La mañana comenzaba en la capital de Camagüey, la región más castigada por el latifundio. Todo parecía igual. Los ciudadanos que transitaban cerca del Cuartel Ignacio Agramonte pasaban confiados, creyendo que allí tenían, como durante los últimos meses, un baluarte fiel. Pero… la traición se incubaba en la comandancia verdeolivo.
Era el miércoles 21. Un día destinado a hacer historia. Una fecha crítica más que Cuba debía afrontar.
El plan estaba listo desde horas antes. Un solo hombre lo forjó y lo inspiraba: el comandarle Huber Matos, jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en la provincia camagüeyana.
Todo dependía, como pivote esencial, de la “renuncia táctica” presentada por él y varios de sus hombres de confianza y de las repercusiones que tendría en la región.
Mientras dichas resignaciones cumplían su trámite normal en el Estado Mayor, se actuaba en Camagüey para rodearlas de una agitación política. Los peones de HM se movían en la prensa, la radio y la zona estudiantil
Fidel Castro había recibido la carta-renuncia al atardecer del martes 21. Ese mismo día, por la noche, apareció en el diario Adelante de la ciudad del Bayardo, una nota de Faustino Miró en que se discutía el suceso:
Sincronizadamente los dirigentes estudiantiles de Segunda Enseñanza suscribían una declaración anunciando que “estaban expectantes” con motivo de la decisión adoptada por Matos, y que esperaban del Gobierno “dijera la verdad y sólo la verdad”.
A ese emplazamiento singular se añadía una citación, cursada por la prensa radial y escrita “a todos los estudiantes del Instituto, Escuela Normal, Comercio, Kindergarten, Hogar y Artes y Oficios”, para una asamblea general “emergente”.
Así amaneció el miércoles. En las primeras horas, Matos grabó un disco dirigiéndose personalmente “al pueblo de Camagüey y a toda Cuba”. Mediante él exhortaba a Fidel Castro a “rectificar”. “Quizá sea tiempo aún...”, pronunciaba dramáticamente. Esta grabación iba a ser Ieída por todas las emisoras de Camagüey aquella mañana.
La conversión de una renuncia en movimiento político estaba perfilada con notable habilidad. Las consecuencias eran previsibles.
¿Qué motivos tenía Huber Matos para crear tal conflicto? El texto de su comunicación a Fidel Castro rezaba así:
Primera fase en el plan de Huber Matos. Se le perseguía y hostilizaba por su postura anticomunista. Manejado con mayor habilidad era el argumento de Díaz Lanz y Urrutia.
Afirmado ya en el papel de víctima, el comandante renunciante lanzaba un ataque contra el régimen verdeolivo, al que describía como una especie de barco sin orientación ni rumbo. Era, en otras palabras, la tesis de Life, situando a Cuba “al borde del caos”.
Una serie de fútiles imputaciones a Fidel, destinadas a buscar impacto en la opinión pública sensible a toda invocación a la justicia y la gratitud.
El siguiente párrafo, abundante en prosa autobiográfica, relataba el expediente de campaña. Matos había llevado cuenta de cada una de sus operaciones y las relacionaba para consumo público.
El hombre que recibió el documento no era de los que se duermen. Desde hacía varios años vivía en vigilia permanente. Tampoco dejaba caer el diálogo, la espada de la razón.
Antes de proceder como gobernante, respondió como guía político. Su réplica a Matos decía:
La ciudad en tensión
Lo que HM ignoraba, cuando grabó su instrumento de agitación pública, era que ya Fidel Castro había tomado todas las avenidas. Fuerzas “del Ejército Rebelde, al mando de Camilo Cienfuegos, habían ocupado —desde la madrugada del 21— el aeropuerto de Camagüey, las estaciones de policía, las centrales telefónica y eléctrica y las emisoras de radio.
El contragolpe estaba inspirado en antecedentes precisos. Desde hacía tiempo, Matos “no andaba claro”. Viejas aprensiones eran confirmadas por su actitud de ahora:
Al llegar Camilo, a las 8:30 de la mañana, hallaron la ciudad en estado de tensión. Desde las primeras horas, dos capitanes del Ejército Rebelde, Orestes Varela y Jorge Enrique Mendoza, delegado éste del INRA en la provincia, habían acusado a Matos de traición
Actuando con rapidez, ambos oficiales rebeldes pusieron en cadena todas las emisoras de la capital legendaria. La Cadena de la Libertad, así llamada sobre la marcha de los acontecimientos, hizo vibrar la opinión pública con sus señalamientos, alertando a la ciudadanía.
