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La quinta Simoni: lugar impregnado de historia, leyenda y amor (fragmentos)

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La quinta Simoni: lugar impregnado de historia, leyenda y amor (fragmentos)

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Pocos inmuebles del Camagüey colonial conjugan en sí relevancia histórica, artística y ambiental, como la casa-quinta de la familia Simoni–Argilagos, marcada con el número 608 de la calle General Gómez —Santa Ana 149, antiguo—, cuya construcción data de mediados del siglo XIX. Esta hermosa vivienda constituía el centro de la quinta de recreo denominada Tínima o Simoni.

Sin que haya podido precisarse la fecha, en los primeros años del siglo XIX llegó a la otrora villa de Puerto Príncipe un emigrante italiano: Luciano Simoni Franceschi, oriundo de la provincia de Lucca, en el ducado de Toscana, quien, en 1813, adquirió la finca conocida como Tenería de Carrión, nombre tomado del paso del río Tínima donde estaba enclavada.

Al morir Luciano Simoni el 11 de mayo de 1845, el licenciado en Medicina y Cirugía José Ramón Simoni Ricardo, hijo mayor de su primer enlace, heredó la ya citada Tenería de Carrión y tras adquirir dos caballerías de tierra para añadir a la misma, mandó a levantar la casa-quinta que quedó concluida en 1848.

Cabe señalar que José Ramón Simoni había contraído matrimonio el 31 de agosto de 1841 con Manuela Argilagos Ginferrer, y de esa unión nacieron tres hijos nombrados Amalia, Matilde y José Ramón Simoni Argilagos.

Simoni no fue simplemente un opulento hacendado, sino también un profesional de prestigio para quien “el pan intelectual o educación es tan obligatorio como el alimento material”. De ahí su especial atención a la formación intelectual de sus hijos.

A mediados de la década del ʼ60, Matilde y Amalia Simoni iniciaron relaciones de noviazgo con Eduardo Agramonte Piña e Ignacio Agramonte Loynaz, y contrajeron matrimonio en abril de 1867 y agosto de 1868 respectivamente.

No existe la certeza de que Ignacio Agramonte residiera en la quinta Simoni, sin embargo, son varias las alusiones al lugar en su correspondencia a Amalia:

...entonces me presenta la imaginación agolpadamente, nuestros paseos en el portal, el jardín, las flores, la fuente, el letrero del álamo, la glorieta, las palmas; todo se presenta en confusión con los atractivos y encantos que se vieron y experimentaron en unos días deliciosos; me parece verte recorriendo lentamente las calles del jardín pensando en mí, y deteniéndote a veces ante alguna planta al recordar que de ella tomaste una hoja para mí o yo una flor para ti, o al leer souviens-toi y toujours en la corteza de uno de los árboles o el letrero del muro, o que diriges para arriba las nuevas ramas de la enredadera de la glorieta.

En noviembre de 1868 Ignacio y Eduardo Agramonte se incorporan a las filas insurrectas. Amalia y Matilde, deseosas de compartir con sus compañeros los peligros y privaciones de la lucha armada, marcharon con sus padres a los campos de Cuba Libre.

Después vino el embargo de bienes, decretado por el poder colonial, la ofensiva militar española de 1870, de la que no escaparon Amalia y Matilde, Ernesto y Arístides —sus hijos— y Manuelita Argilagos, capturados y conducidos a Puerto Príncipe.

La Familia Simoni–Argilagos conoció en carne propia las penurias de la emigración, donde supo de las pérdidas irreparables que sufrió la revolución con la desaparición física de Ignacio y Eduardo Agramonte.

Concluida la contienda, Amalia regresó junto a sus padres a Puerto Príncipe para residir de nuevo en la casa-quinta: “Los españoles —escribió— dieron fuego cuando nos fuimos al monte. Las recias paredes resistieron, pero no volvió a recobrar su esplendor ni su amable intimidad (…) antes el portal era de finos mármoles y de mármoles de Carrara era también el baño. Las persianas que hay ahora eran vitrales y las archivollas, de ricas maderas”.

El 17 de enero de 1890 falleció el doctor Simoni. En un pliego reservado había dejado anotada la siguiente disposición testamentaria: “Si surgiere cualquier dificultad para que se me dé sepultura en el cementerio general, es mi voluntad que en cualquier rincón de mi quinta Tínima, se verifique sin pompa alguna y del modo más humilde posible. De todos modos, sin ceremonia alguna religiosa romana”.

Al morir en 1892 Manuela Argilagos, Amalia heredó la quinta, donde residió permanentemente en compañía de su prima Angelina Casanova Argilagos hasta noviembre de 1895, en que junto a sus hijos decidió marchar a la emigración, con motivo del estado de guerra existente en la Isla, desde el 24 de febrero.

A su regreso a la patria, Amalia volvió a su querida vivienda, aunque pasaba algunos períodos junto a su hija Herminia en La Habana, donde falleció el 23 de enero de 1918.

Ignacio Ernesto y Herminia Agramonte Simoni heredaron la quinta en 1919, la que luego vendieron.

