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Escenas cotidianas (15)

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Escenas cotidianas (15)

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A los señores articulistas

¿No lo dije yo, cofrades articulistas, en la Escena de Imprenta, que la moda tiene cabida en éste, como en cualquier otro arte? Pues ya lo ven, cómo campea la moda de adornar las columnas de la Gaceta camagüeyana con artículos de costumbres, educación, medicina, proyectos de caminos y otros objetos de utilidad general. Apenas puede exceptuarse alguno que otro Remitido que representa en la Gaceta el papel de los parásitos curujeyes agarrados de las útiles caobas.

No se crea que es mi ánimo ridiculizar la moda; antes al contrario la anuncio como el pitirre la salida de la aurora, y la celebro como al sol de las inteligencias. Pláceme ver que el ejército del progreso haya invadido el territorio del oscurantismo, y que ante las armas de la verdad huya el bando retrógrado de rutineros, fanáticos y egoístas: al enemigo puente de plata.

No hay que soltar la pluma, compañeros: el progreso es una necesidad del siglo, ninguno ceda el terreno, ni abandone el puesto en que se ha colocado. El público lee con gusto los artículos que le ilustran sobre sus intereses sin contar las columnas, y el redactor progresista nos dará tres Gacetas a la semana tan luego como la suscripción alcance a cubrir los gastos adicionales de impresores, papel, tinta, etc.: que si es gran mengua de la segunda población de la Isla no tener siquiera un semidiario, débese al número de gorrones literarios que hacen parte del ejército del oscurantismo.

Pero aún cuando llegase a faltarnos la Gaceta o la Imprenta (todo puede suceder), ni aun por ésas desistimos del noble propósito. A orillas del risueño Tínima encontraremos los siempre verdes cupeyes o copeyes, cuyas carnosas hojas sirven para escribirles amorosos versos a las lindas del Camagüey, anécdotas de reyes y duques y barones feudales a las desveladas viejas, admoniciones provechosas a la juventud, y lecciones morales al pueblo.

Salgan pues, sin temor, las sesiones filantrópicas consagradas a la educación de los niños en quienes funda sus esperanzas la Patria. Renueven su luz los rayos que lanzaba aquella guerrilla del progreso para que se vea toda la deformidad de nuestra educación doméstica, y en contraste la educación pública metodizada. Así lograremos que se aproxime la época en que no deban de quedar en el país más burros que los de los cercados; y eso porque sin ellos no habría mulitos que venderles a los ingleses.

Necesitamos de muchos artículos sobre velorios que a las miras religiosas enlacen las de humanidad y civilización. Venga otro artículo, como no sea el de mi velorio, porque ése me toca a mí escribirle después de muerto (que a fuer de hablador, hasta muerto he de hablar) para llenar de espanto a esa turba de retrógrados hambrientos que sólo concurren a llenarse la barriga y hasta las faltriqueras a costa de los ahorros del difunto, y de las privaciones de sus huerfanitos. A esa misma vigorosa pluma corresponden, por lo que hemos visto, los artículos sobre bautismos, bodas, novenarios, salves y otras costumbres religiosas en que positivamente se profana la santidad del objeto.

Acaso no basten diez, ni cien artículos fulminantes contra los gorrones de Gaceta. Estamos en el caso, amigo Vario, de martillar, picotear, acosar y aburrir a los gorrones para que se avergüencen de mendigar una Gaceta que pudieran tener en su casa con dignidad; máxime si quieren ser tenidos por caballeros y pudientes. A este acertado plan, debe seguir un acuerdo solemne de no prestar la Gaceta a ningún gorrón, aunque después de estos artículos tenga la cara que se necesita para pedirla prestada.

