L. B. S.
Micus Mundus, sed Magis Amica Veritas. —Soy amigo del mundo: pero soy más amigo de la verdad.— Voy, pues, a hablaros en el lenguaje de la verdad, único que cultivo siempre.
Llevo ya casi veinticinco años consagrado a la enseñanza. Entré en la Cátedra que ocupo, en la Escuela de Agrimensura de este Instituto, por la puerta ancha de una oposición, legítimamente ganada contra cuatro compañeros distinguidos. Y prueba de que aquella oposición fue una lucha noble, ganada en buena lid, lo es el hecho de que desde que tomé posesión de mi Cátedra, el día 15 de diciembre del año 1917, mis contrincantes, dos ingenieros y dos agrimensores camagüeyanos, fueron y continuaron siendo desde entonces, fraternales amigos y compañeros, que incluso han contribuido con donativos valiosos, al auge y enriquecimiento del gabinete y museo de mi Cátedra de Agrimensura.
Anteriormente, desde dos años atrás, ocupé el cargo de ayudante-alumno del Laboratorio y Taller Eléctrico, de la Escuela de Ingenieros de la Universidad de la Habana.
He intervenido en comisiones reorganizadoras de las Escuelas de Agrimensura cuatro veces y he estado en contacto directo con las comisiones reorganizadoras que, en varias ocasiones, se han reunido para reestructurar las enseñanzas secundarias y especiales.
Digo todo esto para se tenga, por los que no me conozcan, un antecedente que les permita formar un cabal juicio de mí por lo que van a oírme decir: podré ser tildado de visionario o de equivocado; pero no se me podrá tildar de arribista, de oportunista, de improvisado
Ocupo este sitial, para pronunciar el discurso de apertura, por acuerdo del Claustro de Profesores del Instituto de Camagüey. Estos honores, ni se piden ni se rehúsan: simplemente se aceptan como un deber que cumplir. Y una vez aceptado, es lo general que el profesor designado, se extienda en su discurso en un estudio doctrinal, de la materia que profesa, haciendo resaltar la importancia y utilidad de las disciplinas de su Cátedra, tanto en el orden individual como en el colectivo o social.
Yo debería y podría extenderme grandemente para hablar de la importancia de la Escuela de Agrimensura, y deciros de la gran preparación que adquieren para la vida los alumnos que cursan sus estudios y obtienen el título de agrimensor. Yo podría deciros, que cuando tomé posesión de mi cátedra, la Escuela de Agrimensura de Camagüey contaba, como instrumental, con un solo tránsito y un solo nivel, y referiros como, gracias a la generosidad innata en el cubano, a la esplendidez de mis compañeros, ingenieros y agrimensores, hoy la Escuela de Agrimensura de Camagüey es la mejor Escuela de Agrimensura de Cuba, que pudiera parangonarse, en cuanto a Agrimensura se refiere, con el gabinete de Agrimensura de la Escuela de Ingenieros de la Universidad de La Habana. Gracias a aquella generosidad, la Escuela cuenta hoy con dieciocho tránsitos, catorce teodolitos, quince brújulas y catorce niveles, amén de otros instrumentos de distintos tipos y un completo surtido de instrumental menor tanto de campo como de gabinete.
Podría referiros cómo sus graduados, en general, están triunfando en la vida, en puestos técnicos, que han mantenido en compañías particulares y en oficinas públicas, a través de todas las vicisitudes políticas del país, gracias a su competencia profesional. Y podría también deciros, con hondo dolor, cómo alumnos que van a estudiar Ingeniería y Ciencias a la Universidad de la Habana, desconocen la utilidad de los estudios de la Escuela de Agrimensura, y creo que hasta ignoran la existencia de la escuela, dentro de este Instituto.
Pero en vez de hablaros de mi Escuela de Agrimensura, de mis disciplinas, como profesor de agrimensura que soy, voy a hablaros del problema general de la enseñanza en Cuba, de sus deficiencias, de sus males, de sus errores, de sus falacias porque mi Escuela forma parte de ese todo, desorbitado y destrozado, ineficaz, que es la enseñanza actual, incluyendo la enseñanza primaria, la secundaria, las profesionales, las especiales, y hasta la universitaria
Cuando se pierde el concepto del límite, cuando todo se subvierte, cuando se quiere destruirlo todo, por el solo hecho de destruir lo existente para crear cosas nuevas, y los creadores no tienen la capacidad, el conocimiento, la experiencia, la dedicación, en una palabra: el talento necesario para crear, lo destruido es mejor que lo creado, y lo creado es monstruoso.
