Loading...

Rosa Hilda Zell y Peraza, apuntes para una biografía

4

Rosa Hilda Zell y Peraza, apuntes para una biografía

4

He leído varios excelentes artículos sobre Rosa Hilda, mi madre —La Habana, 18 enero de 1 910-†La Habana, 26 de mayo de 1971—, que valoran su “arte” para escribir dentro de un texto culinario, poesía, política, autores clásicos o burlar en los años de la tiranía batistiana la censura previa, expresando lo que quería decir sin que pudiera ser—razonablemente— censurada.

Creo que escribió “El mentir de las Estrellas es un lejano mentir” para la última edición de su sección semanal del año 1958, que publicaba desde 1946, donde, entrelíneas, el lector avispado encontraba el dardo lanzado contra el general Batista y su régimen.

De su vida personal, familia, orígenes, vivencias de joven y de mayor, poco se ha divulgado porque el interés general de los lectores y de los autores, se centra en su arte y dominio de la lengua, que nunca fue muda, como expresa la estrofa de un poema suyo.

Para conocer el porqué de aquellos de quienes deseamos conocer más, es imprescindible situarnos en el tiempo y lugar, o lugares, donde desarrollaron sus vidas.

En primer lugar, ella vivía cuando pequeña en el Camagüey de los Peraza, y mamaba la teta de la historia a través de sus familiares, casi todos vinculados estrechamente a la lucha por la independencia de Cuba.

Recuerdo aún la emoción que sentí cuando me narró que uno de los Peraza se escapó de la prisión española, donde un pajarito se posaba en el ventanuco de su celda a cantar casi todos los días. Creo, sin poder asegurarlo totalmente, que fue el general Francisco Peraza Delgado. El pariente, quien tenía una gran jaula con muchas aves cantoras que cuidaba y alimentaba, no más llegar al hogar familiar, fue y las liberó. Nunca más volvió a tener aves ni animales enjaulados.

Narraba esa anécdota con mucha emoción, y yo me emocionaba también y le pedía me contara sobre la Guerra Grande y la del 95. Por ahí comenzó mi amor por la Libertad y la Patria. Dejé de ver a los hombres del cercano Hogar de Veteranos como simples ancianos, acogidos a la caridad de la República: eran héroes, hombres dignos de respeto y admiración.

Jules Robert Zell junto a sus hijas Rosa Hilda y Amelie.

Rosa Hilda fue la hija mayor del matrimonio de la patricia camagüeyana Rosa de Lima Lima (probable matrimonio entre primos) y del sureño estadounidense Jules Robert Zell. Eran cinco hermanas: el varón que buscaba Robert llegó al final. Es de notar que la descendencia de Jules Robert Zell estaba inscripta como nacionales de los EE.UU.

La abuela Rosa Lima tenía veta poética. Escribió un extenso poema —que tuve en mi poder— titulado “El Cacique de Darién” que narraba la epopeya indígena. Asumo que debió tener otras publicaciones vinculadas a la poesía.

Jules Robert Zell fue a Cuba al comienzo de la República para investigar y crear variedades de la caña de azúcar que fueran más eficientes en el rendimiento por arroba (≈12.5 kg). Mi primo hermano Bob Zell me cuenta que en el pequeño pueblo de Clewiston, en la Florida, se encuentra un Museo de la Caña donde debe existir todavía el libro que escribió titulado La historia de la caña en Cuba y en la Florida. Recibió la visita de un presidente de Cuba interesado en sus trabajos”.

El trabajo de Jules fue tan importante que aparece en varios libros: 1. Coloquio de Historia Canario-Americana, 2000, p. 709. 2. Cuba Agrícola: Mito y Tradición, 1878-1920. By Leida Fernández Prieto. 3. Francisco Alonso Jiménez: El cultivo de la caña de azúcar en Cuba. — Las Palmas de Gran Canaria, Edit. Ortega, 1953 (1954), 132 págs., con grabados. Obra escrita en homenaje al norteamericano Julio R. Zell”. 

