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PRIMERO:  LA PROFECÍA DE SIMEÓN

El anciano Simeón anunció a la Santísima Virgen que el precioso Niño presentado por ella en el templo, y reconocido por él como el Mesías prometido, sería una espada de dolor para el corazón de su gloriosa Madre.

Padre Nuestro – diez Aves María – Gloria


Oración

¡Oh! vos, cuyas santas alegrías maternales fueron siempre seguidas de dolores cruelísimos vednos a vuestros pies recordando la triste profecía de Simeón, que puso delante de vuestros ojos, desde los primeros hermosos días de vuestra felicidad de Madre, la terrible espada que había de traspasaros. Nuestros pecados ¡Señora! nuestros pecados templaron ese acero y afilaron su punta: nuestros pecados fueron los que condenaron a vuestro inocentísimo Jesús a todos aquellos tormentos de su amarga pasión, que de rechazo os destrozaron el alma.

Pésanos ¡María! pésanos nuestra iniquidad, tan terriblemente reparada; pero dignaos acordaros de que esa miseria humana, que tan cara os costó, fue la que os atrajo la dicha de encarnar al Verbo de Dios en vuestro seno purísimo. Vos fuisteis Madre por ser nosotros pecadores; y la espada de dolor que amenazó tan anticipadamente vuestra alma, era la misma que debía herir mortalmente y para siempre, al enemigo que perdió a nuestros padres y esclavizaba a toda su descendencia.

Ante esta consideración recibid, Señora, benignamente el homenaje de nuestra reverencia, y alcanzadnos que esa espada de dolor que hirió vuestro santo pecho, hiera los nuestros criminales, con profundo arrepentimiento de las culpas cometidas. Amén.

El triunfo de los inocentes 
William Holman Hunt


SEGUNDO: LA FUGA A EGIPTO

La Virgen huyó con San José, llevando en brazos a su divino Hijo, para salivarlo de los furores de Herodes que procuraba su muerte.

Padre Nuestro – diez Aves María – Gloria


Oración

Ne se hizo esperar mucho ¡Madre del Mesías! el principio del cumplimiento de la profecía de Simeón. Os vemos con los ojos del alma huir a Egipto con vuestro santo Esposo, llevando en brazos al divino Niño amenazado de muerte. Dejadnos adorar con vos ese misterio inefable, y alcanzadnos, Señora, la sencilla obediencia y respetuosa resignación con que emprendisteis y soportasteis tan dolorosa fuga; aunque llevabais con vos a aquel de cuya indignación no pueden huir las mismas potestades del cielo. Pedidle, así mismo, nos conceda la gracia de saber huir nosotros de todos los caminos del mal, que llevan a la muerte. Amén.

Cristo con la cruz a cuestas contemplado por María y el alma cristiana 
Felipe Diriksen


TERCERO: EL ENCUENTRO

Nuestra Señora se encontró con el Redentor cuando, con la Cruz sobre sus hombros, coronado de espinas y todo su cuerpo ensangrentado por la atroz flagelación que había sufrido, se dirigía al Calvario para ser crucificado.

Padre Nuestro – diez Aves María – Gloria

Oración

Mirando ¡Virgen de los Dolores! mirando con la vista de la fe aquella tristísima calle, llamada con razón de la Amargura, en la cual os encontrasteis a vuestro santo Hijo, cubierto de llagas, coronado de espinas, cargado con la Cruz y caminando al Calvario donde debía ser inmolado, nos postramos reverentes a vuestras plantas sagradas para tomar parte en el dolor inmenso de vuestra alma.

Nuestras culpas, Señora, pesaban sobre el leño de muerte que oprimía los divinos hombros de vuestro dulce Jesús. Para curar nuestras llagas recibió él todas esas de que le visteis cubierto. Con la corona de espinas que traspasaban sus sienes, nos conquistó a nosotros la corona del Cielo...!