Varela y Mendoza informaron al pueblo, en tono de batalla, que desde hacía varios dias se conocían las actividades sospechosas de Matos, culminadas en la desembozada traición.
Copiando el estilo de los enemigos de la Revolución, HM había motejado de comunistas a dirigentes destacados del Gobierno. Al mismo tiempo, “mantenía contactos con destacados latifundistas, a los que hacía reiteradas concesiones”. En segundo lugar, había logrado captarse la adhesión de determinados oficiales de su guarnición, a quienes engañó y convenció de que secundaran su actitud renunciante. Finalmente, trataba de usar los resortes de la publicidad para ahondar y extender un movimiento subversivo en la sociedad camagüeyana, y aún en toda Cuba.
La voz sonora de Jorge Enrique Mendoza, tan popular en la Isla, pues recordaba las arengas épicas de Radio Rebelde, tronaba y repercutía en los hogares y sitios públicos de Camagüey.
Sobre la estela de la sensacional denuncia, comenzó una impresionante y espontánea movilización popular. Las llamadas telefónicas congestionaban las líneas. A las estaciones de radio afluían mensajes de solidaridad con la Revolución. Concentraciones populares se improvisaban en los lugares más céntricos.
Junto a los micrófonos de la libertad hicieron acto de presencia miliares de ciudadanos. Líderes sindicales, representantes del campesinado, profesionales y revolucionarios se agitaban en las calles.
En la ciudad, vibrante y alerta, entusiasta y responsable, entre la radio estentórea y el cuartel silencioso, entre la denuncia y la insubordinación, Camilo Cienfuegos y los oficiales que le acompañaban se dirigieron a las fuerzas del Ejército Rebelde. La vigilancia, una vez más, lograba hacer abortar un plan funesto para la República.
Pero el cuartel seguía como testimonio de una muda resistencia. Las acusaciones, perifoneadas y multiplicadas a través de la ciudad, rebotaban en sus muros sin suscitar reacción alguna. Matos y sus oficiales, conocedores de la situación, no asomaban la cabeza.
Algo frío y receloso parecía emanar de aquella ciudadela, que por primera vez desde enero último no latía al unísono con el corazón popular. Había transcurrido una hora en esa situación inusual de dos fuerzas: la ciudadanía movilizada y la oficialidad remisa, opuestas sin llegar a chocar.
La pugnacidad estaba en el aire. Todos la temían y la esperaban. Un hecho cualquiera podía desatarla.
En tales circunstancias, Camilo y los suyos hicieron acto de presencia en el Cuartel Agramonte. Matos y sus subordinados aguardaban pasivamente.
La entrevista —dramática, pese a su falta de violencia— fue decisiva. El héroe de las campañas de Camagüey y Las Villas comunica al indisciplinado comandante que debía entregar el mando. La conversación se prolongaba. Evidentemente, HM procuraba ganar tiempo.
Entretanto, arribaba Fidel Castro. Su presencia en la ciudad —aterrizó en el aeropuerto Ignacio Agramonte a las diez de la mañana— fue el factor esperado de solución. El encuentro entre el pueblo, posesionado ya de la calle, y el líder nacional, se produjo al instante.
Nadie lo esperaba. Penetró en Camagüey en un jeep, acompañado sólo de dos ayudantes. Al llegar a la calle República lo divisó el pueblo y se arremolinó en torno suyo. Exclamaciones, ovaciones, almas volcadas hacia él. Llegaban y llegaban más. Pronto había un mar de cabezas alrededor.
Fidel se bajó del vehículo y dijo a sus escoltas:
—Sigan ustedes. Yo voy con el pueblo.
Durante cuatro cuadras, hasta los estudios de Radio Revolución, situados en República y Finlay, una manifestación enorme lo acompañó. Iba al frente de ella, hermanado con ella. Y de cada bocacalle afluían los camagüeyanos: hombres, mujeres, niños; blancos y negros; obreros y campesinos; estudiantes y empleados. Masa viva, ansiosa, preocupada, alerta, firme en el propósito de ganar una batalla más para la Revolución.
Ya frente a Radio Revolución, bajo el sol generoso, eran cerca de diez mil personas; Mendoza lo esperaba en la puerta. Cambiaron impresiones, mientras la expectación ciudadana hacía un cerco de silencio.
