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Isidoro de Armenteros y sus compañeros de Trinidad

Isidoro de Armenteros y sus compañeros de Trinidad

A los mártires se les llora el día de su caída, después se les recuerda con devoción, y para narrar sus vidas se entona un himno, no un réquiem. Lo plañidero, en nuestro concepto, no puede ser una justa y legítima memoración de los héroes.

El mero espectador puede apasionarse de parte de este o aquel bando, el historiador, imparcial, ha de estudiar con serena ponderación los documentos favorables y adversos y concluir de ellos, si puede, lo que del acontecer queda como lección de perennidad.

José Isidoro de Armenteros y Muñoz, José Fernando Hernández Echerri, Rafael de Jesús Arsis y Bravo son figuras centrales de un suceso en que intervienen otros cubanos dignos de la cita, pero que, por no haber sucumbido ante el pelotón de fusilamiento, aquel 18 de agosto de 1851, se alejan un poco del panorama visto a través del tiempo y hace que así, hoy, fijemos la atención en los que fueron mártires por haber sido víctimas y nos separemos un poco de los que pudiendo haberlo sido también, no lo fueron.

Centraremos en lo posible de esta ocasión los sucesos y los personajes, y aunque el objetivo sea rendir homenaje de recuerdo a los ejecutados en Mano del Negro, vayamos, por necesario, un poco hacia atrás y busquemos de entre muchos, algunos de los antecedentes, para fijar algunos también de nuestros puntos de vista.

1847 había sido año de conciliábulos entre Narciso López y sus amigos de Trinidad. Armenteros, capitán de caballería urbana y coronel graduado de milicias sería uno de los más conspicuos. Así llegaría el momento de la fracasada Conspiración de la Mina de la Rosa Cubana, de que ya hemos hablado en otra ocasión, y cuyo capítulo ha sido publicado por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, en que Armenteros ha sufrido proceso por sospechoso de participación o simpatía con el movimiento. Seguramente lo era también otro oficial, cubano de nacimiento, el Teniente Gobernador de Trinidad, brigadier D. Juan Herrera Dávila, que supo a tiempo eludir las sospechas, aunque no del todo. No hemos de olvidar que a Ramón María de Labra, Gobernador de Cienfuegos, le cuesta la destitución del cargo no haber puesto empeño y diligencia en aprehender a López. Ni Hernández Echerri, ni Arsis, aparecen complicados en el movimiento del 48. Podemos, por tanto, afirmar que andan mal encaminados los que aseguran que Hernández Echerri, pariente de la esposa de Armenteros, Micaela del Rey y Palacios, era quien impulsaba al militar a la conspiración y a la lucha por la supresión del Gobierno español, José Isidoro, antes que él, ya sabía de la conspiración y el sigilo cuatro años atrás.

Allá, después de la denuncia de Pedro Gabriel Sánchez Iznaga, el 4 de julio de 1848, quedan también en el proceso y la sospecha de desafectos José María Sánchez Iznaga, José Gregorio Díaz de Villegas, Rafael Fernández de Cueto, José Joaquín Verdaguer y otros, sobre los que se mantendrá perenne vigilancia y muy particularmente sobre Alejo Iznaga y Miranda, de quien habremos de hablar más adelante.

Alcoy es relevado por José Gutiérrez de la Concha; no hay duda de que Concha era un militar perspicaz, avieso y trapacero en grado superlativo. Quien quiera convencerse lea su correspondencia oficial y verá cuanta sutileza pone en juego para sus fines.

Desde 1848, está el Gobierno en antecedentes de cuanto ocurre. Cárdenas el 19 de mayo de 1850, no sorprendió a los españoles, lo esperaban, aunque sin saber por dónde. El resultado de lo ocurrido es una prueba. En 1851 estaban mejor impuestos aún de cuanto pasaba en Cuba y cuanto se hacía en los Estados Unidos.

