Así como después de la tormenta
el guardabosque sale
para saber cuál ácana,
cuál guayacán, cuál ébano
cayó desarraigado por el viento,
así yo me detuve ante su cuerpo,
tronco de ramas frescas, húmedas todavía,
y lloré su caída.
Ahí viene.
Se lo llevan.
Con la fuerte cabeza reclinada
en su guante de pitcher va Dihigo.
El rostro de ceniza (la muerte de los negros)
y los ojos cerrados persiguiendo
una blanca pelota, ya la última.
Silencio.
Callados los amigos. El cortejo
pisa calles de fieltro.
Ojos enrojecidos miran de las ventanas.
Está hecha de lágrimas la tarde.
Incluido en La rueda dentada (1972); tomado de Obra poética. Compilación, prólogo, cronología, bibliografía y notas de Ángel Augier. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2002, t.II, pp.279-280.