Oh Señora! dadle gracias por estos pecadores ingratos, que no quieren serlo más. Dadle gracias y pedidle —por todo lo que padeció y os hizo padecer en beneficio nuestro— que se digne prestarnos fuerzas para participar de su Cruz, sobrellevando santamente nuestras penas y trabajos, mediante el consuelo de encontrarle siempre en el camino de nuestras amarguras. Amén.

Escena de la Crucifixión, Cristo en la Cruz con María y Juan
Albrecht Altdorfer


CUARTO: EL CALVARIO

La Santa Madre del Salvador se halló presente a su crucifixión, y se mantuvo al pie de la Cruz durante las tres horas de aquella amarga agonía.

Padre Nuestro – diez Aves María – Gloria


Oración

Todo fue consumado ¡Reina de los mártires! vuestros ojos vieron enclavar en la cruz al suspirado por los siglos, al esperado por las naciones... vuestros oídos oyeron los golpes del martillo; el crujido de los huesos que se dislocaban... vuestro rostro fue salpicado con la inocente sangre de la víctima!...

Henos aquí postrados ante ese santo madero, junto al cual os sostuvo de pie vuestra heroica fortaleza. Henos aquí Recibiendo con vos el divino riego de esa sangre redentora, y rogándoos rendidamente se la presentéis a la justicia eterna como precio de nuestras almas. Vos suministrasteis tan preciosa sangre a nuestro Redentor ¡oh María! Vos tenéis derecho de pedir por ella no se malogre en estos servidores vuestros—aunque tan indignos—la inefable virtud de aquel sacrificio augusto. Hacedlo ¡Madre dolorosísima! hacedlo según vuestra inmensa caridad; y no solamente en favor de los presentes, sino también por todos los cristianos.

Señora! alcanzad consuelo para los afligidos del que os vio tan afligida al pie de su Cruz.

Señora! rogad por los moribundos al que estuvo moribundo a vuestra vista, causando incomparables angustias a vuestro corazón maternal!

Señora! pedid perdón para los pecadores al que murió por ellos.

Señora! protejed a los desamparados, cerca del que os dejó tan desamparada en la tierra.

Señora! sed la abogada de todos los hombres, pues por todos fue inmolado el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo. Amén.

Soledad de la Madre de Dios 
Ricardo Anckerman


QUINTO:  LA SOLEDAD

María —después de verse arrancar de los brazos el sangriento cadáver de su adorado Hijo, para darle sepultura— quedó sola y desamparada en el mundo gran número de años, siendo modelo santísimo de la naciente Iglesia.

Padre Nuestro – diez Aves María – Gloria

Oración

Nada os quedó ¡oh Madre desamparada! nada os quedó en la tierra del Hijo que era vuestra vida. Vos tuvisteis que dejaros arrancar de los brazos sus sacratísimos restos: tuvisteis que presenciar la operación tristísima de su sepultura... y cuando la piedra se cerró, ocultando las amadas reliquias, quedasteis desvalida y solitaria en la tierra por largos y tristes años.

Permitidnos, pues, ¡Virgen de la Soledad! permitidnos la honra de acompañaros mentalmente en aquel inmenso desierto de vuestra alma, aprendiendo como la Iglesia naciente en el ejemplo de vuestra admirable sumisión é invencible paciencia, y dignaos aceptar los loores y las bendiciones que os tributamos, como á nuestra corredentora amable y nuestro modelo sublime.

Esa gracia os pedimos, implorando de vuestro Hijo divino —por el recuerdo de vuestra soledad— santo amor del recogimiento y del retiro; de modo que sepultados en su tumba para todos los falsos placeres de la tierra, merezcamos entrada en las celestes mansiones, donde se truecan los pasajeros dolores de este valle de lágrimas por inmortales delicias. Amén.

La procesión al Calvario 
Pieter Brueghel, el Viejo


Tomado de
Devocionario nuevo y completísimo en prosa y verso por la Sra. Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sevilla, Imprenta y Librería de D. A. Izquierdo, 1867, pp.131-139.

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