Ya era tiempo de que se presentase en la arena el crítico del progreso que ha de ilustrar las materias sobre que recaen los artículos. Antes que se presente a conquistar el terreno, quiero como su buen amigo, darle las noticias que he podido brujulear, para que al candor de la paloma una la astucia de la serpiente. Ese puesto está tomado por una división del ejército del oscurantismo, y le han fortificado del modo siguiente: A la entrada han construído el fortín de la cizaña y una batería rastrera por entre las cuales ha de pasar el crítico del progreso para llegar al torreón viejo de la personalidad. Rodea este torreón un profundo foso, el foso de Maquiavelo, con una trampa sutilísima en la cual pueden caer el articulista y el crítico más ladinos y mejor intencionados. La distancia entre el fortín y el torreón está cubierta de caballos de frisa, cuyas puntas agudísimas de chismes, envidia, delaciones y otros metales impuros, pueden lisiar a la guerrilla crítica si no se calza las botas de la verdad con rígidas herraduras de valor.

Por lo que hace a las Escenas, no hay que dudar un momento de la pronta cooperación del comandante guerrillero. La guerrilla no es numerosa, pero se compone de los Amigos de la verdad. Se nos conocerá a leguas por el uniforme: casaca y pantalones blancos; sombrero de yarey con cintas verdes, arrancadas del follaje de una palma de Sajaná, en las cuales se ven calcadas por manos de diosa estas palabras: ¡Paso atrás… nunca!

No vacilemos, veteranos del siglo: la lucha entre progresistas y retrógrados camagüeyanos no puede ser dudosa. Los mártires del progreso renovarán la gloria de los mártires del cristianismo y su triunfo.

Los progresistas queremos fundar escuelas y talleres en los puestos que hoy ocupan los retrógrados con billares y tabernas. Aquéllos ilustran y enriquecen; éstos estupidizan y empobrecen. ¿Por cuáles se decidirá el pueblo?

Los progresistas intentan construir caminos que pongan en comunicación los afectos e intereses dentro y fuera de la Isla; los retrógrados se oponen a la circulación libre de las ideas, las simpatías y los intereses. ¿Por cuáles se decidirá el pueblo?

Los progresistas necesitan de calles empedradas y alumbradas durante la noche; los retrógrados se alimentan de fango y viven mejor en las tinieblas. ¿No se decidirá el pueblo por las conveniencias sociales y la luz perenne?

Los progresistas necesitan de plazas, teatros, alamedas y mercados; los retrógrados no quieren que haya lugares destinados a cultivar el espíritu de sociedad, donde se remuevan las simpatías de los hijos de un mismo pueblo, y se estrechen los lazos de amistad, amor e interés. ¿El pueblo ignora acaso que los que no se ven ni se tratan no se aman?

Los progresistas alientan de todos modos los ramos de la noble agricultura cubana; los retrógrados retienen como pueden la división de las haciendas para monopolizar leguas y más leguas de frondosos bosques adonde asociarse con los jíbaros y otras alimañas salvajes. ¿No estará el pueblo por la división de haciendas, y la propiedad territorial asegurada entre límites precisos?

Los progresistas se empeñan en ennoblecer las artes y que se rectifique la opinión sobre esta máxima del honor español: “Sólo la holgazanería ha de contraer vileza”; los retrógrados sostienen que el que nació caballero no debe confundirse con los artesanos, y para humillar las artes las retienen en manos que por su ignorancia no pueden perfeccionarlas y por su condición no pueden ennoblecerlas. ¿Y si el pueblo se aumenta, no es interés franquear todos los canales de las artes e industrias, y encontrar en ellos subsistencia y honor?

Los progresistas se estremecen de ver mendigos por las calles, y se horrorizan de encontrar a millares los niños y niñas sin moral ni instrucción, sin colocación ni oficio, sin pan ni ropa; instan por que se recojan y contraten; denuncian los perjuicios que le trae a una sociedad culta la continuación de este escándalo; los retrógrados no lo ven, ni lo reconocen. En unos obra la mejor buena fe, un error de rutina, la mal entendida caridad cristiana que les hace socorrer y fomentar esa multitud de holgazanes callejeros; en otros obra un sentimiento de vanidad, sí, de hipocresía, para sonar la trompeta de la limosna pública, y ser vistos, para ser honrados de los hombres. Escrito está que ellos tendrán su galardón… “Mas tú, cuando haces limosna no sepa tu izquierda lo que hizo tu derecha”. De cualquier modo la mal entendida caridad religiosa y la ninguna caridad social de los retrógrados es la causa de esa multitud de mendigos y niños proscriptos como hijos espúreos de una sociedad cristiana, de los cuales se poblarán los caminos públicos de salteadores, las cárceles de criminales, y los patíbulos de víctimas… ¡Ah! el pueblo no quiere limosnas, sino instrucción moral e industrial, escuelas y talleres que le pongan a cubierto de las garras de un verdugo.