Fidel se volvió hacia la multitud. Imposible salir de allí sin ella. Había que continuar. Movió la cabeza sonriente, y comentó:
—Bueno, nosotros vamos al INRA...
—¡Vamos! —gritaron mil gargantas.
Reemprendió su marcha el río humano, con el Comandante en Jefe envuelto en pueblo. Avanzaban cuadra tras cuadra. Nadie ni nada podría detener su impulso. Nacía de muy hondo.
Llegaron a las oficinas del INRA —San Pablo esquina a Gonzalo de Quesada — e hicieron alto de nuevo. Pedían que hablara. Insistían. Clamores y sombreros alzados. Pero eran muchos. Todas las calles cercanas desbordaban de anhelosa humanidad. ¿Quién podría hacerse oír?
Y había un hecho culminante que cumplir. Fidel no lo olvidaba. Alzó la voz:
—¡Al Cuartel Agramonte!
Todos comprendieron con infalible instinto. Ahí estaba la cabeza de la serpiente. Y todos envolvieron de nuevo al representante máximo de la Revolución. Antes de penetrar en el recinto, Fidel se despojó de las armas que portaba.
La corriente ciudadana hinchó las calles, se deslizó incontenible por ellas. Invadió el cuartel, lo llenó. La tropa Inmóvil vio venir al pueblo y lo vio tomar posesión —sereno, pero decidido a todo de la zona militar.
Ni un arma se movió. El verdeolivo y la camisa envolvían el mismo corazón. Para cada soldado rebelde, sólo importaba una cosa: el pueblo. Allí estaba Fidel.
En la explanada frente a la jefatura del Regimiento 2, mirando desde la terraza, se divisaba un bosque de sombras de yarey. También paraguas femeninos. Pero había igualmente mucha cabeza descubierta.
Después se hicieron cálculos. ¿Veinte mil, treinta mil personas? Era imposible saberlo. Lo cierto es que en aquel lugar, cada ser humano era protagonista libre de un gran episodio histórico, donde Camagüey —Cuba entera— veía envuelto su destino.
Silenciosamente, dentro de la jefatura, mientras el pueblo aguardaba confiado, Fidel y sus fieles realizaron el trámite higiénico de descabezar la indisciplina. Matos y los suyos quedaban arrestados y sujetos a los tribunales de justicia.
Camilo y Mendoza hablaron primero a los camagüeyanos reunidos, subrayando que el eje de la cuestión estaba en la Reforma Agraria:
Pero todos aguardaban la palabra de Fidel. Los minutos se les hacían horas, hasta que la figura del líder apareció en la terraza.
Para comenzar, tuvo que aguardar que amainara la tempestad de aclamaciones. Brillaba el sol en los yareyes alzados y en las treinta mil frentes. Los vítores a la Revolución eran marejadas de entusiasmo.
Abiertos los brazos, el Primer Ministro pedía silencio. Y se hizo el silencio.
Comenzó lentamente, con el acento atenuado, como oprimido por impresiones terribles:
La ovación atropelló sus palabras. Esperó que cesara y continuó:
Volvió a oírse el patético clamor de los camagüeyanos. La voz popular, imponente como la de los mares. Y como contagiada por ella, la voz de Fidel se alzó, endureciéndose, proyectándose contra el responsable.
Se levantó de nuevo la ovación en masa.
Una demanda solemne:
Todos batieron palmas nuevamente. Fidel insistió en el concepto:
Huber Matos había sido “ingrato con sus compañeros, que le otorgaron su amistad, no le regatearon honores, ni cargos, ni reconocimientos”. “Ingrato con la patria, que tanto necesita de hijos leales, hoy más que nunca”.
El héroe de la Sierra Maestra sintetizó la biografía de HM desde que se le dio el mando de Camagüey —a pesar de haber otro héroe rebelde, Víctor Mora, con más méritos, por haber atravesado antes desde Oriente la frontera camagüeyana y haberse mantenido en ella— designación que se hizo por no tener VM letras, y sí Matos.
Desde que llegara a Camagüey, agregó FC, HM se había dedicado a fabricar incondicionales: uno en el periódico, otro en la estación de radio, otro en el M-26-7. “Y donde quiera que no había un incondicional, no paraba hasta hacerlo saltar de su posición, porque no estaba preparando el camino de la patria, sino su propio camino, el de Huber Matos.”
