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Mi salida para la guerra (de Con sombrero de yagua) (4)

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Mi salida para la guerra (de Con sombrero de yagua) (4)

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El general Pedro Mella y Montenegro (q. e. p. d.) era Gobernador Militar de Camagüey y venía empleando gran habilidad en la política con respecto a los desenvolvimientos de la Isla de Cuba en aquel entonces, hacía política mesurada y a lo Martínez Campos, con quien estaba de acuerdo en ella y con sus procederes de militares dignos y caballerosos, dándose cuenta exacta de que luchaban con un pueblo que sólo aspiraba a su independencia.

Avisó a ciertas personalidades de la ciudad que estaban comprometidas en la conspiración, poniéndoles plazos perentorios para que abandonasen la Isla.

Requirió al coronel Landa, jefe de una columna, a su regreso de operaciones porque extremó la nota dando muerte a individuos que encontraba a su paso sin ser mambises.

Cuando llegó Martínez Campos vio la digna conducta observada por Mella para con los camagüeyanos, pues unos se habían embarcado, otros alzados en armas y engrosado las filas del E. L.

El Marqués de Santa Lucía, que hasta en los más mínimos detalles dirigía el movimiento, fue llamado por Martínez Campos para que le respondiese y ayudase a guardar el orden, a lo que le contestó tan venerable anciano y patricio de la libertad en Cuba: “que sí, pero que respondía de ello solamente con su cabeza”.

Recuerdo cuando tan venerable patricio, a la salida de las clases del Instituto donde yo cursaba el Bachillerato, se dirigía a los estudiantes y nos hablaba de libertades, nuestras luchas por la independencia durante la heroica jornada del 68 y sus mártires Aguilera, Céspedes, Agramonte, Agüero, fue la última en los salones del Liceo, donde nos llevó a cerca de treinta que en grupo tan numeroso oímos sus proezas.

Como las primeras fuerzas españolas que llegaron de España no habían estado en Cuba, cada vez que regresaban de operaciones sufrían infinidad de bajas por ser atacados de fiebre amarilla y durante la aclimatación, que así llamaban, razón por la cual se llenaban los hospitales militares de enfermos.

En el principal, que era el Hospital Militar (hoy Civil), había empleado un amigo de mi familia, el cual, como niño que era y como para coger frutas y flores de sus jardines y de sus grandes patios destinados para ello, me dejaba entrar, lo que yo hacía con gran frecuencia y franqueza hasta el extremo de andar por todos los departamentos, incluso el destinado a guardar las armas, parque y mochilas de los soldados que al regresar las columnas de operaciones allí dejaban los enfermos.

Al ver tanto parque, yo lo comuniqué a la familia de don Carlos Guerra y su esposa la señora Matilde Massaguer, que vivían entonces en la calle de la Reina y donde había un centro de conspiración, y acordamos en una faja de rusia que al efecto me hicieron que yo sacase el parque, lo cual vine efectuando por mucho tiempo y entregando al propio don Carlos en su establecimiento de zapatería que tenía en esa propia calle esquina a la de Santa Rita, cuyo parque él luego destinaba al campo revolucionario y sus soldados libertadores.

Enterada de estos mis movimientos mi querida madre, sin darse por aludida determinó mandarme al ingenio Senado, para que aprendiese con mi tío Alberto Álvarez a maestro de azúcar, pues este tío mío, ingeniero y químico, era el jefe de la casa de calderas del Central tan importante, como foco revolucionario y por donde merodeaban los primeros alzados en armas.

Al poco tiempo, notando mi tío mi entusiasmo por la revolución e identificación porque los que pertenecientes al E. L. andaban por esa zona, para salvar responsabilidades determinó también mandarme para la ciudad de Camagüey, comunicando a mi madre sus sospechas.

Y pasé a Camagüey, y como a los varios días persuadí a mi buena madre de lo contrario, me dejó ir otra vez al ingenio para seguir aprendiendo y embarqué a las seis de la mañana en el tren que une a dicha ciudad con la de Nuevitas.

Llevaba mi maleta y me auxilió durante el embarque José Comas, pariente de la familia Guerra, donde preparé mi equipo, compuesto de hila, yodoformo, una cartera, una escarapela, un par de zapatos de campaña, ropa y un revólver con su parque calibre 32, del teniente del Regimiento de Caballería Hernán Cortés, señor Antonio Verda. a quien se lo llevé abusando de la confianza y amistad que teníamos.

Durante el viaje me senté en una esquina del carro de pasajeros y en otra puse la maleta por si la sorprendían negar que fuera mía. Llegué a Minas, me encontré con mi amigo, paisano y compañero Adalberto Díaz (hoy Capitán del E. L.) y le dije: “Coge mi maleta y llévala para la maquinita que nos ha de llevar para el ingenio y ten cuidado que traigo mi equipo para marcharme para la guerra y me la llevas a mi cuarto para que mis tíos Alberto Álvarez e Isabel de Zayas no sospechen nada y mucho menos mi abuelita y madrina Isabel del Castillo, viuda de Zayas”.

Mientras salía la maquinita, estuve hablando con el español Lamas, rico comerciante de Minas, capitán de Voluntarios, conocido nuestro y que también tenía amistad con nuestra familia.

