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Elegía en la muerte de Salvador Cisneros Betancourt

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Elegía en la muerte de Salvador Cisneros Betancourt

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   Musa que prodigaste tu tesoro
   con real altivez, a manos llenas,
   en la tan olvidada edad de oro:

   Vengo a romper el sueño a que condenas
   tu pura inspiración, desde hace años,
   porque me des, para cantar mis penas,

   aliento que de propios y de extraños
   asombro sea en venidero día,
   si de la Parca al recordar los daños

   piensa el hombre en la hora de agonía
   en que la Patria, a un soplo funerario,
   vio morir al Marqués Santa Lucía.

   Era un sagrado roble, solitario
   en la selva donde antes tuvo hermanos
   este fuerte patriarca centenario,

   que viviendo sus sueños espartanos
   fingía una visión de la otra vida
   errante en estos tiempos de paganos...

    En la época guerrera fenecida,
    con el ardiente fuego de su entraña
    alentó la manada embravecida

    de los lobatos que con firme saña
    rindieron a los trágicos leones
    de la eterna invencible y fiera España.

    Dejó, por ser primero en las legiones
    de insurrectos la dicha y la riqueza,
    y encendió en patrio amor los corazones,

    y con su honor tan solo por nobleza
    soberbio como un dios, en la sabana
    levantaba orgulloso la cabeza,

    sin querer admitir la paz mediana,
    como un león en frente de leones
    alerta en contra de la astucia vana...

    Y en tiempos de castigos y perdones,
    su presencia él perdón solo atestigua,
    y siempre con las mismas ilusiones,

    fue, como héroe de leyenda antigua,
    con un poder de mágicos encantos
    levantando una patria en la manigua...

    Se rompe el verso, de pesares tantos,
    y el alma se doblega, en el exceso
    de su pena insondable y de sus llantos,

    recordando al Marqués, que bajo el peso
    de los años se alzaba en el Senado
    contra Mercurio igual que contra Creso,

    y su voz centenaria era un sagrado
    eco de las voces que juraron
    morir por el país encadenado...

    Él era de los tiempos que pasaron,
    que el alma en vano en revivir se empeña,
    en que a Cuba mil vidas se ofrendaron;

    y nuestra mente altivo lo diseña
    alzando sobre el polvo de las cosas
    de Cuba libre la preciosa enseña…

    Y ha muerto... Aun las Horas silenciosas
    temían señalar el cruel momento
    en que libre de espinas y de rosas,

    iba a ocupar su merecido asiento
    en el augusto Olimpo... Cuba, llora
    tu perdurable y firme sentimiento,

    mientras la Musa, en la solemne hora
    calla, y en su silencio doloroso,
    el amor de la Patria ella atesora,

    ¡que ha caído aquel roble vigoroso
    que en medio del calor de la manigua
    prestó su inmensa sombra de coloso
    a tantos héroes de epopeya antigua...!


      Tomado de la revista 
Gráfico, 7 de marzo de 1914, Vol.III, Num.53, p.4.
      El Camagüey agradece a Jaime López García la posibilidad de publicar este texto.


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