Poco antes, el capitán Mendoza habla mencionado el caso de “Bebita” Martínez Izquierdo, designada Comisionado Provincial por mayoría de votos, y quien renunció porque, después de la votación, el comandante se opuso y logró que se situara en el cargo a Joaquín Agramonte (el que apoyaba ahora a HM en la asociación estudiantil de segunda enseñanza).
Agregó el Primer Ministro que la reacción “que es hábil y aguda y anda fijándose en las debilidades de los revolucionarios, conocía la posición de Huber Matos, sabía de su debilidad, que era el afán de publicidad y de encumbramiento, es decir, la ambición”. De ahí que “mientras se hacía campaña contra Camilo, contra el Che, contra Raúl; mientras se trataba de desprestigiar a los valores, a los más sólidos baluartes de esta revolución, endiosaban al ambicioso, al vanidoso, para ver cómo podían contar con un caballito de Troya dentro de la revolución y abrir brecha en ella”.
Expuso Fidel que había pasado por alto durante algún tiempo muchos deslices de Matos: sus contactos con Urrutia y Díaz Lanz en vísperas de las traiciones respectivas de ambos, así como el hecho de tener frenada la Reforma Agraria en su provincia.
Describió a continuación las tácticas de HM en Camagüey. Mencionó sus agentes: Joaquín Agramonte, coordinador provincial del M-26-7, “que no debe llevar ese nombre”, “algunos lidercillos estudiantiles, ciertos peones en el obrerismo”: el administrador de Adelante, Faustino Miró, que insertaría la famosa nota sobre la “consternación de la ciudadanía” en virtud de la renuncia de Matos.
Hizo una admonición concreta: —La asamblea estudiantil anunciada debe ser empleada en destituir a los que la convocaron, por contrarrevolucionarios.
La imputación hecha por el “traidor”, era, por supuesto, la de “comunismo”:
En segundo término, la táctica defeccionista:
El gobierno revolucionario siguió una táctica enteramente opuesta a la tradicional:
No hubo que dar órdenes ni convocar a nadie. Lo demostraba el enorme gentío presente.
Concluyó recordándole la obra hecha por la revolución y cómo toda ella tenía como base la confianza en el pueblo:
De Camagüey a La Habana
Mientras, Huber Matos y sus cómplices eran conducidos a la capital y encarcelados y la esposa del comandante destituido entablaba una campaña seriada de declaraciones de prensa. Los sucesivos “boletines” de la esposa de HM, publicados durante los días 23, 24 y 25, no añadían elementos de juicio al acontecimiento. No rebatían sustancialmente ninguno de los cargos presentados por Fidel en la televisión y en el discurso de Camagüey.
La señora de Huber Matos se desahogaba en pasajes patéticos, de cuya extensión cabe entresacar:
La respuesta no se hizo esperar. Un grupo de damas camagüeyanas y villareñas se dirigió al Primer Ministro del gobierno revolucionario con ocasión del acto multitudinario celebrado frente al Palacio Presidencial. Era una carta enérgica de mujeres que habían visto desaparecer a hijos, esposos y hermanos en la lucha valerosa que libró el pueblo cubano contra la tiranía de Batista. He aquí algunos de los párrafos de dicha misiva:
El comienzo de la depuración de responsabilidades rendía los siguientes datos. La lista de los detenidos incluía: treinta y nueve miembros del Ejército Rebelde, entre ellos, desde luego, el excomandante Huber Matos Benítez
Se producían renuncias entre los amigos de Matos en diversos sectores y organismos. Joaquín Agramonte, coordinador provincial del M-26-7 en Camagüey, acusado públicamente por Fidel, resignaba el cargo. Otros agentes del exjefe militar del regimiento 2 eran eliminados de la dirigencia estudiantil de segunda enseñanza en la mañana misma del miércoles 21.
Pero esa noche, el jefe de la revolución tenía que acudir a la capital cuando aún estaba entregado a la tarea de atajar el brote golpista de Camagüey. Un acontecimiento de importancia nacional lo obligaba, aviones del exterior habían ametrallado al pueblo en las calles habaneras.
Pocas horas antes, en su discurso del cuartel Agramonte, el Primer Ministro había destacado la trágica coincidencia de un bombardeo realizado sobre el central Punta Alegre, de la misma región camagüeyana por un agresor incógnito.