Sin embargo, Jules no era un hombre de negocios, sino un investigador y desarrollador de variedades. Invirtió los ahorros familiares en su trabajo y en enviar a estudiar a New Orleans a la muy joven Rosa Hilda. “Artes Domésticas” o algo así era el nombre de la carrera. Todo marchó razonablemente bien hasta el primer desplome del mercado azucarero en 1920-22. Esto interrumpió su estancia en los EE.UU. y tuvo que retornar a Cuba. En resumen: la familia se arruinó como tantos otros cultivadores de caña de azúcar, siendo el golpe final el Viernes Negro de 1929.

Esta crisis económica y social desequilibró la familia. El varón ingresó en el ejército de los EE.UU. en 1935. Participó en numerosas batallas de las cuales no hablaba, salvo algo, muy poco, que conversó conmigo sobre la terrible, sorpresiva y sangrienta batalla de las Ardenas. Jules Francis llegó luchando a Berlín, continuando en el Ejército y fuerzas policiales hasta su jubilación. Mi tío también escribió cuentos y alguna poesía que envió a mi madre. Las tuve guardadas hasta que partí hacia otras tierras. 

Water Nymph, escultura de Amelie Zell.

Sin recursos, el padre regresó a los EE.UU en busca de mejorar la situación económica. Rosa Hilda y su hermana Amelie matricularon en la Academia San Alejandro: una, dibujo; la otra escultura. Hilda, Amelie y su madre Rosa Lima quedaron al abrigo del destacado profesor y pintor cubano Antonio Sánchez Araujo, profesor de Hilda. Se dedicaron a crear con papel maché figuras atractivas “típicas” que construían y pintaban para vender. Las otras hermanas fueron tomando el camino que pudieron: una para Filadelfia, otra para España, etc. 

A Rosa Hilda el cambio la radicalizó muy rápido. Por aquí comenzó el camino político social de mi madre, al relacionarse con gente de pueblo en un ámbito totalmente diferente a su vida anterior, aislada de la realidad social cubana. Poco a poco fue integrándose con las mujeres y su lucha por la igualdad de derechos, respeto de su vida privada, mejoras salariales y condiciones de trabajo.

Sus primeros vínculos fueron con el sindicato de la costura y con las trabajadoras de las tiendas de “Diez Centavos” (Ten Cents). Las primeras reclamaban mejores condiciones de trabajo, locales más ventilados, mejores salarios, etc., mientras las trabajadoras de los Ten Cents se organizaron para luchar por el respeto de su vida privada, pues eran despedidas tan pronto como se casaban o tenían hijos.

Sobre este punto deseo añadir que en Galiano y Belascoín, en los bajos de una entrada, había una venta de libros socialistas desde hacía muchos años, que desapareció cuando el golpe de estado. Al retornar la normalidad, volvieron los libros y revistas allí: también los antiguos y nuevos compradores. Yo era uno de ellos. Resultó que un dirigente sindical de la cervecería La Polar, buen jugador de ajedrez, estaba conmigo cuando llegó un negro vestido de miliciano que le dio un abrazo al “cojo” Guillermo Estrada, el cual me presentó como “el hijo de Rosa Hilda”. ¡Para que fue aquello! Resulta que el miliciano estaba encargado de la seguridad de la manifestación de las trabajadoras del Ten Cents hasta llegar al situado en Galiano y San Rafael.

Entonces supe que la policía machadista había puesto una ametralladora trípode para dispersar a las mujeres, pero era posible que les dispararan. Rosa Hilda se puso al frente de la manifestación arengando a mujeres y hombres, avanzaron sobre la policía, a pesar del esfuerzo por desviarlas para impedir muertes. Rosa Hilda jamás me narró esta historia, tampoco otras muchas. El grupo de protección mató a un provocador que pretendía disolver la manifestación disparando a las mujeres. Sé quién fue el autor, ya muerto.

