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Las insurrecciones de los negros esclavos en Puerto Príncipe

Las insurrecciones de los negros esclavos en Puerto Príncipe

Había llegado a la villa de Santa María de Puerto Príncipe, el Capitán de artillería Ecxmo. don Joaquín Matos y Alós, Teniente de Gobernador Político y Militar[1], con unas ínfulas de honestidad como de lealtad en sumo grado al soberano Carlos IV. Porque era Matos un hombre de mucha energía y de mucho don de mando, aunque en los Reales Ejércitos no había alcanzado elevados grados aún, ya él lo ostentaba orgullosamente en lo político, pues era sin duda alguna la máxima autoridad en toda la vastísima jurisdicción de Puerto Príncipe[2]. A él cúpole el honor que durante su gobierno fuese inaugurada la Real Audiencia; el día 31 de julio del año 1800[3], y también se introdujeron muchas mejoras públicas, que dieron origen a un ligero aumento de población, y a que se acrecentasen las riquezas agrícolas, ganaderas, mineras, y hasta culturales. Sin duda alguna que, estas últimas eran las más peligrosas —según él—, porque despertaban el ansia de libertad de los criollos o nativos. Pero desde el punto de vista político esencialmente no fue así de momento, sino desde el humano o social nada más. La sublevación de los negros del Tínima, no tenía más objeto o propósito que destruir la esclavitud de la raza africana, pues aún no había esclavos asiáticos. Ni la más ligera insinuación de redención política existió en los cerebros de esos infelices esclavos, analfabetos en su mayoría, que solo sirvieron para asesinar a mansalva a unos cuantos blancos, y después costándoles sus vidas, que unas fueron segadas por los plomos de las pistolas de Arzón[4], otras bajo el aguijón de las picas, otras bajo el filo de acero de la lanza, otras —y últimas— en la horca, cumpliéndose así las órdenes drásticas y precisas de don Joaquín Matos, que pensó como militar que todo estaba concluido con sus severísimos escarmientos. Pero no fue así. El morbo —digámosle de alguna manera— de libertad de la raza negra, no había sido extinguido, sino inoculado en la conciencia de otros esclavos pacíficos, residentes en otras haciendas, en donde sus trabajos no eran perezosos, ni sus amos y sus mayorales tenían descansando o colgados sus látigos en algún lugar, sino que a ratos —caían éstos o iban cayendo como brasas de fuego— sobre los cuerpos de sus esclavos, que les hacían proferir frases incoherentes más más que angustiosas, unas en aranas y otras en jolofe o berberisco. Estos últimos más indisciplinados, rebeldes y semisalvajes, y con las excepciones rigurosas de los esclavos criollos, que hablaban en pésimo castellano. Dando lugar, o en mejor decir: motivo, a que se tomaron medidas severísimas de orden público, tanto urbano como rural. Un día descúbrese una nueva conjura, organizada por los esclavos criollos que tenía el Sr. D. Serapio Recio y Miranda —a la sazón Alcalde ordinario de la villa de Puerto Príncipe— en una de sus haciendas, debido a las delaciones de unos esclavos a las autoridades. Entre los planes que tenían los esclavos estaba asaltar el destacamento de Santa Cruz del Sur, que era un reducto militar de poca guarnición, con el propósito de despojarlo de sus armas, a fin de reforzarse de armas de fuego más que en armas blancas, y soliviantar a los esclavos de otras haciendas comuneras, para luego dirigirse organizados al ataque y toma de la villa de Puerto Príncipe, cueste lo que costare. Esto dio motivo a que cada vez que se viese en la calle o en un camino real a un reducido grupo de esclavos, se les suponía por quien fuere el individuo que los viese que estaban conspirando, dando origen a un sinnúmero de abusos, Tales los ocurridos en el año 1805, por ejemplo, que se emplearan castigos tan rigurosísimos, cuyas penalidades se hicieron sentir en Las endurecidas carnes de los esclavos; bien fuesen inocentes o penitentes, sobre todos los que habían sido traídos de Santo Domingo o de Jamaica, a los que las autoridades —sospechaban o suponían sin pruebas suficientes— los divulgadores o incitadores para Ja rebelión de la raza africana. Sin embargo, mientras Las autoridades españolas utilizaban las compañías urbanas y rurales de pardos y morenos en la vigilancia y hasta para perseguir a los esclavos si fuere o fuese menester, no se tomaban medidas de rigores en relación al estado de guerra que existía entre España e Inglaterra. Expuesta estaba la villa por consecuencia, al ataque por invasiones desembarcadas en las costas norte o sur de la jurisdicción de Puerto Príncipe[5]. Sin embargo, fue el celoso y previsor don Gaspar Agramonte y Betancourt, vocal-secretario de la Junta de