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El título de este libro (de Con sombrero de yagua) (2)

El título de este libro (de Con sombrero de yagua) (2)

Cuando éramos muchachos e íbamos al “monte” a pasar días de vacantes, en fincas de familiares o amigos, en nuestro Camagüey, cosa muy natural y típica de entonces (más de 50 años), tuvimos muchas ocasiones de observar que los guajiros al levantarse por la mañana tenían la preocupación de no enfangarse los bajos de los pantalones y no dejárselos mojar con el rocío de la hierba y lo evitaban algo, amarrándoselos y con ello levántanselos un poco con una tira de yagua que ellos llamaban arisca, y así lo hacían con bastante resultado apetecido.

Por cierto, que cuando un guajiro cubano de antaño en su sencillez y naturaleza notaba que otra persona se cortaba o ciscaba, decía en el acto: ¡eeeee!, cogió arisca; nosotros suponemos que sería por que la yagua a medida que pasa el tiempo y se seca se encoge después de caída de la mata de palma, de la que en tan bello árbol criollo y como parte de su hoja forma también parte principal e interesante de la majestuosa palmera cubana.

También, y esto que no se tome como una perogrullada, apreciar cómo entonces y hoy también, aun se usa en el campo la yagua para techos y paredes de los ranchos, para los tercios de tabaco y para los catauritos de mazos de tabacos que con un número determinado de unos cuantos y buenos de fumas de las mejores hojas y bien escogidas, torcidos admirablemente, se vendan en nuestra tierra con gran estima para el cubano y extranjero, y no digamos nada de los otros catauros para las viandas y hasta cargar agua del río a la casa.

Nosotros en nuestra Cuba Libre, en media de tanta escasez y faltos de todo recurso de la vida civilizada y como ingente sacrificio y más por la misión de la libertad y fundación de una patria soberana nos valíamos de cuanto la naturaleza en Cubita bella tenemos.

Recordamos un cuento de nuestra abuelita que su esposo del 68 le había contado del Marqués, quien no teniendo qué comer un día apeló al cuero de un taburete o asiento y cuero y cedro, como almuerzo, después de haberlo cocido perfectamente y “se lo metieron”...

Pues bien, nosotros en el 95, siguiendo todas esas sendas de recursos y abnegación y conformidad, velando siempre por lo que allí de dignidad y esperanza nos mantenía hicimos uso mucho de la yagua.

Que nuestro compañero Quirino hacía un dominó como exponemos en otro capítulo y por simpática anécdota, pues en el acto a buscar una yagua lo más recta o plana posible para la mesa y a jugar al dominó se ha dicho.

Que se acampaba, pues a buscar una yagua para el techo del pabellón (nosotros con una pequeña teníamos).

Que no había papel, como casi siempre pasara, para... un cigarro, pues a la yagua, que lo daba magnífico y de color chocolate oscuro, de buen efecto a la vista y casi también como si fuera de papel de cigarro de berro o brea...

Que se hacía un ajiaquito, venga una yagua bien apropiada con lomo gordo y hondo y ya teníamos la fuente para ello y su caldito.

Para el agua ni se diga, una yagua, dos pasadores de gajos finos de un árbol, pues ya estaba el cubo, que hasta servía para los baños de asiento, cura del pujo, y también para las ñáñaras que producían los ramalazos de los gajos de los árboles al caminar y las picadas de los abujes y otros bichos que abundaban por la manigua y que las piernas y otras partes del cuerpo nos ponían así de las picadas.

Que no teníamos hamacas, pues una yagüita al suelo y ya estaba la cama.