Los compadres siguieron hablando de los hechos en la Colina Lenin, de cómo las balas les daban muy cerca; Guillermo tenía el pelo cubierto de esquirlas y polvo, porque era el orador que exaltaba la fecha. Para mí, fue muy emocionante oírlos hablar de aquellos hechos, sin alarde ni falsa gloria: hicieron lo que exigía el momento. Así de simple.

Volviendo a Rosa Hilda: durante la tiranía de Machado luchó contra el régimen. Perteneció a la Liga Antimperialista, filial de Cuba, sin ingresar ni militar en el Partido Comunista Cubano. Ella y mi padre, conocían muy bien las interioridades del Partido y de la Internacional Comunista. Mi madre no aceptó jamás el dominio de la minoría dirigente sobre la mayoría militante. Nada de centralismo democrático: libre discusión, libre elección, mi padre por su origen anarcosindicalista y ella por el amor a la libertad de criterio y de crítica.

Dirigió o participó en las luchas sociales de los años 30 contra la tiranía machadista y contra la Enmienda Platt, vigente hasta 1934. Fue feminista en el sentido original del término: igualdad de derechos y deberes entre mujeres y hombres. Por lo que se consumió en la lucha, era ferviente seguidora de Rubén Martínez Villena, al que dedicó “Elegía del Buen Camarada”.

Rosa Hilda y Rubén tenían muchos aspectos comunes, incluidos los gustos literarios, la enfermedad, el ateísmo y, por supuesto, su lucha por un mundo mejor. Rubén había decidido que, cuando tuviera un hijo o una hija, no le pondría un nombre del santoral católico, algo casi imposible para la época. Por ello, cuando vino al mundo una niña producto de su unión con Asela Jiménez, le puso el nombre de Rusela: la unión de Ru-ben y A-sela. Algo similar hizo mi madre, por ello, mi nombre es Ro-mel, por ser una parte de Ro-sa y otra de Mi-guel. Tengo dos hijos con igual combinación: Eras-mel e Is-mel.

Esto me lleva a algo ignorado o no mencionado en los muchos artículos leídos sobre Rosa Hilda: su profundo conocimiento del materialismo griego hasta la filosofía socialista moderna. Sin embargo, este conocimiento no se materializaba directamente en sus escritos, sino se “traspasaba” al lector al exponer hechos.

Una vez me preguntó si sabía qué era, socialmente, “la lucha de contrarios”. Lo ignoraba. Me explicó la influencia que una sociedad con determinada estructura económica y social tenía sobre otra y cómo recíprocamente interaccionaban. Me enseñó amar la filosofía de los materialistas y lógicos griegos: “No se pasa dos veces sobre el mismo río”, en el concepto de que todo cambia, fluye. Me regaló, con su dedicatoria y glosas marginales, la Crítica al Programa de Gotha, ataque de Carlos Marx a su partido y al programa socioeconómico que había aprobado el 27 de mayo de 1875, texto que estuvo secuestrado por la dirección partidista hasta que lo publicó Engels en 1891 en contra del criterio de la dirección. Es el único texto donde ambos, Marx y Engels, se pronuncian sobre el paso superior al capitalismo: el socialismo democrático.

Me dijo mi madre que estudiara bien esa obra para conocer que el socialismo no es igualitarismo, ni que es posible satisfacer todas las necesidades materiales mientras la sociedad no disponga de los recursos necesarios. También el imprescindible cambio del hombre como ser social, su aporte a la sociedad, en correspondencia con lo que recibe de ella. Hoy, muchos estados nórdicos han alcanzado un alto grado de desarrollo material y técnico que les permite acercarse a ese sueño social. Marx se pronunció sobre el capitalismo industrial y financiero, no conoció el monopolista, como sí lo vivió Engels.

Dejemos la filosofía y la política a un lado, porque lo que me interesaba era que conocieran la clara concepción de la sociedad futura, así como una firme e inquebrantable ideología de Rosa Hilda Zell y Peraza.