Enrique José Varona en 1898
Dibujo de Jiménez para el libro Anales de la guerra en Cuba, de Antonio Pirala
En la época inicial de la República, precisamente ocupando la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes un camagüeyano ilustre, un cubano ejemplar, que tuvo el mérito inmenso de supervivir a los hombres de su época, vivir en los momentos tumultuosos de la República, en un medio corrompido y corruptor, y, sin embargo, morir viejo y morir digno, inmaculado, —(como un mentís a la adaptación que viene en los hombres con los años)— un pensador del idioma castellano: Enrique José Varona, se hizo el plan de bachillerato que lleva su nombre, el plan más perfecto en cuanto a la distribución de las materias, en cuanto a la organización de los estudios y exámenes, en cuanto a la edad de ingreso, en cuanto a todo lo que pueda apreciarse en un plan de estudios de tal clase.
En ese plan Varona, de cuatro años de bachillerato, a cuatro cursos de asignaturas por año, se estabiliza una cultura integral, amplia, general, profunda, que impartía, a los que tuvimos la suerte y el orgullo de cursarlo en su primitiva pureza, un conocimiento aquilatado, de pocas materias, pero las más necesarias para una base sólida, para desenvolverse en la vida, o para estudiar una carrera universitaria.
Siendo Varona un filósofo, se apartó de las “humanidades”, quitó de su bachillerato el Griego y el Latín. Siendo Varona un literato, no recargó su bachillerato con estudios literarios excesivos. Pero Varona era único. Varona supo y pudo alejarse, en el bachillerato que preparó para la juventud cubana, para educar a su pueblo, preparándolo para la vida y para la universidad, pudo alejarse, repito, de sus propias aficiones, restando de ese bachillerato que hizo, las materias que pudieran serle más queridas y afines; pero es porque Varona era un superhombre, Varona no era un mediocre, Varona no era un interesado: Varona era un hombre de talento.
El plan Varona era un plan cíclico, sin alardes pedagógicos de ciclismo: cuando examinábamos Geometría, teníamos que hacer antes un examen de Aritmética y Álgebra, aprobadas el año anterior. Cuando examinábamos Trigonometría, plana y esférica, teníamos que examinar otra vez Aritmética y Álgebra, y otra vez examinar Geometría plana y del espacio. Lo mismo se hacía con Gramática, Literatura Preceptiva y Literatura Histórica, etc.
Los alumnos que estudiaron por aquel primitivo plan, tuvieron un concepto firme de lo que estudiaron, y lo conservan a través del tiempo transcurrido. He tenido la satisfacción de encontrarme, muchas veces, con médicos, con abogados, y con individuos no profesionales, bachilleres de aquella época, que todavía se acuerdan del “Binomio de Newton”, del “Teorema de las Tres Perpendiculares”, y de resolver sistemas de ecuaciones simultáneas. ¿Quién de los bachilleres de ahora sabe una palabra de nada de esto?
El plan Varona fue después, en el transcurso del tiempo, mixtificándose: aquel sistema de exámenes de cursos parciales, en que no se daba más que el pase de Aprobado, que había que repetirlo en el examen final de la asignatura total, donde se otorgaba la nota, fue suprimido, y se entendieron los cursos, como asignaturas finales. Después se hicieron arreglos que acortaron enormemente la enseñanza de la Geometría y de la Trigonometría, que de dos cursos, pasaron a estudiarse en uno solo. Últimamente se agregaron asignaturas: Historia de Cuba y Agricultura, que posteriormente volvieron a quitarse.
Desde hace varios años, siempre con una tendencia a la brevedad de los estudios, se ha venido hablando sobre la necesidad de bifurcar y hasta de polifurcar el Bachillerato, haciendo un tronco común, obligatorio para todos, seguido de cursos especializados; preparatorios y profesionales.
La llamada Ley Docente, recogió esta idea latente y por su Art. 41 crea una Comisión Reorganizadora de la Segunda Enseñanza compuesta de cinco profesores por oposición y dos personas de reconocida competencia, para que reorganicen la segunda Enseñanza, con amplísimas facultades, pero con la limitación que establece el Art. 44 de que dicha Comisión, imprescindiblemente, establecerá, dentro del plan que acuerde, dos tipos de Instituto: uno de carácter general, preparatorio para la vida, y otro superior, de especialización para el ingreso en la Universidad, según la variedad de las disciplinas docentes. El estudio de cada uno de los tipos de Institutos, comprenderán las asignaturas que la Comisión proponga en su plan. Los Institutos de Segunda Enseñanza preuniversitaria radicarán en las capitales de provincia.