Que no teníamos sábana o frazada, pues unos manojitos de yerba paraná o paral por encima o espartillo y además una yagua y así de paso se contrarrestaba el efecto del sereno y la luna y había algo de calor en tiempo de frío, y esto en cada caso de una numera distinta y el tiempo y lo que se nos dejaba a veces hacer por el mucho “oldao” atrás y si había las yagüitas a mano, pues nosotros más bien estábamos siempre alertas caminando, explorando y fajándonos y con la táctica del Viejo Gómez, que era esa y para hacer caminar al GRINGO, a ver si reventaba de una vez como ciquitraques, y nosotros al pelo y sintiendo alivio fuimos pasando el tiempo hasta el 98, y siempre con fe y esperanza, como en 1902, y ahora, si no con yaguas y aunque casi lo mismo, pero luchando con decoro y por la patria libre, soberana y feliz contra tanto bribón a veces que laboran por lo contrario.

A nosotros no nos hizo mucha falta para el fumao, pues nunca tuvimos ese vicio, pero en cambio comíamos dulce. Cuando teníamos hojas de tabaco las cambiábamos por viandas, pues ese vicio pudimos observar también desesperaba a los compañeros que lo tenían, que a veces fumaban con papel de periódico y de cualquier hoja a mano que ellos, secas, se hacían la ilusión eran de tabaco, como las de guayaba por ejemplo, así mismo, sí, señores guerrilleros de entonces y ahora... amos de los grandes almacenes y voluntarios del 71.

Esto se hacía con la yagua, al correr de nuestra imaginación recuerdo grato y triste a la vez de nuestra odisea mambisa y la memoria que no nos es muy infiel que digamos y por ello late el corazón con el mismo empeño de cuando oíamos al Marqués antes de comenzar la contienda, al Viejo Gómez, ya en ella dirigiendo la lucha y ahora en Cuba Libre, Independiente, Soberana y bajo la dirección de un gobierno cubano luchando contra las eventualidades de la realidad.

Nosotros nos fijamos en nuestra yagua cuando nos quedamos sin sombrero y de ella nos hicimos uno, que en otra nota lo hemos referido y ahora nos toca decir que por esto del sombrero de yagua y que en la guerra tuvimos y nos patentizara como el primero del 97 el General en Jefe, es que hemos denominado así este libro, segundo tomo de nuestras memorias de la guerra: Con sombrero de yagua.

Este sombrero era sacado de la parte fina de la yagua, que por cierto se asemejaba al de los Quintos Españoles. El caso era cubrirse la chola. No creemos que fuera fracaso por aquello de que el [que] imita fracasa, no que fuera indigno por ser del enemigo, pues entre esos soldados de España, mientras había un Weyler también había un Prim, un Pi y Margall, un Capdevila y un don Ángel Rosende Cañellas, que por los apellidos bien se ve al gallego puro que era mi abuelo y fue amigo de Joaquín Agüero.

Este sombrerito tenía el inconveniente de secarse con el sol, pero mojándolo a menudo se arreglaba y sufría más esta consecuencia cuando se estaba de guardia, y si de centenila [sic], más puesto, que eran cerca de dos horas sin poderlos remojar como en las marchas o en el campamento, que hasta de jícara y para beber agua a la vez servía.

Así era la guerra, como vamos enumerando por este libro, en lucha larga y tenaz mientras gozan a lo mejor los guerrilleros de entonces y los llamados por Iraizoz de la Paz, los que nada sienten por Cuba más que el “pegao al soconusco”, los que al terminar un discurso dicen: “Martí o Maceo, Máximo Gómez, Céspedes”, para el aplauso, y cuando de veteranos se trata los miran con recelos, pero es abochornados ante la realidad que no supieron entonces hacer nada y ahora mucho menos.

La historia, aunque tarde sabrá para los redentores hacer justicia, y nos basta a nosotros con que nuestros hijos así lo reconozcan.

Ya lo dijo Martí: Éstos y Ésos; y ahora compatriotas que viva la yagua de recuerdo y veneración por el valioso elemento y servicio que nos prestara en la manigua heroica y con nuestra conciencia tranquila de viril y sinceramente haber hecho por Cuba.

Tomado de Con sombrero de yagua. La Habana. Molina y Cía., 1932, pp.9-11.

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