Loading...

Una buena sacudida

5

Una buena sacudida

5

Más exacto sería, desde luego, decir un “buen sacudión”. Allá se fue, cargada de sueños y de hermosas audacias, a su Camagüey severo y patriarcal, la juventud briosa y renovadora de Lesbia Soravilla; y con un libro rebelde en una mano y una conferencia graciosamente estridente en la otra, agitó hasta encresparlas las quietas aguas de la vida social camagüeyana. Dijo, salpimentadas de “boutades” que unas gentes no le perdonan por ñoñerías pudibundezcas y otras — yo entre ellas— por fidelidad a criterios de buen gusto, cosas que sin temor a hipérboles pueden ser calificadas de “tremendas”. Dijo, en primer término, en único término, con palabras sinceras y sencillas calentadas por soles entusiasmo o encendidas por llamas de emoción SU VERDAD de mujer inteligente y fuerte, muy siglo quince por su irónicamente confesado catolicismo fervoroso; y muy siglo veintiuno por su independencia de criterio, por su heroico reto a las terribles realidades ambientes, por su rebeldía en potencia y en esencia, por su carácter en prometedora formación, y, SOBRE TODO, por su recto sentido de la vida.

Lesbia Soravilla

En toda la República, pero especialmente en la ciudad de Camagüey, la palabra escrita o hablada de Lesbia Soravilla ha tenido la virtud de sacudir un poco (¿un poco?) el polvo a las viejas, cansadas, rutinarias, anquilosadas conciencias de los tantos cientos de mujeres y hombres que vegetan en medio de un ambiente cargado de convencionalismos, podrido de prejuicios, doblado materialmente bajo el peso de un tradicionalmente estandarizado concepto de las cosas. Labradora pimpante, abrió surcos y lanzó semillas. Obrera infatigable, destruyó ídolos de barro con la piqueta demoledora de su crítica hiriente y mordaz, clavada soberbiamente en la propia entraña de una sociedad hipócrita y estúpida, y levantando el ánimo caído de aquellos revolucionarios auténticos que están prestos a acudir a formar filas en el gran ejército de los que hoy luchan en el mundo entero contra toda forma de explotación social. ¡Magnífica sacudida, que va, por fuerza de su magnitud dinámica, ha logrado, apoyada por mi perseverancia en el comentario, interesar los más avanzados sectores de nuestra prensa nacional y despertar el entusiasmo de los más remisos e indiferentes ciudadanos de esta pobre tierra antillana! En efecto, no sólo las firmas más notables de la intelectualidad cubana secundan actualmente mi campaña en torno a la figura y a la labor de Lesbia Soravilla. sino que una cantidad extraordinaria de cartas de mis lectores me evidencia que existe verdadera expectación en cuanto al desarrollo de estos interesantes acontecimientos cuyas fases más salientes han sido mostradas al país estas páginas.

(Ilegible) he sido censurada (en primer término, por la propia Lesbia Soravilla) por haber criticado ciertas expresiones de lenguaje que a mi modo de juzgar restan autoridad moral y austeridad intelectual a su labor por demás digna de todos los encomios. Sigo opinando, sin embargo, que la vulgaridad y descuido en la forma de expresar un pensamiento afecta a éste de manera muy grave. El pensamiento, a mi juicio, desnudo de toda vestidura artificiosa, pero revestido de un decoro formal auténtico y entrañable, sólo emociona, convence, persuade, electriza, instruye, educa. sacude, levanta, ilustra y entusiasma cuando, como el verso en Martí, ilumina y perfuma al expresarse. Si la palabra, hablada o escrita, es el vehículo por excelencia de comunicación entre el hombre de letras o de ciencias y las masas, nuestro primer deber y nuestra primera responsabilidad cuando encaminamos nuestros pasos por el camino más o menos glorioso de los guías y de los redentores (el escritor, aunque otra cosa opinen ciertos “espíritus de vanguardia”, es, fundamentalmente, un orientador, un animador, un maestro) consiste EN REVESTIR NUESTRO LENGUAJE DE UN DECORO ABSOLUTO Y TOTAL. Porque la quiero, porque la estimo y porque tengo fe en su talento y en su corazón, nunca me cansaré de aconsejar a Lesbia Soravilla una tenaz y acuciosa vigilancia, pronta a la reprensión y a la modificación severas, de sus formas de expresión. Eso ganará siempre en la estimación, comprensión y admiración de sus auditorios.

