Murió tan joven, tan joven,
¡Tan triste, tan sin ventura!
J. J. Palma.
Dios ponga en nuestros labios al pronunciar el dulcísimo y querido nombre de esta sentida poetisa, toda la santa elocuencia de Bossuet, para remontar el corazón y el pensamiento de los que nos escuchan hacia el cielo, donde sin duda alguna debe habitar, porque ella era un ángel encarnado en la forma de una mujer.
Quisiéramos, al hacer resonar de nuevo su nombre en el mundo, que fuera no con la voz y algazara de la agitación que reina en él, sino así como una queja inarticulada, vaga como un ensueño; pero sin que a ese culto de nuestra ternura se mezclasen las palpitaciones de la vida, sino la piedad de que se reviste su recuerdo inmortal.
Ni que al trazar ligeramente un diseño de su ser y sus hechos en estas pobres páginas, escritas más bien con el corazón que con el dictado del pensamiento, pueda el genio del bien que parece extiende sus alas sobre la blanca y modesta tumba en que duerme, inclinar mística la frente temiendo sea profanada.
Aunque ahora la despojemos de su mortuoria veste, y tratemos de animar su sombra con el recuerdo de los días en que como una aparición lució en el suelo, no por eso perderá el esplendor de que nos parece la vemos circuida, así como si fuese una imagen que errante, y envuelta en un ropaje explendoroso como la luz, e impalpable y aéreo como el éter, posa sus plantas silenciosas sobre el puro cristal del cielo.
Brígida Agüero y Agüero nació en el mes en que la naturaleza despliega todos sus encantos en nuestro suelo: en mayo, el día doce, del año 1837.
Los padres de esta virtuosa joven son los Sres. D. Francisco de Agüero y Estrada y la Sra. Ana María Agüero y Varona, personas muy respetables y distinguidas de la sociedad principeña, no solo por la alta jerarquía de su estirpe sino también por sus excelentes cualidades. El Sr. de Agüero Estrada, generalmente apreciado por su talento literario, y por ser uno de los primeros poetas do Puerto-Príncipe, de donde es natural, y todos sus hijos incluso Brígida, es más conocido por el seudónimo de El Solitario del Camagüey que por su propio nombre.
Brígida se crio en el aislamiento y tranquilidad de nuestros campos: sus estudios se limitaban a los elementos de una instrucción primaria que recibía de sus mismos padres.
Pero el orden de acontecimientos que suelen parecer casuales y no son sino las leyes severas del destino, bien pronto vinieron a turbar aquel género de vida que tanto se adaptaba a su angélico y dulcísimo carácter: su familia el año de 1851 sufrió desgracias que por su misma naturaleza y origen hacen simpático e interesante su dolor a todos los corazones sensibles; y desde entonces no hubo para ella, puede decirse, un solo día de felicidad.
Entonces fue conocida de la sociedad camagüeyana, pues el trastorno de esos mismos acontecimientos hizo que se trasladase a la población.
Ya por esta época había dado muestras de su talento en algunos versos que si bien de poco valor, al menos revelaban el elevado temple de su alma.
Hasta los diecisiete años de edad no pudo dedicarse con atención prolija al cultivo de las letras, en cuya noble senda hubiera alcanzado muchos y merecidos lauros, si la muerte —¡azote del universo!— no hubiera venido a tronchar su vida en flor, cuando aún apenas había dado muy cortos pasos de la tierna adolescencia a la hermosa juventud, cuando modulaba su garganta un himno de admiración a los encantos de la vida.
No se sabe fijamente cual fue el asunto ni género literario en que expresó su primera impresión poética.
En el año de 1861 estableció la Sociedad Filarmónica de Puerto-Príncipe unas clases de Literatura, que aun existen, y en ellas figuró como alumna. Allí con su asidua constancia y aplicación hizo en buen tiempo muy rápidos progresos y el Instituto por premiar sus talentos, la nombró socia facultativa de dicha Sección.
Varias ocasiones resonó su voz en aquel hermoso recinto, y siempre que se presentaba a leer las producciones de su fecundo ingenio era acojida con señaladas muestras de aceptación y simpatía, hasta elevarla a un grado distinguido.