¿Se quiere algo más clara y taxativamente determinado por la Ley?
Leonardo Zórzano Jorrín es recordado por sus libros para la enseñanza del Inglés, y en particular por la popular frase que encabeza el primero de ellos.
La Comisión designada, presidida por el Dr. Carlos de la Torre e integrada por los Dres. Piedad Maza, Manuel Labra, Alfonso Páez, Raymundo Lazo, Leonardo Sorzano Jorrín y algunos más que no recuerdo, actuó y actuó inteligentemente, ajustándose a la ley que la creó, en su texto y en su espíritu.
Yo estuve muy al tanto de lo que esa Comisión acordaba, porque a sus resultas habíamos de atenernos los que integrábamos la Comisión Reorganizadora de las Escuelas de Agrimensura, creada por la misma Ley Docente, para imbricar el plan de estudios de Agrimensor y Tasador de Tierras, con el de Bachiller en Ciencias que se creaba.
Los informes de esa comisión pasaron al Senado, donde, lo mismo que los informes de las demás comisiones, se congelaron.
Como al mismo tiempo y en el mismo edificio de la Secretaría, en locales próximos, trabajábamos todas las comisiones reorganizadoras y nos veíamos y conversábamos con frecuencia, tuve ocasión de palpar la aceptación que tenía un plan mío que me ha parecido siempre bueno y que allí era bien acogido por todos: pero que ni siquiera llegó a plantearse en ninguna comisión, porque nuestra misión estaba señalada por una Ley, a la que había que atenerse, acatarla y cumplirla.
El plan era éste: si en ese bachillerato elemental, troncal, común, se estudian las disciplinas generales, de utilidad y necesidad para todos, cualesquiera que sean los estudios posteriores que se sigan, tales como Aritmética, Gramática, Ortografía, Geografía General, etc. etc., ¿por qué han de estudiarse esas mismas disciplinas, pero con programas distintos y enfoques diversos, explicadas por profesores diferentes, en las Escuelas Normales, en los Institutos, en las Escuelas de Comercio, etc.?
¿Por qué ese enorme dispendio en dinero y en tiempo: gastos para el Estado en profesores innecesarios, pérdida de tiempo para los alumnos en repetir los mismos conocimientos, cuando todo ello puede hacerse en una preparación inicial común, en un solo centro de enseñanza, por los mismos profesores?
Estudiadas estas disciplinas comunes con la misma intensidad por todos los alumnos, en dos o tres años, pueden después diversificar sus estudios, especializándolos según sus vocaciones y las profesiones que quieran seguir, en un centro profesional superior y preparatorio general, radicado en la capital de su provincia.
No es una idea nueva, ni es una cosa imposible. Ha existido ya en Cuba: la Escuela Profesional y General Preparatoria de la Isla de Cuba, en La Habana, llenó cumplidamente esta misión: allí se preparaba para la Universidad, y allí se impartían enseñanzas profesionales, y se otorgaban títulos de Agrimensor, de Piloto, de Maestro de Obras, de Perito Mercantil, Perito Mecánico, Perito Químico, Perito Calígrafo, etc.
En un plan hecho con alteza de miras, pensando sólo en impartir una capacitación positiva a la juventud estudiosa, que quisiera prepararse para luchar con éxito en la vida, cabría, incluso, traer a las capitales de provincias, a esos centros superiores, que bien pudieran llamarse Institutos Generales y Técnicos —(así se llama el del Cardenal Cisneros de Madrid, que tiene tales funciones)— parte de los estudios correspondientes a los primeros años de las carreras universitarias, para constituir con ellos los cursos pre-médico, pre-derecho, pre-ciencias, etc., que permitieran al estudiante, sin mayor gasto y dentro del medio de vida de su hogar, en su propia provincia, iniciar sus estudios especializados, probar su propia vocación, dar un cambio de frente a tiempo si equivocó el camino, y su estómago, por ejemplo, no le permite resistir las disecciones anatómicas, o su cerebro no le permite comprender las elucubraciones de la geometría descriptiva y los conceptos abstrusos del cálculo infinitesimal
Además, en esas Escuelas Profesionales provinciales, en un solo centro educativo, pudieran cursarse las carreras de Maestro Normal, Agrimensor, Tenedor de Libros, Contador, Enfermero, Comadrona, etc., y crearse algunas carreras utilitarias más, como la de Procurador, de Periodista, etc., carreras cortas, escalones de carreras universitarias superiores, si se quiere, profesiones honrosas que permiten un decoroso medio de vida.