Eso ganarán, en definitiva, especialmente en cuanto a profundidad e intensidad, sus sacudidas graciosas y violentas a la conciencia de sus contemporáneos. Su libro mejor será aquel que, con mejor suerte, o con mejores calidades de cultura y experiencia literaria, que El dolor de vivir (novela cuyas virtudes básicas yo he sido la primera en ponderar), se ofrezca al interés y a la consideración de los lectores limpio de todo asomo de pornografía. Del mismo modo, sus mejores conferencias, sus mejores arengas, sus mejores propagandas, serán aquellas que cumplan su misión exaltadora y admonitoria sin traspasar jamás los límites del más severo decoro de expresión. Porque, en definitiva, la cuestión fundamental en esta clase de labores es una cuestión de tono. Un tema social cualquiera, incluyendo, naturalmente, las más delicadas y complicadas cuestiones sexuales, será arrabalero, y pornográfico, severo, ligero, decente o indecente en relación directa con el tono mental, moral y espiritual que le dé la persona. Todo puede decirse, inclusive lo que la gente ha dado en llamar “malas palabras”; lo que no puede ni debe hacerse es revestir de vulgaridad y grosería la palabra, la intención, el gesto.

Yo me defiendo, con estas palabras, en cierto modo, de la acusación que me ha sido hecha por Lesbia Soravilla. en carta que he dado a la publicidad en estas mismas columnas hace dos semanas, de “que le doy demasiada importancia a cosas puramente exteriores que no tienen ninguna”. Yo he “cogido” mi parte, también —¡y a fe que con mucho gusto!— en este “sacudión” formidable que, de todos modos, debemos agradecerle a la valiente autora de El dolor de vivir. Un palo a mí, otro al Obispo, otro a las muy católicas, muy apostólicas y muy romanas señoras que se han escandalizado leyendo su novela o escuchando su conferencia, otro a los espíritus burgueses, otro al Papa... y, en próvida consecuencia, debates, polémicas y doctrinas de las más diversas índoles acerca del amor libre en todos los periódicos y revistas de la República. intervención directa de cientos de mujeres en el saludable alboroto suscitado, como así lo demuestran las innumerables cartas que he recibido y las que, probablemente, habrá recibido Lesbia, discusiones acaloradas en nuestros más caracterizados “corrillos” literarios, espanto y confusión en las filas del feminismo de derechas, brío y entusiasmo en las filas del feminismo de izquierdas, renovado anhelo de superación en el alma de nuestras mejores mujeres y saludables reacciones en el modo de pensar de nuestros mejores hombres...!

Estaba segura —así se lo dije a Lesbia muchas veces— de que El dolor de vivir había de causar un enorme escándalo; no por sus frecuentes vulgaridades de lenguaje, que tampoco son tantas como para tenerlas demasiado en cuenta, sino por sus teorías avanzadas y sus conclusiones escueta y profundamente humanas, desprovistas del más leve vestigio de hipocresía, impregnadas de un alto, de un hermoso, de un valiente concepto de la moral. Le predije, risueñamente entusiasmada, que sería, como lo he sido yo, excomulgada por la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. En efecto, escándalo y excomunión han erigido a Lesbia Soravilla y a su libro en tema de palpitante actualidad. Se discute, se aprueba, se desaprueba, se aplaude o se censura su labor; todo, menos permanecer indiferentes ante ella. Victoria de su talento; signo evidente de un alto grado de cultura y de preparación en nuestras mujeres; realidad delatadora de la existencia de grandes núcleos sociales que se rebelan contra la estructuración monstruosa y nefanda de la explotación del hombre por el hombre.


Doy al centro de esta plana, a título de información, algunos párrafos (muy extractados por razón del espacio de que dispongo) de varias de las cartas que he recibido. Recomiendo con todo interés su lectura.