En 9 de enero de 1851, Concha comunicaba al Gobierno de España las causas que producían el malestar en el pueblo de Cuba, especialmente en los campos, y hacía más, sugería cuáles eran a su juicio las medidas urgentes a tomar, tanto en Cuba, como a gestionar del gobierno de los Estados Unidos de Norte América.

En la obra de D. Carlos de Sedano y Cruzat Cuba desde 1850 a 1873, aparece el informe, valiosísimo como documento militar, en el cual Concha estudia “La defensa de la Isla de Cuba”. En otro documento señala los graves males administrativos y ofrece sus remedios, culpando del desastre existente a los funcionarios coloniales que esquilman a los campesinos, porque como no tienen asignados salarios, o los que tienen son muy bajos, explotan y abusan del pueblo a su antojo, añadiendo que, sin que él pueda impedirlo como Capitán General, porque no goza —dice— de las facultades que necesita.

En julio 21, de ese año 51, Concha apremiaba al Gobierno central y daba cuenta de que había destituido, el día 3 de mayo, al Ayuntamiento de Puerto Príncipe, suspendiendo en sus funciones a Carlos de Varona, Faustino Caballero, Manuel Castellanos, Fernando Bernal y Francisco Pichardo, y que Lemery cumpliendo sus órdenes, además, había enviado presos a La Habana a Serapio Recio Agramonte, Manuel de Jesús Arango, José Ramón Betancourt, Salvador Cisneros Betancourt (que no es el Marqués), Fernando Betancourt, Francisco de Quesada y dejado en Camagüey como detenido a Francisco Varona Batista.

Esta valentonada la realizaba Concha porque, además de sus confidencias bien organizadas en territorio de la Unión, tenía ya en su poder la Proclama de fecha 25 de abril de 1851, en la que el Presidente de los Estados Unidos, Millard Fillmore declaraba que:

He resuelto, por tanto, expedir esta proclama, apercibiendo a todos aquéllos, que en infracción de nuestras leyes y desprecio de nuestras obligaciones internacionales, se unan en algún modo con la expresada empresa o expedición, que incurrirán por ello en las severas penas dictadas contra esos delitos, y quedarán sin derecho a reclamar la protección de este Gobierno, que no intervendrá absolutamente en favor de ellos, cualesquiera que sean los extremos a que los lleve su ilegal conducta.

Añadiendo al final:

Ordeno, además, a todos los empleados del Gobierno, así civiles como militares, que se esfuercen por todos los medios que estén a su alcance, para conseguir la prisión, encausamiento y castigo de todos y cada uno de estos delincuentes, conforme al Derecho del país.

Documento que corroboraba cuanto le había expresado treinta días antes, personalmente a Concha, el senador americano Henry Clay en la visita que le hiciera en la segunda quincena de marzo, acompañado del comodoro Parker de la armada americana y el cónsul de los Estados Unidos en La Habana, asegurándole la cooperación del Gobierno americano a favor de España para exterminar a los cubanos. El escrito en que Concha, con fecha 31 de marzo, da cuenta al Gobierno de Madrid de haber invitado a una comida provechosa y útil a estos señores, figura en el Legajo 48 B. de Correspondencia, en el Archivo Nacional.

Como prueba de lo que de confirmación tiene del procedimiento de los Gobiernos americanos contra los movimientos revolucionarios cubanos, sirven estos tres párrafos que copiamos de la referida comunicación de Concha:

