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El rey Milinda y el filósofo Nagasena. Todo cuento.

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El rey Milinda y el filósofo Nagasena. Todo cuento.

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El rey Milinda iba muellemente echado en su carro, y aunque buen budista, en ese precioso momento no se miraba el ombligo. Con sus grandes ojazos negros entornados, perseguía una dulce imagen, que nada tenía que ver con las cuatro verdades sagradas del sufrimiento. No sabía siquiera si era una verdad, o mero engendro hechicero de su alada fantasía. Sus oídos se deleitaban con su música interior, como si los gandharvas hubieran abandonado el cielo de Indra, para hospedarse en su cerebro. Quizás alguna apsara de florida frente le sonreía distante... El rey Milinda, en su éxtasis, se olvidaba de los principios severos de Sankhya, y se entregaba a los viejos sueños brahmánicos que habían sido los de su casta.

Cuando más absorto se encontraba, un ruido insistente, resonando a su zaga, lo hizo volver en sí algo malhumorado. Pues hasta los reyes suelen ser súbditos del mal humor, irrespetuoso de las jerarquías. Incorporóse el rey Milinda, se volvió y percibió al filósofo Nagasena, quien se adelantó hacia él con paso más reposado, y lo saludó, según los ritos, juntando las manos, ahuecando las palmas en forma de copa, y llevándoselas a la frente.

Desarrugó el ceño el rey Milinda, y llamó al filósofo Nagasena con ademán benévolo. Acercóse éste, sin olvidar la práctica consagrada de rodear el carro, dando siempre la derecha al augusto personaje. Y le habló así:

—Oh, señor, dueño de la potencia y de la sobrepotencia, pretende este humilde súbdito proponer a tu sagacidad una sencilla cuestión: ¿Qué es tu carro?

Miró el rey Milinda con cierta curiosidad regocijada al filósofo Nagasena, y le contestó:

—Pues mi carro es el cómodo asiento rodante en que me encuentras, compuesto de ese timón, esta caja, esas ruedas…

—Perdona, gran monarca; un timón es un timón, una caja es una caja, dos ruedas son dos ruedas; pero no son un carro.

—Perdona, gran filósofo; ahora me has hecho advertir que una cabeza pensante, un cuerpo ambulante y unas manos suplicantes son una cabeza, un cuerpo y dos manos, pero no son un filósofo.

Ve, con el favor del gran Buda, a ver si conciertas esas partes discordes, y te resulta un filósofo concorde.

Vedado, 1926

Tomado de Social, Vol. XI, No.3, marzo de 1926, p.16.

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