El aparato había dejado caer una bomba incendiaria en el techo del ingenio, volando con las luces encendidas. Regresó minutos después, esta vez con las luces apagadas, y había lanzado dos artefactos más, uno de los cuales exploto causando daños materiales.
Estos señores, manifestó Fidel, están produciendo una renuncia masiva al mismo tiempo que la vida de los conciudadanos corre peligro y la patria recibe ataques del extranjero; al mismo tiempo que una avioneta, procedente con toda seguridad de Estados Unidos, deja caer bombas en el territorio nacional. Y es el colmo que nuestros enemigos, allá por los países del norte, tengan todas las facilidades necesarias para cargar esas bombas y tirarlas aquí...
El día 21, apenas oscureció, se produjo la agresión. Celebraba La Habana, con perfecta normalidad, la convención internacional del ASTA. Grupo de convencionistas habían partido hacia Varadero y Santiago de Cuba, en viajes de contemplación turística. Otros visitaban la espléndida exposición de 23 y L o deambulaban confiados por una ciudad que les abría los brazos.
En otro sitio de la capital, la afluencia de público era normal, es decir, abundante. Y pocas zonas solían ser tan concurridas a esas horas tempranas de la noche como la de la Calzada de Monte, una de los más comerciales.
Por ese trayecto, repleto de viandantes y compradores humildes, entre la esquina de Tejas y Cuatro Caminos, trazó su ruta de fuego criminal un avión bimotor color gris, volando casi a ras de los techos. Inquilinos de los cafés y restaurantes, clientes de panaderías y dulcerías, personas de ambos sexos y de todas las edades, que aguardaban en una u otra esquina el ómnibus que las condujera a sus hogares, fueron las víctimas.
El aparato agresor vomitó metralla. Mientras las balas rebotaban en los contenes o hacían blanco en cuerpos humanos, el pánico se adueñaba del público. Por unos minutos, aquella sección de La Habana vivió escenas cruentas y pavorosas, como las que suelen verse en el cine. El terror venido del aire se adueñó de aquello parajes.
De nada valió que numerosos miembros del Ejército Rebelde, en acto desesperado de resistencia, descargaran sus armas contra el veloz avión. El pájaro de muerte despareció en la oscuridad. Poco antes había arrojado panfletos firmados por el traidor Díaz Lanz.
El saldo fue dos muertos y cuarenta y tres heridos, entre ellos tres niños y varias mujeres. Lugares ametrallados: la esquina de Tejas, Monte y S. Joaquín, Rastro y Tenerife: los Cuatro Caminos (sic).
Fidel Castro, al oír las noticias ofrecidas por la radio, tomó el avión en Camagüey y llegó a La Habana horas después, acudiendo sin demora a los hospitales de Emergencias, Clínico Quirúrgico e Infantil. Se le vio junto a los heridos por la metralla anticubana. Inspeccionó, marchando libremente con el pueblo, los lugares de la ciudad atacados desde el aire.
Si los agresores se proponían intimidar, obtuvieron el efecto opuesto. Los reporteros de EN CUBA, en su exploración por la capital, sólo constataron indignación, rebeldía, disposición de lucha, determinación de oponerse —como fuera y cuando fuera— a los agresores internacionales.
Partieron de Estados Unidos los aviones, gritaba el título gigante del diario Revolución, a la mañana siguiente
La denuncia pasaba de mano en mano, de casa en casa, inundando la ciudad. Con ella anunciaba el órgano del M-26-7 un paro general de una hora para el día 22.
Lo había convocado la CTC revolucionaria, en protesta contra el artero ataque, cuyo origen —no era secreto— estaba en las playas de la Florida.
Sólo quedaban excluidos los gastronómicos, los hoteleros y los choferes de turismo. Propósito: no afectar a la convención del ASTA, la que obviamente hablan tratado de frustrar los agresores batistianos.
El jueves, de 3 a 4, La Habana era una ciudad inmóvil. Con las excepciones dichas, había vacío absoluto en los lugares de trabajo, oficinas, comercios, industrias, establecimientos de todo tipo alzaban voces airadas. Se agitaban banderas cubanas y gallardetes del 26 de Julio. La enseña nacional estaba en incontables fachadas.
Delegado del ASTA, decía un cartel, situado frente al hotel Habana Hilton, lleven a sus pueblos la verdad de las traiciones que al nuestro se hacen por querer ser digno en su libertad.
Con Cuba y con Fidel, proclamaban otros.