Durante la comida reiteró Mr. Clay sus simpatías por la Isla de Cuba haciendo votos por su felicidad y prosperidad que, dijo, sólo podía asegurar una paz inalterable, ponderó los elementos de grandeza que encierra y consideró como de suma importancia y utilidad —con respecto al continente americano su posición topográfica y muy particularmente como la llave que es del seno mejicano. No escaseó sus elogios a la actual administración y a las medidas adoptadas por mí, que (añadió) consideraba de una consecuencia muy grande para el bienestar de la Isla. No fueron menores los que hizo del Ejército, cuya actitud y disciplina contrastan con el de Méjico, son Excmo. Sor., sus propias palabras, pero al mismo tiempo que esto decía al General Lemerí (sic) le dirigió algunas preguntas acerca del descontento que según los informes que tenía, trabajaba al soldado.
Contestó el General Lemerí (sic) estas preguntas de una manera satisfactoria y que ninguna duda debían dejar al ilustre extranjero de que no había adquirido sus informes de personas imparciales, y de la inexactitud de ellos. Entonces Mr. Clay repitió las protestas de sus buenas intenciones con respecto a la Isla de Cuba, y lo seguro que estaba de ser en este sentido el intérprete fiel de los sentimientos del Presidente Fillmore y de todas las personas que representan la parte sana y juiciosa del país. Advirtió sin embargo que a pesar de los buenos deseos de su Gobierno hacia España no siempre era posible evitar absolutamente las expediciones a mano armada, ya porque las leyes del país no impiden el comercio de armas, lo que facilita su adquisición a los revolucionarios, ya también porque aun cuando, según aquéllas nadie está autorizado en los Estados Unidos para levantar cuerpos armados sea cual fuese su objeto, los piratas procuran no reunirse en actitud militar, se embarcan pretextando dirigirse a California u otro punto para colonizar, y pueden en altamar trasbordar las armas y convertirse en una expedición invasora.
Con respecto al traidor López y sus secuaces reconozco la impotencia de sus esfuerzos por el corto número de hombres que puedan reunir, por la absoluta falta de recursos pecuniarios que ahora experimentan, y más que todo por lo descabellado de su empresa no contando con movimientos interiores que secunden su desembarco.

Agregando al final del párrafo, lo siguiente:

Las ideas de Mr. Clay hallaron acogida en el cónsul de los Estados Unidos y en el comodoro de la misma nación Mr. Parker, conviniendo todos en lo temerario y desatinado de las tentativas de López y en la ninguna probabilidad de un resultado favorable a ellos.

El 4 de julio en Camagüey, el 23 de julio en Trinidad, el 12 de agosto en Bahía Honda, fueron, no hay duda alguna, movimientos coordinados a un mismo propósito, pero descoordinados en cuanto a su forma de producirse para responder con efectividad a cuajar en éxito feliz como empeño guerrero.

No hay que hacerse ilusiones y creer que tenía aquello hondas raíces, había, sí, un gran número de comprometidos, de decididos no eran tantos; sin embargo, la lectura del documento que los hacendados, comerciantes y vecinos de Trinidad envían al Capitán General con fecha 16 de agosto, dos días antes del fusilamiento, descubre que muchos se encontraban ausentes de la villa. El terror había cundido allí como en otros lugares de la Isla. Los cabildos se reunían para rendir oficioso acatamiento oficial al mandato jerárquico que así lo exigía. El de Puerto Príncipe que había sustituido al depuesto por Lemery en mayo, usaba un lenguaje alambicado para no decir más de lo que podían decir, de lo que se les obligaba a decir.

Anotemos el hecho curioso de que el Cabildo de Trinidad se reúne el día 21 de Julio para acordar celebrar el fausto acontecimiento de

...la feliz terminación que ha tenido en el partido de San Juan de Puerto Príncipe la sublevación de los que olvidados de sus más sagrados deberes y engañando a unos pocos incautos, se habían lanzado a encender la tea de la discordia en el pacífico suelo de Cuba,

dice textualmente el acuerdo.

Fijemos aquí la atención, porque los hechos no son como los han venido refiriendo hasta ahora la generalidad de los historiadores. Armenteros se alza la noche del 23 de Julio. Según su declaración, y la de Hernández Echerri también, es ese día que sale de Trinidad y llega en la noche al ingenio Guaracualco en el partido de San Pedro. El Cabildo con el acuerdo que antecede se celebró el 21, esto es, cuarenta y ocho horas antes, luego el 21 se conocía en Trinidad el fracaso de Agüero en Camagüey, y no se puede dudar que hombre de las relaciones de Armenteros no conociera ambas cosas, y que, precisamente, eso fuera lo que decidiera que, la noche del 21, se celebrara una reunión entre él, Pérez Zúñiga y Hernández Echerri en que se acuerda la necesidad de alzarse, avisando a los demás, como es natural, para que no fracase el objetivo de distraer a los españoles hacia el Centro y posibilitar a López, con un movimiento interno, como apuntaba Concha, su desembarco, que no se obstaculice, pues Trinidad, en Las Villas, obligaría, si como observamos que se hizo con la marcha hacia el centro de la provincia, a movilizar tropas y para mantener esa atención sobre ellos hasta que puedan desembarcar los expedicionarios (sic).

