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La mujer y los negros

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La mujer y los negros

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De Lesbia Soravilla son las siguientes palabras nutridas de generosidad y de sano sentido reivindicatorio que, hace pocos días, dijo por radio.

La vigorosa escritora y conferencista se ha servido cederme sus cuartillas, y las reproduzco hoy con leves omisiones, aplazando mis comentarios para el sábado próximo, a fin de darle la amplitud que la tesis merece.

Dijo nuestro Martí que el hombre sincero tiene derecho al error. Tomamos estas frases generosas por divisa y vamos por el mundo diciendo nuestra verdad valerosamente. —Ya que mucho valor hay que tener para ser sincero. —Sinceros al sentir las cosas, al expresarlas y, lo que es más difícil aun ¡al vivirlas!

Los negros aspiran a una mayor comprensión por parte de los blancos. Ocurre con sus problemas lo que le está ocurriendo a las mujeres por la igualdad de derechos. Una vez (sic), que a la mujer no hay que defenderla del hombre, sino de la ignorancia del hombre y la suya propia. Al negro no hay que defenderlo del blanco, sino de la ignorancia del blanco y de la suya propia. Problemas distintos que tienen idénticas soluciones.

Se ha señalado siempre posibles complicaciones para el futuro, al suplantar al blanco y no convivir y coadyuvar con el blanco en el mejoramiento social que todos aspiramos. Temor infundado.

Lesbia Soravilla

También se señala en la mujer idéntico empeño disociador. Podrá suponerse tal cosa de los negros indigestados de tópicos nihilistas. Ocurre con estos lo que ocurre con la mujer ignorante que oye hablar de sus exigencias imperativas. ¡Dominémosla!

Pensarán ustedes lo fácil que es aconsejar esfuerzo de tan enorme trascendencia desde una tribuna cualquiera. Como es fácil fungir de comunista bien instalado en la vida, frente a una biblioteca rusa y llamando a su semejante esclavo: camarada.

Difícil no es ser bueno y generoso en la tribuna, sino en la vida. Y, cómo ir librándonos de los tabúes, soltando las muletas, ¿echando a un lado los habituales apoyos para lanzamos a caminar sin titubeos? Hay que buscarlo dentro de nosotros mismos. Nadie puede enseñamos a ser mejores, ni libres, ni generosos, como no sea con el análisis frío, análisis introspectivo y la voluntad hecha luces en el espíritu abierto a toda emoción ennoblecedora.

La mayoría de la gente tiene miedo de sí misma, de sus pasiones, de esas exigencias que solemos llamar “voces interiores”. Tienen miedo porque ignoran y porque son cobardes. Cobardes consigo mismo, que es la peor de las cobardías. Se disculpan cuando yerran, diciendo que fue un mal momento, o el destino, siempre absurdo y caprichoso. Todo menos abrirse el pecho valerosamente y mirar sus propias flaquezas. Para mí el problema racial, como cualquier problema que surja en una reunión de individuos, está únicamente sujeto a la influencia de una educación más idónea.

Es infantil imaginar un mundo perfecto, hechos como estamos a nuestra naturaleza que conserva la antigua herencia de antepasados que se pierden en las nebulosidades de la historia; complejos, inadaptaciones ambientales, predisposiciones a “NO”, a sus hijos desde que abren los ojos al mundo. Y tanta represión, tanta arbitrariedad, tienen que dar sus frutos luego en el hombre formado para luchar contra sus propios apetitos, sin más armas que el temor al que dirán o a la cárcel. Así cuando empieza a dudar de la efectividad de cualquiera de éstos, no sabe caminar solo por la vida. Le hace falta el látigo, el NO, detrás de cada tentativa de liberación, como cuando era pequeño. Hay que educar al niño de una manera conveniente —deber ineludible que tenemos que hacer algo por el futuro de nuestros semejantes—, y al mismo tiempo, mirarnos hacia dentro con más serenidad; estudiar los problemas inmediatos y laborar por crearles una solución generosa, y no una solución de conveniencia propia, egoísta y vulgar, que es la que habitualmente nos lleva de la mano por el mundo.

15 de marzo de 1933.


Publicado en el Diario de la Marina. Tomado de La cuestión racial en Cuba. Pensamiento y periodismo de Gustavo E. Urrutia. Compilación: Tomás Fernández Robaina. La Habana, Editorial José Martí, 2018, pp.148-150.

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