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El poema de Cristo (Diez sonetos a Cristo)

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El poema de Cristo (Diez sonetos a Cristo)

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     El nacimiento

    Nimbado por celestes resplandores,
    soñando con los ángeles del cielo,
    duerme el Niño... Y la Virgen con anhelo
    dulce y tierno lo muestra a los pastores.

    Los Magos de tesoros portadores
    postrándose piadosos en el suelo
    ofrecen a Jesús con santo celo
    del incienso los místicos olores....

    Al fulgor del lucero esplendoroso
    que los guía al pesebre silencioso
    de la divinidad las claras huellas

    adoran en el Niño santamente
    mientras envuelve en luz su nívea frente
    un beso que le mandan las estrellas!


       El bautismo

    Sobre las aguas del Jordán sagradas
    recibe Cristo con fervor ardiente
    el Bautismo que Juan Piadosamente
    le ofrece de las ondas argentadas.

    Descendiendo en minúsculas cascadas
    a su cabeza el agua transparente,
    ha dejado unas gotas en su frente,
    rodando como perlas desgranadas...

    Y las aguas del río que espumosas
    deslizábanse raudas, impetuosas
    por las verdes campiñas a través,

    al ver a Cristo que las recibía
    agolpándose todas en porfía,
    se detuvieron a besar sus pies.

        La oración del huerto

    En el cielo, fingiendo un gran diamante,
    la luna inunda el huerto de fulgores,
    y bañando en los claros resplandores
    orando estaba Cristo sollozante.

    En mística plegaria suplicante
    al Creador ofrendaba sus dolores,
    la enviaba en la fragancia de las flores
    la confiaba a la brisa susurrante.

    Tras la lúgubre noche, en el oriente,
    la aurora despuntó resplandeciente
    prendiendo en el azul sus gasas rojas...

    Y al alumbrar su luz el huerto umbrío
    vio temblar con las gotas de rocío
    las lágrimas de Cristo entre las hojas...!


         La última hora

    Por mísero cinismo compelido
    se encuentra Judas en aquella cena
    y aunque la envidia y el temor refrena
    entorna las pupilas confundido...

    Cristo, de sus ensueños abstraído,
    y con palabras de dulzura plena
    sin ira dice, con quietud serena,
    “¡uno que aquí se encuentra, me ha vendido!”

    Entonces los apóstoles temblaron
    miráronse con miedo: vacilaron...
    y Pedro, levantándose, exclamó: 

    “¡Di quien es de nosotros el culpable
    para escupir el rostro al miserable!”
    Y Cristo nada dijo! sonrió...


         El beso de Judas

    Presidiendo la turba enfurecida,
    que ruge como fiera acorralada,
    va Judas con el alma acobardada,
    por la infamia y el miedo consumida.

    Mas, viendo a Cristo su temor olvida
    y envolviéndolo en cínica mirada
    se acerca y —con dulzura simulada—
    le besa la alba frente adolorida.

    ¡Fue el beso del traidor tan execrable,
    de un cinismo tan cruel y miserable,
    que en el cielo temblaron los querubes,

    el pueblo vaciló de espanto preso,
    y el mismo sol por no alumbrar tal beso
    cubrióse con el manto de las nubes...

        La corona de espinas

    Su pálida cabeza que reposa
    sobre el pecho, inclinada tristemente,
    ostenta, entre la nieve de la frente,
    la corona de espinas dolorosa.

    En medio de la plebe ignominiosa
    es Cristo un blanco lirio transparente
    que arrancara del tallo el inclemente 
    vendaval una tarde tempestuosa.

    Y rodando sus lágrimas mezcladas
    con las gotas de sangre derramadas
    por la impiedad en su furor salvaje

    tembláronle en la barba cual si fueran
    rubíes y diamantes que prendieran
    los finos hilos de un dorado encaje.

        Al Calvario

    Trémulo el paso, la mirada errante,
    arrastrando su cuerpo doblegado
    por el enorme peso, y coronado
    de espinas, tembloroso, agonizante,

    Va Cristo entre la turba delirante
    que presa de furor arrebatado
    viéndole tan humilde y resignado
    llega a escupir su pálido semblante.

    ¡Ay! no es la Cruz que como dura prueba 
    sobre los hombros desgarrados lleva
    la que combate su resignación.

    ¡Aún es más cruel su dolorosa carga
    que es otra cruz la que su paso amarga:
    ¡la cruz que lleva sobre el corazón!

        La crucifixión

     Al llanto y a la súplica insensible
     el pueblo goza en su furor malvado
     viendo a Cristo morir crucificado
     en medio de tormento indescriptible.

     Al consumarse crimen tan terrible
     su luz apaga el sol horrorizado,
     ábrense los sepulcros y rasgado,
     cae el del velo templo inmarcesible.

     vacilan las montañas con estruendo
     a los verdugos míseros haciendo
     que arrepentidos a la Cruz se abracen!

     La tierra por venganza a Dios clamaba
     mientras Cristo muriendo sollozaba:
     “¡Perdónalos... No saben lo que hacen!”


        La resurrección

     De sobre la nimba derribada
     surge Cristo entre nubes fulgurantes
     y a la tropa de fieros vigilantes
     su aparición terrífica anonada.

     La losa del sepulcro es levantada!
     La sostienen dos ángeles radiantes
     e inundando la sombra de diamantes
     se desborda de luz una cascada.

     y dejando por siempre aquella fosa
     proyectando una estela luminosa
     del infinito en el nocturno velo:

     Cristo asciende hasta el reino prometido
     y al sentirlo llegar.... Extremecido, (sic)
     el mismo cielo se sintió más cielo.

          Apoteosis

     Todo amor, todo paz, todo dulzura
     fue Cristo por el mundo envilecido
     al triste consolando: al descreído
     ofreciendo la miel de su ternura.

     La Cruz en que dobló su frente pura
     alzada cual suplicio escarnecido.
     sobre el ara del redimido
     tras veinte siglos para el bien perdura.

     Fue su amor el amor de los amores
     porque supo, olvidando sus dolores,
     amar la Humanidad por quien sufría.

     Al mundo le ofreció su amor intenso
     y —con ser ese mundo tan inmenso—
     su Amor era más grande todavía!

Portada del número donde fueron incluidos estos versos.


Tomado de Revista de la Asociación Femenina de Camagüey. Año I, Núm. IV, Camagüey, abril de 1921, pp.7-9.
Se ha respetado la ortografía y puntuación originales.

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