La Habana—, nos falta el agua la mayor parte del tiempo en la mayor parte de las casas; y sé también que contra esa realidad, denunciada hace veintinueve años por Hortensia Lamar en el Primer Congreso Nacional de Mujeres, nada hacemos las madres cubanas. Yo sé muchas cosas más por el mismo estilo, en relación con muchos aspectos de la nutrición infantil; yo pudiera decir mucho acerca de lo que pasa con la leche, y de lo que sucede con las frutas, y de lo que hay en el problema de la carne. Pero no lo haré, porque quiero dejar que vibre, sin que ninguna otra consideración la apague o disminuya, esta realidad: mientras no consigamos agua pura, agua limpia, agua abundante, agua a todas horas en todas las casas de Cuba, ningún niño cubano tendrá la higiene necesaria en su alimentación. Y mientras no la tenga, estará mal alimentado.

No podemos obtenerla solamente para nuestro propio hijo, en nuestra propia casa —ni siquiera comprándole un botellón, porque no es posible fregarlo y lavarlo todo siempre en la cocina, con agua de botellón… y porque no todas esas aguas son, pese a las apariencias, aptas para el consumo humano. No nos queda, pues, otro remedio; hay que creer con Hortensia Lamar que son misma cosa el hogar y la patria, e influir, como madres, en todo esfuerzo encaminado a elevar el nivel de vida, mejorar la alimentación y depurar la higiene de todo el país.

Para empezar, y estando como estamos en vísperas de un congreso internacional de higiene que se celebrará en septiembre en esta ciudad de San Cristóbal de la Habana, ¿no habrá manera de hacer algo por conseguir agua abundante, agua limpia, agua no contaminada, agua a todas horas, en todas las poblaciones de Cuba?

Ya en abril de 1923, Hortensia Lamar pudo citar el agua como arma necesaria a la defensa del hogar cubano. Al cabo de veintinueve años, seguimos careciendo de esa arma. ¿Cuántos más tendrán que pasar, antes que nos decidamos a conseguirla?

Inauguración del Congreso Nacional de Mujeres de 1923 


To
mado de Páginas muy bien condimentadas. Crónicas en Bohemia. Selección y prólogo de María Antonia Borroto. Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2015. Incluido originalmente en Bohemia, Año 44 Núm. 27, 13 de julio de 1952.

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