Al fin salimos, llegué al ingenio, me presenté a mis tíos, los cuales medio que se sorprendieron; yo les convencí de mi más vivo deseo de seguir trabajando, todo contrario a lo que pasaba por mi mente y corazón.

Me fui a mi cuarto en el departamento de empleados, me equipé con todo lo de la maleta y un machete que me habían arreglado en el taller del Ingenio y en un tren de los de tirar caña del batey y que salía en esos momentos (era el mediodía) y que iba en dirección de la Colonia Carmita, del señor Torcuato Silva, punto que ya conocíamos y donde se encontraba una fuerza acampada, embarqué, incorporándose al jefe de dicha fuerza, perteneciente al Tercer Cuerpo, teniente coronel Luis Suárez; también se encontraban allí el alférez Alfredo Álvarez, el capitán Juan Bueno y otros.

Durante nuestra estancia en este lugar de gloriosa recordación para nosotros fuimos solícitamente atendidos por el señor Silva y su hijo, más tarde libertador y hoy Senador de la República por Camagüey: Adolfo Silva.

El Celador de Camagüey, señor Tomés, desde Minas y por teléfono me llamó al ingenio, pues tenía orden de prisión contra mí, para que lo viese y hablando con él resolver satisfactoriamente mi situación; parece que él se figuraba yo seguía trabajando en el ingenio. Cuando me dieron el recado por pura ocurrencia de los amigos, ya nos encontrábamos en plena manigua libre, en el campamento de la Carmita, y encargué se le informara de ello a ese buen señor.

Luego, buscando caballo y montura, me hice de una y uno, buenos, pertenecientes por cierto al señor Águila, colono importante del Ingenio, a lo que enterado ese señor objetó que ante lo que significaba la guerra, ser yo un muchacho y lamentando la baja de su caballo y la de su manclera, dijo (esto indignado por el momento, pues era este amigo un buen cubano): “Ese culiehiehe se presenta.” (Frase vulgar de la gente del pueblo.)

A los pocos días después de salir de la simpática Colonia Carmita, donde pasamos tan buenos ratos y fuimos tan magníficamente, atendidos, tiroteamos los fuertes de Minas y partimos al Cuartel General del Tercer Cuerpo, era el general Manuel Suárez y su jefe de Estado mayor el comandante Rogerio Mora (Morita). Me incorporé a la Escolta, seguimos marcha hasta el Lavado, donde estaba el Gobierno y la expedición que acaba de desembarcar del coronel Braulio Peña; después estuvimos en el ataque a la Zanja, de allí pasamos por los alrededores de los Ingenios Senado y Lugareño, en el primero de éstos tuvimos nuestras escaramuzas con la guerrilla de Minas; recuerdo con tristeza la baja que tuvimos, la de Armandito Marín, compañero de infancia y colegio que fue muy buen amigo mío.

El general Suárez salió con una parte de la columna y yo con permiso de él me quedé con la otra, que la mandaba el general Carlos Agüero, el cual me permitió ver a mis tíos y abuelos que estaban en el Senado y en el Lugareño, Arturo Agramonte y Julio de Zayas, los cuales me completaron mi equipo, que ya tenía algo estropeado.

Pasé la Trocha de la línea de Nuevitas a Camagüey y llegamos a Saratoga en momentos que el General en Jefe dirigía su combate contra la columna del general Jiménez Castellanos y sus tres mil soldados; terminada tan importante acción pasamos al Plátano, donde fui destinado al Regimiento de Caballería El Expedicionario, que accidentalmente mandaba Benjamín Sánchez Agramonte, ayudante del General en Jefe, por encontrarse herido el jefe en propiedad, el también comandante Armando Sánchez Agramonte, herido el día anterior en el combate de Saratoga.

Comencé a prestar mis servicios en el segundo escuadrón que mandaba el teniente Francisco Benavides Luaces (Faico) y éste y sus clases, soldados y oficiales tuvieron siempre para conmigo múltiples deferencias.

Un soldado de los de mi pelotón, viendo que me había encojado en la jornada, que no recordamos su nombre y que lamentamos profundamente, pero que le decían El Bayamés, me dijo que me parecía Mayía, y cuando tuve el placer de conocer a este jefe de la revolución me convencí de ello, pues dicho general andaba siempre vestido de negro, con botas amarillas, sombrero de jipijapa, y como yo me había encajado y andaba con idéntico traje, pues aún conservaba el traje negro con que salí y que fue el que me hiciera para mis últimos exámenes del Bachillerato, fue el fundamento que tuvo el Bayamés para decir que me parecía a ese general Mayía (honor para mí), y hasta el presente se me conoce por Mayía entre los compañeros de guerra de las Escoltas y Estado Mayor del Generalísimo, del Regimiento Expedicionario y otras fuerzas del E. L.

Este Regimiento Expedicionario operó siempre a las inmediatas órdenes del General en Jefe, para lo cual fue formado y en el que ingresé de soldado, terminé de capitán y así honrado con ello tuve el gusto de saludar al señor Águila en el Ingenio Senado al terminar la guerra en 1898, con mi conciencia limpia de haber cumplido con mi deber y con el honor de haber sido capitán del E. L. de mi patria y de la Escolta del Generalísimo.


Tomado de 
Con sombrero de yagua. La Habana. Molina y Cía., 1932, pp.15-18.

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