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Elegía sin nombre

Elegía sin nombre

But now I think there is no unreturnʾd love,
the pay is certain one way or another,
(I loved a certain person ardently and my love was not returnʾd,
Yet out of that I have written these songs.)
Walt Whitman

Mas ¿qué importa a mi vida las playas del mundo?
Es ésta solamente quien clava mi memoria. 
Luis Cernuda


    Descalza arena y mar desnudo.
    Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo.
    El cielo continuándose a sí mismo,
    persiguiendo su azul sin encontrarlo
    nunca definitivo, destilado.

    Yo andaba por la arena demasiado ligero,
    demasiado dios trémulo para mis soledades,
    hijo del esperanto de todas las gargantas,
    pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.

    Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
    y tornaban las olas a embestir a la orilla.
    (Tanta batalla blanca de espumas desatadas
    era para cuajar en una sola concha, sin imagen de nieve ni sal pulida y dura.)

    El viento henchía sus velas de un vigor invisible,
    danzaba olvidadizo, despedido, encontrado
    y tú eras tú.
    Yo aún no te había visto.

    Hijo de mi presente —fresco niño de olvido—
    la sangre me traía noticias de las manos.
    Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en estrofas:
    cabeza libre, hombros,
    pecho,
    muslos y piernas estrenadas.
    Por dentro me iba una tristeza de lejanas, de
    extraviadas palomas,
    de perdidas palabras más allá del silencio,
    hechas de alas en polvo de mariposas
    y de rosas cenizas ausentes de la noche...
    Girasol en los sueños: aún no te había visto.
    Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
    Tú no eras tú.

    Yo andaba, andaba, andaba
    en un andar en andas más frágil que yo mismo,
    con una ingravidez transparente y dormida
    suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento...
    Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
    mi sombra se caía rota, inútil y magra;
    como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado,
    como un perro de sombras
    tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.

    iYa es mucho siempre siempre, ya es demasiado siempre,
    mi lámpara de arcilla!
    iYa es mucho parecerme a mis pálidas manos
    y a mi frente clavada por un amor inmenso,
    frutecido de nombres, sin identificarse
    con la luz que recortan las cosas agriamente!
    iYa es mucho unir los labios para que no se escape
    y huya y se desvanezca
    mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,
    mi beso entrecortado!

    Iba yo. Tú venías,
    aunque tu cuerpo bello reposara tendido.
    Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,
    como empuja a las velas el titánico viento de hombros estremecidos.
    Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte
    y unas manos que pueden más que nosotros mismos:
    unas manos que pueden unirnos y arrancarnos
    y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas...
    La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga;
    eran, y nada más, yo te digo que eran
    en el preciso instante de ser.
    Porque antes de que el sol terminara su escena
    y la noche moviera su tramoya de sombras,
    te vi al fin frente a frente,
    seda y acero cables nos tendió la mirada.
    (Mis dedos sin moverse repasaban en sueños
    tus cabellos endrinos.)

    Así anduvimos luego uno al lado del otro,
    y pude descubrir que era tu cuerpo alegre
    una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento,
    mástil, columna, torre, en ritmo de estatura
    y era la primavera inquieta de tu sangre
    una música presa en tus quemadas carnes.

    Luz de soles remotos,
    perdidos en la noche morada de los siglos,
    venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
    rasgados levemente,
    con esa indiferencia que levanta las cejas.
    Nadabas,
    yo quería amarte con un pecho
    parecido al del agua; que atravesaras ágil,
    fugaz, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes
    las uñas ovaladas,
    metal casi cristal en la garganta
    que da su timbre fresco sin quebrarse.
    Sé que ya la paz no es mía:
    te trajeron las olas
    que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre;
    que te vas ya por ellas o sobre las arenas,
    que el viento te conduce
    como a un árbol que crece con musicales hojas.
    Sé que vives y alientas
    con un alma distinta cada vez que respiras.
    Y yo con mi alma única, invariable y segura,
    con mi barbilla triste en la flor de las manos,
    con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,
    te estoy queriendo más,
    te estoy amando en sombras,
    en una gran tristeza caída de las nubes,
    en una gran tristeza de remos mutilados,
    de carbón y cenizas sobre alas derrotadas...

    Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías
    que ya no puedo más con tu belleza dentro,
    que hiere mis entrañas y me rasga la carne
    como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.
    Yo te doy a la vida entera del poema:
    No me avergüenzo de mi gran fracaso,
    que este limo oscuro de lágrimas sin preces, naces
    —dalia del aire— más desnuda que el mar
    más abierta que el cielo;
    más eterna que ese destino que empujaba tu
    presencia a la mía,
    mi dolor a tu gozo.

    ¿Sabes?
    Me iré mañana, me perderé bogando
    en un barco de sombras,
    entre moradas olas y cantos marineros,
    bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente...

    Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre
    que no me servirá para llamarte
    y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,
    canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,
    inútilmente siempre.

    Los pechos de la muerte me alimentan la vida.


Tomado de Lunes de Revolución. Número especial Homenaje a Emilio Ballagas. Núm.26, septiembre 14 de 1959.

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