Vigilancia, quien envió un “informe” al Ayuntamiento, el cual fue leído en la sesión del Cabildo celebrado en día 7 de mayo del año 1809. En él solicitaba con urgencia “se proveyese a la villa de armamentos y municiones para su propia defensa en caso de ataque por sorpresa”[6]. Aunque ya España había hecho la paz con Inglaterra; se hallaba en guerra contra Francia, y tenía la ayuda militar y naval de Portugal e Inglaterra[7], a pesar de todo no estaba los principeños exentos de las invasiones francesas venidas por mar. Ni aún había desaparecido el peligro de los negros esclavos, debido a que no había sido erradicado el ansia de libertad que los animaba, muy justificado por cierto, ya que eran tratados por sus amos, y hasta por las autoridades, muy mal. Tan es así, que surge la amenaza de otro brote de esclavos rebeldes en los primeros días de enero del año 1812. Ya no era Teniente de Gobernador don Joaquín Matos, sino un habanero de origen, y militar por añadidura, el brigadier don Francisco Sedano y Galán, que llevaba sobre el pecho henchido un grupo de medallas militares[8], y que se sentía a sí mismo más español que el Rey Pelayo, pues por su lealtad al soberano español una bala de cañón habíale cercenado la mano derecha, viéndose un cirujano de la Sanidad Militar, obligado a amputarle ese brazo el día 18 de mayo de 1809[9]. Sedano sentía un amor tan profundo por la metrópoli, que no lo pudo borrar su larga estancia en Puerto Príncipe. Distinguíase por su acento, netamente hispánico, pues pronunciaba —y esto como vicio de dicción— fuertemente las jotas, las erres, las eses y las zetas, que lo diferenciaba en seguida de cualquier peninsular aclimatado a los acentos criollos. Sedano, como tenía don de mando y de disciplina, fue el que ordenó a las autoridades civiles y militares que tuviesen mano fuerte con los esclavos. El Cabildo capitular compuesto más de principeños de alta prosapia o alcurnia que de españoles bergantes, quiso ser rígido, severo, y en sesión del día 17 de enero del año 1812, estuvo tratando o considerando la sublevación de un grupo de esclavos. Pero no se llegó a un acuerdo en definitiva, sino en la sesión del día siguiente, en el cual se propuso “el aumento de la fuerza armada, en vista del deseo vehemente que inflama a los negros para proyectar su libertad, tratando de venir a la fuerza contra el pueblo para conseguirla”. Las medidas acordadas fueron secretas, pero sus resultados muy visibles fueron enérgicos, crueles —y si queréis— pero de estricta observancia a grado tal que produjeron algunas alarmas —sin preverse— en la población. Sin embargo, los esclavos —salvo excepciones de familias piadosísimas y humanitarias— eran rigurosamente maltratados, vejados, castigados, como si fuesen bestias de carga y no seres humanos. Don Manuel Borrero y Agüero, que a la sazón era Alcalde Mayor Provincial, declaró en la sesión del Cabildo del día 24 de enero del año 1812, “que nada interesaba tanto en aquellas circunstancias, como conservar el orden y tranquilidad públicas, y evitar las conmociones populares por fatales consecuencias que suelen traer y que ya habían empezado a experimentar, especialmente el día 20[10], porque ¿quién es capaz de creer que después de contaminados, como debemos suponerlos, vuelvan a entrar en su deber, porque se hayan quitado diez o doce de las principales cabezas, mediando el seductivo nombre de libertades ¿Cuáles eran los nombres de estos mártires de la emancipación de la raza africana? ¿Quién lo sabe? Nosotros no lo hemos podido saber, a pesar de que sabemos que el día 27 de enero del año 1812, el Capitán Domingo Piña y don Luis Loret de Mola y Sánchez-Pereira, acudieron a ver al Teniente de Gobernador don Francisco Sedano y Galán, para obtener la correspondiente autorización para recolectar dinero entre el vecindario, a fin de poder manumitir al pardo Rafael Medrano y a Francisco Adán, denunciantes, o en mejor decir: delatores o chotas de José Miguel González y de Calixto Gutiérrez, dirigentes —según parece— de la insurrección que habían organizado los negros esclavos, en algunas de las más importantes haciendas y hatos de la jurisdicción de la villa de Santa María de Puerto Príncipe. Muchos de los cuales ya estaban en rebelión, dando motivo a que se acrecentaran las vigilancias establecidas por todos los parajes y en las entradas de los caminos reales de la población. Muchos esclavos fueron presos e instruidos “sumariamente”, juzgados y sentenciados ocho de ellos a la horca[11] y treinta y uno más a cumplir condenas severísimas en el presidio de San Agustín de la Florida[12]. La Real Audiencia, en conocimiento de lo que estaba sucediendo en la villa, y sobre todo en algunos ingenios, se