Difícilmente ofrece la frágil naturaleza humana caso tan notable como el de Aurelia Castillo. Llegó a la vejez completa con el alma de un niño; poseyó un cerebro vasto y sólido con las ideas más poéticas, todo florecido de ilusiones. Fue una mujer fuerte, que miró cara a cara el enigma del mundo, y no aceptó las falsas soluciones del miedo o de la autoridad; y fue un espíritu que encontraba en la naturaleza y en la historia fuente inexhausta de ensueño y poesía.
La conocí muy joven, la conocí en su edad madura, la conocí en la ancianidad, y siempre la hallé la misma. Sus ideas echaron alas, alas poderosas, y remontaron el vuelo, pero no se transformaron. La clave aparente de su carácter era la sencillez, no conoció el artificio; pero en el fondo había una complejidad de matices de sentimiento, que no gustaba de transparentarse. ¿Se ocultaba?, no; era sincera, pero tenía el rubor de su intimidad moral; no le complacía sacar a los ojos de los indiferentes lo profundo de su alma.
Los que la vieron de cerca, los que la trataron asiduamente, se explicarán cuanto pueda parecer contradictorio en este esbozo del aspecto más interesante de una mujer digna de estudio detenido, por su talento, y más aún por su corazón, clave de la vida cuando es vida.
Vedado, 1920
Tomado de El Fígaro. Revista Universal Ilustrada. Año XXXVII, La Habana, Septiembre 19 de 1920, Núm.18, p.1.
El Camagüey agradece a José Carlos Guevara la posibilidad de publicar este texto.