No obstante, como era ciudadana estadounidense, la embajada la llamó a contar. Yo tuve esa carta durante años y la respuesta de ella: si no podía luchar por la libertad del pueblo cubano, haría dejación de su condición de estadounidense. Y lo hizo. Eran otros tiempos y otras gentes.

La situación personal y económica de Rosa Hilda se complica considerablemente en 1933 debido a un embarazo que ella no quiere abortar, a pesar de la presión personal, política —incluso profesional— del Dr. Gustavo Aldereguía, quien estimó que por su estado físico corría riesgo su vida. Ella defendió su derecho a ser madre en este triste poema:

     Lucecita que del viento
     con mis manos defendí,
     ¿cuándo te volviste sombra
     para mí?

     Alborada de mi vida,
     y yo velando por ti;
     ahora que viene la noche,
     ida lucecita, di:
     ¿en qué vuelta del camino
     te perdí?

El autor junto a su mamá, Rosa Hilda Zell, hace 86 años en el parque colindante con el teatro Amadeo Roldán, en La Habana.

Nací el 1ro. de febrero de 1935. La fracasada Huelga de Marzo de ese año, convocada por el Partido Comunista, sacó lo peor de las turbas a la calle: saqueos, venganzas, ejecuciones públicas, etc. Hilda tuvo que abandonar la casa donde estaba reponiéndose del parto, llevándome a una segura, en medio de la plebe desatada, sedienta de sangre, más la represión policial y militar. 

Con un hijo que dependía de ella, tuvo que atemperar su vida política a las necesidades de buscar el pan nuestro de cada día. Comenzó dando clases de inglés nativo: nunca he oído un sonido más dulce que su cantarín sureño, como el de nuestros orientales. Con las clases, comenzó las traducciones de obras populares, literarias, artísticas, etc., que le dieran ingresos; algunas para la revista X, de temas detectivescos bajo seudónimo.

Ello la condujo hacia los medios periodísticos, siendo su primer refugio la revista pionera cubana dedicada a las mujeres: la revista Ellas. Allí comenzó a publicar eventualmente “Los motivos del mes” donde trataba, en una galera, un tema de nuestras guerras, especialmente la de los Diez Años.

Poco a poco fue ascendiendo en responsabilidad, llegó a Jefe de Redacción hasta que en 1939 enfermó de tuberculosis. Tuvo altas y bajas en la enfermedad que motivaron su ingreso en el sanatorio La Esperanza durante casi cinco años, donde le realizaron la primera operación de neumotórax en Cuba.

Con alta médica, comenzó la búsqueda de empleo en su especialidad. De una forma u otra inició su Sección seudoculinaria “El menú de la semana”.

Algo que encantaba a Rosa Hilda: aprender de la mano amiga de sus lectoras. Aquí realiza un reportaje para su sección.

En ella libró varias batallas en favor de la salud del pueblo cubano: una, su insistencia en que todo producto que se vendiera en Cuba estuviera acompañado de las correspondientes orientaciones en español. Cuando comenzaron las ollas de presión también hubo varios accidentes porque la población no tenía instrucciones de cuáles eran sus limitaciones, normas de seguridad, etc. Duró meses la lucha, aunque tuvo éxito porque el ministerio correspondiente emitió una instrucción o reglamentación al respecto.

Recuerdo otra, que fue contra la todopoderosa Empresa Eléctrica en Camagüey, donde sus generadores trabajaban con carbón mineral cuyas cenizas escapaban por las chimeneas y ensuciaban toda la ciudad. Ilustró con fotos lo que ocurría hasta que la empresa tomó medidas rectificadoras. De hecho, mejoró la salud de los citadinos, además de la higiene en general.