Voy a pintar, compañeros, un retrógrado y a daros reglas para conocerle: cara anchota, semblante de cementerio por el cual se traslucen la tristeza de su corazón, su aislado egoísmo y la pequeñez de su alma; cuerpo rechoncho, tipo de la inmovilidad; vestido, a la moda del siglo pasado, algo churroso. No siempre carga, pero usa en su casa una varita en la mano izquierda, a cuya extremidad está empatado un apagador o mataluces, y en la derecha, un par de grillos, emblemas del oscurantismo y la esclavitud. Pero la mejor regla para conocer a un retrógrado camagüeyano es proponerle hacer una cosa que todavía no se haya hecho. Antes que acabéis de explicaros interrumpirá vuestro discurso gritando: ¡disparate, innovaciones! ¡imposible!, eso no se puede hacer aquí, porque todavía ésta es una población reciente. En vano sacaréis la fe de bautismo, carcomida de polilla de puro vieja, como que el conquistador Velázquez dispuso la brega; el retrógrado dirá que 300 años de fundación es cosa reciente. En vano citaréis ciudades americanas fundadas con posterioridad, que hoy desafían la opulencia y civilización de muchas ciudades antiquísimas de Europa, Asia y Africa; el retrógrado dirá que somos muy niños, que la situación, el gobierno, las circunstancias, esto, aquello, y lo de más allá… En vano señalaréis ciudades de la misma Isla fundadas como quien dice ayer, con cuatro tantos más de riqueza, y si no tanta población, al menos más ilustrada y de consiguiente en mejor estado de bienandanza y sociedad que la nuestra; el retrógrado os acusará, os maldecirá como al traidor, al difamador de la comunidad en que nacisteis, porque decís lo que todos saben, menos los retrógrados, y porque queréis que se mejoren esa situación, esas costumbres, esas opiniones, ese conjunto de circunstancias y rutinas que retienen a vuestra comunidad en la impotencia, la estacionalidad, la insignificancia. Todo es en vano con el retrógrado porque para todo tiene un surtido de respuestas de comodín que emplea bien o mal cuando se trata de dar un paso adelante; éste no es pueblo para esas empresas; más vale malo conocido que bueno por conocer; esos son proyectos de muchachos o de locos; nuestros padres fueron riquísimos sin tales maravillas; nadie se ha de morir porque en Puerto Príncipe haya o no esto, aquello o lo otro. ¿No los han oído ustedes a los retrógrados? Pues todavía es peor cuando se demuestra la conveniencia y posibilidad de una cosa; pues cuanto más se ilustra la opinión pública sobre ella, tanto más sube de punto la indignación del retrógrado al ver el triunfo del progreso. Entonces enristrará el mataluces para romperos la cabeza; concitará sospechas contra vuestro proyecto; os pondrá en opinión para con el público; ajará vuestro buen nombre y si puede os hará poner el par de grillos para que os reduzcan a la inmovilidad; porque todo el empeño de un retrógrado, el interés vital de todos los retrógrados, es que las cosas como se estaban se estén, y que el Camagüey sea de aquí a otros trescientos años tan Camagüey, pese a mi alma, como soy yo, y seré, pésele a quien le pesare, hasta que me entierren.


Gaceta de Puerto Príncipe.
10 de Noviembre de 1838. Año 14. No. 90. Pág. 1 Tomado de Escenas cotidianas. Camagüey, Ediciones El Lugareño, 2017pp.135-139.


Leído por María Antonia Borroto.
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