¿No sería hacedero y útil abordar este problema a fondo y sin prejuicios, sin contemplaciones a los “intereses creados” y pensando sólo en los intereses de nuestra juventud? El tiempo lo dirá.
Yo ansío, para la juventud de mi país, todas las facilidades para su preparación cultural, para el estímulo y desarrollo de su vocación, para una preparación eficiente, que le permita desenvolverse en la vida y contribuir al mejoramiento colectivo, al progreso de nuestra nación: pero ansío que esa preparación sea impartida con plena capacidad en el profesorado que ha de trasmitir los conocimientos y con plena preparación, para recibirlos, en el alumno.
Sin precipitación en los estudios: pero sin efectismos inútiles y sin excesos pedagógicos, excluyendo de una manera terminante y especial de la estructuración de los planes de estudios de las diversas profesiones, que pudiéramos llamar elementales o no universitarias, a los individuos que no tengan los títulos de esas profesiones y la experiencia en el ejercicio de las mismas, durante un lapso de tiempo, que proporcionen, en una palabra, la garantía de resguardar de esnobismos y de estridencias los planes de estudios a que ha de someterse la juventud, para que ésta tenga, con el mínimo de esfuerzo y de tiempo, el máximo de capacidad necesaria para ejercer con conocimiento una profesión.
¿Se quiere producir hombres con la capacidad necesaria y suficiente para que sepan hacer las cosas y las hagan bien, dentro de un limitado campo de conocimientos generales y un conocimiento aquilatado de lo que constituye su técnica profesional especializada, hombres que desempeñen su función individual y social utilitariamente para sí y la comunidad?
En ese caso déjese en entera libertad a los técnicos de cada especialidad para que hagan los planes de estudios y programas, organicen las prácticas necesarias para aprender haciendo, designándose comisiones de técnicos exclusivamente, sin dejar intervenir para nada en ellas a los pedagogizantes al uso, a los eruditos a la violeta, que todo recargan y todo lo complican con sus latines, sus pasos formales, sus marchas y sus métodos.
¿Se quiere, por el contrario, producir hombres atiborrados de conocimientos indigeridos, aún menos asimilados, que hablen mucho de lo que no saben, que digan cuatro o cinco maneras de hacer las cosas, pero absolutamente incapaces de hacerlas ellos por ningún método? ¿Se quieren memoristas incapaces de acción, que se crean poseedores de vastísimos conocimientos y hasta capaces de trasmitir conocimientos que no han adquirido nunca? Déjese que actúen los que se creen pedagogos y profesores eminentes, y continuará hasta el cataclismo, el desastre de todas nuestras enseñanzas, generales y especializadas, víctimas hoy de tantas pruebas infecundas y perturbadoras.
Mientras los planes de todas las enseñanzas puedan ser cambiados por cualquiera y cuando quiera, la juventud estará desorientada y la enseñanza toda en plena desorganización, como lo está hoy, y cada día lo estará más, si con entereza, talento y experiencia no se corta el mal en sus raíces.
El estado caótico de nuestra enseñanza actual nace desde el momento en que dos catedráticos por oposición (que debían haberse cortado las manos antes de firmar tal enormidad) suscribieron los decretos de cesantía de Catedráticos por Oposición de Institutos y Normales, tan dignos y honorables como pudieran serlo ellos; anularon los estudios hechos por los que se habían dedicado exclusivamente a estudiar; y establecieran aquellos cursillos que produjeron oleadas de improvisados que, cuando llegaron a la Universidad, siguieron explotando sus condiciones de sedientos líderes, y cuando, poco a poco, y como una reconquista del respeto que a sí mismo se deben los hombres, perdido en parte el miedo que los acobardó en los primeros momentos, quisieron los profesores restablecer las normas ordinarias, surgió el “bonche” en la Universidad, con todas sus horrorosas consecuencias.