reunió en sesión permanente; el día 2 de febrero del año 1812, como ya lo estaba el Cabildo capitular, en espera de noticias más directas sobre los hechos y ordenándole al Cabildo, “que salieran los Alcaldes con sus gentes armadas a los puntos (quiso decir: distintos lugares), donde se suponen estén los negros soliviantados; todo por ahora, y sin perjuicio de lo que según las circunstancias fuere necesario providencia”. El Cabildo cumplimentó la orden de la Real Audiencia —sin entrar en detalles o formulismos de atribuciones o de competencias—, cosa rarísima, ¿verdad lector? También acordó en nombre del Ayuntamiento gratificar con cien pesos al individuo de aprehendiese “vivo o muerto”, a algunos de los negros nombrados Pedro Manuel y Pablo, esclavos que se decían ser —y no era cierto— de don Juan de Dios Betancourt y Agüero. También ofreció Juan Recio[13], Alguacil Mayor, otros cien pesos más por la captura de estos sujetos, considerados como “cimarrones” peligrosísimos, sobre los cuales recaían gravísimas acusaciones hechas por otros esclavos, que fueron aprehendidos por las autoridades muy oportunamente. Después de sofocado este nuevo brote de esclavos rebeldes, no se produjeron más movimientos notables con fines de libertad en la raza africana. Sin embargo, años después se produjo gran pánico entre los traficantes de esclavos, a virtud de un tratado entre España e Inglaterra, con los propósitos de erradicar la esclavitud de la raza africana en todos los inmensos dominios españoles[14]. Pero tras el acuerdo quedó oculto el especulador, el consentidor, a pesar de que el soberano Fernando VII “prohibía para siempre a todos sus vasallos la compra de negros bozales”[15]. Sin embargo, la esclavitud persistió vergonzosamente en Puerto Príncipe como en los demás pueblos de la isla. No sufrió ningún quebranto sus traficantes, al grado de tener que admitir yo, que algún interés intangible la había sostenido en Puerto Príncipe, a pesar de las rudas críticas que hacían los individuos mejores preparados (sic) como El Lugareño, por ejemplo. Al surgir el movimiento reformista en el país, y organizarse en Madrid la Junta de Información en el año 1866, se pensó que allí se obtendría alguna medida favorable para los esclavos, y por consiguiente algunas mejoras políticas, sociales y económicas para Cuba. Pero nada se logró en la práctica, sino que a resultas de su fracaso se consolidó más aún la política absolutista de la metrópoli hacia sus colonias de ultramar. La raza africana fue reconocida como libre al iniciarse la Revolución de Yara, como un derecho igual que tenían —y tienen aún— blancos y negros como cubanos. Esto motivó que el esclavismo comenzara a decrecer en los caseríos, poblados y zonas rurales ocupados por las fuerzas separatistas o revolucionarias, aunque continuaba con toda» sus atribuciones en las zonas leales a los ejércitos españolea compuestos de peninsulares, voluntarios y guerrilleros nativo». Cambió la fase social del negro esclavo al partir de la Ley de Vientres Libres de don Manuel Becerra, que fue aprobada por el Congreso español a través de una hábil política de don Segismundo Moret en el año 1870. Desde luego, que también contribuyó a que la esclavitud fuese debilitándose en toda la isla de Cuba, la vigorosa campaña que realizaban los miembros de la Sociedad Abolicionista Española, en Madrid, entre los cuales habían muy prominentes cubanos de orígenes revolucionarios. Pero como al deponer las armas los alzados en armas o separatistas cubanos, con el Pacto de Zanjón en el año 1878[16], surgió que los negros esclavos —no beligerantes— perdieron la libertad política y de raza que dimanaba de la Constitución de Guáimaro[17], para caer de nuevo dentro del status quo de la vigente Constitución española. Sin embargo, la esclavitud fue abolida en la isla el día 13 de febrero del año 1880, pero fue un proceso lento, por escala —si queréis— hasta que sustituyóla un Patronato, que fue el último reducto de la esclavitud y abolido por el Congreso español el día 7 de octubre del año 1886. El surgir la Revolución en Baire en el año 1895, ya no había esclavos en toda la provincia de Puerto Príncipe, y posiblemente en el resto de la isla. La incorporación de los negros a la guerra por la independencia fue un acto espontáneo, sin que conllevase otro anhelo que la libertad política, que no gozaban entonces los nativos criollos que aún estaban sometidos a la dominación española hasta el cese de la misma en las postrimerías del siglo XIX.

Tarja ubicada en el Parque Agramonte, Camagüey 
Henry Mazorra


Tomado de fragmentos de un ejemplar sin fecha de la revista Bimestre Cubana.

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