New Orleans, Abril 12 de 1897
Sra Gabriela Varona Miranda
Cayo Hueso
Mi queridísima Gabriela:
Cuánto sufrí al saber la bárbara conducta de esas fieras españolas que abusando de su fuerza condujeron a débiles mujeres, todas delicadas y distinguidas señoras, a una cárcel inmunda. Yo he seguido paso a paso tu martirio, mi pobre amiga, y si antes no has recibido cartas mías ha sido porque escribió Enma que habías salido de la Habana para Venezuela, y como ignoraba a cuál punto de esa república te habías dirigido no sabía dónde dirigir mis cartas. Hoy supe que estabas aún en el Cayo y aunque no tengo la dirección te escribo con la esperanza de que allí te han de conocer todos y mi carta llegará a tus manos.
Pero por qué no me has puesto tú dos letras sabiendo donde estoy y debiendo suponer la ansiedad que experimento por saber de ti? Pocos días antes que la brutalidad y cobardía de un jefe español te sacara de tu casa para llevarte a la cárcel, debió llegar a Puerto Príncipe una carta mía con mi fotografía. ¿La recibiste?
Escríbeme pronto, Gabriela, cuéntame todo lo que ha pasado y dime si te quedas en el Cayo, tan hospitalario y digno. Yo lo quiero como si fuera un pedazo de mi Cuba y cada día siento más no haberme quedado en él, estuve solo unas horas allí, de paso para New Orleans y por lo que vi y por lo que ya sabía de todos los cubanos que allí residen, lo dejé con pesar.
Estás contenta tú? Todos deben de quererte por buena y por patriota.
17 de mayo de 1897
Queridísima Gabriela:
Recibí a su tiempo tu deseada carta que esperaba ansiosa por saber de ti, mi buena amiga, y si no te he contestado antes ha sido por mis achaques reumáticos de que tanto sufro desde que estoy en N. Orleáns, y últimamente me han tenido en cama más de dos semanas. No puedo expresarte la profunda pena que me ha causado la frialdad de los habitantes del Cayo para contigo, ellos, los entusiastas patriotas por nuestros héroes, recibirte fríamente a ti, que laborabas y te exponías en Camagüey sirviendo a la causa de nuestra independencia como verdadera espartana, hasta que la ferocidad del malvado Weyler te arrojó en una cárcel inmunda.
Cuánto tenemos que sufrir antes de ver a libre a nuestra Cuba! Me consuela saber que allí en Tampa has encontrado más gratitud y más cariño que entre nuestros paisanos. Supongo que ya saldrían en la expedición Emilio Luaces y Serapito Arteaga, tal vez fueron compañeros de Julio Sanguily: quiera Dios este General se conduzca allá en Cuba Libre tan dignamente como esperan sus amigos de acá.
Qué efecto te hará el movimiento y actividad de la emigración el constante salir de expediciones, las noticias y relaciones de los corresponsales a pesar de la vigilancia española para que el mundo ignore el heroísmo del pueblo cubano, qué impresión no te causará, tú que vivías en Cuba esclava, la libertad con que aquí se habla, y la simpatía que la mayor parte del país siente por los cubanos. Desgraciadamente su Gobierno está lejos de ayudarnos y no se resuelve aún a romper su hipócrita y fría diplomacia tan leal y tan cordial que sostiene con España. Hoy hay un gran debate en el Senado, pero yo nada bueno espero ya, toda mi esperanza la cifro en nuestro sufrido ejército y en la constancia de los que estamos fuera redoblando los esfuerzos para que nunca falten a los patriotas, pólvora y balas.
Nosotros no podemos movernos de N. Orleáns donde el clima húmedo y bastante frío en invierno no nos gusta, pero nuestros recursos se han disminuido tanto que nos es imposible hacer un viaje; y a dónde iríamos? En todas partes se sienten mal los cubanos […] todo el que pueda se va de aquí donde no hay trabajo para nadie sí miseria por todos lados.
[…] Gracianito sin colocación de ninguna clase, su padre le pasa una corta mesada con la cual no podrían vivir. Ignacio está colocado ganando escasamente para cubrir sus más apremiantes necesidades, todos ahorros los ha dado para Cuba… y así vamos pasando. Mi situación se ha estrechado mucho, sobre todo de 10 meses a esta parte, por motivos largos de contarte en una carta […]
Te incluyo en ésta un billete de 10 pesos para que te compres alguna cosita y la uses en mi nombre: yo deseara que mi obsequio no fuera tan modesto, pero te miro como a una hermana y no me avergüenzo de la pequeñez del regalo […]
Tomadas de Roberto Méndez y Ana María Pérez Pino: Amalia Simoni. Una vida oculta. La Habana, Ed. Ciencias Sociales, 2009, pp192-193.
Nota: Se ha respetado la ortografía de los originales, tal como aparecen citados en la obra de Méndez y Pérez Pino.