Nada puede en la organización social improvisarse sin un grave daño para la comunidad. Ni el magistrado ni el jefe se improvisan; pero mucho menos se improvisa el profesor. La condicional de profesor no se adquiere por una simple designación, ni la autoridad de profesor se puede adquirir sin una serie de circunstancias, concomitantes a impartir esa autoridad. La autoridad del profesor nace principalmente del conocimiento profundo de la materia que profesa y de sus condiciones intrínsecas para exponerlas y hacerlas comprender al alumnado: pero la máxima autoridad del profesor, es la autoridad moral de que se siente investido y de la que lo saben investido sus alumnos, cuando ocupa su cargo en propiedad, de una manera legítima, obteniendo en una lucha legal contra contrincantes tan preparados como él: cuando recibe el espaldarazo de ganar su cátedra por oposición.
Por los compromisos creados por el personal interino de los 21 Institutos, las 6 Escuelas Normales y las tantas Escuelas de Comercio, de Artes y Oficios, etc., la sección de “cultura” del título V de la nueva Constitución de la República, no entra a definir, de una manera terminante y fija, la forma de proveer las Cátedras, especificando sólo, de una manera tímida, el Art. 57. que, para ejercer la docencia, se requiere acreditar la capacidad, en la forma que la Ley disponga. Y entre las disposiciones transitorias, la Y al título V. determina que los beneficiarios de cátedras actuales, actualmente ocupadas sin que se haya acreditado la capacidad docente conforme a la Ley en vigor, deberán hacerlo dentro de tres años, salvo lo que disponga la Ley de la reforma general de la enseñanza que el Congreso habrá de votar en un término no mayor de tres legislaturas.
Y resulta, como resulta siempre por desdicha entre nosotros, en nuestras terribles viceversas, que ahora las cátedras, que era lo único que en nuestra legislación se ha cubierto siempre por oposición, puedan llegar a no cubrirse por este sistema, sino por cualquier otro que se invente, y en cambio, los cargos que nunca se cubrieron por oposición, la Constitución señala de una manera taxativa y clara, que habrán de ser cubiertos por este medio. Así, el Art. 114, determina que el ingreso en la carrera notarial y en el cuerpo de Registradores de la Propiedad, será en lo sucesivo, por oposición, regulada por la Ley. El Art. 165 instituye la carrera judicial, con ingreso en la misma mediante ejercicios de oposición. El Art. 189. después de que el anterior establece la carrera del Ministerio Fiscal inamovible e independiente en sus funciones. determina que el ingreso en la carrera Fiscal se hará mediante ejercicios de oposición. Y hasta, por último, el Art. 225, determina que, el Gerente Social del Municipio, será un técnico V el cargo se proveerá por seis años, mediante oposición, ante un Tribunal que se regula.
Todo lo que he transcrito de los preceptos constitucionales, como se ve es un canto y una loa al sistema de la oposición para cubrir los cargos. Y es que, en la conciencia de los constituyentes, por encima de todos los intereses políticos que allí se llevaron y los particulares de cada uno, cuando pudieron actuar libremente sin sugestiones extrañas, sin presiones interesadas, compenetrados de las realidades que en nuestro país hemos vivido, comprendieron y sintieron que la única garantía de absoluta independencia que tiene un hombre en un cargo en la inamovilidad, y la mejor garantía de su eficiencia para servir a la nación que le paga, es la demostración de su capacidad y para ello no hay mejor sistema que el de la oposición.
La oposición no requiere más, para una plena garantía de los opositores, que una designación a priori de los miembros que han de formar los respectivos Tribunales de Oposición: la publicación, con un tiempo racional de adelantos, de los temarios de cada uno de los ejercicios. Y de que, en la oposición, para que pueda discernirse rápida y seguramente la diferencia de capacidad de los opositores, que los ejercicios sean iguales para todos.
La crisis que atraviesa la enseñanza actual, en todos los centros de enseñanza, sólo se resolverá, tanto en lo docente como en lo disciplinario, cuando todas las cátedras estén cubiertas por oposición, porque entonces habrá verdaderos profesores, plenos de capacidad demostrada, y porque entonces esos profesores tendrán la autoridad moral necesaria para, sin violencia alguna, imponer, por simple acción catalítica de presencia, el respeto al alumnado, que sólo nace de la función profesoral legal y plenamente obtenida y cumplida. Todo lo demás vendrá por añadidura: el orden subvertido a sus cauces normales.
Yo podría continuar hablando de estos temas mucho tiempo. Yo tenía preparado para este discurso de apertura y redactado ya, mucho más material y muchas más cuestiones que tratar. Podría escribir un libro, casi lo he escrito ya entre lo que os he leído y lo que he dejado sin poner en limpia, pero no quiero abusar de vuestra benevolencia.
Voy a terminar dando lectura al resumen de lo que pensé constituyera el tema total de este discurso, que me sirvió de pauta para el mismo y que, como veréis, queda trunco, incompleto.
