Musa que prodigaste tu tesoro
con real altivez, a manos llenas,
en la tan olvidada edad de oro:
Vengo a romper el sueño a que condenas
tu pura inspiración, desde hace años,
porque me des, para cantar mis penas,
Musa que prodigaste tu tesoro
con real altivez, a manos llenas,
en la tan olvidada edad de oro:
Vengo a romper el sueño a que condenas
tu pura inspiración, desde hace años,
porque me des, para cantar mis penas,
aliento que de propios y de extraños
asombro sea en venidero día,
si de la Parca al recordar los daños
piensa el hombre en la hora de agonía
en que la Patria, a un soplo funerario,
vio morir al Marqués Santa Lucía.
Era un sagrado roble, solitario
en la selva donde antes tuvo hermanos
este fuerte patriarca centenario,
que viviendo sus sueños espartanos
fingía una visión de la otra vida
errante en estos tiempos de paganos...
En la época guerrera fenecida,
con el ardiente fuego de su entraña
alentó la manada embravecida
de los lobatos que con firme saña
rindieron a los trágicos leones
de la eterna invencible y fiera España.
Dejó, por ser primero en las legiones
de insurrectos la dicha y la riqueza,
y encendió en patrio amor los corazones,
y con su honor tan solo por nobleza
soberbio como un dios, en la sabana
levantaba orgulloso la cabeza,
sin querer admitir la paz mediana,
como un león en frente de leones
alerta en contra de la astucia vana...
Y en tiempos de castigos y perdones,
su presencia él perdón solo atestigua,
y siempre con las mismas ilusiones,
fue, como héroe de leyenda antigua,
con un poder de mágicos encantos
levantando una patria en la manigua...
Se rompe el verso, de pesares tantos,
y el alma se doblega, en el exceso
de su pena insondable y de sus llantos,
recordando al Marqués, que bajo el peso
de los años se alzaba en el Senado
contra Mercurio igual que contra Creso,
y su voz centenaria era un sagrado
eco de las voces que juraron
morir por el país encadenado...
Él era de los tiempos que pasaron,
que el alma en vano en revivir se empeña,
en que a Cuba mil vidas se ofrendaron;
y nuestra mente altivo lo diseña
alzando sobre el polvo de las cosas
de Cuba libre la preciosa enseña…
Y ha muerto... Aun las Horas silenciosas
temían señalar el cruel momento
en que libre de espinas y de rosas,
iba a ocupar su merecido asiento
en el augusto Olimpo... Cuba, llora
tu perdurable y firme sentimiento,
mientras la Musa, en la solemne hora
calla, y en su silencio doloroso,
el amor de la Patria ella atesora,
¡que ha caído aquel roble vigoroso
que en medio del calor de la manigua
prestó su inmensa sombra de coloso
a tantos héroes de epopeya antigua...!
Tomado de la revista Gráfico, 7 de marzo de 1914, Vol.III, Num.53, p.4.
El Camagüey agradece a Jaime López García la posibilidad de publicar este texto.