—Los debates y controversias suscitados en Camagüey particularmente, y en general en toda la Isla, por las palabras claras, serenas, valientes, de la escritora Lesbia Soravilla. y las pronunciadas por un hombre justo, Walfredo J. Rodríguez, motivan la presente carta. Lo cierto es, señorita, que la vida, en complicidad secreta, sórdida y espantosa con la religión, ha sido siempre una injusticia rígida, inexorable y punzadora para la mujer. La mujer tiene tanta capacidad como el hombre para hacer una vida sexual libre y natural, y tanta amplitud de inteligencia como él para poder desenvolverse en la vida; pero desde tiempos pretéritos ha sido considerada la mujer como juguete de lujo. Mutilándoles la inteligencia, haciéndoles un espíritu inerte, moldeado a la hipocresía y a la falsedad, inutilizándoles el cuerpo, exacerbándoles y enriqueciéndoles la vanidad de ser bonitas y castas, en vez de aumentarles la responsabilidad de ser FRANCAS, LIBRES y FUERTES, han logrado, la religión, la sociedad y los hombres, que las mujeres se conviertan en meras muñecas de placer. Dígale usted a sus lectores que hay uno más que participa de la ideología limpia, razonada, sincera, clara, de Lesbia Soravilla, de Walfredo J. Rodríguez y de usted. —(Fdo.) MARIO MORENO NÁJERAS. Habana.

—Usted, Penichet y “El Curioso Parlanchín” han tratado muchas veces de la disolución del vínculo matrimonial y del amor libre, abogando por la separación de los cónyuges cuando estos han dejado de amarse. Estoy completamente de acuerdo con esas teorías en cuanto a la felicidad de los que se separen en esas circunstancias, pues nada más penoso y aburrido que tener que soportar lo que no se desea. Pero, ¿y la prole?... El noventa por ciento de las uniones tiene prole. ¿Cómo se cubren las necesidades del niño? ¿Quién atiende a la prole una vez separados los padres?... Una vez deshecho el hogar, aunque haya leyes que obliguen a los padres a mantener a los hijos, los hijos quedan desamparados. Antes de aconsejar el divorcio, debe procurarse el amparo y la protección “efectivos” de los hijos. El amor libre, el divorcio, el matrimonio, son temas de mucho interés, que ahora usted y Lesbia Soravilla han puesto de actualidad; pero no es menos interesante el que yo le sugiero: ¿Y la prole? ¿Qué se hace con la prole? — (Fdo.) O. R., Camagüey.

—¿Cabe todavía el hacer la crítica de lo que es el amor libre en sí? ¿Es que hay espíritus tan mezquinos que quieren ponerle un valladar a la libre comunión de las almas? (El alma se manifiesta también en la sensibilidad de la carne). ¿Es que hay quien tilde el amor libre de inmoral y de amor prostituido? Inmoral es el adulterio. La mujer que se une a un hombre que le duplica la edad, por adquirir nombre y posición, proviniendo de ahí toda la larva de ignominia que pesa sobre su cónyuge. Es innoble, Mariblanca, el proceder de esos individuos —hombres o mujeres— cobardes para la vida: ni un momento de rebeldía, ni un momento de reflexión para auscultar todo su dolor íntimo y el dolor que a la vez causan a su compañera o compañero. Tiene que causar escándalo y repugnancia a los cerebros anquilosados que una niña casi, con toda la fuerza íntima de su ser, como es Lesbia Soravilla, rompiendo todos los prejuicios, saltando por encima de todos los convencionalismos, hable con la voz del corazón, con la luz de la justicia, con la fuerza vehemente de la Razón, los que. como usted, como Lesbia Soravilla, como Walfredo J. Rodríguez, quieran vivir aislados de los prejuicios sociales, dando rienda suelta a sus inquietudes espirituales, tendrán siempre, como una espada pendiente sobre sus cabezas, la amenaza constante de la infame sociedad, dispuesta a derribar el trono sacrosanto del verdadero amor. —(Fdo.) ENEAS SILVIO. Habana.