Una manifestación espontánea invadió las proximidades del Palacio Presidencial, compuesta de trabajadores enardecidos. El presidente Dorticós les habló, entre ovaciones multitudinarias. Llenaban la cuadra fronteriza a la terraza norte de la mansión ejecutiva y desbordaban la Avenida de las Misiones.
Por la noche, la opinión aguardaba como nunca el comienzo del programa “Ante la prensa”. Los tremendos acontecimientos acumulados en el curso de una jornada —el brote ahogado en Camagüey, la criminal agresión a la capital— hacían más importante y polémica que nunca la comparecencia de Fidel Castro. Mucho faltaba por esclarecer y orientar en el incierto momento que se atravesaba.
Se repetía el suceso tantas veces acaecido desde enero último: virtualmente, todos los televisores del país encendidos para ver y escuchar al máximo líder de la revolución. Cada una de sus apariciones en las pantallas de TV había sido sensacional por sus pronunciamientos y por la circunstancia histórica que los suscitaba.
Fue amplia y precisa la información brindada por él sobre la personalidad y los hechos de Huber Matos. Puntualizando:
Asediado entonces por los complejos de múltiples problemas de la guerra, FC significó al “ofendido” oficial:
Huber Matos, desde su lugar de operaciones, respondió rectificando, y siguió ocupando cargos eminentes en el Ejército Rebelde hasta el día 21.
—La conciencia calculada de la conjura de HM, en momento de reunirse la Convención del ASTA en la Isla —añadía Fidel— era otra manifestación de irresponsabilidad y mala fe. Si no bastara la convergencia “ideológica” de la tesis de Matos con la que esgrimían Díaz Lanz. Batista, los de la Rosa Blanca y demás contrarrevolucionarios.
Mas lo que esperaba la opinión pública tras tanto forcejear —ansiosa de justicia estricta cuando se debatían graves imputaciones y estaba en peligro la seguridad del país— era que cesaran las indulgencias tácticas. Si se trataba de hechos demostrados de infidelidad y traición y de ataques a la soberanía nacional, el peso de la ley debía caer sobre los culpables. Era hora de que la revolución apretara sus defensas, si no quería comprometer seriamente su propia causa que era la del pueblo y la de Cuba.
Ni comunista, ni anti-americano
A los eternos sembradores de dudas sobre la verticalidad de la doctrina “Humanista” —“ni con Rusia ni con Estados Unidos, con Cuba”—; a los que pretenden abrir zanjas de odios entre los dos pueblos hermanos —“amamos a los norteamericanos como pueblo. Los norteamericanos están seguros y son bienvenidos en el suelo cubano”—; a los que buscan la onerosa intervención alegando infiltraciones comunistas —“No veo ninguna amenaza de comunismo. ¿Quién tiene el derecho a rotular a cualquiera de cualquier cosa?”—; a los que atacan la Revolución hablando de neutralidad exterior —“El neutralismo es una palabra cargada como el comunismo. Usted puede decir que yo quiero buenas relaciones con todos los países y que me opongo a la idea de bloques”—; a los fugitivos del batistato y a los que, agazapadamente, le hacen el juego tachando a Fidel Castro de comunista —“Yo no soy comunista. Nada más porque Marx tenía barba y yo también la tengo, los norteamericanos no deben precipitarse a sacar conclusiones. Recordad que el gran Abraham Lincoln tenía barba también”—; en fin, a todos los enemigos del pueblo cubano, Fidel Castro habló claramente: —“Soy solamente partidario de Cuba. No quiero que ninguna potencia extranjera domine a mi país, ni Rusia ni los Estados Unidos.”
Quien habla tan positiva y esclarecedoramente sobre su línea, que es la de seis millones de hombres que lo respaldan, ¿merece como respuesta la protección y el aupamiento a las manos asesinas que arrojan bombas de muerte y sangre sobre suelo cubano?
Quien habla tan positiva y esclarecedoramente sobre su línea, que es la de seis millones de hombres que lo respaldan, ¿merece el oprobio de agresiones económicas?
El pueblo —supremo juez del Gobierno Revolucionario— ya respondió. No olviden los otros a Lincoln: “La palabra de un hombre sencillo, cuando viene con su pureza. vale mucho más.”
(Frases de Fidel Castro a Henry N. Taylor, de la cadena de diarios Scripps-Howard.)
Tomado de la revista Bohemia, Año 51, No.44, 1ro. de noviembre 1959, pp. 58-61 y 90-92.