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Dos anécdotas

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Dos anécdotas

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Volver a estar en Camagüey, varias veces en el 2018, fue un extraordinario regalo de la vida que en su constante devenir a veces, nos ofrece consuelo a los dolores que antes nos causara.

Sentada en la amplia sala del Hostal San Rafael, junto a la generosa ventana, me permitía dejar volar ensoñaciones y recuerdos mientras miraba la Plaza de San Juan de Dios. En ocasiones alguien entraba por la puerta siempre abierta sobre el alto quicio a saludarme, deseando le contara recuerdos del Camagüey de las décadas de los 40 y 50. Agradecida por mi larga vida que me permitía ser cronista viviente sentía gran alegría al compartir mis recuerdos.

Un día me sorprendió un señor que sin mayor introducción me dijo:

─Yo tenía una tía que cuando me veía me decía: “Ahí va Medardo.” Y sólo añadió: ─Me molestaba mucho, porque yo no me llamo así.

Esperé interesada que me explicara su sorprendente afirmación. Me aclaró entonces que después de haber oído muchas veces que lo llamaran así pidió molesto una explicación. Su tía le pidió que no se enfadara que en realidad era un halago. Que su frase la motivaba el que él siempre andaba con un libro en la mano, como Medardo Lafuente, que había sido un gran orador, profesor y poeta.

En Camagüey se decía que mi abuelo Medardo Lafuente siempre iba con un libro en la mano. Oí anécdotas divertidas, como que un día, caminando por una de nuestras estrechas aceras, se tropezó con un poste y, sin levantar los ojos del libro, se quitó el sombrero, dijo: “Usted perdone” y siguió su camino. Y también que, cuando la guagua de la ruta Vigía-Agramonte que tomaba para regresar a casa, se detenía frente a la Quinta Simoni, el conductor tenía que avisarle que había llegado a su parada, porque él seguía leyendo sin enterarse.

─Ya no me molestó más la broma de mi tía ─me dijo el amable visitante. ─Al contrario, sentí interés por saber más de aquel Medardo Lafuente. Pasado un tiempo conseguí comprar una copia usada del libro Jornadas líricas. Y su lectura me emocionó mucho. Lo leí y releía y me aprendí muchos poemas de memoria.

Y pasó a recitarme alguno.

─Me emocionaban en particular sus poemas sobre Camagüey ─añadió. ─Y al caminar por nuestras calles, miro los aleros y las ventanas, pensando en cuánto significaron para él.

─También aprendí a valorar, sus sentimientos, su espiritualidad. Por eso he venido a verla, porque quiero que usted sepa que, mientras yo viva, Medardo Lafuente sigue mirando su querido Camagüey con mis ojos y mientras recito en silencio sus versos caminando por nuestras calles.


Una de mis primas, Lilian Salvador, me contó hace apenas unos años esta anécdota conmovedora, que mi madre nunca mencionó.

Lilian y su esposo Víctor Hardy tienen en Miami una compañía de implementos médicos. Un día alguien les presentó a un médico, ya algo mayor, que había llegado de Cuba.

Al saber que Lilian es camagüeyana, el médico le dijo con mucho orgullo: ─Yo nací en la Quinta Simoni. Lilian quiso saber si era miembro de nuestra familia y el médico, entonces, hizo este relato, explicándole por qué había nacido en la Quinta Simoni.

Su madre estaba encinta de varios meses; pero, por ser soltera su familia la rechazó. Era muy jovencita y no sabía qué hacer, pero había oído decir “Si uno necesita ayuda, debe ver a Dolores Salvador.” Y así decidió caminar hasta la Quinta Simoni, en busca de ayuda.

Cuando le abrieron la puerta, preguntó por Lola Salvador. La joven que le abrió le explicó que Dolores Salvador, había muerto, pero que ella trataría de ayudarla como lo hubiera hecho su madre. Y la recibió en la casa, y la trató como si fuera de la familia, y así había nacido él en la Quinta Simoni.

La joven que lo recibió era mi madre, Alma Lafuente Salvador, y al oír este relato no me sorprendió en absoluto saber su acción. De hecho, las acciones generosas de mi madre fueron muchas. Y la casona acogió a numerosas personas. El tamaño de la antigua casa, daba la impresión, posiblemente, de que allí se viviría con abundancia. Pero si bien era cierto que abundaban la bondad, el cariño y el amor al estudio, no había abundancia material en lo absoluto.

Dolores Salvador con alumnos e hijos.

Mi abuela había heredado aquella quinta, a medias con un hermano, pero no había otras posesiones, y se vivía gracias al esfuerzo de todos, que desde mis abuelos a todos sus hijos trabajaban con tesón en varias ocupaciones. Pero esto nunca fue razón para no abrir las puertas, como lo había hecho mi madre en aquella ocasión.

Y mi amor por la querida casona crece cada vez que me entero que pudo acoger a alguien más.

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