Sin considerar que lo que vamos a decir como resumen sea la panacea que resuelva todos los problemas de la enseñanza en Cuba, creemos que. para su total normalización y eficaz funcionamiento deben cumplirse los siguientes requisitos:
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1°—Proceder a la nueva estructuración de la enseñanza, como lo dispone la Constitución desde la elemental y primaria hasta la secundaria y profesional no universitaria, sobre tipos de aplicación a la vida práctica, que preparen al individuo para sí mismo y para la sociedad. Una comisión de personas de reconocida competencia y dedicación a estos problemas, mientras menos numerosa mejor, podría hacer una ponencia para presentarla al Congreso.
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2°—Establecer centros de enseñanza secundaria en número suficiente para cubrir las necesidades del estudiante de todas las ciudades importantes de Cuba, en los cuales se estudiará una preparación cultural para la vida, obligatoria para recibir la instrucción en las escuelas preuniversitarias y profesionales.
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3°—Establecer en las capitales de provincias Institutos Generales y Técnicos o Escuelas Profesionales y Generales Preparatorias, donde se cursen las preparaciones para las carreras universitarias y las profesiones liberales no facultativas o de Universidad —(Magisterio, Comercial, Agrimensura, Náutica, etc.)—
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4°—Una vez estructurados los planes de enseñanza y distribuidos los centros en que ha de impartirse y las cátedras que en los mismos hayan de establecerse, proveerlas todas en propiedad, por el sistema de oposición, con plenas garantías para los opositores, con Tribunales prefijados por la Ley, cuestionarios publicados con antelación y ejercicios iguales para todos los opositores.
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5°—Exigir como requisito de ingreso en cualquier centro de Enseñanza el diploma o título expedido por el centro de categoría inmediatamente inferior, pero, además de este requisito, establecer el examen de capacidad en todas las materias fundamentales para cursar los nuevos estudios que habrán de iniciarse.
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6°—Establecer un límite mínimo y un límite máximo de edad para la entrada y salida en los centros primarios y secundarios oficiales, no así en los profesionales, dejando siempre la enseñanza libre y el examen de capacidad para todos.
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7°—Cumplir las regulaciones establecidas, pero no cumplidas nunca, de la limitación del número de alumnos para cada profesor, y, en consecuencia, establecer en todos los centros de enseñanza la matrícula oficial limitada, para que la enseñanza pueda impartirse con plena acción directa del profesorado sobre el alumnado, trabajando cada grupo de acuerdo con sus necesidades y supervisando debidamente la labor y el aprovechamiento de los alumnos, lo cual es absolutamente imposible en clase de ciento y más estudiantes.
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8°—Como consecuencia de la limitación de la matrícula en los centros de enseñanza oficiales, estimular, facilitar, hasta subvencionar la enseñanza en escuelas privadas, para que los alumnos fuera de edad y fuera de cupo, puedan concurrir a ella, sin perder años de sus vidas de jóvenes, únicos en el cultivo de la inteligencia, para que vengan después esos alumnos a los centros de enseñanza oficiales, a sufrir los exámenes de capacidad necesarios para que se les otorguen certificados y diplomas.
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9°—Exigir que de una manera efectiva se practique en todos los centros públicos y privados, la educación física, por todos los educandos de una manera regulada, fiscalizada y no costosa, por ejercicios rítmicos y gimnasia sin aparatos, organizando paradas escolares gimnásticas y alejando un poco de la enseñanza elemental y secundaria tanto deporte costoso que sustrae, a los que los cultivan, de su dedicación al estudio y cuyos deportes, que son siempre pagados por todos, son solamente aprovechados por unos cuantos.
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10°—Restablecer los exámenes finales de cada curso y los finales de cada asignatura, en toda la pureza del primitivo plan Varona, única manera de que el alumno aquilate y afirme los conocimientos que gradualmente recibe, para que adquieran carácter de permanencia en su conciencia.
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11°—Establecer los exámenes de graduación, en que se recapitulen todos los conocimientos adquiridos durante los cursos de estudio.
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12°—Establecer horarios nacionales, con clases por la mañana y por la tarde, para que los alumnos no tengan que soportar cuatro o cinco horas de clases seguidas con el agotamiento mental consiguiente.
Camagüey, noviembre, 1940
Tomado de Arquitectura. Órgano oficial del Colegio Nacional de Arquitectos. La Habana, Año VIII, No. 89, diciembre 1940.