Esta poesía que a continuación insertamos, arrancó muy nutridos aplausos la noche que fue leída por ella, en la Sociedad de que ya hemos hecho mención.
Las artes y la gloria
(A los socios del Liceo Camagüeyano)
¿Quién al ver de la aurora los destellos
Iluminando las tempranas flores,
Bajo un cielo de fúlgidos colores
Allí en los campos, de mi patria, bellos,
No aspira a ser pintor de la natura,
Y a bosquejar su espléndida hermosura?
¿Quién que escuche del índico sinsonte
El melodioso, incomparable trino
En la espesura de encumbrado monte,
No siente de emoción arrebatada,
El sublime poder de la armonía?
Sólo el que tenga un alma
Insensible al placer, lánguida y fría.
¿Quién al mirar del sol en occidente
La moribunda luz en su desmayo,
No se conmueve y siente
De tierna inspiración vívido rayo?
—¿Quién habrá que resista
Al amor sacrosanto de la gloria?
¿Quién podrá con mirada indiferente
Contemplar del artista
Ebrio de gozo la radiosa frente?
Sólo el que tenga un corazón de hielo,
Y una alma destituida
De entusiasmo feliz y de ilusión,
No siente de la gloria el noble anhelo,
Y sus puras y gratas impresiones:
Mas el que tenga un alma
Amante de lo bello y lo grandioso,
Entusiasta y sensible cual la mía,
Encontrará do quiera
Vida, hermosura, encantos y armonía.
Al contemplar los nombres que la historia
En sus brillantes páginas conserva,
Mi corazón palpita
Henchido de una célica esperanza,
Y en sus trasportes de entusiasmo ardiente,
Tomo el laúd y canto,
Las Artes y la Gloria, reverente.
Canto la gloria sí grande y sublime,
Elevando del hombre el pensamiento
Con su divino acento
El abatido espíritu reanima;
Arranca al plectro cadenciosa rima,
Mueve el cincel, y muestra
Al músico, al pintor y al que protege
El numen de la dulce poesía
Una vida eternal y una corona.
A su influjo recobran
Nuevo esplendor las artes
Ilustrando la humana inteligencia;
Los pueblos civiliza
Y difunde la luz por todas partes.
Aún conserva los mágicos cinceles
De Fidias, Miguel Ángel y Cánova,
Y enaltece al insigne Praxíteles
Cuya fecunda inspiración arroba;
Que el genio esclarecido
En alas de la gloria refulgente
Arrebata sus nombres al olvido.
Por ella contemplamos
Ornados de laurel en letras de oro
Los nombres de Velázquez y Rivera,
Y aún viven con renombre de inmortales
Homero, Tasso, Milton y Petrarca,
Racine, Calderón y Garcilaso;
Su indómito poder todo lo abarca
Deteniendo los siglos en su paso......
¡Omnipotente gloria! resplandeces
Con el nombre de Guido,
La invención de su Gama
Mide y combina el tiempo y el sonido.
Donizetti nos llena
De profunda emoción y sentimiento
Al mirar su Lucía
Víctima infausta de fatal destino.
Con estro peregrino
Expresa su dolor y su tormento,
Y de Edgardo infeliz en la agonía
El alma conmovida y delirante
Gime y padece con el triste amante
Al escuchar su dolorido acento.
La incomparable Norma
Hace inmortal el nombre de Bellini;
La sublime Traviatta
Eterniza de Verdi la memoria,
Y vivirá por siempre
En la italiana historia
El recuerdo feliz de Paganini.
Al pronunciar los nombres
De los ilustres hombres
Cuya inspirada frente
Admira el mundo de laurel ornada,
Os ruego que su ejemplo
Constantes imitéis en la jornada
Que lleva al genio de la gloria al templo.
Acaso encontrareis cardos y espinas,
Pero en cambio hallareis plácidas flores
De suave aroma y galas peregrinas.
¿No os inspiran las gracias
Que a las cubanas concedió el Eterno?