Se ha dicho, y lo declara Armenteros en la causa formada, que él se enteró por el correo que sorprendió en el camino, que llevaba la noticia oficial, la noticia firme de la prisión, la de estar vencidos los camagüeyanos definitivamente, pero es sólo una salida; necesario es observar como dato de mayor importancia que él dice en su declaración que el 21 concertaron, Pérez Zúñiga, Hernández y él, el lanzar las proclamas, y ese día, ya lo hemos visto, en Trinidad se conocía el fracaso de Puerto Príncipe y el Cabildo se reunía y acordaba, entre otras cosas, lo que hemos oído antes.

No es de olvidar, tampoco, que el 13 de julio ha estado Armenteros en La Habana, y, entre otras diligencias, compra una arroba de tipos de imprenta, en la Calzada del Monte, para llevarlos a Trinidad y hacer la impresión de las proclamas, lo cual señala que en aquellos días el capitán de caballería urbana está bien atareado, que va y viene, y que, además, está al cabo de cuanto viene ocurriendo no solamente en Trinidad, sino en Cienfuegos, de donde le llegan noticias, así como de Villa Clara.

El 23 de Julio, por la mañana, y esto es significativo como comprobación de lo que señalamos, Armenteros hizo curioso testamento ante el escribano y notario de Trinidad D. Manuel Aparicio.

Otro dato que deseo recordar desde ahora, y que nadie debe olvidar, es el que nos informa por la reiterada afirmación de OʼBourke y de Macías, que desde 1848 López recibía todos los meses cinco onzas oro que Armenteros le pasaba para su sostenimiento. El dato vale pues, para probar la existencia de una periódica correspondencia y de relaciones muy íntimas.

No fue pues una acción inconexa y alocada, como se suele afirmar por algunos, y aunque no me corresponde a mí hablar de López, no puedo dejar de fijar rápidamente que su objetivo no estaba sobre la provincia de Pinar del Río, donde sabía que quedaría aislado, que a Bahía Honda llega en la necesidad de alejarse de frente al Morro de La Habana a donde lo ha llevado la corriente al descomponerse la máquina del Pampero, y porque suponen, como fue, haber sido vistos por el semaforista del Morro.


Situémonos en Trinidad la noche del 23 de julio y sigamos brevemente la marcha de los sucesos, aunque sea de modo esquemático, para tratar de comprender lo que ocurre. Aquella noche hacen el recorrido por la ribera del río Manatí, partiendo desde el ingenio Guaracualco, avanzan hasta Yaguaramas, donde dice Armenteros, con el afán de protegerlos, que obligó a Néstor Cadalso y a Pedro Pomares y a seis u ocho más a seguirlo, llevándose las armas que había en el ingenio; en Las Avispas se le incorporan Hernández Echerri y Pérez Zúñiga, de aquí siguió al denominado Palmarilo, en cuyo lugar se le incorpora Rafael Arsis. De Palmarito marchan a Lomas de Limones, desde cuyo lugar Armenteros resuelve que Rafael Arsis, que se ofrece a ello, pues que el jefe ha demandado alguien que se atreva, y es él el que parece dispuesto, para marchar con quince hombres sobre los ingenios Mayaguara y El Sacra Familia en Güinía de Soto, el primero propiedad de Juan Fernández y el segundo de Justo Germán Cantero.