Como un hecho de particular interés, señalamos que en mayo de 1860 “apareció por los aires de la ciudad de Puerto Príncipe un ave blanca, la cual fue un aura (…) el licenciado en Medicina, regidor don José Ramón Simoni, pudo, armándole once lazos con alicientes de comida, cogerla en su casa-quinta y tenería…” El aura blanca sirvió de inspiración a Gertrudis Gómez de Avellaneda para la leyenda del mismo nombre.

Para destacar los valores arquitectónicos de la quinta Simoni, debemos tener en cuenta el concepto de monumento; en la Carta de Venecia (1964) se define:

…la noción de monumento comprende tanto la creación arquitectónica como el sitio urbano o rural que ofrece el testimonio de una civilización particular de una fase representativa de la evolución o de un suceso histórico. Se refiere no solamente a las grandes creaciones, sino igualmente a las obras modestas que han adquirido con el tiempo una significación cultural…

La quinta Simoni es un valioso ejemplo de una instalación puntual ubicada fuera del centro histórico de Camagüey, que reúne valores arquitectónicos, ambientales, históricos y de carácter excepcional. Es un edificio que ilustra el desarrollo socio-económico de una clase social determinada, estando asociado con hitos influyentes en la historia del país, al estar vinculado con la vida de personalidades significativas desde el punto de vista histórico. Representa además una característica distintiva de un tipo, período o forma de construcción, distinguiendo el carácter de su entorno inmediato por sus valores estéticos, visuales y ambientales, en relación con el contexto cultural de que forman parte.

Nuestro repertorio arquitectónico se ve ampliado en el siglo XIX con una influencia incipiente de los elementos del neoclasicismo que incorpora nuevos criterios desde el punto de vista formal, metodológico y constructivo, enriquecido con un nivel de proyecto superior con la creación de nuevos códigos que sustituyen a los ya obsoletos del barroco; es cuando se desarrolla el ferrocarril, sistemas de acueducto, teatros, mansiones urbanas y sub-urbanas, surgiendo las casas-quintas como exponente de los códigos neoclásicos nacientes.

La quinta Simoni, única mansión sub-urbana de nuestra ciudad, posee una planta muy desarrollada y de grandes dimensiones, en forma de C invertida con un ala lateral.

Su fachada de gran prestancia logra continuidad y homogeneidad con su eje vial, posee gran acentuamiento de la horizontalidad, destacándose la planta alta, con un marcado y sobrio carácter neoclásico que se manifiesta en su sencillo pretil, repetido en la planta baja y en la imitación de sillares con líneas zigzagueantes que adornan las aristas esquineras de esta área de la casona.

Su gran portal, formado por arcadas de medio punto molduradas y columnas dóricas adosadas al muro, sirve de terraza en su parte superior.

El friso decorado con motivos masónicos en toda su longitud y las iniciales de la familia Simoni-Argilagos intercaladas en algunas de las metopas dan el sello de opulencia de sus primitivos moradores.

Arco mixtilíneo
Foto tomada de la página del Museo Quinta Simoni en Facebook

En contraposición con las líneas sobrias de la fachada, se levanta un majestuoso arco mixtilíneo muy evolucionado que divide el salón principal del área continua. Los arcos de los espacios restantes son simples y bien definidos. Es una construcción que manifiesta con todo detalle la evolución arquitectónica de su tiempo, siendo además el único exponente con estas características que posee nuestra ciudad.

El valor arquitectónico debe relacionarse con la tipología arquitectónica y constructiva a la que pertenezca el inmueble, de acuerdo al desarrollo histórico de la arquitectura de una época dada. La utilización del pretil, cornisas, verjas de hierro, etcétera, manifiestan la evolución arquitectónica que representa este edificio en nuestro patrimonio cultural. Es, además, un lugar impregnado de historia, leyenda y amor.

En épocas posteriores, la casa quinta fue convertida en casa de vecindad, al ser dividida en varias viviendas y construírsele en áreas del antiguo jardín pequeños cuartos con servicios sanitarios comuneros para diferentes familias.

Actualmente (1987) la edificación posee problemas, en particular grietas, roturas, derrumbes parciales, desplomes, vegetación parásita y focos de humedad, ante los que se han dictado un grupo de recomendaciones que garanticen la seguridad estructural del edificio, teniendo en cuenta su futuro cambio de uso.

Una vez concluidas las investigaciones, y bajo el principio de que un inmueble debe continuar en uso, las obras de rescate estarán a cargo de la brigada de restauración de monumentos. No se restaura ni se conserva una obra arquitectónica sin darle utilización, ya que se deterioraría muy rápidamente.

Uno de los criterios de la “doctrina de salvaguardia o protección de los monumentos” refleja que la mejor forma de conservar los bienes monumentales consiste en dotarlos de una función altiva dentro del marco de la vida de la sociedad contemporánea. La casa-quinta, una vez restaurada, acogerá a la Casa de la Mujer Camagüeyana.

Amalia junto a sus nietos Virginia, Estela e Ignacio Eduardo en los jardines de la casa-quinta. 


Tomado de Acontecer. Órgano de la Asamblea Provincial del Poder Popular. Año 1, No. 2/1987, pp.35-39.


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