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El más ilustre de los intelectuales camagüeyanos

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El más ilustre de los intelectuales camagüeyanos

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En la madrugada del 4 de noviembre de 1868 Enrique José Varona veló sus armas en el Paso de las Clavellinas, junto con otros setenta y cinco principeños decididos a ganar la independencia y soberanía de Cuba en combate contra el colonialismo español. Tenía 19 años, y veía a su alrededor a otros catorce que daban lustre al apellido Varona en aquella cita con la historia[1]. Aquella viril postura quedó frustrada; fue uno de los cuatro alzados que tuvieron que regresar a Puerto Príncipe el 8 de noviembre. Lo breve de su permanencia en las filas mambisas apunta a que simplemente no fueron capaces de resistir la intemperie, el hambre, las interminables cabalgatas y todo ese conjunto que Martí llamó, años más tarde, los rigores de la campaña. No hubo tiempo para divergencias ideológicas, ni para pensar en un rechazo a las crueles realidades del combate, ni caben tampoco otras suposiciones. Lo posible es analizar el momento terrible, lacerante, del regreso sin gloria a la villa rebelde y legendaria que desde el 16 de marzo de 1826 tuvo que aprender a llorar por sus hijos mártires, cuando presenció el ahorcamiento de Francisco Agüero Velasco y Manuel Andrés Sánchez en su Plaza de Armas, hoy Parque Agramonte. Hay que imaginar las miradas gélidas de aquellas muchachas que vestían de blanco y azul por la bandera que amaban, y evitaban el rojo por su presencia en el pabellón español. Pensemos en aquellas otras damas que ya eran madres, y hasta abuelas, que habían cortado sus bellas cabelleras diecisiete años antes como signo de luto y de protesta ante el fusilamiento de Joaquín de Agüero, Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides, el 12 de agosto de 1851[2]. Tengamos presente que aquel luctuoso amanecer, muchos patricios habían llamado a sus hijos, y de rodillas, rodeados de su familia, elevaron oraciones en las que pedían valor y fuerzas para castigar la infamia de los opresores. El terror que había querido imponer el poder opresor se había transformado en ansias de independencia. Airosas, en las cuatro esquinas de la Plaza de Marte, cuatro palmas reales constituían el más original y antiguo homenaje hecho por los cubanos a sus libertadores, ante las narices de los colonialistas, que ignoraban el mensaje de sus pencas batidas por la brisa. La profunda herida de no haber logrado incorporarse a las filas de la más brillante de las juventudes producida por la villa, debe haber torturado el alma de Varona al sufrir día por día, frotada sobre ella, la sal del rechazo. El joven de exquisita educación que había escrito, precozmente, sus Odas anacreónticas, colección de poemas neoclásicos cuyos principales méritos fueron apartarse del romanticismo predominante y mostrar su dominio de los clásicos[3], acabó por marchar al exilio, lejos de sus natales llanuras. Allí crece intelectualmente, se deslumbra ante la obra martiana, reasume el camino independentista de forma madura y definitiva y escribe su mejor poema, “Dos voces en la sombra[4].

Martí, que sabía sanar heridas de pueblos enteros, curó aquella, todavía abierta. Creyó en la cultura, y sobre todo en los valores del camagüeyano. A su muerte, Varona lo sustituyó al frente de Patria. Todavía hubo quienes fueron a perseguirle y a recordarle cómo antes de escribir de ética vendría bien que tuviera en cuenta aquellos días en que claudicó, o al menos pareció hacerlo, ante los opresores de su pueblo. Desde las páginas de Patria respondió que “Al cabo puedo congratularme de que mis enemigos, para combatirme en el terreno de los principios, no encuentren otra arma que unos pobres versos de adolescencia”[5]. Se refería a “La hija pródiga”, triste reflejo de cuando tocó fondo y, abrumado, pareció reconciliarse con España. Feliz quien sólo tenga tan poco que reprocharse: quien ponga en un platillo de la balanza esos infortunados versos, tendrá que poner en el otro toda una vida de servicio a Cuba, especialmente a su juventud. A la vez, esa rotunda afirmación evidencia que su alejamiento del naciente ejército mambí nada tuvo de deshonroso.

Enrique José Varona visto por El Fígaro en 1889.

Varona fue positivista. Amaba la ciencia, el rigor experimental, la firmeza de los pies sobre el terreno. Sus escritos sobre ética tienen inmenso valor. Sobre esas bases se encuentra su principal aporte a Cuba, que fue pedagógico. Encabezó la Secretaría de Educación (Ministerio) durante la primera intervención norteamericana al finalizar la guerra de 1895, y su labor transformadora fue extraordinaria. España dejó en nuestro país un profundo desastre educacional, con más del 75% de analfabetismo en la población blanca, y un amplio 95% en la negra. En 1895 asistían a los Institutos de Segunda Enseñanza 1156 alumnos, el 0,7 por mil de la población[6].

Para modificar los obsoletos planes de estudio que encontró, sus artículos reflejan que analizó los norteamericanos, ingleses, franceses, alemanes, belgas y japoneses. Esa búsqueda, hasta en lejanos confines del extremo oriente, es reflejo de su talento y minuciosidad, mientras que el hecho de que dominara inglés, francés, alemán, griego y latín le permitía no depender demasiado de traductores, a veces poco confiables.