—¿Se alarmaría usted si le afirmase que nuestra juventud, salvo contadas excepciones, carece de orientación ideológica? No me refiero al ideal político con miras al mejoramiento colectivo, que ése siempre existe cuando se sufre físicamente la bota del tirano. Me refiero al ideal de un espíritu amplio, forjado en la dura pero saludable disciplina de la educación, en donde quepan sin escrúpulos esos conceptos tristemente reales de El dolor de vivir. Sin embargo, la simiente está echada; y cábele a mujeres como usted y Lesbia Soravilla el honor de haber prendido la hoguera de la discordia en donde de seguro habrán de quemar sus alas las mariposas frívolas de nuestros salones, incapaces de juzgar sin ofenderse lo que a mí se me antoja sonada oportuna que ojalá despierte el espíritu colectivo, imitando el sentir de Lesbia Soravilla, que cava hondo en nuestros humanos defectos. —(Fdo.) EMILIO SOTO PRADERA, Violeta. Camagüey.

—Le ruego haga llegar a Walfredo Rodríguez Blanca mi felicitación, pero algo diferente a lo que sería una felicitación de nuestro mundito de aldea, algo de corazón a corazón. Es valiente hasta donde se puede ser. enfoca el problema del amor con una valentía y pureza de sentimientos que emocionan; con hombres como él se podrán formar los hogares del futuro, limpios, puros, sin adulterios ni convencionalismos. Han de pasar muchos años antes de que desaparezcan muchos conceptos equívocos que son la base de nuestra moral. Pero ustedes realizan una buena labor; sigan, usted, Lesbia Soravilla, todas las mujeres y todos los hombres de talento y corazón que tenemos los cubanos, predicando sus enseñanzas. Mis hijos la comprenden a usted; usted ocupa un lugar prominente en sus mentes, como lo ocupa en la de su ferviente admirador. —(Fdo.) Y. O., Habana.

—Camagüey está “que arde”, Mariblanca. Unas la atacan, otras la defienden; pero lo cierto es que Lesbia Soravilla —¡Dios la bendiga!— ha venido a poner una nota de interés en nuestra intolerable vida aldeana. Nos obliga a pensar, nos saca de este marasmo en que vegetan nuestras conciencias. Nos muestra un camino. Nos hace ver un ideal. Tiene valor y posee una idea nobilísima de la moral; por eso la atacan “ciertos elementos”. ¡Si supiera usted el bien que nos ha hecho presentándonos a Lesbia y despertando en nosotros un extraordinario interés por su libro y por su labor literaria…! Ella, como usted, como Ofelia Rodríguez Acosta, como Walfredo Rodríguez, merece nuestro agradecimiento y nuestro fervor. —(Fdo.) M de la L. R., Camagüey.

—He leído El dolor de vivir. Lo han leído mis dos hijas, de 16 y 18 años. Yo soy maestra. Mi esposo, catedrático de una Escuela Superior. Somos todavía jóvenes; nos queremos, nos respetamos y constituimos un verdadero hogar. Pues bien: diga usted a sus lectores que TODOS NOSOTROS calificamos de valiente, noble y levantado este libro de Lesbia Soravilla, que su labor nos parece digna de aplausos, y que todo individuo de conciencia recta y espíritu libre puede y debe leer este valiente libro, tan justamente ensalzado por usted, —(Fdo.) J. I. B., Santiago de Cuba,

—Tenemos que agradecerle a Lesbia Soravilla y a usted la campaña que vienen haciendo, altamente moralizadora, aunque se espanten los espíritus reaccionarios que todavía andan sueltos por el mundo. Aquí no se habla de otra cosa que de los artículos de usted, del libro y la conferencia de Lesbia Soravilla, los artículos de El Mundo de Ofelia Rodríguez Acosta, los de Walfredo Rodríguez y un folleto que supongo conocerá, de Acosta Rubio. Ustedes nos están enseñando a pensar y nos están despojando de los inmundos convencionalismos imperantes en gran parte de nuestra sociedad. —(Fdo.) D. T. C., Camagüey.

Tomado de Carteles, Vol. XVIII, No.47, La Habana, noviembre 20 - 1932, pp.32, 48 y 50.

6
También en El Camagüey:

El boletín de El Camagüey

Recibe nuestros artículos directamente en tu correo.
Subscribirse
¿No tienes cuenta? Créate una o inicia sesión.