La hazaña de Arsis en ambos ingenios parece, para su tiempo, cosa de película. Una veintena de vizcaínos comen en la opulenta mesa su yantar diario y beben el buen vino navarro en sendos porrones de cristal, el decidido mambí llega hasta ellos —le llamo mambí con toda intención— los conmina a entregar las armas y el parque, y el capataz de los sorprendidos inquiere en nombre de qué se le pide aquello. La respuesta es un gesto que apunta a la culata de su arma y una frase: de esto. Cuando regresa, ya inquietos por la espera, el grito de ¡Viva Cuba! con que se acercan dice más del éxito que las propias palabras. Hay armas para todos y se reparten. Arsis ha probado sus calidades y Armenteros las conocía de antemano, como en alguna ocasión habré de probar.

El 24 y el 25 lo pasan en Limones, y, a la media noche, salen hacia El Naranjo. Por la tarde marchan al Potrero Jibacoa y el 26 a Guayabo y la Siguanea pretendiendo seguir a Manicaragua en la jurisdicción de Santa Clara, pero, como venían tropas desde dicha villa, fue preciso contramarchar con el propósito de ir a Barajagua en la Jurisdicción de Cienfuegos, mas al saber que de esa dirección también vienen tropas mandadas por el Teniente Gobernador Pantaleón López de Ayllón, se ven forzados a contramarchar hacia Guayabo en cuyo lugar la orden de pie a tierra fue entendida como un sálvese el que pueda y abandonando las cabalgaduras se dispersaron muchos.

En el Guayabo, paso del Hanabanilla, se cierra el ciclo del movimiento revolucionario de Trinidad, que ha durado escasamente seis días. Hasta aquí el recorrido de la partida rebelde compuesta de sesenta y dos hombres. Después el penoso retorno hacia la ciudad de Trinidad.

Sin podernos dilatar mucho, diremos que Armenteros al declarar echó sobre sí toda la responsabilidad del suceso y manifestó que los autores de todo lo eran él, Hernández y Pérez Zúñiga.

El careo que por las declaraciones de Armenteros y de Hernández Echerri se produce demuestra que ambos eran hombres de cuerpo entero, inquebrables (sic). Es una bella página.

Arsis por igual, no era ni un cobarde ni un palurdo, su petición de un poco de ginebra antes de morir y su desprecio cuando Armenteros le advierte que han de juzgarlo cobarde, lo prueban, además, su letra y el modo de expresarse demuestran que estaba acostumbrado al trato familiar con el Conde de Brunet, como con Armenteros o con Justo Germán Cantero, a quien se empeñaban los fiscales en buscarle culpabilidad para empapelarlo, como ya se decía entonces.

Se habla de la presentación de Armenteros, de Hernández y de Arsis. No la hubo. Se declara así, pero los procesos judiciales de ayer, de hoy y de siempre en causas de este tipo hay que estudiarlos no al pie de la letra, sino por lo que dicen y también por lo que no dicen.

El Teniente Gobernador de Trinidad, Miguel Barón, con fecha 28 de julio había publicado un bando ofreciendo en nombre de S. M. el perdón a los que se acogieran a la legalidad. El teniente José María Espinosa que hasta seis días antes era compañero de Armenteros y amigo de los demás, como el teniente Ruiz de Apodaca, que capturó a Hernández Echerri, por pertenecer ambos a la guarnición de Trinidad, conociendo el bando, declararon generosamente que se habían presentado para favorecerlos de ese modo con el perdón, tan villanamente ofrecido, como una vez más no cumplido por los representantes del gobierno español en Cuba.