Muchos jóvenes camagüeyanos, desde la primera mitad del siglo XIX, fueron enviados por sus padres a universidades norteamericanas, sobre todo a Filadelfia, donde se habían radicado algunas familias principeñas. En esa ciudad, por aquellos tiempos, estaba fresca la impronta de Benjamín Franklin, abolicionista y tal vez el más talentoso de los padres de la nación norteamericana y de su Constitución, quien fundó allí la primera universidad moderna de América, donde erradicó el griego y el latín de muchas carreras y pudo dedicar más tiempo a las ciencias y a la técnica, algo de inmenso impacto, por ejemplo, en las ingenierías, la arquitectura, las matemáticas y otras carreras del campo de las ciencias exactas, las ciencias técnicas y las ciencias médicas. También fundó en Filadelfia la primera biblioteca pública de los Estados Unidos. Esto repercutió en la obra transformadora de Varona, quien hizo surgir los estudios de arquitectura e ingenierías en la Universidad de La Habana; eliminó el griego y el latín de los cursos universitarios y en los Institutos de Segunda Enseñanza y transformó los estudios de bachillerato en cuatro cursos de cuatro asignaturas cada uno, donde los estudiantes tuvieran ocasión de interiorizar aquellas cuestiones esenciales para poder incursionar luego, de manera independiente, en el resto, sin verse abrumados por un proceso fragmentado y superficial.

Sustituyó la historia de España por la universal y fomentó el uso del método científico, de la observación de la naturaleza y de la introspección. En párrafo excepcional suyo podemos leer:

Nuestros profesores deben ser hombres dedicados a enseñar cómo se aprende, cómo se consulta, cómo se investiga; hombres que provoquen y ayuden el trabajo del estudiante, no hombres que den recetas y fórmulas […] un colegio, un instituto, una universidad deben ser talleres donde se trabaja, no teatro donde se declama[7].

La juventud cubana lo reconoció como guía, y presenció su enfrentamiento a la dictadura machadista ya en la recta final de su vida. Tomemos una muestra de cómo se dirigía a ella, en lo referente a las artes:

Por mi parte, reconociendo, como reconozco, la suma importancia de la manifestación artística en la vida de un pueblo, no cerraré un estudio en que me he ocupado de la nuestra, sin excitar a la juventud que hoy se lanza llena de vigor a tomar parte en la obra común, aconsejándole que no olvide a sus precursores, que no desoiga la severa enseñanza del tiempo pasado, pero que preste sobre todo oído a los ruidos del día, que cuente los latidos del corazón de nuestra sociedad, que espacie después su mirada por el horizonte del mundo contemporáneo, que busque todos los rayos de luz, vengan de donde vengan, y entonces, purificando y enriqueciendo el corazón, fecundada la inteligencia y templada la voluntad, cree el artista, ensaye el sabio, elabore el pensador, así podremos ver pronto realizado uno de los más gloriosos sueños de nuestros muertos ilustres, tener un arte y una literatura cubanas[8].

Oigamos, ahora, cómo vinculaba la ética con la fraternidad, con el apoyo mutuo: “La moralidad no es sino el sentimiento, más o menos claro, que tiene el individuo de su dependencia con respecto al cuerpo social, en una palabra, de la solidaridad social”[9]

Doctor en Filosofía y Letras, literalmente fue capaz de vivir, al día, sobre dos siglos. Si en el XIX fue Diputado a Cortes, donde se convenció de que no era ése el camino, que luego reencontró de la mano de Martí, hasta quedar al frente de Patria; si durante la primera intervención norteamericana estuvo al frente de la instrucción y la educación, y recibió al siglo XX con la reforma que permitió salir del marasmo colonial a la enseñanza de todos los niveles en Cuba; si ejerció como profesor de Lógica, Psicología, Ética y Sociología en la Universidad de La Habana, lo encontramos ya anciano, en 1926, presidiendo nada menos que la fundación de la Federación de Estudiantes Universitarios, FEU, como testimonio del respeto y admiración de las nuevas generaciones. Autor de más de mil obras, que no han encontrado compilador hasta la fecha, es un gigante de nuestra intelectualidad que supo definir lo que es identidad y de vivir intensamente la suya, como cubano y camagüeyano.

Varona sustituyó a Martí al frente de Patria.
Referencias:

[1] Cf. Eduardo Torres-Cuevas: Historia de la masonería cubana. Seis ensayos. Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2004, p.309-313.
[2] Cf. Elda Cento Gómez: El camino de la independencia. Joaquín de Agüero y el alzamiento de San Francisco de Jucaral. Editorial Ácana, Camagüey, 2003.
[3] Luis Álvarez Álvarez: “Varona y la cultura”, en Letras de Puerto Príncipe. Camagüey, Editorial Ácana, 2000, pp.78-79.
[4] Ibíd., p.79.
[5] Citado por Luis Álvarez: Ob.cit., p.79.
[6] Cf. Gaspar Jorge García Galló: Bosquejo histórico de la educación en Cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1980.
[7] Citado por Gaspar Jorge García Galló: Ob.cit., p.52.
[8] Citado por Luis Álvarez Álvarez: Ob.cit., p.83.
[9] Citado por Luis Álvarez Álvarez: Ob.cit., p.82.


Gaspar Barreto hablando sobre Varona.
Leído por María Antonia Borroto.
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