Son ardientes sus ojos,
Y su mirada de sin par ternura
Penetra el corazón; sus labios rojos
Vierten divina y celestial sonrisa
Que enajena de amor y de ventura,
Y el eco grato de su puro acento
Es de ilusión riquísimo tesoro,
Seductora expresión del sentimiento.
¡Oh no dejéis sus nombres
Dormir por siempre en funeral olvido!
Y cual repite el mundo
Los de Beatriz y Laura,
Haced que lleve susurrando el aura
Vuestras dulces querellas
De la tierra por todas las regiones,
Y celebren los pueblos y naciones
La gracia y el candor de nuestras bellas.
Estudiad en sus obras la grandeza
Del Supremo Hacedor; tal en la vida
Es del artista la misión notoria,
Y haced que vuestro canto,
De patriotismo y de entusiasmo lleno,
Hasta el Empíreo suba
Con el nombre carísimo de Cuba.
Cuando vieron la luz pública estas otras poesías ya llevaba la inocente joven en sus entrañas el germen del terrible mal que pronto había de terminar su vida. La tisis pulmonar día por día iba con su abrasado aliento languideciendo las galas de su hermosura, y no siéndole desconocido el lamentable estado porque pasaba, reconcentró todo su pensamiento y espíritu en la grandeza do Dios. A los transportes de una inspiración arrebatadora, sucedió una meditación solemne y augusta.
Los armoniosos acentos se apagaron, y como si hubiese desprendido de los sauces babilónicos las olvidadas liras de los bardos de la antigüedad, cada un canto suyo, fue desde entonces una nota de dolor.
Aquí están expresadas, en este lindo canto, las puras emociones de aquella alma melancólica y tierna.
Lo bello
¿Qué es lo bello? dirán, es la grandeza
Que en las obras de Dios fúlgida brilla,
El trino de la cándida avecilla,
El susurro del céfiro sutil;
El suave murmurar del arroyuelo
Que entre piedras y juncos se desliza;
La blanca aurora cuya luz matiza
Las flores del Américo pensil;
El lánguido rumor de sus palmares,
Y de sus bosques la apacible sombra;
Del verde césped la mullida alfombra,
Y el ígneo fuego de su ardiente sol;
Es la lluvia de perlas que se advierte
En el ramaje de la selva umbría,
Cuando aparece luminoso el dia
Entre nubes de nácar y arrebol.
Sus cedros y sus ceibas colosales,
Su cielo azul, sus nítidas estrellas,
Y de sus hijas púdicas y bellas
La interesante gracia y el candor;
Es la sonrisa de inocente niño
En el regazo de una madre tierna,
El grato acento de la voz materna,
Acento dulce que respira amor.
La lumbre del crepúsculo que vaga
Entre las hojas del florido monte
Tiñendo de carmín el horizonte,
Y dando al mundo su postrer adiós,
De la luna los pálidos destellos.
La calma y el silencio de natura,
Los ensueños de amor y de ventura
Que raudos llegan de la noche en pos.
La mirada fugaz y pasajera
De enamorada virgen pudorosa,
Palabra sin sonido y misteriosa
Que calma de un amante la inquietud,
Y más bello que el sol en el Oriente,
Más que el cielo de Cuba y sus colores,
Más bello que sus palmas y sus flores,
El sagrado esplendor de la virtud
Sí, que la luz de la virtud esplende
De la existencia en el erial camino,
Y a su influjo dulcísimo y divino
Palpita de placer mi corazón.
Y en éxtasis feliz arrebatada,
Al escuchar su acento sacrosanto,
Preludio mi laúd, alzo mi canto,
Llena el alma de mística emoción.
Emoción celestial, pura, sublime,
Incomparable, misteriosa, ardiente,
Que no puede expresarse cual se siente,
Que nunca el labio definir podrá.
Que mitiga mis penas y dolores,
Y de entusiasmo férvido me llena;
Enaltece mi ser y lo enajena,
Y sólo en el sepulcro cesará.
La fe cristiana
(Dedicada a mi querido padre)
¡Eres el astro que mis pasos guía,
Adorable virtud, hija del cielo!