Una tercera, tuvo que ver con la calidad de la leche que se expendía a la población. Tal vez algunos recuerden que había dos grados: A y B. Mucha otra se vendía al menudeo, sin garantías de pasteurización ni control sanitario del ganado. Esto fue más difícil porque los intereses en mantener los costos bajos eran muy grandes. Sin embargo, a través de la demostración de las distintas calidades y problemas que creaba el mal control de la producción y distribución, fue logrando que los productores se agruparan para impulsar la leche grado A.

Como ella practicaba lo que defendía, en casa consumíamos y teníamos leches de distintos productores. Uno, en especial, era un ingeniero agrónomo que radicaba en Güines, que aplicó en sus establos estrictas medidas de limpieza y seguridad. Esa leche era un poco más cara, pero no se cortaba, aunque estuviera varios días sin refrigeración. Fue un salto en la calidad de la leche suministrada a la población, por lo menos en La Habana. Rosa Hilda no tuvo que enfrentarse con la burocracia, sino que la puso de su lado, como a los productores más avanzados. Fue un éxito de todos.

Hubo otras batallas, y batallitas, en torno a la correcta alimentación, a impulsar el consumo de vegetales en una época que muchos cubanos te decían en tu cara: “Yo no como hierba, eso es para los animales.” Creo que para muestra bastan estos botones.

Así fue su vida hasta 1960. La caída del tirano le abrió las puertas a otros medios de divulgación: escribió para Lunes de Revolución y el periódico Hoy recogió algunas cuartillas suyas. La revista Carteles acogió alguno de sus cuentos. Se integró en la renovación cultural ofreciendo a la Federación de Mujeres Cubanas su experiencia en prensa para las mujeres.

No obstante, la dirección de la revista Bohemia consideró que debía modernizar, actualizar la sección creada por ella, para lo cual trajo a la especialista en dietética Nitza Villapol. En resumen: se quedó sin trabajo seguro.

En esos momentos sus tres hijos estaban integrados en la nueva sociedad: el mayor, yo, en la Escuela de Instrucción Revolucionaria “Antonio Guiteras” en Tallapiedra, La Habana, patrocinada por el Ministerio de Educación y la Sección de Cultura del Ejército Rebelde. Dábamos conferencias los domingos, invitando a combatientes a exponer sus experiencias guerrilleras y enviábamos la revista Verde Olivo a cientos de personas y organizaciones en América Latina.

La Escuela fue la simiente de la posterior Organización de Jóvenes Rebeldes, momento en que me dediqué a mi trabajo normal en teléfonos. Mi hermano Julio se fue durante dos años a la Sierra Maestra para ayudar a construir la Ciudad Escolar “Camilo Cienfuegos”, mientras que mi hermana Laura se incorporó a la milicia de las “Mariana Grajales”. En resumen: Rosa Hilda quedó con el nido vacío.

Mi padre, como siempre desde 1935, siguió en los antiguos tranvías, impulsando la creación de una escuela de oficios para los nuevos trabajadores en los Autobuses Modernos, hasta que en el año 1964 aproximadamente, decidió retirarse.

Rosa Hilda comenzó una galerada en el periódico El Mundo, hasta que desapareció. De allí pasó a escribir para la radio CMQ y Radio Rebelde hasta que el camino literario le fue cerrado. Aun así, colaboró con el Anuario Martiano realizando un primer trabajo de investigación, quedando inconcluso el segundo por su muerte.

No recibió pensión ni subvención económica alguna, ni quiso aceptarla cuando logré que le aprobasen una a través de la Tía del Ejército Rebelde, Celia Sánchez Manduley. Murió como vivió: honrada, honesta. Sin deber ni pedir favores. Ella y mi padre, aunque, como todo ser humano, con sus defectos, han sido las personas más íntegras que he conocido en mi vida: consecuentes con sus ideas y principios materialistas del socialismo democrático, de los que jamás hicieron dejación.

Investigando para alguno de sus reportajes en Bohemia.
5
También en El Camagüey:

El boletín de El Camagüey

Recibe nuestros artículos directamente en tu correo.
Subscribirse
¿No tienes cuenta? Créate una o inicia sesión.