Llevado como se ha dicho, a Trinidad, inmediatamente la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente se reúne bajo la presidencia del brigadier Carlos Vargas, quien nombra Fiscal a Francisco Javier Mendoza y secretario para la instrucción del sumario a Manuel María Martell. Terminadas las instrucciones de cargos y declaraciones con juramento de los procesados por un delito clasificado por los españoles de haber formado una partida numerosa e intentado proclamar la Independencia de esta Isla, alzando el grito de rebelión en el Territorio de esta Ciudad, el 8 de Agosto, después de oír la misa del Espíritu Santo, acaso para creerse más respaldados en la felonía —y digo bien— que iban a realizar, dictaron sentencia, condenando por unanimidad absoluta de votos, al Teniente Coronel graduado Capitán de Milicias Urbanas Don José Isidoro de Armenteros, D. Fernando Hernández y D. Rafael Arsis, a la pena ordinaria de muerte fusilados por la espalda, precediendo degradación respecto al primero por el carácter militar que ejercía: a D. Ignacio Belén Pérez, D. Néstor Cadalso, D. Juan OʼBourke, D. Alejo Iznaga Miranda y D. José María Rodríguez, la pena de diez años de presidio ultramarino, con perpetua prohibición de volver a esta Isla; a D. Juan Bautista Hevia y D. Avelino Posada, la pena de ocho años de igual presidio y con la misma cláusula; a D. Pedro José Pomares, D. Toribio García, D. Cruz Birba, y D. Fernando Medinilla la pena de dos años de presidio y con igual prohibición: declara el consejo compurgado a D. José Guillermo Jiménez, con calidad de vigilarlo estrechamente por la autoridad local durante cuatro años; asimismo declara el sobreseimiento respecto a D. Pedro Vera, mulato José Dolores de Brunet y D. Jesús Entensa, por resultar los dos primeros sin culpa voluntaria al haberse enrolado en la facción, y estar desvanecido el concepto de sospechoso que motivó la prisión del último, mediante transitar por los campos sin el correspondiente pase, debiéndose entregar el predicho mulato a la representación de su Señor al ponérsele en libertad: se condena a todos los penados en las costas de mancomún ex-indivisum; y al resarcimiento de los daños y perjuicios que hayan ocasionado al Estado y a los particulares como obligación civil de todo el que causa daño ajeno... Ya desde el 25 habían sido embargados los bienes de todos.

Los votantes de la sentencia fueron Rafael Ruiz de Apodaca, Pedro Cruz Romero, Francisco de Ceballos, José Mariano Borrell, Manuel de Llanos, Antonio Wanter Orcasitas y como Presidente Carlos de Vargas.

Las defensas estuvieron a cargo de Antonio Sánchez Aguirre, Teniente de Infantería del Regimiento de Tarragona, la de Isidoro de Armenteros; el subteniente de la 3ra. Compañía del Regimiento de Infantería de Tarragona Francisco Ruiz de Alegría, tuvo a su cargo la de Hernández Echerri, y José de la Puente, subteniente del mismo regimiento, la de Rafael Arsis. La lectura de los escritos de defensa que obran en el sumario no pueden ser más pobres. Para quien ha sido militar y ha defendido en Consejo de Guerra a miembros del Ejército, deja una honda pena la sombra de miseria que revelan esas defensas de los tres oficiales, que les sirvieron, eso sí, para ascender como puede verse en la Gaceta de La Habana de 1ro de septiembre al grado inmediato, en premio a los servicios prestados en la persecución y captura de los acusados.

El 18 de Agosto se ejecutó la sentencia. Se dio por el Sargento Mayor de la Plaza el parte de haberla cumplido previa la degradación, pero no se asentaron en los libros parroquiales de Trinidad las defunciones de los ejecutados. Así cuando en 1858, Alejo María Iznaga y Miranda promueve el expediente para contraer matrimonio con Micaela Gabriela del Rey y Palacios, la viuda de Armenteros, se hace preciso la declaración de los testigos necesarios, por no haber partida de defunción —y de este aspecto hemos de publicar un interesante trabajo— que acredite la verdad legal de la muerte de José Isidoro, deponiendo a tal fin en el expediente eclesiástico, y declarando haber concurrido al sepelio y presenciado la ejecución, los vecinos de Trinidad señores Mariano Hernández, Nicolás Yanes y Francisco Codina. Los mártires de Camagüey fueron más afortunados, inscribieron sus defunciones.