Luz que alumbra el alma mia,
Mi escudo protector y mi consuelo!
Mitigas mi letal melancolía,
Impulso das á mi gigante anhelo,
Y cual iris de paz y de bonanza
Fortaleces mi débil esperanza.
Tu grato influjo sin cesar bendigo,
Que en la triste orfandad me consolaba
Cuando distante del paterno abrigo,
En angustiosa soledad lloraba[1].
¡Cómo tu acento, cariñoso amigo,
En lo interior del pecho resonaba!
¡Y cómo entonces tu sin par dulzura
Mitigó mi dolor y mi amargura!
¡Oh! ¿qué fuera de mí sin tus favores,
Genio de bendición, numen divino,
Muertas del alma las fragantes flores
Y errante de la vida en el camino?
Abrumada de penas y dolores,
Víctima infausta del feroz destino,
Mi esperanza feliz sucumbiría
Al fiero impulso de la duda impía.
Nunca, jamás mi corazón llagado
Con férvido entusiasmo palpitara,
Ni mi pobre laúd abandonado
Llena de noble emulación pulsara,
Si no sintiera tu poder sagrado,
Si tu gloria inmortal no iluminara
Con los destellos de tu llama ardiente
Las enlutadas sombras de mi mente.
Porque eres tú, dulcísima creencia,
Vívido faro de esplendor interno,
Hermosa flor de incomparable esencia
Nacida junto al trono del Eterno;
El ángel tutelar de mi existencia,
Que me sigue do quier constante y tierno,
Del mismo Dios emanación querida
Vida del alma, y alma de la vida.
Cuando ya estaba próximo el momento en que debía para siempre eclipsarse la pura luz de aquellas miradas, cuando al estertor de una violenta convulsión había de quedar inerte aquel noble corazón, reasumiendo todas sus fuerzas un día se incorporó, y casi trémula, convulsa, escribió este soneto que más que una obra literaria—sin embargo de estar conforme a las reglas del arte—parece la ferviente oración de una alma que conmovida implora a los cielos, con cantos de mística unción, piedad para su dolor.
Resignación
¡Soberano Señor Omnipotente,
Por quien el Sol espléndido fulgura,
El ave canta, el céfiro murmura,
Y vierte sus raudales el torrente!,
Oye mi voz: el alma reverente
Implora tu piedad en su amargura;
Mitiga un tanto mi letal tristura,
Mi cruel angustia, mi ansiedad creciente.
Al través de una triste perspectiva,
Miro tan sólo un porvenir sombrío,
Y más mi pena sin cesar se aviva.
Un mal terrible me atormenta impío...
Mas si te place que muriendo viva,
“Cúmplase en mí, tu voluntad, Dios mío”.
El día 26 de febrero del año de 1866, apenas había la aurora mostrado al mundo su sonrosada faz, cuando Brígida espiró; y los primeros resplandores del sol que alumbró tan triste día, vinieron a mezclarse con la flébil llama de los opacos cirios que ardían en rededor de su lecho funeral.
Para nosotras nunca como ese día había silbado tan sordo el viento entre las ramas de los árboles, ¡qué triste vimos el Oriente! ¡Qué sombrío el Ocaso, qué lúgubre la noche y qué pálidos sus astros
Su memoria fue honrada con muchos homenajes respetuosos.
Los poetas cubanos hicieron una corona fúnebre poética lamentando tan triste acontecimiento.
Todos los que la trataron y comprendieron, conservan su recuerdo con placer, y siempre unido va al pronunciar su nombre, ese gemido doliente que se escapa del corazón, y traduce la palabra en estas piadosas frases:
¡Descanse en paz!
Tomado de Álbum poético-fotográfico de las escritoras cubanas, por la señorita Domitila García. Dedicado a la señora doña G.G. de A. La Habana, Imp. Militar de la viuda e hs. de Soler, 1868, pp.148-160.
Nota de El Camagüey: Se ha modernizado la ortografía. Se han conservado la estructura de los poemas, el uso de las mayúsculas y subrayados.