El Correo de Trinidad, en su número 100 del Año 32, correspondiente al viernes 22 de Agosto, se atrevía a decir:

Rebozando de lágrimas los ojos, y el corazón de amargura, vamos hoy a dar cuenta a nuestros lectores de un desgraciado y lamentable suceso. Don José Isidoro de Armenteros, don Fernando Hernández y don Rafael Arcís (sic) no pertenecen ya al mundo de los vivos...

Cerremos estas páginas señalando que en la causa aparece y así lo declara él, que Hernández Echerri tiene 25 años de edad, lo que no es cierto, pues tenía 27 años, 9 meses y 8 días en el momento en que prestaba declaración. Era hijo de Manuel y de Elena, natural de Trinidad, profesor de educación, de cinco pies tres pulgadas de estatura, de estado soltero, color blanco, ojos garzos, nariz afilada, boca regular, pelo castaño y crespo, barba escasa y de pocas carnes, con una cicatriz en la frente como de nueve líneas de extensión y otra en la parte interior de los dedos índice y siguiente de la mano izquierda.

Rafael Arsis y Bravo tampoco tenía 30 años como dice la causa. En el momento de declarar tenía exactamente 34 años, 9 meses y 14 días, Era natural de Trinidad y vecino de Palmarejo, hijo de Manuel José y Gertrudis Josefa, soltero, de cinco pies seis pulgadas de estatura, de ojos pardos, color trigueño, con pelo largo, aunque de calva incipiente, de barba de boca de hacha y bigote poblado, cara redonda y nariz redonda y levantada ligeramente.

En Ecured se asegura que en esta casa, marcada con el número 33 en la calle Cristo, de Trinidad, nació Isidoro Armenteros. La imagen original contiene un texto que indica que ahí estuvo Humboldt. 


Finalmente diremos que Isidoro de Armenteros era hijo de Pedro y Joaquina Jacoba, natural de Trinidad, hacendado, de cinco pies de estatura, de 43 años de edad, exactamente tenía el día de su muerte 43 años, 4 meses y 21 días, de estado casado, color trigueño pálido, ojos pardos oscuros, nariz chica y roma, boca regular, pelo negro y cano, barba poblada y cana, con una pequeña verruga en el carrillo izquierdo y envuelto en carnes.

Aquel movimiento no fue un hecho esporádico, ni pasó sin más graves consecuencias. No. Hay que anotar que el Capitán General Concha, conoció de la incapacidad de muchos, desconfió de muchos más, por ello el día 19 de agosto, esto es, al siguiente de la ejecución de Mano del Negro, suprimió el Departamento del Centro, destituyó a Lemery, a quien ordenó incorporarse a La Habana, ordenó al Brigadier Jefe de Oriente hacerse cargo del mando absoluto, militar y civil, y destituyó asimismo a los tenientes gobernadores de Sancti Spíritus, Trinidad, San Juan de los Remedios, Cienfuegos, Sagua la Grande y Villa Clara a quienes puso sin mando a sus inmediatas órdenes, aunque dejándolos radicados en sus respectivos lugares.

No están aquí más que unos breves apuntes de aquel acontecimiento que, hemos de repetirlo, tomamos de nuestro libro en vías de publicación La Revolución en Trinidad, resumiéndolo para la ocasión presente.

A cien años de distancia muchos son los elementos que se disponen para poder enfocar aquel empeño, que no fue estéril, que sirvió de firme hito en el camino de la independencia, objetivo principal de casi todos los que derramaron su sangre por libertar a Cuba del poderío español.

Y como dice el doctor José Manuel Pérez Cabrera, “fueron unos héroes de la mala fortuna”.

Trinidad a inicios del siglo XX.

Tomado de Homenaje a los mártires de 1851. Cuadernos de historia habanera, dirigidos por Emilio Roig de Leuchsenring. 51. La Habana, Municipio de La Habana, Oficina del alcalde Sr. Nicolás Castellanos Rivero, 1951, pp. 26-38...

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